Domingo, 11 de octubre de 2009 | Hoy
INVESTIGACIONES > LA ODISEA DE LOS GITANOS
Perseguidos, discriminados, sospechados, obligados primero al nomadismo y después al asentamiento forzoso, empujados a la pobreza y a vivir durante décadas fuera de la historia, el pueblo gitano es sobre todo tremendamente mal entendido. Por eso, entre 1991 y 1995, la cronista Isabel Fonseca realizó un prodigioso trabajo de campo en Europa del Este, vivió con ellos, conoció sus costumbres, su idioma y su historia y publicó Enterradme de pie, un libro descarnado y revelador sobre esos a quienes llama “los negros de Europa”. En este fragmento, recupera la vida de quien fuera la gran cantante y poeta del pueblo roma: Papusza.
Por Isabel Fonseca
Aunque su verdadero nombre era Bronislawa Wajs, se la conoce por su nombre gitano, Papusza: “Muñeca”. Fue una de las cantantes y poetas gitanas más grandes que ha habido y, durante un tiempo, una de las más famosas. Vivió toda su vida en Polonia y cuando murió, en 1987, no se enteró nadie.
La familia Papusza, como la mayoría de los gitanos polacos, era nómada, parte de un tabor o grupo de familias que viajaban a caballo y en carromatos, con los hombres delante y las mujeres y los niños detrás en carros abiertos. Podía haber hasta veinte carromatos en el tabor. Hombres, mujeres, niños, caballos, carros, perros: hasta mediados de la década de 1960 se mantuvieron en marcha, bajaban de Wilno, a través de los bosques orientales de Volhynia (donde esperaron que se acabara la guerra miles de gitanos polacos), hasta las montañas de Tatra, en el sur. En esa ruta a las siluetas de los roma polacos se unían a veces las de los osos, que eran su medio viviente y danzante de ganarse la vida. Pero la gente de Papusza eran arpistas y transportaban sus grandes instrumentos de cuerda derechos sobre los carros como velas desde las poblaciones lituanas del norte hasta las Tatras orientales.
El tabor estaba en contacto durante el viaje con otras caravanas del mismo clan que viajaban siguiendo otras rutas. Dejaban señales en las encrucijadas, un manojo de palitos con un trapo rojo, una rama rota en un sitio determinado, un hueso con una muesca. A estas señales los gitanos polacos las llaman shpera (y en todos los demás sitios patrin u “hoja”, desde Kosovo hasta Peterborough). Los aldeanos no tocan estas señales por miedo a que sean cosas del diablo.
Así es como aprendió Papusza a leer y escribir. Cuando el tabor paraba por más de un día o dos (y hasta las familias nómadas tenían alojamientos de invierno en alguna parte) le daba a un aldeano adecuado un pollo robado a cambio de lecciones. Por más pollos adquirió libros, tenía una biblioteca oculta debajo de las arpas. Hoy en día incluso tres cuartas partes de las gitanas de la Europa central y oriental son analfabetas. Cuando Papusza era una adolescente, allá por la década de 1920, el que un gitano supiera leer era algo insólito, y cuando la sorprendían leyendo le pegaban y destruían sus libros y revistas. A la familia de Papusza le pareció también inadmisible que ésta quisiera, cuando le llegó la edad de hacerlo, andar con el muchacho que tenía los ojos más negros de todo el tabor. La casaron a los quince años. Fue un matrimonio arreglado, con un arpista viejo y respetable, Dionizy Wajs. Era una buena boda pero ella se sentía muy desgraciada. No tuvo hijos. Empezó a cantar.
Pese a todo lo que pudiese echar de menos Papusza en cuanto a compañía o lo que perdiese de amor, lo cierto es que con Dionizy Wajs dispuso al menos de acompañamiento musical. Basándose en la gran tradición gitana de narraciones improvisadas y de canciones populares sencillas y breves, compuso largas baladas, en parte canción, en parte poema, instintivamente “representadas”. Las canciones de Papusza, como la mayoría de las canciones gitanas, eran angustiosos lamentos de pobreza, amor imposible y, más tarde, anhelo de una libertad perdida. Eran como la mayoría de las canciones gitanas, igual de plañideras en el tono y en el tema: hablaban de arraigo y del lungo drom, o largo camino, de ningún sitio en concreto adonde ir y de ningún regreso.
Papusza perdió más de un centenar de miembros de su familia durante la guerra. Pero ni siquiera fue ésta la tragedia que la condicionaría. Papusza escribió en un momento crítico de la historia de su pueblo, en Polonia y (ella no lo sabía) en todos los demás sitios; se estaba acabando un tipo de vida (vivir en el lungo drom, vivir en el camino) y no parecía estar sustituyéndola nada identificable o soportable.
