Domingo, 17 de enero de 2010 | Hoy
DVD > BATTLESTAR GALACTICA: LA CIENCIA FICCIóN EN SU MEJOR FORMA
Por Rodrigo Fresán
Alcanza con hojear las 836 páginas de la Encyclopedia of TV Science Fiction de Roger Fulton para comprender que la televisión y el cosmos siempre, desde el principio, se llevaron bien.
Y no es raro: después de todo, en su momento, el aterrizaje del televisor en las salas de nuestros hogares tuvo algo de hito sci-fi. Un artefacto que abría puertas a otros mundos. Un ojo que todo lo ve mientras lo miramos. El paso del vidrio al plasma y del formato pequeño y cuadrado a las pulgadas cada vez más numerosas de un rectángulo plano no han hecho otra cosa que fortalecer ese vínculo futurista en nuestro presente continuo y sin límites.
De ahí, tal vez, los motivos para que la caja más robótica que idiota haya optado –en lo que a ciencia-ficción se refiere– por vistas panorámicas del espacio exterior más que las postales paranoicas del espacio interior. La space opera volando muy por encima de la conspirativa música de cámara en la que los verdaderos alienígenas –pensar en Philip K. Dick o en J. G. Ballard o en William Gibson– son los cada vez más inhumanos seres humanos.
Así, un paseo por la guía de Fulton nos hace entender casi de inmediato que buena parte de los clásicos o hits del asunto siempre han tenido que ver con naves espaciales o extraterrestres de variable catadura moral: Star Trek, Los invasores, Alf, Dark Skies, V, Perdidos en el espacio, Dr. Who, Los Supersónicos, Stargate, Los expedientes X, Mi marciano favorito o los derivados televisivos de la tontería Star Wars –tripulaciones y familias con vestuario un tanto absurdo, lagartijas erectas, intrigas interplanetarias, malos con máscara/casco y problemas de bronquios y conjuras gubernamentales– dejando un mínimo espacio a los misterios insondables del infinito de la mente a los mejores episodios de The Twilight Zone.
Hasta que aterrizó Battlestar Galactica y nos puso en órbita.
RECUERDOS DEL FUTURO
Y no me refiero aquí a su primera encarnación de 1978 –seguramente inspirada por el éxito universal de la saga de George Lucas, con Lorne “Bonanza” Greene como uno de los protagonistas–, sino a la versión corregida y aumentada y muy mejorada que comenzó a emitir el Sci-Fi Channel en el 2003 como miniserie y, debido a su éxito, como serie de larga distancia desde el 2004 hasta nuestros días prolongándose marcha atrás en Caprica (inminente prequel de la que ya hay un excelente piloto) y la versión-alternativa-desde-el-otro-lado en el formidable unitario The Plan.
Entonces Battlestar Galactica como milagro cósmico. Un objeto volador no identificado en el que creer ya desde su episodio piloto. Una obra maestra que viaja hasta el hace poco impensable prodigio de hacer comulgar el afuera con el adentro y reeditar el duelo filosófico entre el hombre y la máquina. Algo que, probablemente, no ocurría con semejante profundidad –porque nadie se atrevió a intentarlo otra vez– desde esa catedral que es 2001: A Space Odissey de Stanley Kubrick. Porque, sí, en Battlestar Galactica están las formidables naves espaciales (la paradoja ambiental de ambientes muy cerrados y tan pequeños flotando en la inmensidad del todo y la nada) y la absurda jerga high-tech de inmediato asimilada por el espectador. Pero, también, están la física y la metafísica, los dilemas religiosos politeístas hindu-olímpicos y las conspiraciones políticas, la tensión constante entre militares y civiles, la guerra de sexos, los amores fatales, una oscuridad que en ocasiones incomodó a la cadena televisiva (tal vez esperando algo más vistoso e inofensivo como Avatar) y, por encima de todo, la relación amor/odio entre los creadores y sus criaturas.
