Diego Capusotto en el papel protagónico de un abducido por el hippismo en el Uritorco. El director de Cha cha cha detrás de cámara. Un guión de Damián “Melli” Dreizik. El productor de Soy tu aventura. Y un elenco que incluye a Verónica Llinás, Alejandra Flechner, Luis Luque, Juan Carlos Mesa, Víctor Hugo Morales y un puñado de personas con aves bajo el brazo. Pájaros volando está en plena filmación en las sierras de Córdoba, y Radar viajó hasta allá para registrar la magia que está sucediendo delante y detrás de cámara.
› Por Martín Pérez
Desde Los Cocos (Cordoba)
Uno de los recuerdos más recurrentes entre el equipo de filmación de Pájaros volando es el de la tormenta que los sorprendió en medio de una jornada de rodaje. La recurrencia viene al caso porque, en esta noche que promete ser larga –algo que siempre sucede cuando se filma de noche, pero esta noche lo será aún más–, hay unas amenazadoras nubes apiñadas en el horizonte que entregan un curioso show de relámpagos que no se acerca ni se aleja, pero tampoco parece tener intenciones de detenerse. Y los que estuvieron ahí el día de aquella tormenta, dicen que justo así fue como empezó el asunto: con unas nubes relampagueantes e insistentes, que amenazaban con interrumpir el rodaje en cualquier momento. El director y su equipo hicieron entonces lo que marca el oficio: seguir filmando hasta cuando fuera posible. Pero al final de una toma, luego del consabido ¡Corten!, de pronto hubo demasiada calma. El viento había cesado, los rayos también. Lleno de suspicacia, un previsor Néstor Montalbano ordenó levantar el set de inmediato. “Enseguida se largó una tormenta que terminó inundándolo todo”, cuenta Luis Luque, que se apasiona con el recuerdo. “¡El agua me llegaba hasta la rodilla!”
Llegado a este punto, cabe aclarar que los testigos difieren. Hay quien dice que el día del agua hasta la rodilla es uno, y el de la tormenta que cortó súbitamente el rodaje es otro. Pero lo cierto es que el microclima de las Sierras Chicas cordobesas suele ser propicio a esa clase de arrebatos, dicen los que saben, que por lo general son los habitantes del lugar. Y también es cierto que si esas insistentes nubes decidiesen finalmente acercarse, no habría más rodaje en una noche que, si promete ser más larga que lo que generalmente son las noches en los rodajes, es porque Montalbano debe filmar casi cuatro minutos de película –una enormidad, explican– en medio de la nada. “Camino periférico de tierra”, precisa el guión. Ahí es donde reaparece José, luego de haber sido abducido por un plato volador. José es Diego Capusotto, la estrella de Pájaros volando. Desnudo, satisfecho y en paz, en el medio de esa nada José se encontrará con todos sus amigos. O, más precisamente, todos vendrán hacia él. Primero será una Harley Davidson manejada por un hombrecito pequeño y de traje, acompañado por un joven de calzas bastante ajustadas y llamativas. Después será el turno de un gorila hecho y derecho, inquieto por el resultado del partido de Boca. Más tarde llegarán su amigo Julio César, una policía interpretada por Alejandra Flechner, un Renault 4 lleno de calcomanías y pintadas esotéricas con Luis Luque y Verónica Llinás, y un desfile de personajes de pueblo que terminará con un destacamento de bomberos con autobomba incluido.
Todo eso debe filmar Montalbano esta noche, por eso es que la tormenta no debería suceder. Y no sucede. Lo dicho: el microclima de Sierras Chicas –donde nada casualmente reina el Uritorco– tiene ciertas particularidades. Como la de mantener toda una noche una tormenta relampagueando ahí, al alcance de la mano, como parte del paisaje. Mientras bajo los focos y ante la cámara, en un recodo del camino viejo que va a Capilla San Marcos, sucede otra magia, la cinematográfica. Una que tiene como epicentro a Montalbano, quien a los gritos de “¡Quiero filmaaaaar!” finalmente se ajustará al plan de rodaje. Y a un Capusotto en paños menores que, tapándose entre toma y toma con una coqueta bata, despliega todo su particular talento sin ningún esfuerzo aparente. Porque hace tiempo que el capocómico del país rockero que supimos conseguir –en tiempos en que ser rockero, así como el término país, han sido esterilizados y no significan demasiado por sí solos– parece haber descubierto los méritos de hacer las cosas a su tiempo. Y a su modo.
