Domingo, 14 de febrero de 2010 | Hoy
Hace casi 20 años que conduce La venganza será terrible, el programa que ya es un mito: el más escuchado de la noche, sin duda iniciático y entrañable para sus oyentes. Acaba de mudarse con su equipo a Radio Nacional, al mismo tiempo que reedita Lo que me costó el amor de Laura, una opereta criolla agotada hacía años, en la que participan artistas como Mercedes Sosa, Sandro, Joan Manuel Serrat, Horacio Ferrer, Les Luthiers y Ernesto Sabato. Además, está escribiendo una extensa novela, y sigue ubicándose en un lugar tan popular como marginal, desde el que observa con lucidez el campo cultural, la coyuntura política y sus múltiples mediaciones. En esta entrevista con Radar Alejandro Dolina habla de Borges, de por qué la presencia del público es fundamental para su programa, por qué le interesan tanto el tiempo y el amor, y qué significa para él vivir intensamente.
Por Natali Schejtman
No todos tuvieron la suerte de haber sido contemporáneos al momento activo de Borges. Alejandro Dolina tuvo ésa y otra suerte más: no sólo era su joven y asiduo lector sino que también fue el único colado permitido en una serie de selectísimas entrevistas radiofónicas que llevó a cabo Antonio Carrizo, para después recopilarlas en el libro Borges el memorioso. Al joven Dolina lo dejaban entrar, gracias a un organizador que lo tenía en simpatía. El plantel era mínimo: estaban el escritor Roy Bartholomew, amigo de Borges, que lo acompañaba y lo traía de la casa; Carrizo y Carlos Rey, el productor. “Todos encerrados ahí, todos los días durante un mes. Y era una entrevista de Carrizo, no era que preguntaba cuál era su color preferido. El tipo por ahí empezaba a recitar sus propios versos y comentaba cada línea y explicaba por qué era esa línea y no otra y cómo pudo haber sido, y por qué estaba mal y cómo él después la había modificado.” Esas eran las entrevistas. Después venía la tertulia: “Tuve la ocasión de conocer después de cada grabación a un Borges muy simpático, muy decidor, muy gracioso. Siempre muy amable. Le gustaban mucho los versos puercos, siempre citaba alguno. Decía cosas como: ‘Parado en las cinco esquinas / con toda mi complacencia, / por ver si te rompo el culo / voy haciendo diligencia’. Es curioso: creo que había un dejo de demagogia en Borges, es raro advertir eso en Borges. Con nosotros él tenía alguna deferencia, como la de permitirse hablar directamente mal de la obra de algunos escritores, cosa que él solía no hacer públicamente. Nos decía siempre después del reportaje: ‘Bueno, ahora que estamos entre amigos, escuche ese verso’. Y recitaba un poema de alguien que no voy a nombrar –si él tuvo la prudencia de no hacer pública su opinión, yo también la voy a tener–. Entonces recitaba ese verso y decía: ‘No hay derecho’”.
Tic tac del amor
Disparemos una ilusión: de haber estado vivo, seguramente Borges habría participado en Lo que me costó el amor de Laura, aquella opereta criolla editada en el año ’98 y reeditada en estos días, en la que participan afamadas figuras de la cultura castellana, como Mercedes Sosa, Les Luthiers, Baglietto, Serrat, Sandro y Sabato, con Julia Zenko como Laura y Dolina como el desdichado Manuel, un hombre que sucumbe ante el resplandor de una mujer de dudosa franqueza, quien lo obliga a encontrar una llave para acceder al preciado fruto de su amor. Esa llave no se consigue fácilmente: deberá adentrarse en el Barrio del Dolor y seguir las pistas de los enrarecidos habitantes, que lo guiarán en su búsqueda. Ah, un detalle: a cambio de cada información brindada, Manuel pagará con tres años de su vida. Las paradojas del amor, dicen.
La opereta se agotó inmediatamente después de salir, y se reeditó. Volvió a agotarse, para entonces aflorar en su circulación pirata. Eso, en parte, inspira este relanzamiento. El habla sin euforia o quizá sin el entusiasmo de una obra nueva: “A mí es una obra que me gusta, es curioso porque yo escribí estas canciones y estos textos casi motivado por cuestiones sentimentales. Pasado el tiempo, me parece que la musa se va y la obra queda. Estoy despegado de lo que inspiró esta obra, pero estoy contento, eh. De ambas cosas: de haber vivido un episodio amoroso, sí; de que haya terminado también; y de la obra también”.
