ENCUENTROS > LAS JORNADAS SALAMONE: UNA OBRA EN BUSCA DE ORDEN
La obra del arquitecto Francisco Salamone es tan monumental como invisible: construida en apenas cuatro años a fines de los ‘30 por pedido del gobernador bonaerense de simpatía fascista Manuel Fresco, su estética que abreva en el art déco, el futurismo y el sincretismo telúrico, comprende cementerios, municipalidades, plazas y mataderos a lo largo y ancho de la provincia. Pero, ignorado por considerarlo un portavoz artístico de Fresco, su obra cuenta con un reconocimiento reciente y su figura es todavía un enigma. A cincuenta años de su muerte, las Primeras Jornadas Salamone realizadas en Azul fueron el comienzo para ordenar, investigar y promover esa obra desmesurada y extraña que se alza en el medio de la llanura como un pasado que muchos no quieren ver y otros todavía no terminan de entender.
› Por Mariana Enriquez
Las baldosas de la plaza San Martín de Azul están ubicadas en zigzag, tal como las dispuso en los años ‘30 su creador, el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. No son las mismas baldosas –tuvieron que ser reemplazadas por desgaste–, pero es el mismo diseño. Lo que la plaza provoca, con sólo caminarla, es mareo. El efecto zigzag hace que parezca ondular y así se acentúa la sensación de irrealidad, de tiempo descolocado (¿la plaza es del pasado o del futuro?) que le dan las extrañísimas lámparas que parecen pensadas para un set de Flash Gordon, y los bancos anchos, hostiles, puntiagudos, dignos de alguna nobleza intergaláctica (y bastante malvada). Frente a la plaza están el Teatro Español y el Salón Cultural San Martín, donde entre el 6 y 9 de agosto se realizaron las Primeras Jornadas Salamone, a 50 años de la muerte del arquitecto. Y hubo de todo: la proyección de Historias extraordinarias de Mariano Llinás que tan buen uso hace de la obra monumental pampeana, intervención a la plaza por María Julia Juárez (que vistió los bancos de azul, rojo, amarillo y verde, y los iluminó), muestras de fotos de artistas locales, un salón de artes plásticas sobre la obra de Salamone inaugurado en el paquetísimo Colegio de Abogados de Azul, documentales en video, exposición en el Museo Squirru de muebles diseñados por el arquitecto (cedidos por la Municipalidad de Laprida), grupos de arte que se pronunciaron en contra del evento con proyectos propios, visitas guiadas que no incluyeron las localidades cercanas de Chillar y Cacharí, ambas albergadoras de obra (y provocaron algunas encendidas quejas que se escucharon en las radios locales), disertaciones académicas en las que se lució un arquitecto boliviano –el más aplaudido de las jornadas–, proyectos de ley para futuros recorridos turísticos y un grupo de fanáticos entre arquitectos, historiadores y amantes de lo extraño que casi podrían haber formado, al decir de uno de ellos, una Logia Salamónica.
Claro que, sobre todo, flotaba una especie de incomodidad dada por las circunstancias del personaje, por la historia de esas moles de la llanura que, se sabe, fueron erigidas a pedido de y durante la gobernación del fascista Manuel Fresco (ejerció entre 1936-1940) en el contexto de su plan de obras públicas. Y por el misterio del arquitecto Salamone, que no dejó nada escrito, cuyo archivo se perdió, y de quien se ignoran sus simpatías o inclinaciones políticas, más allá de una temprana candidatura en Córdoba por el Partido Radical. Incomodidad que no es sólo ideológica sino que está acompañada por la desesperante falta de información, el rechazo que todavía provoca la obra –muchos la consideran interesante, pero decididamente fea– y la necesidad de hacer algo con este Patrimonio Cultural, así declarado por la provincia en 2001, que es tan colosal como extraño.
Después de la apertura con un acto protocolar que incluyó, entre otros, al intendente de Azul, el Dr. Omar Duclós, y al presidente de Icomos, el arquitecto Alfredo Conti, arrancaron las Jornadas Salamone con un documental de Pablo Ramazza y María Eugenia Picheu llamado Testimonios, con entrevistas a Manuel Antonio Fresco Monasterio (hijo del gobernador, una cara inquietante), a vecinos de Azul que confunden el ángel del cementerio con una Virgen y comentan que las obras, cuando se inauguraron, les parecieron a todos por lo menos medio raras, y a salamonistas de la primera hora como el arquitecto Alejandro Carrafanq, que más tarde participaría de ponencias y en la película dice: “Toda la obra era considerada espantosa y atada a un proyecto político. Yo soy de Coronel Pringles. De chico, en mi casa no se iba a la plaza de Pringles porque se consideraba horrible. La obra fue muy mal querida, la gente no la quería, la consideraba una impronta compleja difícil de entender. El mensaje de la modernidad siempre fue difícil. Su ideario arquitectónico coincide con los conservadores de Fresco. No fue una obra fascista sino una obra monumental que fue usada como un discurso político. El lenguaje de Salamone es clásico, pero con un idioma vanguardista. La sintaxis es la misma, pero habla otro idioma, el de la abstracción”.