“A esta altura ya estoy grande y tengo algunos años en el medio como para saber dónde ubicarme”, dirá luego Capusotto con respecto a su relajada actitud ante el fenómeno de su más reciente programa televisivo, Peter Capusotto y sus videos, que no parece tener límite, y ya acumula un libro, radio, DVD y premios y más premios. De hecho, cuando el gran diario argentino entregó su estatuilla del año, Capusotto decidió no moverse de Córdoba aunque estaban dispuestos a fletarle un avión para poder ir y volver sin perder un día de rodaje. “Sólo haría eso en el caso de una emergencia, pero jamás por un premio”, confiesa en la tranquilidad cómplice de Los Cocos el hombre que sabe que la fama –o el rating, digamos– es puro cuento. Porque, asegura, hay programas que pueden tener mucho rating, pero que de un día para otro son reemplazados por otra cosa, porque su funcionalidad es ésa: reemplazar un éxito por otro. “La televisión siempre es masiva: cualquiera te conoce, cualquiera alguna vez te ve”, resume. “Pero el programa, en cambio, tiene aliados de algo que a nosotros también nos gusta ver. Así que, entre lo que tenemos ganas de hacer y lo que tenemos ganas de ver, se termina juntando algo mucho más potente que lo que señalan los puntos de rating, ese relato que hace la televisión de sí misma.”
Por eso los pocos programas del ciclo del año pasado (y este año que recién empieza será igual, adelanta). No por divismo, como se preocupan por aclarar tanto Capusotto como Pedro Saborido, el otro responsable del programa. Sino para proteger esas ganas, algo que la multiplicidad –libros, radio, DVD– también busca, en vez de obedecer a la necesidad de explotar algo efímero antes de que se termine. “La posibilidad de hacer algo que brille en televisión existe, pero en mínimas cuotas. Uno me parece que tiene que estar ahí, defendiendo esa posibilidad, o si no directamente tiene que estar en otro lado”, resume Capusotto, que tal vez sea –como se arriesga a proponer Verónica Llinás– algo así como el último gran sobreviviente de un linaje que comenzó en aquel under de los ’80. Un artista que en su momento de mayor estrella televisiva se pone –sin ningún vedettismo– al servicio de Néstor Montalbano, director con el que se conoce desde la época de Cha cha cha, y que no duda en calificar como parte suya. “Soy fiel a Néstor, no sólo por un lenguaje que compartimos sino también por la empatía humana que nos une”, dice Capusotto, ahora más Diego que Peter. Aunque ambos –actor y personaje– sean tan fieles a sí mismos que parecen uno solo. Con ustedes, entonces, Capusotto, el aliado. Y los más de cien pájaros –ya sea volando o, por qué no, volados– de la galera de Montalbano.
A la hora de presentarse como director, Néstor Montalbano elige contar que su infancia fue como la del chico de la película italiana Cinema Paradiso, pero en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires. “Miraba las películas desde la cabina del cine del pueblo y grababa el sonido original, para después hacer mi versión con el Cinegraph”, explica, evocando un extraño artefacto de lata con el que se podía jugar a proyectar películas, dibujando las escenas en una larga tira de papel casi transparente. “Creo que la primera que hice fue el Juan Moreira de Favio”, recuerda Montalbano, que asegura que su maestra de séptimo grado llegó a permitirle pasar sus versiones en el aula, para el resto de sus compañeros. En los cuidados storyboards que hoy dibuja para sus proyectos –una ayuda invaluable para todos sus colaboradores, las hojas fotocopiadas se multiplican– hay mucho de aquella pasión infantil por dibujar escena por escena sus películas preferidas.
