Domingo, 17 de enero de 2010 | Hoy
RESCATES >UN PEQUEñO TRIBUTO A LA INMENSA BARBARA STANWYCK
De cara imperfecta (que le abrió la puerta a papeles originales), de piernas esculturales (que le permitió abrir películas sólo con ellas) y de talento inmenso (que le ganó comparaciones con Bette Davis, Ingrid Bergman y Katharine Hepburn), Barbara Stanwyck es una de las grandes actrices del cine clásico y una de las mujeres más fatales que dio el film noir. A 20 años de su muerte, dos películas le rinden tributo la semana que viene. José Pablo Feinmann aprovecha la ocasión para recorrer vida y obra de una de sus pasiones predilectas.
Por José Pablo Feinmann
No se puede decir nada acerca de su grandeza porque todo será escaso, mezquino. Uno no sabe cómo empezar a escribir sobre esta mujer. Era formidable para todo. No hubo nada que dejara por hacer. No hubo nada que no haya hecho de modo superlativo. Se le puede decir “la más grande actriz que jamás ganó un Oscar” (le dieron uno honorario recién en 1982). Se le puede decir “la mujer más hermosa del mundo, aunque nunca lo haya sido”. Se le puede decir “La Reina”. Lo que se quiera. ¿Por dónde empezar? Por donde empieza Billy Wilder en Pacto de sangre: por sus piernas. Barbara tenía unas piernas exquisitas. Y las lucía exquisitamente. Toda mujer que tiene hermosas piernas lo sabe. Y ese saber le otorga la libertad de mostrarlas tanto como se le dé la gana. “Vea, mister Wilder: mis piernas son magníficas. ¿Por qué no empieza con un plano de ellas mientras bajo la escalera?” El pícaro Billy, como si realmente dudara, dice: “¿Podrías mostrármelas, Barbara?”. ¿Qué opinan que hizo la Stanwyck? Le bailó un charleston ahí mismo y su pollera trepaba alto con cada voltereta y mostraba lo que debía cubrir. “Son muy buenas”, dice Wilder. “¿Sabes qué haremos? Te colocarás una pulsera alrededor de ese tobillo tan fino y terso que tienes.” Así la vemos bajar la escalera en Double Indemnity.
Barbara era la más completa. Era más linda y más sexy que Bette Davis. Poseía, además, un enorme talento para la comedia, del que carecía la gran actriz de La carta. Era más densa, más abismal, más perversa que Kate Hepburn. A Joan Crawford la dejaba muy atrás y sin esforzarse. La Bergman era diferente. Eran incomparables. Pero es su más seria competidora. Después de todo, ¿para qué elegir? Están las dos. Y están todas. Porque no hay una que no tenga lo suyo. Hasta la Crawford. (En Johnny Guitar: “Dime una mentira. Dime que me amas”, le dice Sterling Hayden; y ella, con cansancio, aburrida, le dice: “Te amo”.) Vivien Leigh sólo hizo dos películas: la de Scarlet O’Hara y la de Blanche Du Bois, ésa en la que Marlon Brando grita “¡Stella!” con una camiseta y unos músculos que enloquecieron al universo femenino. En los ’50, la Susan Hayward de Lloraré mañana y La que no quería morir le anda cerca.
Barbara, de jovencita, era tan sexy que podía enloquecer a cualquiera. En Baby Face –un film de 1933 no deteriorado por el Código de Censura Hays... ¡y cómo se nota!–, Barbara, con sólo 26 años (había nacido en 1907), con una carita de niña inocente que, sin embargo, no ahorrará un solo recurso por trepar en el mundo de los negocios, desvanece a la platea pasando de piso en piso hasta la cumbre. Cada piso es un affaire, un hombre. Y ella con esa carita, esa baby face que a todos engaña. Al que la vea aquí y diga que no es hermosa se le prohibirá hablar de mujeres durante el resto de sus días. Sigue haciendo películas. Se casa con un actor que carece de talento, algo que al lado de Barbara se torna demasiado visible. Se sabe: pocos tipos toleran que su mujer los supere. No lo toleró Frank Fay. De esta tormentosa relación, William Wellman extrajo el argumento de A Star is Born (Nace una estrella), que tuvo varias versiones. Me quedo con la de Judy Garland y James Mason. Barbara sigue adelante. En 1941 hace una comedia tan deleitable como se la ve a ella: divertida, libre, bailarina de conga. La dirige Howard Hawks. Son un montón de profesores que quieren aprender slang para una nueva enciclopedia que están preparando. La profesora será Barbara. La escena en que les hace bailar la conga es desopilante. Qué actriz, qué talento para la comedia. Antes había hecho la obra maestra de las screwball comedies: The Lady Eve, dirigida por el muy talentoso Preston Sturges, a quienes algunos dan por olvidado. Miren, no pierdan el tiempo: todo está olvidado. Pero no por completo mientras existamos algunos empeñados en recordar la grandeza. Sólo The Awful Truth (que lleva en español el tonto título de La adorable puritana) puede igualar holgadamente a The Lady Eve porque sólo la gloriosa Irene Dunne (¡qué mujer divertida, qué actriz!) y el delirante de Cary Grant podían competir con Barbara y Henry Fonda.
Y por fin llegamos a 1944 y Barbara encara el papel que la hará inmortal. De la mano de Billy Wilder, con un guión de Raymond Chandler basado en una novela perfecta de James M. Cain y con un Fred McMurray asombroso, Barbara plasma –antes que nadie– a la mujer-perdición del film noir. Rubia, con los movimientos precisos, sexy, prometedora y asesina. El esquema es el de las dos novelas clásicas de Cain: pareja de amantes ardientes que deciden matar al marido de ella. En la escena del crimen, Wilder pone la cámara en la cara de Barbara y es por su expresividad que adivinamos lo que sucede. Su mínima expresividad. La suficiente.
