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Domingo, 10 de mayo de 2009

Allá lejos y hace tiempo

Cruces >Una colección de clásicos narrados con la perspectiva de la memoria y trasfondo telúrico.

 Por Verónica Bondorevsky

Drácula (Como yo me lo acuerdo)
Robinson (Como yo me lo acuerdo)
Oche Califa

Atlántida
32 páginas cada uno

A fines del siglo XIX, Estanislao del Campo tuvo una idea provocadora: hacer una obra protagonizada por un gaucho que asiste a ver una ópera, el Fausto de Gounod, en el Teatro Colón, y que luego se la relata a un paisano conocido. El texto resultante de Del Campo abarca varias cuestiones en su propuesta; una de ellas es el gesto de leer una producción europea desde la óptica, la informalidad y la confusión disruptivas de un gaucho. En el siglo XX, Leopoldo Marechal, con su Antígona Vélez, también se propone desandar un clásico en este caso, la tragedia de Sófocles en la vastedad de las pampas argentinas, y con el lenguaje y los caracteres que aparentemente imprimen las latitudes locales.

En la misma senda campera de lectura de conocidas producciones, pero a partir de una voz desacartonada y diferente al mundo narrativo del que se parte, la serie Como yo me lo acuerdo se arrima a dos grandes relatos: Robinson Crusoe y Drácula. Cada una de estas obras representantes paradigmáticas de la literatura de aventura una, y de terror la otra son leídas a partir de un filtro telúrico. Así, Drácula y Robinson (Como yo me lo acuerdo), tal el título de estos libros, recuperan la historia de sus fuentes de inspiración, pero con la forma de la poesía gauchesca y un narrador empapado de los modos característicos del campo.

Y, en este punto, la propuesta se vuelve una apuesta: por la concatenación de estéticas disímiles entre la voz local que narra y el mundo lejano que evoca. Por lo tanto, con cierto lenguaje que, es factible recordar, con el que la clase letrada a fines de siglo XIX construyó la manera de hablar del gaucho se leen otras formas, en concreto, las de dos novelas emblemáticas.

Los libros de esta serie están estructurados como poesías y apelan, en principio, a un lector joven, tanto por el tratamiento de la anécdota, el tono entre cómplice y didáctico de quien lleva la palabra, así como por la estética de los dibujos que las acompañan. Pero a su vez la serie convoca a este lector a ponerse a tono con un ritmo y vocabulario particulares, que se entienden y recuperan, en los casos en que los giros son menos usuales, porque las historias son de por sí conocidas.

Por eso, si pensamos que Drácula y Robinson (Como yo me lo acuerdo) son propuestas de libros para adolescentes, la serie se singulariza de las clásicas adaptaciones y reducciones, muchas veces para posicionarse como una lectura diferente, atenta a la concatenación de mundos y lenguajes disímiles, cuya unión resulta potenciadora y con toques humorísticos, así como, en ciertos momentos, de crítica del mundo que retrata, como cuando hace foco y observa la conocida dominación que ejerce Robinson sobre Viernes, o la abnegación absoluta y desprendida de la novia del joven protagonista de Drácula.

El título de la serie patentiza la subjetividad del autor que realiza estas adaptaciones y de los modos que él tiene, básicamente a partir de su memoria, para recuperar de manera personal ciertas lecturas fundacionales suyas y de cualquier lector que se proyectan hacia el futuro o que recuperan las lecturas de los años mozos.

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