EZEQUIEL ACUñA Y EL REGRESO A LAS PELíCULAS DE LOS ’80
Con sus dos primeras películas, Ezequiel Acuña se reveló como un director muy joven con una sensibilidad particular para captar los infinitos matices, silencios y conflictos de ese infierno llamado adolescencia. Pero el tiempo pasó, y a los 33 años se adentró en un nuevo territorio: el de la amistad y la aceptación de la vida como es. Liberado de los dogmas del nuevo cine argentino y entregado al placer de las películas de los ’80 que lo formaron, vuelve a los cines con Excursiones, una oda a los amigos (presentes y ausentes).
› Por Mercedes Halfon
La relación con sus películas anteriores
Las películas de Ezequiel Acuña están sembradas de momentos donde la trama se diluye detrás de unas secuencias de puro movimiento. Siempre hay un cúmulo de agua cerca, un mar o un río donde la mirada de los protagonistas se hunde buscando algo, mientras la cámara flota muy liviana, como movida por alguna canción melancólica y pop. Filmada en un bellísimo blanco y negro, Excursiones retoma la historia de dos amigos ex compañeros de colegio, que el director ya había mostrado en el corto Rocío, allá por 1999. Los actores Alberto Rojas Apel y Matías Castelli son los mismos pero, previsiblemente, en este film tienen diez años más. Y no sólo los protagonistas crecieron. A pesar de ser una comedia, Excursiones muestra a Acuña mucho más maduro. Insiste en ciertos temas marcas de su cine, pero varía y avanza. A esas secuencias puramente visuales y acuáticas, les introduce un giro fundamental: ya no es sólo mar o río en movimiento lo que vemos, sino agua congelada en una pista de hielo donde los personajes se deslizan con suavidad. Ya no sumergidos en la profundidad, sino moviéndose sobre la superficie del agua.
Otra gran diferencia de Excursiones con las películas anteriores del director es que esta vez los protagonistas no son adolescentes. Esto es clave en el film porque determina que el ocio que practican –¿qué sería del cine moderno sin el ocio?– ya no es problemático. Al principio de la historia nos enteramos de que Marcos perdió su trabajo en una fábrica de golosinas y que Martín espera inútilmente que lo llamen para trabajar como dramaturgo. Aprovechando ese momentáneo “parate”, Marcos decide reencontrarse con Martín después de diez años y proponerle que retomen un monólogo que él había hecho en el secundario, y que hace tiempo quiere volver a interpretar. Así de insólita es la excusa para la reunión de estos amigos y tampoco el film se ocupa de disimularlo: Excursiones está hecha de esa clase de humor tierno y absurdo. Así es también la galería de personajes que acompañan a la dupla central, tan queribles como irritantes: la hermana de Marcos, una adolescente que anda en patines todo el tiempo y no tiene cabeza para estudiar (“para qué, si la prueba es múltiple choice, alguna adivino seguro”); el hermano de Martín, un rockero cachorro, intenso y torturado (“no creo en la suerte; creo en la pasión”); Maxi, un peculiar bailarín fanático del aeromodelismo; y Santiago, el director maldito por quien peregrinan hasta La Lucila, para mostrar la obra teatral en gestación.
Tal vez la explicación del mutismo que caracteriza a los personajes de Ezequiel Acuña sea que el tema recurrente en su cine es la pérdida. Cada uno de sus films trabajó con ese motor. En Excursiones también hay un faltante, un amigo con el que este dúo dinámico se convertía en trío, en la dulce adolescencia. Pero la pérdida aquí no se agota con el deambular con la angustia a cuestas. Marcos y Martín no están paralizados, sino todo lo contrario, quieren hablar, contar una historia, hacer, justamente, una obra de teatro. Aunque los intentos por llevar a buen puerto la mentada pieza estén destinados al fracaso. No hay caso, la obra pésima: “Entrás con la capelina”, dice Martín en uno de los ensayos que se muestran. “Con la capa”, le aclara Marcos. “Bueno con la capa, tipo principito infantil. Después te desmayás”. “Me muero”, corrige. “Bueno, te morís y decís el poema ese desde el piso”. “Bueno, sí, igual se entiende que el que habla es el espíritu del personaje”, cierra Marcos.
En su intención de ironizar sobre los modos de producción artística de Buenos Aires, Excursiones recuerda a UPA (2006), aunque sus objetivos son diametralmente opuestos. La voluntad no es la de mostrar la cocina de una producción, sino servirse de eso para hacer dialogar a los personajes, cada uno desde su mundo, proyectando hacia un sueño común, lleno de metáfora. El blanco y negro en el que está filmado coloca a Excursiones en la tradición de ese cine independiente inaugurado por Jarmusch. La poética visual que despliega en momentos como el musicalizado por La Foca, con Marcos y Martín moviéndose como dos títeres de su propia magia, parece decir que Acuña no necesita valerse de ningún cliché indie para demostrar su pulso de director con un imaginario consumado, una emotividad directa y triste. Por eso, a Acuña no le tiembla el pulso al mostrar a los dos amigos en mil situaciones prácticamente “codo a codo”: charlando en una terraza, caminando por un bosque, desayunando, sacándose fotos, jugando al ping pong, haciendo trucos de magia. Una amistad contada como una historia de amor.
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