Viajando en la máquina del tiempo (ese que desvela metafísicamente al autor) llegamos a finales de los ’90, y podemos reconstruir cómo un Alejandro que había conocido marginalmente a Borges ya era el gran Dolina, y conseguía para su obra musical firmas de las grandes ligas que le arrancaban la vida al pobre Manuel. En el caso de Joan Manuel Serrat, a quien escuchamos como un dulce guardián del barrio, la grabación de su track se realizó en Barcelona. “Yo lo conocía a Serrat. El tenía algunos amigos acá en Buenos Aires a los que visitaba cuando venía. Y creo que había leído algunas cosas de El Angel Gris, y le dijo a alguno de estos amigos en común que por qué no me invitaban a alguna de estas cenas que ellos hacían, y así fue como nos conocimos. Después nos encontrábamos cada vez que él venía. Entonces le pregunté si no quería grabar una canción.” La historia de cómo llegó Sandro es curiosa: “En la época en que él lo grabó estábamos bastante amigos con Sandro, quiero decir, nos veíamos bastante seguido. El estaba aburrido, yo no sé por qué, nunca supe por qué. Entonces me llamaba todas las tardes. Un día me propuso que escribiéramos un espectáculo para José Angel Trelles, que es un cantante fenómeno, después participó en la puesta en escena de la opereta. Entonces nos reuníamos en la casa de Sandro: Pepe Trelles, Sandro y yo para escribir cosas, un espectáculo que quería hacer Trelles, qué sé yo. Escribíamos tres líneas y después empezábamos a hablar macanas. Y después durante una larga época me llamaba todas las tardes, para charlar un rato, para contarme algún cuento, para hacerse pasar por un tipo que tenía un coche muy viejo, fingiendo que yo era el dueño del taller mecánico donde él lo tenía. Siempre empezaba así la charla: ‘Habla el muchacho del Packard’, decía... Estábamos muy aburridos los dos. Entonces, en esa época, justamente yo empecé a grabar las cosas de la opereta y le pregunté si no quería grabar un tanguito que yo tenía; se lo acerqué grabado por Rolón, un poco imitándolo a él. El no estaba tan bien de salud en esa época, tenía algunas dificultades para cantar y lo hizo igual, en un gesto muy amistoso”, cuenta.
El vengador
Al borde del día, Dolina le habla al país, atornillado en su horario diario de 0 a 2. En La venganza será terrible, ciclo que conduce hace alrededor de 20 años y que acaba de hacer pie en Radio Nacional, las elucubraciones sobre temas varios, las preguntas inexploradas y la improvisación picante y sonante se oyen infinitos. Eso va desde canciones sacadas de oído y alteradas en sus letras hasta situaciones representadas en las que de repente los personajes cambian. Se ve que ésa es otra de sus obsesiones: la famosa astucia de la razón, que te puede llevar a sostener una cosa, y también otra. Yendo más lejos, en Las crónicas del Angel Gris, Dolina proponía esa costumbre diatribalera. Decía en “El arte de la discusión en el barrio de Flores” que el círculo de Discutidores Profesionales había logrado tanta locuacidad, que iba por otros barrios para discutir como visitantes, con hinchadas y todo. Pero, claro, la gracia estaba en que de repente había que cambiar de bando. El que defendía la condición independiente de la mujer, agarraba como bastión su innegable y necesario confinamiento a las tareas domésticas. Es fácil rastrear esta fantasía en la parte improvisada de la reunión masculina de cada noche: “Hay algunos recursos que utilizamos que son muy propios de La venganza... el principal de los cuales es la inconstancia de los sujetos, el que empieza siendo el marido termina siendo la mujer, o de golpe el farmacéutico se convierte en su propio cliente, o en medio del asunto volvemos a ser los que hacemos el programa. Eso lo saben todos, es un recurso y un anclaje al que hay que ir”.
Decir que el programa es un clásico sería una frase tan correcta como trillada. Y de paso minimizaría el lugar dinámico que adquiere en el marco del espectáculo argentino. Es, acaso, un lugar parecido al de su mentor y protagonista. Un multiartista filoso en su pensamiento y amoroso en sus divagaciones. Por algo será que muchos adolescentes curiosos obtienen su rito iniciático en la errancia nocturna gracias a su programa. Hasta se podrían encontrar coincidencias entre la mística dolinesca y la que Cortázar vaporiza desde sus libros más emblemáticos. Quizás ambos propongan un mundo lejano, fantástico, romántico, que se convierte en posible en el momento en que ellos lo relatan, donde las historias y cierta rebeldía (que empieza por andar de noche) tienen el color, el sonido y el aroma que podríamos suponer, y están llenos de detalles que desconocemos.
