Domingo, 28 de junio de 2009 | Hoy
PERSONAJES > MEGAN FOX, LA ESTRELLA QUE TODAVíA NO HIZO NADA
Por Mariano Kairuz
Consagrada hace apenas dos años, con el descomunal éxito de Transformers, como la creación más caliente de Hollywood en lo que va del siglo, Megan Fox se vio de pronto, salida de la nada, en la tapa de todas las revistas. Para acompañar las fotos la dejaron hablar, y entonces la chica con ese nombre de actriz porno se propuso hacer, cada vez que abriera la boca, lo que se supone que hacen las cosas calientes: echar humo.
De todas las tapas de revistas, la más llamativa fue la de la GQ, que la estampó sobre fondo rojo, mirando fijo a cámara con sus hipnóticos ojos verdes azulados resaltados por su set de pestañas y cejas, perfectamente negras como su pequeña bikini, y con la punta de su lengua contorsionista tocando su labio superior. Adentro, en la entrevista-pretexto, Megan contó una anécdota de su más tierna juventud, de cuando tenía 18, cuatro largos años atrás. Contó que le habían roto el corazón y que entonces se enamoró de una stripper rusa llamada Nikita y se emperró en ser correspondida y que cree que todos somos bisexuales. Una de esas declaraciones destinadas a activar la calenturienta imaginación de cualquiera que hubiera comprado la GQ por su tapa (en general, la única razón por la que se compra la GQ). Segura de sí, de las altas temperaturas que es capaz de irradiar, la chica ya se mostraba en control de su juego: algo después, en la revista Elle, matizó el relato de su romance lésbico, diciendo que el asunto había sido bastante menos parecido a una fantasía sexual de lo que lo había hecho sonar, pero que, después de todo, “la historia real, más tranquila, no es la que una le cuenta a (una revista para varoncitos como) la GQ”. También dijo: “Los chicos son muy manipulables: les puedo contar cualquier historia, no necesariamente cierta, y los tengo comiendo de mi mano”. La muy zorra.
Así que en eso está Megan Fox desde que circuló por el mundo el fotograma más promocionado de la película de los autos que hablan, aquella imagen sudorosa en la que ella sostiene en alto el capó de un Camaro ‘76. En eso está: construyendo no muy delicadamente su imagen. Haciendo de chica que sabe de autos –en Transformers 2 trabaja en un taller mecánico, nutriendo obviedades–, hablando de películas basadas en juguetes retro, de su fanatismo por las historietas. El objeto sexual más fuerte de la industria juega un poco a hacerse la nena sucia y varonil, soltando declaraciones escatológicas sobre pedos y vómitos, y diciendo cosas como “Fuck Disney” (mientras se burla de toda la mitología casto-juvenil de High School Musical), o como que no quiere ir a los talk shows “como Scarlett Johansson, para sacar a relucir cada palabra sofisticada que acaba de aprender con tal de demostrar que no por ser linda es una retardada”.
Consciente de que las cosas muy calientes pueden arder un rato, pero también se chamuscan, se funden, se evaporan, Megan Fox está lanzada a la misión urgente de demostrar que, además de esos ojos, ese pelo y esa lengua, tiene una actitud. Grabarse a fuego ya, lo más rápido posible, antes de que se extinga la saga en la que ella es el único verdadero hardware entre tanto robot fierrero, lo único capaz de recalentar la pantalla, la única razón para seguir mirando.
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