SIEMPRE ES DIFICIL VOLVER A CASA
En Battlestar Galactica –ganadora de varios y merecidos premios entre los que se cuentan varios Emmy, un puñado de especializados Hugo y la bendición de Time como la mejor serie del 2005, temporada que incluyó el justamente admirado episodio doble “Pegasus”–, los “malos”, los “de afuera”, los cylons son fabricados por el hombre. Frankenstein revisitado. Androides que se sublevan y que luego de un exilio de cuatro décadas, después de una larga tregua, deciden regresar y aniquilar las zodiacales doce colonias de Kobol donde se han afincado los terráqueos. La destrucción es casi total y los sobrevivientes parten en un puñado de naves con la ya vetusta y museológica Battlestar Galactica al frente en busca de la Tierra de la que partieron hace tanto tiempo y que, de pronto, se convierte en legendario y esquivo Planeta Prometido.
Y en el ya mencionado The Plan, se nos devuelve al principio de la historia (los días previos a la destrucción de las doce colonias) pero esta vez desde el punto de vista y de láser de los humanoides cylons.
Y, suele ocurrir, nos enteramos que no todo era exactamente tal como nos lo habían contado.
Y si Battlestar Galactica era mística/militar, Caprica será –a partir de este enero– familiar/corporativa narrando las idas y vueltas en los clanes de los Graystone y los Adama así como los conflictos ético-filosóficos de ponerse a resucitar a los seres queridos muertos. Pensar en Caprica como en una suerte de curiosa y lograda Dallas/Dinastía. Y, sí, todo empieza con una explosión terrorista y fundamentalista y termina (por ahora) con la génesis de la palabra cylon.
Y, de acuerdo, en Battlestar Galactica y en todas sus variantes abundan las magníficas escenas de batallas entre las naves humanas y las naves cylon para felicidad de retro-tradicionalistas. Pero lo que aquí importa –con una densidad dramática similar a la de The Wire o The Sopranos o Six Feet Under– es el juego de relaciones entre esa especie de Ahab a pesar suyo que es el comandante William Adama (Edward James Olmos), la súbita presidenta agonizante Laura Roslin (la gran Mary McDonnell), los pilotos de combate Lee “Apolo” Adama y Kara “Starbuck” Thrace (la tomboy summa cum laude Katee Sackhoff), el maquiavélico científico Gaius Baltar (el sinuoso James Callis, acaso demasiado parecido a Jim Carrey) y los cylons “evolucionados” que han suplantado el metal por la piel (y, hay que decirlo, canjeando las angulosidades del acero por las carnales curvas pulposas que remiten al costado pulp del género destacándose la rubia y múltiple Número Seis Tricia Helfer). Todos ellos poniendo en escena lo que resulta casi evidente desde el principio: Battlestar Galactica es una versión alternativa y una tan furiosa como eficiente crítica y relectura de la actual guerra de Irak.
Y –entre unos y otros, entre la inteligencia humana y los cerebros artificiales– lo más interesante de todo: una variación sobre el shakespeareano ser o no ser con mortales humanos politeístas que no saben quiénes son los cylons a pesar de haberlos inventado y resucitadores cylons monoteístas que sólo quieren ser como los humanos, pero mejores.
Así, se experimenta ese momento maravilloso a finales del tercer año. Allí, varios de los protagonistas más queridos y sensibles y humanos de la serie descubren, de pronto, que en realidad siempre fueron cylons al ser súbitamente activados por una canción/despertador. Letra y música que todos escuchan dentro de sus cabezas y que no son otras que las de “All Along The Watchtower” de Bob Dylan abriendo todo un continuum de nuevos enigmas e interrogantes que se cierran hermética y perfectamente –sin hacernos sentirnos perdidos– luego de cuatro temporadas destinadas a resistir los embates del espaciotiempo con sorprendente final donde resulta que el futuro quedaba más lejos, mucho más de lo que se pensaba después de tantas preguntas.
La respuesta, mis amigos, está flotando en el espacio.
Battlestar Galactica se editó en dvd y se consigue en disquerías y lugares de venta especializados.
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