Dolina acaba de mudar su programa de radio después de una inesperada decisión por parte de Radio 10 de no renovarle el contrato, lejos de sus expectativas y a pesar de la consabida enorme audiencia que lo escucha (a tal punto es así que alguna vez una vieja casa del programa repitió emisiones viejas de La venganza, mientras el Dolina del presente hablaba en su nuevo dial). Ahora, en Radio Nacional, Dolina utiliza su viejo Auditorio para ubicar al público, tan parte del programa como los conductores. La vieja radio era así, con orquesta en vivo, pero los estudios modernos fueron perdiendo ese espacio. Eso podría explicar la curiosidad que despertó cuando comenzó con su programa Demasiado tarde para las lágrimas, a mediados de los ’80, con Adolfo Castelo en radio El Mundo, y también, en parte, por qué una empresa puede llegar a pensar dos veces antes de comprometerse a pagar las comodidades espaciales que el público necesita: “Lo que hacemos nosotros es eso, es una función, casi teatral; o sea que sin el público, no hay lo que hacemos nosotros. Es decir, yo podría prescindir de la radio, pero no de público. Lo que estoy tratando de decir es que a lo mejor no es un programa de radio. A lo mejor es una elemental forma de improvisación teatral, que casualmente se transmite por radio. Pero incluso nosotros cuando hacemos nuestras charlas, nuestras canciones, etcétera, nos dirigimos al público que está presente. Estamos pensando en el que está ahí, y miramos al que está ahí y hacemos todo para el que está ahí. Después viene la radio y, como quien transmite un partido de fútbol –mejor sería todavía pensar un concierto–, lleva eso al oyente, pero lo lleva incompleto, por lo que Dubatti llama el convivio, es decir, ese fenómeno de interacción que se produce entre el público y el artista. El público va a ver al artista en acción, eso es lo que va a ver, y eso se pierde en la radio. Quedan los textos, quedan las canciones y queda la imaginación del oyente que dice: ‘Uy, se estarán riendo de algo, un día de estos voy a ver de qué se trata’”.
La reubicación que hace Dolina, conduciendo al programa de radio a la categoría de experiencia, suma mucho al aura del momento. En todos estos años, el programa, por el que pasaron iluminados Stronatti, Jorge Dorio (ahora de vuelta), Gabriel Rolón, Elizabeth Vernaci, Gabriel Schultz y Patricio Barton (actualmente), entre otros, fue cambiando y a la vez afianzándose. Hoy es una opción única en la radio. “No es que uno dice: ‘Mañana vamos a hacer los siguientes cambios’, creyendo que va a cambiar algo. Entonces lo que iba adelante lo ponemos atrás. Cambian todas las cortinas, cambia el nombre también y es lo mismo de siempre, pero armado de distinto modo. Yo prefiero otra clase de cambio. Prefiero que el programa se llame siempre igual, que empecemos de la misma manera, pero que sin embargo digamos todos los días cosas distintas, de distinta procedencia. A lo largo del tiempo se va notando un avance, un retroceso, un cambio de rumbo. El programa es menos divertido de lo que era antes, pero también es más complicado, más complejo. Fue más actoral cuando estuvo Coco Silly, es más musical ahora que están los chicos: Moreira, con mis hijos, con Gillespi. La música es mucho mejor que antes. Es, a lo mejor, menos gracioso que cuando empezamos con Adolfo, porque era todo nuevo en ese entonces, incluso el código, y ahora no. El código no es nuevo. Incluso hay que vulnerarlo, antes era un código que vulneraba el código general, ahora es un código que nosotros mismos tenemos que vulnerar. Es decir, sucede algo parecido a lo que sucede con la historia misma de la novela policial, donde el público se va haciendo cada vez más astuto, entonces los enigmas propuestos tienen que ser también de una mayor complejidad, de una mayor astucia porque, si no, el público lo sabría, o el lector los advierte demasiado rápidamente y ya no tendría gracia. Y por otro lado hay un deseo nuestro de excelencia; no es que consigamos la excelencia, pero tenemos ese deseo de hacerlo bien, de cantar cada vez mejor, de buscar textos cada vez más complejos. Aunque a lo mejor al principio el público los rechace y pida las antiguas gracias, como suele ocurrir.”
