Domingo, 16 de agosto de 2009 | Hoy
CINE > LA OLA: EL EXPERIMENTO QUE DESNUDA LA CERCANíA DEL NAZISMO
En 1967, con el rock, el hippismo y los movimientos por los derechos civiles luchando contra un gobierno que ejercía la violencia, llevaba adelante una guerra, aplicaba la represión y lo hacía todo en nombre de un bien colectivo, un profesor de California llevó adelante un experimento con sus alumnos de Historia: los hizo parte de una organización de claros ecos nazis. El resultado, en pocos días, fue tan espeluznante como recordado. El caso, convertido en novela e infinitas adaptaciones, llega ahora en su versión más radical: una que transcurre en una escuela alemana.
Por Mariano Kairuz
Todo empezó como un juego didáctico en un aula de la Cubberley High School, una escuela secundaria de Palo Alto, California, en abril de 1967. Ron Jones, profesor de Historia de 26 años y con cierta fama de convertir sus clases en una experiencia rara y divertida, puso en acción un experimento que arrojó resultados inesperados y más bien oscuros. El disparador fue la pregunta formulada por un alumno en una clase sobre la Alemania nazi: “¿Cómo era posible que los ciudadanos alemanes argumentaran que en su momento no sabían lo que estaba ocurriendo en los campos de concentración?”. A aquella pregunta siguieron otras: “¿Puede volver a pasar? ¿Podría pasar acá?”. “No lo sé –dijo Jones–. Pero vamos a hacer una prueba.”
El experimento, entonces, consistió en jugar a ser un grupo disciplinado y autogestionado por unos días, para comprobar por cuánto tiempo sería posible sostenerlo y qué actitudes individuales y grupales se revelarían en el proceso. Los resultados fueron temibles y se vieron abrumadoramente rápido: si a principios de la primera semana de abril Jones estaba proponiendo la fundación de esta comunidad con nombre, contraseña, uniforme, un líder y un conjunto de reglas rígidas y excluyentes; para el miércoles de esa misma semana la “comunidad” ya superaba los doscientos miembros, muchos de ellos agresivamente dispuestos a reclutar nuevos fieles y a ejercer de agentes policíacos del “movimiento”, denunciando a desacatados, refractarios y dubitativos. Aunque la experiencia duró apenas una semana, Jones dejó testimoniado el caso a principios de los ‘70 en un artículo breve, que se multiplicó en infinitas adaptaciones: en 1981 se hizo un telefilm de 45 minutos que hoy puede verse completo en YouTube, bajo la etiqueta Cults (“Cultos”); algo más tarde dio lugar a una novelización y a una obra musical puesta en escena en varios países, y el año pasado a una remake cinematográfica de producción alemana que fue un gran éxito en su país, donde muchas escuelas cuentan con el artículo de Jones y la novela basada en él como material de estudio.
La película alemana –que se estrena esta semana en Buenos Aires– se llama La Ola (Die Welle), como el libro en el que está basada, la novela “juvenil” The Wave, escrita por Todd Strasser bajo el pseudónimo de Morton Rhue. El director y guionista Dennis Gansel sigue bastante de cerca la historia original, con pocas modificaciones; mayormente una nota trágica que el guión agrega innecesariamente sobre el final, y que deja bastante mal parado al profesor, a pesar de lo cual Jones ha avalado públicamente la película. Pero si algunas de las críticas extranjeras apuntaron sobre la falta de sutileza con que la película expone su veloz sucesión de acontecimientos, lo cierto es que así es como se dieron las cosas en el caso real, al menos según el relato, verosímil o no, del propio Jones.
