Domingo, 7 de junio de 2009 | Hoy
TELEVISION > TRATAME BIEN: TERAPIA, FAMILIA Y AMOR
Después de las embestidas de otros canales y otras productoras, Pol-Ka parece volver a ponerse de pie. Si ya se había valido de la terapia para indagar en la intimidad y la fragilidad de personas corrientes en Vulnerables, Tratame bien no sólo da un paso más, exponiendo la dependencia a la terapia misma, sino que da incluso otro para retratar el mundo en el que vivimos: uno en el que la institución familiar se derrumba, y sin embargo sigue en pie.
Por Juan Pablo Bertazza
En los últimos años, a la voraz inmediatez de la televisión, ese continuo presente, se le vino a sumar un nuevo elemento bajo su dominio, un elemento paradójico, complejo que, acaso, puede poner en conflicto, en peligro, esa misma inmediatez: el paso del tiempo.
Es que ahora, lo que cambia a la hora de hacer zapping no es sólo el canal, la temática y la ideología; lo que se modifica también es la unidad de tiempo: distintas épocas, distintas generaciones, distintos colores según pasan los años. No sólo por los programas de archivo y las involuntarias citas a tiempos pasados, sino también por obra y gracia de un ya viejo canal que se mantiene incólume en el tiempo (pasado): Volver.
Aunque limitado a los programas de canal 13, Volver hace desfilar, en conjunto, ficciones como Campeones junto a Vulnerables junto a RRDT lo cual, entre otras cosas, pemite traer y mirar aquellos programas desde el presente e imaginar cómo se verán los programas actuales dentro de cinco, seis años –los tiempos del futuro son cada vez más cortos–. Justamente así, a futuro, podría mirarse Tratame bien, la nueva ficción de Pol-ka que recupera el casi en desuso formato del unitario.
Y hablando de rupturas temporales, Tratame bien es de esos programas que empiezan antes del primer capítulo. De esas ficciones que se saben buenas a priori y la gente acepta antes de verlas. Luego de dos importantes vueltas de tuerca, que quebraron los vetustos moldes costumbristas, primero de la mano de esa obra maestra que fue Okupas, y luego con innovadoras propuestas como Lalola, Todos contra Juan y Los exitosos Pells, Pol-ka quedó herido de muerte; lejos, muy lejos, del momento Campeones serie que, además de entretener, no tenía tapujos en mostrar, diez años atrás y cuando de verdad era complicado, la droga, las luchas gremiales, la infidelidad de matrimonios consumados–. El caso de Tratame bien –cuya buenísima repercusión hizo que se extendiera de los trece capítulos originales a, por lo menos, diez más– parece entonces una interesante resurrección. Concebida formalmente en términos convencionales, en el sentido de que logra sostenerse, a la vieja usanza, por las dos patas de un buen guión y un elenco excepcional además del extraordinario Julio Chávez y el más que buen desempeño de Cecilia Roth, el elenco cuenta con estupendas revelaciones como la de Guillermo Arengo–.
José y Sofía quienes iniciaron su amor nada menos que en una morgue llevan 22 años de matrimonio a cuestas. Él es un obsesivo que arrastra varios fracasos y ella una mujer más suelta pero atormentada por la sensación de no haberse encontrado a sí misma. Ambos sufren, además, la educación de dos hijos adolescentes y conflictuados que empiezan a ver con cariño la puerta de salida de la casa familiar. José y Sofía van a terapia y, a su vez, sus respectivos psicólogos les recomiendan que hagan terapia de pareja. Ese primer rasgo que puede sonar a trillado luego de series excelentes como Vulnerables, Locas de amor y la poco recordada Sol negro cuenta con un plus que lo justifica y legitima. Si en aquellas ficciones se tomaba demasiado en serio el mundo de la cura, por llamarlo de alguna manera, acá la superpoblación de terapeutas, que puede llegar a molestar, que puede llegar a confundir, es desarrollado y puesto, de manera sutil y muy profunda, también en crisis. No sólo por la verosímil caracterización de los tres terapeutas –la poco fogueada Elsa (María Onetto), la equilibrada Clara (Cristina Banegas) y el poco ortodoxo Arturo de Norman Brisky, quien tiene la enorme virtud de haber pasado hace mucho la categoría de actor para volverse algo así como un emblema, lo cual nunca atenta, por otro lado, contra su actuación– sino también por la terrible dependencia que el cuidado de los otros (eso quiere decir la palabra terapia) crea en el matrimonio. En uno de los momentos más altos en lo que va del programa, José y Sofía se ponen a bailar, un poco borrachos, a la madrugada, a manera de reconciliación. Ella se calla, y luego le confiesa que tiene ganas de ir con Clara para poder decirle la razón por la cual quiere quedarse todavía con él.
Esa dependencia esa mediación aparece ya representada en el afiche que muestra a los protagonistas abriendo el paraguas ante un clima que no es de tormenta, sino de incertidumbre. Es justamente la incertidumbre, ese mediocre día a día que, por gris, llena de amenazas fosforescentes la vida de una familia a la que ya se le cayeron demasiadas estructuras, aquello que maneja a la perfección Tratame bien. Como si los conflictos de cada capítulo no importaran tanto como la propia atmósfera decadente. En ese sentido, esta ficción adelanta en lo que tiene de conservador y retrasa en lo que tiene, supuestamente, de vanguardista. Lo mejor de Tratame bien radica en elaborar sin rupturas formales ni sobresaltos temáticos la caída estrepitosa de la institución familiar, y su permanencia pese a todo. Y lo hace de manera notable, como, por ejemplo, cuando ella se reúne con sus compañeros del secundario, entre los cuales se encuentra un viejo amor, y José vuelve a casa medio borracho, frágil, provocador, a poner las cosas en claro y burlarse de ese encuentro, luego de haber ayudado a su hermano a deshacerse del pasado, quemando en una hoguera la ropa de sus padres en una especie de ritual cargado de valor poético.
Tal vez lo innecesario, o lo fuera de tono, esté en la abundancia de líneas argumentales que agregan conflictos algo artificiosos y mucho mejor insinuados, justamente, en la propia construcción de los personajes. Así, la temática del porro y las escenas de lesbianismo a cargo de la siempre hermosa Leticia Brédice atrasan, tal vez, un poco.
Porque más que los hechos, más que la realidad, lo que mejor sabe poner en escena este programa son los fantasmas.
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