Pero el fanatismo del pequeño Montalbano por el cine no se quedó en el papel, sino que ascendió rápidamente de categoría. “Pasé al Súper 8 haciendo trabajar a todo el pueblo para mis propias versiones de películas como El padrino, Rocky o El bueno, el malo y el feo”, se ríe el hoy director, de profesión panadero hasta que a los 25 años se ganó una beca en un Festival de Cine en Tandil, para ir a estudiar al hoy llamado Enerc. Aquella experiencia de tener que ingeniárselas para hacer actuar a todo 9 de Julio en sus películas tal vez sea la clave de la especial atención y el particular talento de Montalbano para trabajar con los personajes secundarios que pueblan sus películas, por lo general interpretados por habitantes del lugar. “No sé cómo hace para encontrar esa gente. Es un dotado”, se fascina Damián Dreizik, que además de formar parte del elenco, es autor del guión de Pájaros volando. Dreizik confiesa que todavía no puede creer, por ejemplo, que el que hace de su hijo en el rodaje sea en realidad el hijo de Carrizo, el ex jugador de Independiente. “¿Viste que siempre hay personajes que tienen un ave bajo el brazo?”, pregunta Verónica Llinás. Y enumera: “Un hippie con una gallina, un paisano con un ganso. Son imaginarios que se repiten. Siempre en sus películas aparecen esa clase de personajes, seres improbables y con evidente experiencia de vida, que además él sabe cómo manejar. A veces me da la sensación de que son las verdaderas estrellas de la película, que todo esto es un gran andamiaje para que ellos puedan estar ante la cámara”.
Aunque su currículum incluye premios en el festival de cortos Uncipar que se realiza todos los años en Villa Gesell y el Georges Meliés, gracias al cual fue becado en Francia, y la realización de un policial oscuro –una rareza en su carrera– como Cómplices, protagonizado por Oscar Martínez y Jorge Marrale (¿Fue como volver a 9 de Julio? ¡Totalmente!), el eje alrededor del cual comienza a girar la carrera de Montalbano supo ser Cha cha cha. “Ahí fue donde nos conocimos todos”, explica. “Desde el comienzo estaba claro que había algo especial ahí. Pese a que nos hacían grabar en La Plata, porque estábamos últimos en la lista de prioridades del canal. Aun así recuerdo que Eurnekian venía a ver grabar a Alfredo Casero, que los productores de los demás programas comentaban lo que estaba pasando. Y también recuerdo que fue muy fuerte cómo de un momento a otro todos los integrantes del grupo tuvieron una exposición importante, y en tres meses prácticamente les cambió la vida. Hay que tener un equilibrio para soportar semejante presión, porque eso es lo que tiene la televisión: destruye todo lo que sea genuino. Y aquello lo era”, recuerda Montalbano, que volvió a trabajar con Capusotto en Todo x 2 pesos, junto a Fabio Alberti. “Donde apareció lo que nos estaba faltando desde Cha cha cha: un guionista. Y ese guionista resultó ser Pedro Saborido.”
Cuando la televisión gastó aquel proyecto, como a esta altura del relato se debe suponer que es lo que se espera que suceda, se refugiaron en el teatro. “Ahí tomé conciencia del fenómeno que se había generado: vivimos durante 4 años de eso, recorriendo el país. Llenábamos cualquier teatro”, se sorprende aún hoy Néstor, que reunió por primera vez a Luis Luque y a Diego Capusotto en un proyecto querible llamado Soy tu aventura, un homenaje a las viejas películas para toda la familia que solía tener el clásico cine argentino, luego del cual Diego empezaría a armar Peter Capusotto con Saborido.
“Un tonto y una bestia, eso era lo que éramos juntos”, dice hoy Luque de su primera aparición dentro de semejante grupo humano. “Porque ellos son como una banda que toca una música. Y entonces yo estaba aprendiendo sus códigos. Pero nos divertimos mucho”, dice este experto en buddy movies, ya que luego hizo algo parecido junto a Diego Peretti en Tiempo de valientes. “Es que para hacer algo así hay que trabajar con el otro, y es algo que a mí me gusta mucho hacer.” Ex galancito devenido actor de carácter, Luque es una fuerza de la naturaleza. “Aún me acuerdo de cuando lo dejé: estábamos en Puerto Rico y me tiré en el piso del escenario antes de que se abriera el telón en un estadio lleno que coreaba el nombre de mi personaje: “¡Hu-go, Hu-go!”. “Muchachos, ésta es mi altura en este momento”, les dije a mis compañeros. Lo dejé todo y me la comí solito. La gente creía que me había vuelto loco, pero no me importó”, explica Luque, que luce un corte de pelo radical para Pájaros volando, donde interpreta a Miguel, un viejo amigo de José, el personaje de Capusotto. Juntos, José y Miguel supieron tener una banda de rock, pero Miguel un día desapareció de los lugares que solía frecuentar. Cuando reaparece, lo hace convertido en un hippie new age, convencido del fin del mundo y los platos voladores. Y comienza la película. Y se termina llevando a su amigo a vivir a las Sierras, cerca del Uritorco, por supuesto.