En Clash by Night, el mejor film que Fritz Lang hizo en Hollywood, Barbara se topa con otro grande de la maldad cinematográfica y del genio actoral: Robert Ryan. Componen una pareja de desesperados, compulsivos del sexo, traidores, él de su amigo, ella de su esposo, que es Paul Douglas y sale airoso frente a esos dos gigantes. La escena en que Ryan la agarra, la lleva hacia él, la besa y Barbara mete su mano bajo la camiseta de ese macho que desea y le clava las uñas y esa mano se mueve y busca, en tanto él la presiona contra su pecho y le rompe los labios, es una de las más ardorosas que se pueden ver en las pantallas. Son, por si fuera poco, dos personajes desagradables, que se odian a sí mismos porque no ignoran su bajeza y el mal que hacen a los demás. Gloriosa película. Por Fritz, por Barbara y por el gran actor olvidado o semiolvidado de Hollywood, Robert Ryan.
Luego la encasillaron a Barbara y siempre hizo chicas muy malas. En esa del petróleo en que engaña a Anthony Quinn con Gary Cooper. Una que dirigió el argentino Hugo Fregonese: Viento salvaje, en que Frankie Laine cantaba y la cámara seguía a Barbara que iba en su caballo a un galope desesperado. En Los malos y sus mujeres, cuando la enorme mansión del ranch se incendia y Edward Robinson tiene que bajar la escalera ya mismo o se quema vivo, pero el pobre tipo es paralítico y necesita sus muletas, que intenta alcanzar. No, Edward. Aparece Barbara, agarra las muletas, él le ruega que se las dé y ella, en la cima de su maldad... las tira al fuego y se raja. También hizo Forty Guns, que dirigió nada menos que Samuel Fuller, una de bajo presupuesto, pero Barbara se vestía de negro y galopaba en un caballo blanco y su nombre era Sierra Nevada Jones. Lo escuché a Bob Doryan –hace años en American Movie Classics– diciendo: “Oh, I love that name!”. Luego la reunieron con Ryan de nuevo, pero la peli fue un bodrio infernal: Escape to Burma (Aventura en Birmania, algo así). Filmada en el backyard del estudio, con unas plantas de plástico y monos traídos de urgencia de algún zoológico. Su último film lo hace con William Castle (que no era Preston Sturges ni Billy Wilder, pero sabía entretener) y con su ex marido Robert Taylor. Es un bodrio que a algunos atrae. Luego se mete en la TV y nadie la olvida con el pelo plateado y su potencia de siempre como la matriarcal heroína de The Big Valley.
Ahora le decimos adiós a Barbara, o hasta cualquier momento en que pongamos un dvd suyo en nuestra tele y... ¡Un concurso cinéfilo que sólo Radar puede ofrecerle!
Sin duda, la gran actriz que hemos homenajeado ofreció en Pacto de sangre la primera muestra de la villana del film noir. Pero, ¿fue la mejor? Grave problema. Hubo muchas y muy buenas. A cada una la vimos insuperable en el film que le tocó en suerte. Entonces...
Gran encuesta: ¿Quién es la mejor heroína en la historia del film noir? Nuestra lista –que no va por orden de preferencia sino a medida que se nos vienen a la memoria– es la que sigue:
Jane Greer en Out of the Past.
Virginia Mayo en White Heat. (Para juzgar el gran trabajo de la Mayo en este film –junto a Cagney– hay que ver la versión en que ella se saca el chicle de la boca y lo pega contra un árbol –creo que es un árbol– y le arroja sus brazos a Steve Cochran y le da un besote casi porno. Fue reemplazada –en versiones “para el hogar”– por otra en la que es él quien se saca el chicle. Desde luego: cuando es la Mayo la que se saca el chicle, nos está diciendo: “Hago esto para meterle mejor mi lengua en su maldita boca, que me atrae hasta la perdición porque estoy engañando a Cody (Cagney) que está totalmente loco”.)
Jan Sterling en The Big Carnival o Ace in a Hole.
Gloria Grahame en The Big Heat.
Lana Turner en The Postman always Rings Twice.
Jessica Lange en la remake de la anterior, por Bob Rafelson.
Kathleen Turner en Body Heat.
Mary Windsor en The Killing.
Marilyn Monroe en Niagara.
Jean Peters en Pick up on South Street.
Gloria Grahame en Sudden Fear.
Barbara Stanwyck en Double Indemnity.
Barbara Stanwyck en The Strange Love of Martha Ivers.
Peggy Cummins en Gun Crazy.
Rita Hayworth en Gilda.
Rita Hayworth en The Lady from Shanghai.
Jean Wallace en The Big Combo. (Recordar la escena sexual con Richard Conte, razón por la que se gana ser mencionada en esta lista de lujo.)
Cyd Charisse en Party Girl.
Cyd Charisse en Girl Hunt. El ballet de The Band Wagon: la chica del vestido rojo. El ballet se inspira en Mickey Spillane.
Ann Savage en Detour.
Jean Hagen en The Asphalt Jungle.
El Premio Mayor será: una noche de amor con la que usted elija. Barato para nosotros, caro para usted. Sí, porque están todas muertas (a excepción de Jessica Lange). Hasta Kathleen Turner, que no se la vio más. Pero, ¡qué importa! Algo quedará en esas cenizas del glamour que alguna vez tuvieron. Sólo es cuestión de revolver un poco y buscar. Vamos, a votar se ha dicho.
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