La historia del profesor californiano está narrada en varias partes que siguen la consigna dada a sus alumnos (“Fortaleza a través de la disciplina, de la comunidad, de la acción”), y por entradas diarias. Lunes: el profesor Jones anuncia el proyecto y comienza por instruir a sus estudiantes sobre cómo deben sentarse en el aula, cómo adquirir una postura correcta, beneficiosa para la circulación sanguínea y la respiración, y por lo tanto también para la concentración intelectual. En general, un profesor informal les ordena dirigirse a él como “Señor Jones”, y pararse al costado del pupitre cada vez que quieran hablar. Propone un nombre para el grupo (“La Tercera Ola”) y diseña un saludo comunitario, que con la mano curvada y el brazo en alto remeda inequívocamente al Heil del Führer. Al final del día, Jones anota: “Es extraño lo rápido que los alumnos incorporaron este código de conducta uniformado. Empecé a preguntarme cuán lejos se los podría llevar. ¿El deseo de disciplina y uniformidad es una necesidad natural?”.
El martes, Jones explica a sus alumnos qué es una comunidad, describe la fuerza que proviene del sentimiento de pertenencia, de sentirse parte de un movimiento (“un equipo atlético, una causa, La Raza”). Los alumnos que antes se destacaban en clase –para bien o mal– ya han pasado a un segundo plano. Son los otros, los invisibles, los que no eran particularmente aplicados ni tampoco molestaban desde el fondo del aula, los que empiezan a participar como nunca antes. “De pronto estaba tomando forma una gran masa de energía”, recordó Jones sobre ese segundo día. “Los alumnos parecen estar más interesados en su tarea, exponen hechos y conceptos con precisión, e incluso están haciendo mejores preguntas y tratándose entre ellos con más compasión. ¿Cómo puede ser? Estaba haciendo la representación de un espacio de aprendizaje autoritario, y parece ser muy productivo.”
Para el miércoles, Jones llega a la escuela y la encuentra “viva de expectativas y curiosidad, hasta el cocinero me preguntó cómo sería una galletita de La Tercera Ola. Hacia el final del día habían sido admitidos en la orden más de 200 alumnos”. Pero el asombro va dando paso a otro sentimiento: “De pronto me sentía solo y asustado”, escribe. Esa noche alguien entra por la fuerza a una de las aulas y destroza todo. Jones descubre a la mañana siguiente que el responsable es el padre de un estudiante, ex prisionero de guerra en un campo nazi, que enloqueció al enterarse del experimento en que participaba su hijo. “El jueves decidí terminar con todo”, cuenta Jones, pero aún se reservaba una última puesta en escena. Entonces convoca a sus seguidores y hace un anuncio. Les dice que todo aquello no es tan sólo un experimento escolar sino un movimiento nacional que abarca más de mil escuelas, y que ahora deberán reunirse para ver a su líder por televisión. Los cita en una gran asamblea a realizarse en la escuela el viernes al mediodía. A la hora acordada, recibe a cientos de alumnos en una gran aula, con una elaborada representación que incluye reporteros y fotógrafos (falsos, interpretados por amigos de Jones). Antes de empezar, hace escoltar fuera de la sala a un par de chicas acusadas de disidentes, para ganarse la atención de su público una última vez. Cuando, finalmente y con toda parsimonia, enciende el televisor, sólo hay estática. Unos minutos después, ante los rostros atónitos de los concurrentes, da su mensaje final: “Escuchen, no hay líder, no hay ningún movimiento nacional juvenil llamado La Tercera Ola. Han sido utilizados, empujados por sus propios deseos. Negociaron su libertad por el confort de la disciplina y la superioridad; aceptaron la voluntad del grupo por sobre la suya. Creyeron que podían salirse en cualquier momento, pero, ¿hasta dónde hubieran llegado? Permítanme mostrarles su futuro”. A continuación prende unos proyectores y sobre una pantalla desfilan las imágenes de Hitler, el ejército nazi, los campos de concentración, Nuremberg. Hay mucha desilusión y llanto, pero nadie intenta partirle la cara a Jones por haberlos manipulado de esa manera.
Cuarenta años después del experimento, el estreno de Die Welle volvió a despertar cierto interés sobre Ron Jones. Algunas publicaciones influyentes volvieron a investigar el caso y recogieron testimonios de ex alumnos que participaron del experimento: uno de los entrevistados argumentó que si se dejaron llevar con tanta facilidad, seguramente fue por la angustiosa necesidad de cambio que estaban experimentando, en una época en que “se sentían traicionados por la manera en que el gobierno estaba manejando la guerra de Vietnam, y la posibilidad de ser reclutados pronto”. Otro cuenta que “cuando el proyecto se volvió realista, algunos chicos se volvieron tan agresivos que uno ya no se atrevía a preguntar si esto iba en serio o no”.