En esa última diferenciación se apoyaron muchas de las ponencias; ese interrogante (¿era o no era?) fue carne de mesas de café en el Gran Hotel Azul, en los asados, en los almuerzos, en las calles. Un salamonista obsesivo como el historiador Eduardo Lazzari, presidente de la Junta de Estudios Históricos del Buen Ayre, explica en charla con Radar cómo esta mancha opacó primero y finalmente ocultó la obra de Salamone: “Quedó como el arquitecto de Fresco, identificado con el personaje político: pasó a ser fascista y mandadero, y hasta se inventó esa frase: ‘Lo que Fresco dispone lo construya Salamone’. Durante 50 años pesó esa sombra sobre él. En las historias locales de pueblos donde la obra cambió la perspectiva urbanística, histórica y política no se hablaba de Salamone. Hablar de su supuesto fascismo es una ligereza que no le hace honor a la verdad. Entre Salamone y Fresco había una relación que no era amistosa, era respetuosa. No hay prueba documental de que hayan sido amigos. Las cartas son distantes, no hay familiaridad. Después de terminadas las obras, no guardó relación personal. Sin embargo, quedó pegado. El descubrimiento lo hacen más tarde arquitectos que sesgan la crítica, y después empiezan otras apariciones de su figura y obra”. Se refiere a muestras fotográficas como la de Esteban Pastorino, que llevó a una nota de tapa de Juan Forn en Radar sobre Salamone; una nota que tuvo tanta influencia que muchos videastas azuleños, e incluso muchos de los que ofrecieron ponencias, repetían como si fuera una frase hecha “el arquitecto de la piedra líquida, como llamó al hormigón Juan Forn”. El hormigón se llamaba así en la pampa de entreguerras; pero el título de aquella nota está mucho más cerca en la memoria colectiva.
Llamar a Lazzari obsesivo no es una calificación peyorativa. El mismo reconoce el rasgo ordenador de su carácter. Y se congratula de compartirlo con Salamone. Lazzari ya vio la obra completa cinco veces, en circuitos que se montó solo, con un amigo, en auto. Tiene inventariados 282 diferentes muebles diseñados por Salamone (especialmente para municipios), se enloquece hablando de simetrías y detalles como los de los picaportes (los de Salamone son distintos de cada lado: su estilo combina con el ambiente al que corresponden, no son una pieza única), sabe de 28 modelos de farolas y 40 modelos de bancos de plaza, cuenta que el arquitecto hasta diseñaba los mingitorios de los municipios, sabe desde cuántos kilómetros se empieza a avistar el Cristo de Laprida (15), y la portada del cementerio de Saldungaray (10), encontró las “arquicaricaturas” (caricaturas en art déco) que Salamone realizó de Winston Churchill, Stalin y Roosevelt (cuenta que también existieron dos de Perón y Eva, se sabe porque el hijo las vio, pero se ignora qué fue de ellas), y está preparando un libro que se llamará Salamone, el arquitecto de las pampas, “con aspectos que no se estudiaron, sobre todo acerca del personaje, pero también del arquitecto y el hombre público. La persona es lo menos conocido de Salamone. Y hay cosas que no se sabrán nunca: su archivo, por ejemplo, se perdió en una disputa familiar y, salvo que ocurra un milagro, no creo que aparezca”.
Después de comer, en la plaza de Azul que tanta presencia tiene en Historias extraordinarias, Mariano Llinás dice sobre Lazzari: “Este me cagó. Yo creía que tenía información que nadie más conocía sobre Salamone, porque yo también me recorrí toda la provincia para ver sus obras, pero éste es un grosso, sabe igual o más. Me parece que se le pasó un edificio. Hay uno que yo conté y que él no tiene”. Su compañero Agustín Mendilaharzu –director de fotografía, actor– tiene los ojos brillantes: “Yo creía que Salamone era un genio artístico, pero un personaje deleznable. Y ahora resulta que Lazzari nos dice que no, que no hay pruebas de que tuviera afinidad ideológica con Fresco. Ahora me gusta mucho más”. Más tarde, en su ponencia Las pampas de entreguerra: una cultura del cemento, el arquitecto Fabio Grementieri explicaba: “Salamone fue un diseñador maldito por estar asociado a la Década Infame, a Fresco y el fascismo. Pero en realidad, estéticamente, era un seleccionador del menú internacional: toma elementos de todos lados. Toda la combinación que se da en Salamone forma parte de la cultura arquitectónica y técnica argentina”.