En La venganza será terrible pueden pasar de plasmar la recurrencia aceptada a llamar “teoría” a cualquier pensamiento (“yo tengo una teoría: tu tío es pelado”), discutir y divagar en torno de la mitología nórdica o incluso, alguna vez, si bien es un programa que elige no atarse al noticiero, retrucarle a una oyente escandalizada por las declaraciones de Maradona (y por “lo bien que nos hace quedar” ante la prensa mundial) porque él, Dolina, defiende al jugador ante la indignación burguesa (“patética y asqueante”) de personas como esa oyente: “Cipayos provincianos que quieren quedar bien con sus supuestos amos europeos. Yo no tengo ningún interés en quedar bien ante la prensa mundial, no es ésa la obligación que tenemos nosotros. ¡Qué tenemos que quedar bien ante nadie! ¿Ante quiénes? ¿Ante los gobiernos que aniquilan a sus enemigos? ¿Donde está la fiscalía del Universo? ¿Dónde está el reservorio moral de la Humanidad? ¿En los Estados Unidos? ¿En Europa? Déjeme que me muera de risa (...). ¿Qué es esto de enojarse, indignarse y sorprenderse? Lo dice un senador y es un piola. Lo dice Maradona y aparece todo el racismo, todo el desprecio por los pobres, por los que menos tienen; aparecen los muchachos de siempre a indignarse y dicen: ‘Oh, la cultura, la cultura’, ‘nuestro embajador’. ¿Qué embajador? Es Diego Maradona. Los que tienen que ser cultos son ustedes, no él; él tiene que dirigir la Selección de fútbol. No es, qué sé yo, Pancho Ibáñez’”.
Entremozos
Sabato interpreta a un mozo en la opereta criolla Lo que me costó el amor de Laura. El bar Pampa (“el café más sucio y tenebroso de la ciudad”, dice el locutor Marcos Mundstock) es de vital (y mortal) importancia en el desarrollo de la trama. Un bar paupérrimo, donde las bolas tristes de billar no se tocan y las cartas no tienen ningún as. De la mano de la noche, los bares son, como espacios de reunión, discusión y también perdición, un imaginario constante en la mitología urbana de Dolina. Incluso llegó a dedicarle un ciclo entero de TV que luego se convirtió en libro: nadie podía salir del Bar del Infierno, simplemente porque no existía un afuera. Adentro reposaba un Narrador de Historias, confinado a contar un cuento por noche. Un año después apareció el disco Tangos del Bar del Infierno, que fue un espectáculo, y más luego el libro, independiente del programa, una edición proveniente, en realidad, de la copia de un tal Dimas Santángelo, que se quedó con los libros del Narrador, para corregirlos con fines malversadores. Y continúa: en la extensa novela que anida Dolina por estos días, el bar aparecería como un cabaret muy humilde a cargo de un falso alquimista. De paso, Dolina adelanta algo más de la novela (sospechando, pizpireto el mago de la oratoria, que “la verbalización es siempre insuficiente”). Dice que comienza con una niebla, en su ya explorado barrio de Flores: “Una niebla muy densa que aparece todas las noches y en la que se producen un montón de confusiones de vodevil, pero también unas confusiones más pirandellianas, en el sentido siguiente: Pirandello sostenía que es imposible conocer a nadie. La niebla es como una metáfora de la imposibilidad de comunicación. Peor todavía: de la imposibilidad de conocimiento. Peor todavía: de la confusión de nuestras percepciones. Peor todavía: en esa niebla da lo mismo ser cualquiera”. Habrá muchos personajes más –entre ellos, un mozo asesino serial– en un relato que se oye familiarizado con Marechal y Arlt, pero al que hay que esperar encuadernado para descubrir en su complejidad.
La entrañable relación que une a Dolina con los bares (enfatizada por haber utilizado el Café Tortoni como sublime escenario para su programa durante unos cuantos años) pareciera ser consecuente, en sus reversos cómodo e incómodo, con el aspecto diletante, conversador y discutidor del escritor. Es desde este abanico multicromático de opciones que puede disertar sobre una enorme variedad de temas.
