CRóNICAS > LA RUSIA DE PUTIN SEGúN HINDE POMERANIEC
Mientras el mundo asistía al ascenso de George W. Bush, en la ex superpotencia de enfrente surgía y se consolidaba otra figura de similar importancia para el mundo: la de Vladimir Putin. Poderoso como pocos hombres en el mundo, rodeado de acusaciones, sospechas y episodios de violencia tenebrosa y decidido a devolver a Rusia el lugar de potencia mundial, el ex agente secreto goza del 70 por ciento de aceptación en un país donde ha creado grandes clases medias y supedita todo interés al del Estado. La periodista y escritora Hinde Pomeraniec viajó a Rusia y a Londres para entender la trama que lo llevó a la cima y lo mantiene ahí arriba, aunque sea en las sombras.
› Por Angel Berlanga
“Putin”, dice. Ni un instante de duda. Desde hace diez años, Hinde Pomeraniec se ve “absolutamente capturada” por el devenir de este sujeto de ojos de pescado y pulso implacable en la creciente acumulación de un poder personal que se percibe, a la vez, nacional. Eso ahora, porque nadie daba un mango por él una década atrás, cuando, al tiempo que el periodismo la llevaba desde la sección Cultura hasta Internacionales, el más bien apático Vladimir Putin era nombrado por Boris Yeltsin como primer ministro. Luego de dos mandatos presidenciales (2000-2008), “el hombre que les devolvió el orgullo” a los rusos (Pomeraniec dixit) dejó en el cargo al amigo Dimitri Medvedev; mientras, aguarda el regreso formal para las próximas elecciones y tramita una reforma que estire el mandato de cuatro a seis años. Su apellido está en la raíz y en el título del libro que esta periodista acaba de publicar, Rusos. Postales de la era Putin, unas crónicas que semblantean los claroscuros de este ex agente de la KGB ante una serie de miradas, voces y sucesos tan extraordinarios como el hundimiento del submarino Kursk, las masacres en el teatro Dubrovka y la escuela de Beslan tras secuestros chechenos de centenares de rehenes, espías y periodistas asesinados, multimillonarios en ascenso y en desgracia, mafias, guerras.
De arranque, como para familiarizarse con nombres que suenan extraños, hay breves perfiles de dieciocho protagonistas de los últimos años en Rusia: dinero, poder y muerte es lo que sobra en el elenco. “Muchos son apellidos difíciles de recordar para el lector, así que pensé que este cuadro de familia podía facilitar la cosa –dice–. Pasa también en las novelas rusas, que te preguntás: ‘¿Este quién era?’. Como al mismo tipo lo llaman de distintas maneras, es dificultoso entrar en esa dinámica.” Influyó aquí su oficio de periodista de medio masivo: escribe desde hace dos décadas en Clarín y conduce desde 2005 Visión 7 Internacional junto a Raúl Dellatorre y Pedro Brieger en el canal del Estado. “Trato de que sea interesante e importante lo que cuento, pero de modo que lo pueda entender cualquiera –señala–. Mi mamá, que ya murió, me decía: ‘Hindelita, leí tu nota y la entendí’, y eso me ponía muy contenta.” Rusos es una puerta de entrada a lo que se entrevé “como otro mundo, aparte”, dice. “Aunque yo ando con toda la enciclopedia rusa encima, me gustó la idea de mostrar con ojos de asombro argentino, algo que siempre agradezco como lectora –señala–. No patriotero, me refiero a una mirada propia, cercana, que no sea de traducción. De hecho, prácticamente no hay libros sobre Putin en castellano. Traté de convertir lo que pudo haber sido una barrera, no hablar el idioma, en algo que me permitía seguir mirando con esos ojos, y en todo caso entregarme a mi intérprete.”