“Mirá esto”, dice señalando cómo ha quedado su cabeza. “A veces mi mujer me dice: ‘Loco, más suave’. Pero yo soy extremo. Y si lo hacemos, lo hacemos bien. Porque un actor deber ser bueno en el trabajo que viene y, para poder hacer eso, antes tenés que ser grosso en éste”, dice Pipo, un apodo cariñoso que le puso su hermano cuando era pequeño y no podía decir su nombre, y aún hoy carga consigo. Y acelera en la noche con un auto en el que suenan bien fuerte los Artic Monkeys. “Me los grabó mi hijo, que me arma un compilado nuevo cada vez que me voy a un rodaje”, dice el entusiasta chofer de Diego Capusotto y Verónica Llinás, para quienes ha terminado otra noche de rodaje.
Cada vez que se une Capusotto y Uritorco en la misma frase, por breve que sea, la respuesta del ocasional interlocutor es una sonrisa de satisfacción, anticipando –generosamente, sin ninguna reserva– todo lo que podría venir a continuación. Esa es la magia que produce la actualidad de Diego Capusotto.
Es algo que tiene bien en claro Marcelo Schapces, ideólogo de la película al frente de su productora, Baraka Cine. Periodista de rock en su más tierna edad, fanático de la historieta, director y productor, Schapces es el que más sonríe en un video que ilustra cómo Capusotto graba el tema de la película –que no desentonaría en un compilado del rock nacional más pesado de los ’70– junto a nada menos que David Lebón, que compuso la música. ¿A quién se le ocurrió la idea? A Schapces, por supuesto. Que también buscó inicialmente a Fabio Zerpa para que narrase, a imagen y semejanza de esas fábulas cinematográficas espaciales de los ’50, el prólogo del film. Pero nuestro ovniólogo oficial declinó cortésmente la invitación, y el lugar será ocupado –acaba de confirmarse– por Víctor Hugo Morales. Schapces dice que le gusta imaginar que tiene un toque, digamos, George Martin, a la hora de juntar gente. Después de todo, a muchos de los que trabajaron con él no les fue igual cuando reincidieron, sin George Schapces.
“Diego me contó que Lebón lo invitó a un ensayo de Pescado Rabioso, antes del show de Spinetta en Vélez. Y cuando lo vio llegar, Spinetta lo llamó maestro y no paró de hacerle reverencias”, cuenta Marcelo. “Ir al ensayo de Pescado es de lo mejor que me pasó en la vida”, se entusiasma Capusotto. “Pero lo que me hizo caer de culo fue que Spinetta tiene un sentido del humor bárbaro. Y unos personajes que son uno más gracioso que el otro. Por eso es que nos llevamos tan bien con los músicos. Porque lo que decimos del rock en Peter Capusotto no es nada que los músicos de rock no vengan diciendo desde hace rato de ellos mismos.”
Pero la anécdota de Pescado Rabioso en boca de Marcelo Schapces, en realidad, viene a cuento de ejemplificar el momento de gloria que actualmente disfruta Capusotto. “Mirá, yo sé que en este momento si les propongo tanto a Kirchner como a De Narváez si quieren aparecer en la película, estoy seguro que me contestan que sí”, exagera con una sonrisa, siendo consciente del ancho que tiene entre sus cartas. Pero lo que más lo deja satisfecho a Schapces es que sabe que no está produciendo la película de Capusotto, sino una película con Capusotto. Y, para él, ése no es un detalle menor. “Y al decir eso no estoy siendo ni un hipócrita ni un idiota”, señala. “Lo puedo decir porque antes hicimos juntos una película como Soy tu aventura. Y porque Montalbano tiene doce años de trabajo con Capusotto, la suya no es una relación que comienza ahora. Así que todo es muy natural. Y lo que naturalmente hicimos ahora, con Diego en un increíble pico de popularidad y todos mucho más instalados, es poner a punto un proyecto que nos permitiese reencontrarnos”, explica Schapces, que el pelo que aún conserva lo lleva largo, y mantiene una barba de una forma tan caprichosa que le otorga un aspecto de hobbit, y se llega a extrañar que no fume en pipa. Aunque la mirada lo delata, y detrás de ese aspecto relajado, como buen productor, algo siempre parece estar sucediendo.