Oh, Señor, ¿adónde debo ir?
¿Qué puedo hacer?
¿Dónde puedo hallar
leyendas y canciones?
No voy hacia el bosque,
ya no encuentro ríos.
¡Oh bosque, padre mío,
mi negro padre!
El tiempo de los gitanos errantes
pasó ya hace mucho. Pero yo les veo,
son alegres,
fuertes y claros como el agua.
La oyes
correr cuando quiere hablar.
Pero la pobre no tiene palabras...
... el agua no mira atrás.
Huye, corre, lejos, allá
donde ya nadie la verá
agua que se va.
La nostalgia es la esencia de la canción gitana, y parece haberlo sido siempre. ¿Pero nostalgia de qué? Nóstos significa en griego “volver a la patria”; los gitanos no tienen patria y, quizá como excepción entre todos los pueblos, no tienen ningún sueño de hogar patrio. Utopía (ou tópos) significa “ningún lugar”. Nostalgia de utopía: regreso a ningún sitio. O lungo drom. El largo camino.
Muchos de los poemas-canciones de Papusza se ajustan a esa tradición: son más que nada destilaciones sin rostros y sumamente estilizadas de la experiencia colectiva, que han pasado por cientos de perfeccionamientos y reformulaciones. Hay unas cuantas Antígonas gitanas (muchachas que lloran a sus hermanos muertos) e hijos que, lejos de casa o en la cárcel, echan de menos a sus madres. Todo el mundo tiene un hermano. Todo el mundo tiene una madre. Todo el mundo tiene una tragedia. Es imposible saber el origen o la época de la mayoría de las canciones por sus letras, porque hablan de la cacimos (verdad) universal e invariable de un pueblo que vive como mejor puede, fuera de la historia.
La auvre colectiva del puñado de poetas romaníes que están hoy en activo presta testimonio de una tensión no superada entre la fidelidad a la tradición popular y la tentativa individual, acompañada de un leve sentimiento de culpa, de cartografiar la propia experiencia. Papusza recorrió ya, cuarenta años atrás, ese camino que lleva de lo colectivo a lo abstracto a un mundo privado, detalladamente considerado.
Sus grandes canciones, que ella a veces titulaba sólo Canción salida de la cabeza de Papusza, son, en su propia voz singular, un estilo que es en su mayor parte algo todavía inaudito en la cultura gitana. Papusza escribió y cantó sobre lugares e incidentes específicos. Dio testimonio. Una larga balada autobiográfica de cuando se escondían en los bosques durante la guerra se titula simplemente Lágrimas de sangre: lo que pasamos bajo los alemanes en Wolhynia en los años 43 y 44. No escribió sólo sobre su propia gente y la vaga amenaza del mundo gadjikane (no gitano), escribió también sobre los judíos con los que su gente compartió bosques y destino; escribió sobre “ashfitz”.
El poeta polaco Jerzy Ficowski vio cantar a Papusza, por casualidad, en el verano de 1949, y apreció inmediatamente su talento. Empezó a recoger y transcribir los relatos que ella había copiado con gran esfuerzo en romaní, escribiendo fonéticamente en el alfabeto polaco. En octubre de 1950 aparecieron varios de los poemas de Papusza en una revista llamada Problemy, junto con una entrevista a Ficowski del distinguido poeta polaco Julian Tuwim. Se habla en ella de los males del “vagabundeo” y la pieza termina con una traducción al romaní de la Internacional comunista. Ficowski, autor de lo que sigue siendo el libro más importante sobre los judíos polacos, se convirtió en asesor sobre “la cuestión gitana”. La primera edición de su libro incluye un capítulo titulado “El buen camino”, que (aunque omitido en ediciones posteriores y quizá incluido sólo como una condición para su publicación) respaldaba la política gubernamental de asentamiento de los menos de quince mil gitanos polacos que habían sobrevivido a la guerra. Ficowski cita a la propia Papusza como un ideal e indica que sus poemas podrían utilizarse con fines de propaganda entre los gitanos. “Su mejor período de creación poética fue hacia 1950 –indicaba Ficowski–, poco después de abandonar la forma de vida nómada.” Pese al hecho de que sus poemas constituyen una elegía de esa vida (confiscada más que abandonada), Ficowski, en su papel de apologista de la política oficial de sedentarización forzosa, aseguraba que ella era “partícipe y portavoz” en pro de aquellos cambios.