Pomeraniec hizo un par de viajes a Rusia en febrero y junio del año pasado. La primera postal es simbolismo puro: llegada de madrugada, frío extremo en el clima y en los interlocutores, un taxi en el que suena Julio Iglesias cantando “La Cumparsita” y un cuarto que da a la Plaza Roja y ofrece a la vista el Kremlin, las cúpulas de la basílica de San Basilio –mandadas a construir por Iván el Terrible– y las refacciones que sobre el hotel Movska, iniciativa de Stalin, estaba haciendo la cadena Four Seasons. Ahí nomás, el mausoleo de Lenin. Y sobre un edificio, la sonriente publicidad electoral Putin-Medvedev. En estos textos, la periodista entrelaza sensaciones muy personales, análisis de perspectiva, semblanzas biográficas, retratos de sucesos actuales que ponen en evidencia el sesgo represivo, tramos de crónicas escritas al compás de los episodios más trágicos de la última década y una serie de entrevistas a testigos, familiares de víctimas, historiadores, corresponsales, diplomáticos y artistas como el narrador Vladimir Sorokin o la dramaturga Griselda Gambaro, que escribió una obra, La persistencia, inspirada por la masacre de la escuela de Beslan, donde murieron, en septiembre de 2004, 370 personas: 181 eran chicos.
“Todo el mundo miraba a Bush, pero a mí me fascinó desde el principio este ignoto espía que vino del frío, que había tenido un paso por la alcaldía de San Petersburgo, que para Moscú era un desconocido y ni que hablar para el resto del mundo –dice Pomeraniec–. Era un personaje misterioso, que no había sido un cuadro convencional del comunismo, que hablaba poco y venía de la nada. Al poco tiempo le empezaron a aparecer esos episodios convulsionantes: que te entre un comando checheno en medio de una comedia musical, que se te aparezca en el escenario, con todo lo que pasó después...” En octubre de 2002, medio centenar de terroristas tomó como rehenes a 800 personas en el teatro Dubrovka. El secuestro duró 58 horas y terminó cuando las fuerzas de elite rusas echaron gas venenoso por los conductos de ventilación. Al parecer no coordinaron bien la provisión del antídoto y resultaron muertos 129 de los asistentes. Pomeraniec entrevistó al padre de Ninotchka, una nena de 14 que murió ahí. Luego vino lo de la escuela, en la remota Osetia del Norte, y el envenenamiento con algo radiactivo del agente Litvinenko, y el asesinato de la periodista Politkovskaya, dos personajes muy molestos por sus denuncias contra Putin. “Se junta política, cine, literatura, ¿cómo no me iba a fascinar? –dice Pomeraniec–. Me volvía loca con esas historias, pero no en términos de juicios morales, eh. Así como alguna gente podía sentirse fascinada por los aviones incrustándose contra las Torres Gemelas, a mí estos sucesos me parecían como argumentos extraordinarios de policiales, de suspenso. Pero ocurrían ahí, de verdad.”
Cuenta Pomeraniec que trató de darles a sus fuentes carácter de personajes. “Si hablás con Isidoro Gilbert sobre lo que fue la salida del comunismo, ¿cómo no va a ser un personaje del libro? –dice–. La gente con la que hablé tiene mucha carnadura propia. Y no sólo la viuda de Litvinenko, que por ahí fue la figurita más maravillosa y complicada de conseguir: los mails con ella para ver cuándo y dónde podíamos vernos parecían intercambios entre espías.” El libro, asevera, terminó siendo menos prejuicioso y condenatorio con Putin de lo que había imaginado al comienzo. “Me quedo con la sensación de que lo indagué, lo estudié y pude entender por qué está donde está y va a seguir estando –dice–. Qué significa para los rusos, aunque Occidente lo mire con tanto prejuicio. No es una apología de su figura, aunque parece más humano. Para ellos tiene casi categoría de héroe, también, literario, porque es como un modelo de lo que querrían ser: buena forma física, no bebe, no es mujeriego, es respetado. Sigue teniendo un 70 por ciento de aprobación.” Se trata de una sociedad que tiene mucho desprecio por los oligarcas a la que sin embargo, dice, no le molesta que él tenga mucho dinero. “No es ostentoso, es el rey de la austeridad –apunta–. Creó grandes clases medias, no hizo despilfarros y tiene cortitos a algunos millonarios, a los que no les permite estar por encima del Estado: si se avienen a ciertas reglas, muchos robarán para la corona. Pero a otros los deja mal parados, los aprieta. Hace unos días se le apareció con la televisión en la fábrica a uno que no pagaba los sueldos y le hizo firmar un compromiso, en público. Otra vez entró en un gran mercado, miró los precios y dijo: ‘Esto está muy caro, no puede ser, hay que bajar’. Tiene un control absoluto de todo: el dinero es algo muy importante.”