Por ejemplo, el retraso de la firma de un cheque que obliga a empezar a pensar en ciertos malabares económicos, nada demasiado extraño en una producción cuyo costo total llegará a los tres millones y medio de pesos. Schapces explica que ese costo es un nivel industrial estándar, aunque aclara que últimamente las películas locales, para amortizar riesgos, acomodan su presupuesto para que coincida lo más posible con los subsidios, y por eso rondan el millón y medio, o los dos millones de pesos. “El presupuesto de Pájaros volando llega a un punto de equilibrio con una venta de 140 mil entradas”, revela Schapces, poniendo en números la actualidad de la figura de Diego Capusotto.
Pero tiene otros datos que le permiten soñar con los pies bien firmes en la tierra del productor previsor. Después de todo, cinco años atrás, con una película que el propio Schapces califica como no tan fuerte como ésta, llegaron a cortar 65 mil entradas. Y Baraka acusa un público de 100 mil espectadores –sumando la particular exhibición de la película y su venta en DVD– para el documental Luca, sobre el malogrado líder de Sumo. Así que queda claro que ese punto de equilibrio bien puede ser simplemente el piso que se puede esperar, hoy en día, de una película con –o de– Capusotto. De lo que el aludido apenas si se hace cargo. “Mirá, no tengo otra exigencia que seguir conectado con la gente que me interesa trabajar, porque siempre estoy mirando lo que viene. Es lo que me mantiene vivo”, explica Diego, que imagina un 2010 coronado por el estreno de Pájaros volando –anunciada para agosto, después del Mundial– y ya está pensando en volver al teatro para el 2011. Pero todavía hay tiempo. Algo que Capusotto parece tener muy claro. “Uno nunca tiene certezas de nada. Me acuerdo que cuando arrancamos con De la cabeza, por ejemplo, pensé que íbamos a durar un mes y estuvimos un año. Así que tengo claro que lo interesante siempre es poder hacer algo a partir de uno. Salvo que quieras hacer algo para ser famoso, y entonces lo que estás haciendo se va a terminar convirtiendo en otra cosa, porque lo que importa es seguir siendo parte del medio. Pero, como te digo, uno nunca sabe. Con Peter Capusotto nunca tuvimos certezas de nada, salvo de lo que estábamos diciendo y dónde lo estábamos haciendo. Lo que viene después no se sabe, y en ese misterio está lo interesante.”
Durante la parte final del rodaje cordobés de Pájaros volando –que se realizó antes de fin de año, y se completará en enero, con unas semanas en Buenos Aires– el centro de operaciones de la producción estuvo ubicado en Los Cocos, más precisamente en el hotel del Suterh de ese pequeño pueblo, situado a unos kilómetros de La Cumbre. Cerrado para la filmación, el hotel del Suterh es una construcción extraña, que desde afuera parece pequeño, pero se extiende de manera inesperada paredes adentro. Por eso tal vez es que todos los integrantes del equipo, al evocarlo, lo hacen teniendo en mente, lo más cariñosamente posible dentro de las circunstancias, la película El resplandor. Pero poco hay de macabro en Los Cocos, no sólo por semejante nombre sino porque, aunque aún no estemos en temporada, el verano ya está golpeando la puerta, y todo parece sonreír y convocar al descanso. “Lo que pasa es que antes de venir a parar acá, cuando estuvimos filmando en San Marcos Sierra estuvimos hospedados en unas cabañas que rodeaban una pileta. Y como entonces rodábamos de día, todas las noches había fiesta”, explicará uno de los productores. “Por eso este hotel se transformó en el de El resplandor. Porque en comparación de aquellas noches, esto es realmente de terror”, dirá nuestro informante con una sonrisa de resignación, mientras el frío viento de las sierras chicas cordobesas atraviesa su campera en una madrugada de rodaje al aire libre.
Otro detalle que también confiere un grado espectral a la vida diaria en el hotel es que es un sitio aislado, donde no llega señal de celular y mucho menos Internet. “Lost Cocos”, corrige de pronto alguien mientras esperamos la combi para volver al set, y el chiste se repite de boca en boca. Y de pronto Capusotto decide dar algo así como un ejemplo del proceso creativo del programa que hacen con Saborido, y dice en voz alta: “Qué bueno sería hacer un sketch que se llame Lost Beatles, y que sólo muestre a los integrantes del grupo llamándose entre sí, sin que ninguno conteste”. Y acto seguido pasa a dar unos pasos dubitativos de aquí para allá, repitiendo los nombres de los integrantes de Los Beatles, como si fuesen una pregunta cada vez más urgente: “¿Ringo? ¡Ringo! ¿Paul? ¡Paul!”. Las carcajadas se multiplican. Nadie se acuerda ya de la combi o del set. “¿John? ¡Jooooohn! ¡¡¡Georgeeeeee!!!”.
