CRONICAS > EL NEGOCIO DEL ARTE POR DENTRO
En los últimos veinte años, el arte parece haberse convertido en un mundo cerrado, inmune a los vaivenes externos, un mercado siempre en alza cuya lógica parece regida por sesudos críticos pero que en rigor responde a mezquindades, caprichos y frivolidades que harían empalidecer a Wall Street y a Hollywood juntos. La socióloga Sarah Thornton se dedicó a embadurnarse con la selecta crème de la crème del mundillo. El resultado es Siete días en el mundo del arte (Edhasa), una radiografía del oscuro y encantador poder detrás de las paredes de los museos y las galerías.
› Por María Gainza
Siete días en el mundo del arte es un panorama a lo Robert Altman de uno de los fenómenos culturales más importantes de los últimos 10 años: el boom del arte contemporáneo. Para algunos, la era de las luces en donde genios como Damien Hirst o Jeff Koons caminaron la tierra. Para otros, el desarrollo inevitable de la industria del arte, un apéndice de la industria de la moda. Y para otros tantos, apenas una burbuja más en donde los especuladores financieros que pusieron a la economía global de rodillas gastaron sus bonos millonarios. Lo cierto es que en el período de cinco años en que Susan Thornton, la autora de libro, caminó las alfombras rojas del mundo del arte, la industria creció de 2200 millones de dólares a 6100 millones, y las obras de algunos artistas incrementaron entre 20 y 80 veces su valor.
El arte contemporáneo pasó a ser un entretenimiento masivo, un bien de lujo, una descripción de trabajo y, para algunos, una religión alternativa. En una serie de ingeniosas narrativas Sarah Thornton investiga los dramas detrás de una subasta de Christie’s; los embrollos que se caldean de la cocina editorial de Artforum, el emporio de las finas ideas y la revista más influyente del mundito; un extraño seminario zen en una escuela de arte de California; las competencias y deslealtades detrás del Premio Turner en Inglaterra; el país de las maravillas de la Bienal de Venecia y la disciplina maníaca del artista japonés Takashi Murakami para dirigir su marketing. Son relatos jugosos sobre las dinámicas que se juegan detrás de las instituciones que dan forma al arte.
La práctica de la “observación participativa” de Thornton incluye incalculables inauguraciones, intercambios de tarjetas y apretones de manos. El resultado se traduce en una combinación de experiencia directa y observación que le permite decodificar las maneras y morales de un grupito de groupies del arte, una tribu que porta Prada y Missoni y toma Bellinis en el Harry Cipriani. Aprende que los coleccionistas compran obras por diversos motivos. Vanidad, estatus social, apetito por la novedad y, en especial, un agudo exceso de dinero. Como le dice uno de sus informantes: “Después de tu cuarta casa y jet privado... ¿qué más queda?”. Socióloga devenida periodista, Thornton es una guía ágil e informada con un buen conocimiento de los tejes y manejes que mueven este teatro de marionetas. Debajo del libro yace la idea etnográfica de que toda una estructura social puede ser aprehendida a través de los modos aparentemente frívolos de hablar, de vestir y de gastar.
El tipo de investigación sobre el que se apoya Thornton ha sido llamada “mosca en la pared” pero ella prefiere verse como un “gato al acecho”. Un gato curioso pero sin uñas afiladas. Es un forma de acercarse que le ha ganado la confianza de muchos y un envidiable puesto de observación. Y aunque nunca llega a ser demasiado crítica de las maniobras de su grupo de estudio –algunas deliberadamente obscenas– los primeros capítulos tienen un suave escepticismo, teñidos por la mirada del outsider que los vuelve especialmente picantes.
Pero hacia la mitad del libro Thornton atraviesa una transformación: sus preguntas se suavizan, sus observaciones se vuelven conciliadoras. El grupo ya no parece amenazante y todo sugiere que la autora se ha vuelto uno de ellos. Es extremadamente difícil acercarse a toda esa gente sin quedar atrapada en sus redes. Por ejemplo, en su historia sobre Artforum confiesa que para lograr acceso a la redacción tuvo que aceptar a cambio escribir para el diario online de la revista. No le debe haber quedado mucho lugar para la mirada objetiva. Como máximo logra deslizar la anécdota sobre la crisis de identidad que atravesó la revista cuando hace algunos años se planteó si admitir o no avisos de moda. En ese momento los editores no creían que las joyas fueran “el significante adecuado”, pero terminaron por aceptar a Bulgari cuando la compañía se convirtió en patrocinadora oficial de su página web.