El periodista especializado en los Balcanes, Misha Glenny, despliega en una entrevista el multiple choice que Putin ofrece a quienes se avengan a sintonizar la onda: cárcel, exilio o muerte. Tras los años de caos con Yeltsin hay mucho ruso que comulga con su perfil implacable de cara a terroristas chechenios, oligarcas, mafiosos y, también, a la hora de negociar con sus pares europeos. “Es un socio incómodo pero necesario para Europa –explica Pomeraniec–. Lo cuestionan en materia de derechos humanos pero llega a las cumbres y todo el mundo suspira. Por un lado todos le rinden pleitesía y por otro arman planes de gasoductos que no contemplen pasar por Rusia. Hay uno ya diseñado que pasa por Turquía, pero él, con la petrolera Gazprom, acaba de acordar con los turcos para armar otro. Es muy inteligente. Y mucho más animal político de lo que se suponía al principio. Andaba con los ojos bien abiertos a la salida del comunismo, cuando estaba en San Petersburgo, la ciudad que por su ubicación, justamente, empezó a tener vínculos comerciales con Europa con más facilidad. Ahí ve, temprano, cuáles son las reglas del capitalismo. Y no hay que olvidarse que cuando él estaba en la alcaldía la ciudad estaba tomada por las mafias de la manera más brutal que se pueda imaginar. El negociaba, también, con todo eso. Y siempre consiguió salir sin salpicaduras. Eso es política pura.”
Pomeraniec señala que el crimen del enemigo es una constante en la historia rusa. “Hay una idea diferente que me resulta atractiva, la cuestión del colectivo y el individuo –explica–. En esta cosa fría que tienen, si una persona perturba sus intereses, el asesinato forma parte de esa concepción. Yo creo que ellos hacían el cálculo de probables rehenes muertos en las intervenciones sobre el teatro y la escuela, pero si iban a terminar con los terroristas no importaba. Para mí hay una relación ahí con los 70 años de comunismo, y no hay que olvidarse que Putin es un tipo que reúne lo más fuerte de una tradición y otra: mantiene un Estado enorme, ultrapoderoso, y a la vez atiende a la cuestión del mercado. La Justicia es la gran cuenta pendiente. Y hay mucha mano de obra desocupada afín al gobierno, gente que proviene de las fuerzas de seguridad en cuyos manuales de primer grado está la aniquilación del enemigo.”
Cuando era chica, a Hinde Pomeraniec le decían rusa, rusita: sus abuelos vinieron de allá. Nació en 1961, en Buenos Aires, y en 1977, con un notable sentido de la oportunidad, se afilió por un tiempito a la Federación Juvenil Comunista. “Creo que fue una especie de prueba de amor para mi papá –dice–. Como cuando me puse a mirar fútbol para acompañarlo, porque no tenía hijos varones.” Su padre no era un afiliado convencional, pero colaboraba en las campañas del partido y recibía publicaciones como Nuestra Palabra, Propósitos (dirigida por Leónidas Barletta), Novedades de la Unión Soviética. “Crecí con eso, en la Guerra Fría –recuerda–. La patria del hombre nuevo es una marca muy importante. Mi apellido es de origen báltico. Mi abuela paterna era ucraniana, pero decía que era rusa; los padres de mis otros abuelos habían venido de Odessa, o del este europeo. Así que esto fue siempre algo muy sustancial para mí, y el libro salda de algún modo una deuda pendiente.”