“Diego tiene una capacidad de humor increíble”, explica Verónica Llinás, que formó parte del elenco de Soy tu aventura y reincide en Pájaros volando. “Por suerte, esta vez no me toca ser la mujer de Luis Aguilé”, dice Llinás, evocando el toque kitsch de aquella película, y también su talón de Aquiles, ya que era tan respetuosa que terminaba siendo una película de Aguilé antes que cualquier otra cosa. Pero Verónica apenas si habla al pasar de Aguilé –con una sonrisa de alivio, eso sí– y confiesa que cada vez que está con Diego no para de reírse. “Me hace daño de cuánto me río, lo hago hasta que me duele el estómago. Es una característica suya, un don que tiene. Porque Diego no es gracioso sólo cuando trabaja, sino todo el tiempo”, explica, y calcula que el suyo es un humor casi único, propio de una forma de mirar el mundo muy particular. “Y que a lo largo del tiempo se fue afianzando y perfeccionando en esa particularidad, a diferencia de sus compañeros de generación.”
“Es el tipo más brillante y simple que conozco”, es la opinión de Luis Luque. Y lo resume en una frase: “¡No para de asociar jamás!”. “Siempre me gustó ser un saltimbanqui con mis amigos, siempre me gustó hacer reír”, reconoce Diego. “A lo sumo, a lo que hay que prestar atención es a no ser desmedido, porque si no te convertís en un pesado. Pero esto de provocar la risa siempre me pareció algo sagrado. Me hace sentir que hay algún sentido, porque la carcajada para mí es un hecho poético. Algo que nos desplaza de lo más horroroso de la realidad, nos corre a un costado y nos hace sentir que somos más que eso”, dice Diego, que también se desmarca, sin que nadie se lo pregunte, de la denominación de humor under, o humor nuevo, algo que parece haber escuchado más de una vez en entrevistas.
“Nunca supe qué significa el humor under, sinceramente. Y es algo que me dijeron mil veces. Pero yo creo que sí, es una denominación que tiene que ver con un espacio que estaba corrido de lo oficial. Pero nada más que eso. Porque de lo que nos estamos riendo es de lo que tantos se rieron antes de nosotros, como los Hermanos Marx o los Monty Python. De las normas conductivas, de la moral, de la hipocresía. ¡De sentirse un fantasmita acurrucado, intentando asustar a alguien sin que te salga! De la propia tragedia, del devenir, de la incertidumbre, de las palabras autorizadas. De todo eso uno se ríe, de cierta impostación por un modelo de conducta que uno no acepta, le desagrada y que combate. Así que no es una pose cuando digo que no hay humor under ni humor nuevo, porque creo que en realidad hay un lenguaje que nos une, hay empatías y hay enemigos. Es como tomar la posta de algo que ya se ha dicho, y hacerlo nos coloca en un lugar donde sabemos que hay un ejército del otro lado, que son nuestros enemigos, y que van a hacer lo imposible para que nosotros no digamos lo que decimos, y vivamos como vivimos. Porque no nos reímos como niños, como un tonto que mira una pared, mata hormiguitas y se ríe. Porque es lo único que sabe hacer y ése es su mundo. Cuando te estás burlando, sabés de lo que te estás burlando, y hay que ser consecuente con lo que uno está diciendo, porque armarse un personaje que dice cosas es fácil. Sobre todo cuando hay muchos que en realidad sólo quieren ser reconocidos, y a partir de ahí pueden tener un lenguaje revulsivo, pero todo es una gran mascarada, porque sos un chetito que te armaste de dos o tres frases y el único talento que tenés es hacerle creer a la gente lo que no sos, porque en realidad terminás saludando a los más malos, sin ningún problema, como si fueras parte del asunto.”
–... recién sonabas un poquito como Violencia Rivas.
–Ah, sí, tengo mucho de Violencia Rivas (risas.)
–¿Y se podría decir, entonces, que el humor de Peter Capusotto va en contra de todo eso?
–Sí, podríamos decir que sí. Es un humor festivo, y cuando hay fiesta uno no invita a todos, desde ya. Pero uno disfruta de su propia fiesta. Una fiesta con un humor que siempre es burlón. Y también compadrito, porque bancamos lo que decimos.
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