Pero es verdad que hay algo oscuro, algo de magia negra en esa obra. No es el art déco tradicional, no es art déco + futurismo, no hay nada convencional en la mayoría de esos edificios que Salamone construyó en 40 meses y que recorrió en su propia avioneta con tanta diligencia que en 1938 fue condecorado como el americano con más horas de vuelo. Llinás le dijo en una entrevista al diario El Tiempo de Azul que cuando vio El Angel de la Muerte del Cementerio, “no lo podía creer, nunca había visto una cosa similar. Esto era la locura, era el infierno que había emergido de la superficie y que había abierto una sucursal en la Tierra, era sobrenatural”. Lazzari dice que Pellegrini “es ciudad gótica”. Y tiene una anécdota impresionante sobre el matadero de Carhué: “En 1985 se inunda Villa Epecuén. El matadero de Carhué, que estaba en el camino entre los dos pueblos, quedó sumergido. También se inundó el cementerio, lo único que quedó fue el Cristo de Salamone saliendo de las aguas, una cosa macabra. Veinte años después bajaron las aguas, el pueblo es un lugar fantasma y el matadero está intacto, entre árboles secos y de sal, porque la laguna tenía más sal que el Mar Muerto”. Se pueden visitar las ruinas, claro: con precisión, Lazzari cuenta que el matadero está a 3 kilómetros del centro de Carhué.
En las Primeras Jornadas sobre Francisco Salamone se presentaron dos proyectos para sistematizar el turismo salamónico. El primero fue del diputado provincial Juan José Cavallari, presidente de la comisión de asuntos regionales e interior, con la colaboración del arquitecto Sergio De Pietro y del ingeniero Alberto Ford. Explican: “Básicamente de lo que se trata es de proyectos de desarrollo local, de valor agregado, de aprovechamiento. Proyectos de hotelería, de agencias de viajes, de microemprendimientos, como por ejemplo réplicas de Salamone que serían fantásticas como souvenir”. Para Cavallari, la obra de Salamone es extraterrestre, “es como la de Piazzolla”. La idea es llegar a un circuito con itinerarios, una visión integral de todas las obras: son 16 pueblos –19 con las subdivisiones– y “juntos tienen más peso que de forma individual”. El objetivo también es el turismo internacional: las moles de Salamone son verdaderos clásicos para el mochilero en busca de rareza. Para arrancar les falta la firma del Instituto Cultural de la Provincia. Cuando la logren, saldrán a buscar financiamiento.
Este proyecto fue presentado y escuchado con gran tranquilidad. No tuvo la misma suerte la diputada Ana María de Otazúa con su asesor Luciano Fernández Liger y el coautor José Luis Comparato, entre otros. Presentaron un proyecto de ley que contempla la creación de tres corredores turísticos, denominados Altas Llanuras I (Balcarce, Rauch y Azul), II (Tornquist, Coronel Pringles, Laprida y Adolfo Gonzales Chaves) y III (Pellegrini, Tres Lomas, Salliquelló, Guaminí y Adolfo Alsina). No gustó. Las objeciones no tardaron en llegar. Una mujer se ofendió porque Fernández Liger se confundió y dijo “Salomone” (no debe haber confusión más perdonable) y empezó a puntualizar a los gritos: “Se dice SA-LA-MO–NE”. No gustó un proyectado sistema de comisiones integrado por miembros de las áreas de turismo de los municipios porque “muchos de ellos no tienen, y ni hay restaurant; una vez para comer me tuve que ir a 100 km a una estación de servicio que no más tenía galletitas”. No gustó que faltara la inclusión de otros atractivos de los pueblos, como una fábrica de queso de Pringles. No gustó, en fin.