Eso sí, las locaciones están perfectamente elegidas. Los capítulos se basan en días reales de un timing inverosímil: por ejemplo, la subasta del 10 de enero del 2004 en la que Udo Brandhost pagó 13.500.000 dólares por un Warhol, estableciéndose como la vara del mercado contemporáneo y un empujón que disparó precios aún más astronómicos. Después hay un vaivén, un movimiento entre el fenómeno y epifenómeno que refleja muy bien las mareas del arte: las pruebas de sonido histéricas y la atmósfera caldeada de la subasta, se contraponen a la perfección con el aula monacal del siguiente capítulo. Allí un artista conceptual de izquierda dirige prácticamente sin emitir palabra una clase de 15 estudiantes del arte en una cuarto sin ventanas y rodeado por un desierto. Mucho del arte conceptual de los ‘70 estaba motivado por un deseo de corroer el mercado del arte. Ahora, paradójicamente, es exactamente este tipo de obra que resiste lo puramente visual en aras de un rigor teórico, lo que los coleccionistas buscan.
Hacia el final, Thornton aterriza en Japón para una visita al taller de Murakami. Excepto por el sonido de la ventilación no se escucha nada. Las mujeres comen arroz de tupperwares. Observa a un grupo de inmaculados asistentes con guantes blancos aplicando capa tras capa de color a una escultura de fibra de vidrio de seis metros de alto que semeja un Buddha psicótico. “Oval” fue meticulosamente fabricada por técnicos y diseñadores con la misma disciplina con la que otros trabajan sobre un Rolex.
Distraídamente, como al pasar, Thornton describe al mundo del arte como “un espectáculo donde el valor dólar de una obra ha cercenado virtualmente todo otro significado”. Pero no hay ningún disgusto moral por los precios insanos que se pagan por arte mediocre. El boom del mercado del arte es más complejo que el hecho de que exista un montón de billonarios que no saben en qué gastar su dinero. Su gran atracción tiene que ver con la falta de reglas: su inescrutabilidad lo hacen un lugar ideal para la especulación y la manipulación. Es un mundo donde el arte flota como un velo en las conversaciones sociales sin llegar a asentarse sobre nada. En consecuencia, las obras se han vuelto poco más que un commodity. Son el símbolo último de la avaricia de los ricos en una economía globalizada.
A pesar de algunas circunvalaciones de más, los capítulos engarzan deliciosamente y cada tres líneas un aforismo paga la lectura. En Venecia, John Baldessari le dice: “Aquí puedes juzgar las acciones de un artista por la cantidad de fiestas a la que es invitado”. En Art Basel un dealer se queja de la falta de privacidad para negociar ventas en un stand: “Es como ser una prostituta en Amsterdam”. Hasta meter una publicidad en Artforum requiere cierto grado de glamour: “Que puedas pagar el anuncio no quiere decir que estás adentro”, lanza uno de los directores. “El arte se parece más a los bienes raíces que a las acciones. Algunos Warhols son como monoambientes en edificios a mitad de cuadra y con orientación norte, mientras que otros son como un penthouse con vista de 360 grados. Una acción de Cisco, en cambio, es para siempre una acción de Cisco y nada más”, explica un gurú de la subasta: “La venta es contagiosa. Sientes la excitación capitalista y entras en una especie de mentalidad de macho alfa”, dice un comprador. En el think tank de CalArts un alumno confiesa: “Creativo es definitivamente mala palabra. ¡Provocarías náuseas! Es casi tan vergonzante como hermoso, sublime u obra maestra. Creatividad es un cliché acaramelado que usan las personas no involucradas profesionalmente con el arte”.
Hoy el mercado ha tenido su primer crash desde 1990. La burbuja que describe el libro si bien no ha estallado sobrevuela incierta a la merced de nuevos vientos. Que el libro haya sido terminado justo antes de la crisis financiera no es mala suerte sino todo lo contrario: lo vuelve una pieza cerrada. Cada capítulo, una épica completa. En unos años será visto como la crónica de una época dorada.
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