FOTOGRAFíA > POZO DE AIRE, EL LIBRO DE GUADALUPE GAONA
A partir de sus recuerdos de vacaciones en el Sur, de una casa familiar y de una única foto con su padre el verano antes de que fuera desaparecido, Guadalupe Gaona armó un libro de fotografías y poemas extraño y sugerente, donde la memoria flota en las sombras de los paisajes y el brillo del sol en el agua.
› Por Mariana Enriquez
Desde el principio, desde el primer recorrido por sus páginas, Pozo de aire es un libro extraño. Fotos de bosques y lagos patagónicos, instantáneas familiares de los años ’70, poemas que hablan de una familia brindando, de una madre que da sopapos cerca de los árboles, de una niña que está en un bote y no quiere volver a la orilla. Hay una casa que sólo se ve de afuera, un centro al que nunca se accede. Hay ventanas blancas cerradas y ramas caídas.
Hay un prólogo que cuenta algunas cosas, y de todo lo que cuenta hay un párrafo que les da otro sentido a las fotos y a las palabras: “... Me paro en la proa del bote, mi papá en la isla, un conquistador en malla, me da la mano. Mi mamá corre a buscar la cámara. Clic. Esta es la única foto que voy a tener sola con mi papá. El invierno llega más rápido de lo esperado y se lleva todo. El 21 de marzo de 1977 desaparece mi papá. Pero esa foto queda. Y muchas fueron las veces que revisé el cajón de la mesita de luz de mi mamá para mirarla. Es en la imagen que más confío”.
El padre desaparecido no es el protagonista excluyente del libro pero Guadalupe Gaona, la fotógrafa y poeta autora de Pozo de aire, sabe que esa ausencia hace que los bosques parezcan fantasmagóricos, le dan una fuerza y una desolación especial a la mirada de la madre, vuelve más lejana esa casa donde no se puede entrar. “Hay un epicentro muy fuerte que es la desaparición de mi papá. Es un punto de partida que después resignifica todo. Pero traté de no saturar ese tema: es muy complicado encararlo en un proyecto artístico, y más si es biográfico. Para mí el libro es otra cosa, pero eso es tan fuerte que termina atravesando todo.”
¿Qué puede ser esa “otra cosa”? Hay muchas pistas y ninguna certeza. La intuición de una familia grande y excéntrica: la casa patagónica a la que iban cada verano pertenecía a bisabuelos y se fue ampliando a medida que se agrandaba la parentela. Un pasaje del frío al calor, del sol a las rosas, del invierno al verano, del trajín a las vacaciones. Una mujer que está sola criando a sus hijos; ella es lo que queda, la presencia que se multiplica. Noches de soledad frente al lago pese a (o a causa de) la compañía: “No sé cuándo las comí/ Pero las uñas me dan vuelta en el estómago/ Como lucecitas en la oscuridad”. Recuerdos, finalmente, la memoria tan tramposa. Hace seis años, Guadalupe volvió a la casa del sur, que no visitaba hacía una década (el resto de la familia seguía yendo). Fue con los jeans que lleva su padre en la foto que abre Pozo de aire –está apoyado con una sola mano sobre el Renault 4 verde que se llama Correcaminos– y los pantalones provocaron revuelo. “Fue una especie de conmoción: toda la familia estaba ahí. Yo estudiaba y me la pasaba leyendo. Se me acercaba un tío y me decía: ‘Te veo con ese jean, estudiando, y me hacés acordar a tu viejo cuando venía a estudiar a mi casa’. Mi papá estudió Ciencias Políticas y cuando desapareció, Ciencias Económicas en la UBA. Y mi tío empezaba a contarme anécdotas. Y todos los demás también lo hacían. Pero cuando contaban la misma anécdota, los detalles del recuerdo no coincidían. Y me puse a pensar en la memoria y todo lo ficcional que se crea a su alrededor. Por eso las fotos son sensaciones, recuerdos medio vagos, todo está algo torcido... la memoria es así, está viva, está distorsionada.”
No es la primera vez que Guadalupe Gaona trabaja sobre la familia y la ausencia y los ambientes: en 2006 presentó Quieta, una muestra de fotos tomadas cuando se estaba desmantelando la casa de su abuela –la madre de su padre– que producía un efecto de extrañas escenografías, de algo cercano a una puesta de película de terror. Pero con Pozo de aire tuvo dudas acerca de mostrar estas imágenes y estos textos, de contar estos fragmentos; por qué hacerlo. “Es que yo no puedo contar la gran historia. Yo puedo contar la pequeña historia, y que esa historia se conecte con la historia del país. Armando este libro, que tuvo muchas instancias previas y fases, estuve conectada con los trabajos de Albertina Carri, Nicolás Prividera, Lola Arias, los cuentos de Félix Bruzzone... atenta a cómo ellos piensan los procedimientos de la memoria. Yo no quería nada vintage, nada retro, y tampoco el discurso rígido sobre los años ’70. Pero tampoco quería, por escaparle al relato o al cliché, hacer algo que no fuera sincero o no me representara, solamente por diferenciarme. Tuve que encontrar una forma de contar propia. Para eso me parecía que tenía que estar todo mezclado, los poemas, las fotos de infancia, las fotos de ahora. La historia se tenía que contar de todas las formas posibles y aún así iba a quedar llena de blancos. Y traté de que Pozo de aire fuera honesto. Que fuera mi lenguaje”.
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