Enseguida, la incansable arquitecta Alicia Lapenta (de la municipalidad) presentó al arquitecto boliviano Gonzalo García Crispieri, quien trató de dar ánimo y perspectiva: “El hombre hizo las obras en cuatro años, ¿cómo no vamos a poder armar un recorrido para visitarlas? ¡Vamos!”. García Crispieri disertó sobre arquitecturas visibles (la de Niemeyer, por ejemplo) e invisibles (la de Salamone), y contó que, cuando estudiaba en La Plata, tenía compañeros del interior de la provincia que nunca le dijeron “hay algunas cosas raras que podés venir a visitar a mi pueblo”. Mejor ejemplo de invisibilidad, imposible. “Lo invisible de Salamone es tan claro que 50 años después de su muerte nos estamos enterando recién de que era amigo de Fortabat, lo que explica el uso del hormigón, que volaba, que era su propio escultor. Yo por lo menos no lo sabía. La mayor parte de la información que está en Internet está distorsionada y cruzada. Un objetivo de estas jornadas debería ser determinar dónde hay obras de Salamone y cuántas son. Algunos dicen 70, otros 60, otros 90. No es claro. Cuando la información es dispersa, no es creíble. Y si queremos trascender esto a nivel de patrimonio latinoamericano, hay que trascender esa carencia. Faltan documentos con Salamone. No es casual que los cementerios sean tan diferentes. Recién me entero, por los compañeros de Laprida, de que debe haber aterrizado de emergencia allí y por eso hizo la municipalidad como un avión estrellado. ¿Y por qué no hizo nada en Ayacucho? ¿El intendente era un radical que no lo dejaba hacer? Porque de Balcarce a Rauch hay que pasar por Ayacucho...” Después lamentó que no hubiera representantes de todos los municipios (excepción de Laprida), “porque eso quiere decir que no hay un interés, ni voluntad política. El patrimonio no es un tema que nos involucra a todos: hablan de él un grupo de personas en un lugar cerrado y no se integra a la gente”. Y después conquistó a todos mostrando sus fotos haciendo ritual de la Pachamama durante la restauración de un edificio, mostrando fotos de una bóveda del cementerio de La Paz con ángeles en jeans y anteojos oscuros (“quizá mañana sea considerada una genialidad, ¿no es cierto?”) y contando acerca de la iglesia de María Auxiliadora en la capital de Bolivia, la única conocida que no tiene una sola línea curva, y cuyo arquitecto es desconocido para todos, aunque su nombre está grabado en la piedra, firmando el edificio.
La nota de buen humor de García Crispieri se evaporó afuera, donde hacía su exposición en disidencia el grupo MIRarte, feria urbana de arte independiente que incluye ramas de músicos y videastas (el grupo Dynamo, que también participó con un video llamado La fachada de Fresco y Salamone, dignificando la región). El protagonista de este video y quien habló en la plaza para presentar una muestra de fotos intervenidas fue el pintor y filósofo Pino Giménez, en abierta disidencia con la reivindicación de la obra de Salamone –más tarde, en el video, llegarían al exceso de comparar el ángel del cementerio de Azul con las águilas del Tercer Reich filmadas por Leni Riefenstahl–. Pino decía frente al micrófono, al lado de la municipalidad: “Vemos ideología fascista en las obras. El Angel Exterminador significa la rectitud de la época. El cuerpo del ángel no corresponde a una figura humana: nos despierta la idea de que desplegando las alas estaría replicando ese discurso de Fresco con banderas del Reich en Tornquist. No entendemos por qué un país en democracia se encarga de reivindicar errores de la historia. No sé cuáles son los intereses de la política cultural local si tiene una, no sé por qué resaltamos la obra de alguien que preferiríamos quedase en la memoria. Como artistas nos planteamos esta cuestión, porque los artistas no pueden estar despegados de la política y la ideología. Salamone es imagen del pensamiento de Fresco”. La muestra, entonces, intervenía fotografías de Héctor García resaltando “detalles fascistas”. El video que se vio al día siguiente repetía la idea y mostraba el proceso creativo. Por las calles de Azul, mientras tanto, se comentaba la obra de Salamone. Una mujer mayor contaba que salió carísima y por eso no había nadie en la inauguración del cementerio: “Fue muy resistido, la gente decía que RIP eran las siglas de Resulta Imposible Pagarlo”. Otros insistían en que la esencia de Azul no eran esos monumentos estilo Metrópolis, y otros insistían en ver símbolos macabros: un chico que venía a ver la muestra de fotos de Toky Carlomagno en la plaza decía que el matadero (a la salida de Azul, cerca del Cristo de la entrada) le parecía “una cabeza de indio, me hace acordar a los asesinatos de los aborígenes, a Catriel... como si estos monumentos fueran un himno triunfante del exterminio”.
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