Jones fue expulsado de Cubberley al año siguiente de La Tercera Ola, pero esto no tuvo nada que ver con el experimento sino con su activa militancia pacifista. Un par de años después de su expulsión, el periódico de la escuela, el Catamount, publicó una entrevista en la que Jones se muestra apocalíptico sobre el futuro de su país. “Las instituciones han perdido todo contacto con la gente; ésta es una sociedad estéril que ha dejado de cambiar. Para ser un ser humano completo no queda otra que volverse revolucionario. La violencia es terrible, pero la entiendo, puedo entender el odio y la frustración que llevan a ella: el gobierno norteamericano es violento con los desprotegidos y los pobres, la policía es violenta con las Panteras Negras, la comunidad de los negocios ha sido violenta durante más de 300 años. No tengo la fuerza para ser no violento, cada espíritu libre estará en la violencia. La nación se mueve hacia el fascismo.” Por ahora todo indica que Die Welle no será estrenada en cines en Estados Unidos.
Durante los siguientes treinta años, Jones se dedicó a trabajar en instituciones para gente con problemas mentales (“la antítesis de La Ola: la inclusión en lugar de la exclusión”, dice), pero nunca en todos estos años dejaron de llegarle consultas sobre aquel experimento, consultas de todo tipo: desde estudiantes y profesores interesados en replicar la experiencia, hasta miembros de sectas, evangelistas, neonazis. Y cada vez que le preguntan si repetiría la experiencia, asegura que no: “Fue útil por las discusiones que disparó, pero es un experimento peligroso, que desata algo devastador en tu alma: darte cuenta de que te gusta, de que el orden y el control te resultan excitantes y atractivos”.
Jones ha vuelto a contar la historia en un teatro de San Francisco ante un público compuesto por sobrevivientes del Holocausto, y hace poco acompañó a una mujer que en su infancia fue prisionera en Auschwitz, para hacer una suerte de “exorcismo” en las habitaciones privadas de Hitler en Nuremberg.
Allí narró una vez más su experiencia escolar. “De una forma u otra –dice–, no puedo escaparle a La Ola. Para mí es como una historia de fantasmas; el relato acechante de aquello en lo que podemos convertirnos.”
En 1961 tuvo lugar otro peliagudo experimento sobre la autoridad y el poder en manos de ciudadanos: el famoso “test de Milgram”. Inspirado en el juicio a Adolf Eichmann que estaba llevándose adelante en ese mismo momento, y en su defensa por el argumento de obediencia a una autoridad superior, el psicólogo de Yale, Stanley Milgram, dispuso un grupo de participantes a quienes se instruyó para proveer descargas eléctricas sobre otras personas, cada vez que contestaran erróneamente las preguntas de un cuestionario. Las electrocuciones eran falsas y las víctimas eran actores, pero los participantes no lo sabían y aún así siguieron adelante, alentados por el argumento de que “el castigo propiciaba la eficiencia de los participantes a la hora de dar respuestas”. Si algún participante se mostraba dubitativo, entraba en escena una figura de autoridad –con un delantal que sugería que se trataba de un técnico– para asegurarle que no sería responsabilizado por sus actos. El 65 por ciento de los participantes llegó al punto de administrar el voltaje más alto, de unos letales 450 voltios. A pesar de las enormes posibilidades dramáticas de este experimento, hasta ahora no fue llevado al cine, con la excepción de un corto filmado este mismo año por un tal Paul Gibbs, y de un telefilm de 1975, The Tenth Level, que recreó el caso con nombres ficticios. Protagonizado por William Shatner como un profesor universitario que investiga el impulso humano “de obediencia” (electroshocks y todo), The Tenth Level hoy resulta inconseguible.
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