El nuevo gobierno socialista de la Polonia de posguerra aspiraba a edificar un Estado nacional y étnicamente homogéneo. Aunque los gitanos constituían el 0,005 por ciento de la población, “el problema gitano” se consideró una “importante tarea de Estado”, y se creó una Oficina de Asuntos Gitanos bajo la jurisdicción del Ministerio de Asuntos Interiores... es decir, de la policía. Estuvo funcionando hasta 1989.
En 1952 se puso en práctica también un amplio programa para hacer efectivo el asentamiento de los gitanos: recibió el nombre del Gran Alto (aunque ese objetivo no se alcanzó en Polonia hasta finales de los años ‘70, cuando cesaron definitivamente los viajes, al menos en carromatos). El plan formaba parte de la moda febril de “productivización”, que, con sus disposiciones bien intencionadas de asistencia social, impuso en realidad una nueva cultura de dependencia a los gitanos, que siempre se habían opuesto a ella. Acabaría adoptándose una normativa similar en Checoslovaquia (1958), en Bulgaria (1958) y en Rumania (1962), al tomar impulso la moda de la asimilación forzosa. Mientras tanto en Occidente empezó a imponerse la tendencia legislativa contraria, un nomadismo forzoso, pero con objetivos idénticos. En Inglaterra, por ejemplo, una ley en 1960 convertía “hacer un alto” en una infracción punible para los “viajeros”: el propósito era hacerles asentarse.
Los reformadores, Ficowski incluido, estaban convencidos, sin duda, de que medidas de ese género mejorarían notablemente la vida difícil de los gitanos: la educación era la única esperanza para una gente que vivía “fuera de la historia”; y el asentamiento traería consigo la posibilidad de una educación.
Pero nadie ha pensado nunca en preguntarles a los propios gitanos. Y ésa es la causa de que hayan fracasado todas las tentativas de asimilación. Ficowski, a diferencia de los elaboradores de planes menos próximos a la fuente, “se remitió” a los gitanos que había llegado a conocer, sobre todo a Papusza. Y dos meses después de la aparición de los poemas de ésta en Problemy, un grupo de “enviados” gitanos le hicieron una visita y la amenazaron.
Los gitanos no tardaron en incluir a Papusza entre los culpables de la campaña para acabar con su modo de vida tradicional. De nada le valieron su talla como poeta y como cantante ni el amor hacia su pueblo, expresado en décadas de trabajo. Papusza había hecho algo imperdonable: había colaborado con un gadjo.
Nadie me comprende,
sólo el bosque y el río.
Aquello de lo que yo hablo
ha pasado todo ya, todo,
y todas las cosas se han ido con ello...
Y aquellos años de juventud.
En realidad a Papusza la habrían interpretado mal (y utilizado) las dos partes. Intentó desesperadamente recuperar la autoría de sus propias ideas, de sus canciones. Abandonó precipitadamente su hogar de la Silesia meridional y acudió al Sindicato de escritores polacos a pedir que interviniera alguien. La rechazaron. Fue a Ossolineum, la editorial que estaba preparando para su publicación inminente el libro de Ficowski, que incluía poemas de ella. Nadie conseguía entenderla. ¿No estaba contenta con las traducciones? ¿Había que hacer revisiones finales? Papusza regresó a casa y quemó toda su obra (unos trescientos poemas) que había empezado a consignar por escrito con el estímulo entusiasta de Ficowski. Luego escribió una carta a éste rogándole que paralizara la publicación, aunque hasta en ella daba muestras de su resignación, de ese fatalismo básico de la canción gitana. Si publicas esas canciones me desollarán viva –le decía–, mi gente quedará desnuda frente a los elementos. Pero quién sabe, quizá me crezca otra piel, quizá una más bella.
Después de la publicación de los poemas Papusza fue sometida a juicio. La citaron ante la máxima autoridad de los roma polacos, el Baro Shero, Gran Jefe o anciano. Después de una breve deliberación se la declaró mahrime (o magherdo entre los roma polacos), impura: el castigo era la exclusión irreversible del grupo. Papusza pasó ocho meses en un hospital psiquiátrico de Silesia; durante los treinta y cuatro años siguientes, hasta su muerte (en 1987), vivió sola y aislada (hasta Ficowski cortó la relación con ella, quizá con el propósito de no perjudicarla más). Su propia generación la rehuyó y la siguiente no la conoció. Se convirtió en su nombre: una muñeca muda y desechada. Salvo un breve período a finales de los años ’60, en que salió a la luz con algunos de sus mejores poemas, Papusza nunca volvió a cantar.
Enterradme de pie
Isabel Fonseca
Anagrama
388 páginas
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