“Cuando arrancó la dictadura, mi vieja quemó todo en el jardín de la casa, hizo un terrible asado con las publicaciones vinculadas con el partido. El le iba alcanzando y ella iba quemando, quemando, quemando. Aunque no soy comunista y hay muchísimas cosas que discuto, es algo que siempre tuvo y tiene algo familiar en mi vida. Mantengo un vínculo con el PC y siento una cosa muy afectiva.” Para su padre, aclara, ella es una persona de derecha. Discuten mucho. Cuando ocurrió la caída del Muro él, que es médico, se puso a militar en derechos humanos. “Me gustaría que le gustaran más mis cosas, pero bueno”, dice ella, que lo admira.
“Me gusta entrar al más coqueto de los shoppings, ubicado exactamente enfrente del mausoleo de Lenin”, parece pincharlo, desde la página 48. “Rusia es tan fascinante como intimidatoria –dice–. En Moscú te sentís muy chiquito. Las dimensiones son tremendas, unas avenidas inconmensurables para nosotros. Una ciudad llena de marcas de la modernización, con gente poco amable para la que no existís si no hablás ruso.” Pobreza no demasiado llamativa en los alrededores, dice, con una descomunal ostentación en las zonas ricas: “En Moscú ves Mercedes-Benz más lujosos que en Alemania”, grafica.
Pomeraniec señala como rasgo saliente de los rusos la desconfianza. Varios de los intelectuales con los que habló “se ven limitados en sus posibilidades de expresión”, dice. Le critican a Putin el manejo férreo de los medios, conducta que se conjuga con varios periodistas ejecutados. “En los países comunistas hay mucho miedo de decir las cosas, porque no sabés a quién tenés al lado –dice–. La desconfianza al otro es tremenda, porque es muy común la delación. Y a eso se le agrega un gobierno muy restrictivo con las manifestaciones. Por otra parte, un tipo como Kasparov, el niño mimado de los medios disidentes, no me interesa demasiado.” Porque bueno, explica, tampoco le cierra la idea de que Rusia tenga que convertirse en Alemania. “A nosotros, que somos países cuestionados por populistas, ¿nos va a dar clases de democracia el diario El País? España, sacá los muertos de las cunetas y después vengan a hablar. En ese punto me identifico. Cuestiono muchísimo a Putin, que no deje hablar a la gente, que reprima. Matan gente, pero son como tentáculos independientes: no es que viene una orden directa del gobierno para matar a todos. No está bien, por supuesto, pero son como aprendizajes, también. Y no me parece bien mirarlo con la vara de Estados Unidos o Europa. Nosotros no coincidimos con la mirada que tienen los diarios británicos o españoles sobre Bolivia o Ecuador, y ni hablar de Venezuela, donde hay una cosa más ríspida. A Evo Morales, en términos de democracia, qué se le puede cuestionar. Y sin embargo les molesta. Bueno, con los rusos pasa eso.”
Las críticas más crudas aparecen, en su libro, en boca de algunos de sus entrevistados. El escritor Sorokin, por ejemplo, cuestiona “una especie de lavado de cerebro colectivo”. “Si para nosotros el peronismo es una especie de principio constructivo de la estructura social, para ellos eso fue el comunismo –concluye Pomeraniec–. Hay muchísimas cosas en términos sociales que están extrañando, cuestiones que no se evaporan de un día para el otro. Durante 70 años un Estado omnipresente y una ideología daban garantías y certezas. A diferencia de los chinos, que están manejando paulatinamente el proceso, los rusos se tiraron encima del capitalismo a lo salvaje, algo que tiene que ver con su personalidad. Son, al mismo tiempo, arrebatados y muy fríos. Un cóctel medio extraño que no alcanzo a definir.”
Rusos.
Postales de la era Putin
Hinde Pomeraniec
Tusquets
204 páginas
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