Sobre la coyuntura nacional, él, a quien le ofrecieron incluso ser secretario de Cultura (no dice quién, no dice cuándo, dice que no fueron los Kirchner), expone con desazón: “En lo personal sí, ocupa mucho mi pensamiento y contribuye mucho a mi infelicidad. Muy buena parte de la tristeza que yo tengo proviene de la coyuntura política actual, me produce una profunda desazón. ¿Por qué? Por razones que ustedes deberían saber mucho mejor que yo. Se ha producido una manipulación tal de la opinión pública que asistimos al desconocimiento y a la negación de toda política popular que se viniere a emprender, al regreso de fantasmones como el neoliberalismo y el autoritarismo. Pensamientos que hasta hace algunos años algunos no se atrevían a exponer públicamente, ahora son expuestos incluso con orgullo y hasta con cierto glamour. Estoy hablando, por ejemplo, de la pena de muerte, por decir algo: es uno solo entre tantos ejemplos. Eso me preocupa mucho. En lo político, además, ya no se discuten políticas, se discuten gestos, situaciones... Se describe, por ejemplo, la situación del país a partir de una noticia policial. Esa forma de pensar que es absurda, que es ridícula, sin embargo es la más utilizada por el periodismo y por la gente que es influida por el periodista. ‘Mirá cómo estaremos que le afanaron al quiosquero.’ Después se habla de la inseguridad. Entonces la inseguridad está compuesta por los delitos interpersonales. Sin embargo, nadie habla de los delitos sociales, los que cometen por ejemplo las empresas, las quiebras fraudulentas, el saqueo de los bancos. Entonces todo, la sumatoria, tiene un costo social mucho más grande que el que pueden tener los delitos interpersonales. Sin embargo, no se habla de eso. Cito esto como ejemplo de una forma de pensar que es no políticamente incorrecta sino lógicamente incorrecta. Así no se piensa, eso es malpensar. El pensamiento crítico, el pensamiento científico, sigue otros caminos. Entonces cuando yo veo razonar de esa manera a la gente, decir ‘me han robado, lo mejor sería eliminar a todos los ladrones matándolos’, me parece que asisto al renacimiento de la crueldad, del autoritarismo. Pero también veo que ni siquiera esas desagradables ideologías van de la mano de ninguna inteligencia”.
También, entre sus temas favoritos montados a grandes preocupaciones de todas las épocas, aparece el tiempo: “Tengo una preocupación por el tiempo metafísica, no nostálgica. Es la preocupación que según Heidegger tenían los que enfrentaban ese hecho terrible que es que uno se va a morir, ése es el asunto. Pero es una preocupación que es existencial, si vos querés filosófica, pero no nostálgica. Si vos me preguntás cuál es la época más feliz de mi vida, te diría que este momento, el hoy, porque no puede ser de otra manera: cuando uno empieza a ver que el momento más feliz ya pasó, algo malo está sucediendo. Eso es una cosa que uno debe hacer ocurrir naturalmente. ¿De qué manera? Luchando por conseguir lo que uno desea, es el asunto del deseo, si todavía tenés fuerzas para luchar por tu deseo y hacer que cada tanto consigas lo que quieras; estoy pensando en el amor, nada más, no estoy pensando en camionetas. Entonces, el momento de felicidad es el presente. Claro, está el deterioro, y ésa es la preocupación: ¿hasta cuándo podré decir esto que digo hoy? Una amiga me decía, sin embargo, para continuar con la objeción, es decir que en algún momento uno decae, ya no tiene la posibilidad de ser deseado y entonces ya no puede decir esto que digo, acerca de que soy feliz hoy. Me decía esta amiga que después de cierta edad uno ya no puede funcionar como objeto de deseo con la misma intensidad. Un señor se queda pelado, una señora engorda, cosas banales, pero evidentemente el deseo nace, como asegura Octavio Paz, como ya aseguraba Platón, nace con la visión de un cuerpo hermoso, con la visión de algo grato, de un tipo que se mueve y que produce una atracción. Bueno, en algún momento uno deja de producir esa atracción y sobreviene, me decía mi amiga, una especie de sexualidad de segundo orden, erotismo de Primera B, cuando uno no hace sino un ejercicio de resignación. Sin embargo, siempre en la sexualidad y en el erotismo hay un grado de resignación, en todas las edades: si no hubiera esa resignación cósmica, la raza hubiera desaparecido hace mucho. Y funciona así la resignación, funciona casi como un autoengaño. Estaba por citar a Heidegger otra vez, que él decía que había una forma de vivir que no era auténtica y que consistía en estar engañándose todo el día para olvidarse de que uno es mortal. Algo así hay con el que se resigna a estar no con la mujer que más le gusta sino con la que le da bolilla. Y después hace una operación sobre su propio convencimiento para decir ‘no, ésta es la que yo quiero’; ‘éste es el tipo que me gusta’, dice la mujer que ya ha perdido sus encantos, que no tiene más remedio que conformarse con el hombre que no es el que ella soñó. Entonces se acomoda, se resigna, y la estirpe se prolonga. Pero mientras uno pueda evitar la llegada de ese día, uno debe de luchar. Creo que ésa es la lucha: tratar de que la intensidad de nuestra vida –no digo la felicidad: la intensidad, estoy hablando de luchas, también de intensidad política– esté hoy. Tratar de que sea éste el momento más intenso”.
El bar entero aplaude. Y vuelve a perderse en sus copas rotas.
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