Domingo, 14 de febrero de 2010 | Hoy
MúSICA > CONTRA, EL NUEVO DISCO DE VAMPIRE WEEKEND
La banda se llama Vampire Weekend por una draculina película casera que sus integrantes grabaron en Cape Cod. Y todas sus canciones, tanto en el debut como en este segundo y más maduro disco, son una especie de banda de sonido de la rica Costa Este de Estados Unidos. Por las canciones de estos jóvenes neoyorquinos pasan hijos de diplomáticos, Louis Vuitton, Darjeeling, Oxford, rupturas y pesares. Influenciados por Paul Simon, por David Byrne, por The Police, por la música afrocaribeña, estos himnos íntimos de los niños ricos sin demasiada tristeza acaban de llegar al Nº 1 en su país natal y ellos van dejando de lado el mote de “la banda más blanca del mundo” y el esnobismo metropolitano para ingresar, de a poco, en la madurez.
Por Rodrigo Fresán
La pupila sin párpados del láser se posa sobre los surcos digitalizados –sobre la secuencia de los 0 y los 1– y escuchamos eso de “En diciembre, bebiendo horchata / Yo luciré tan psicótico en una balaclava”. Y enseguida nos preguntamos dónde oímos esa voz antes. Y, de pronto, ese estallido de guitarras africanas y, sí, la fusión delicada a la vez que exótica de cierto fraseo vocal con cierto sincopado punteo de guitarra eléctrica.
Y la respuesta es Graceland, la respuesta es Paul Simon.
Pero no. Ni lo uno ni el otro. Lo que estamos escuchando –y disfrutando– es “Horchata”: primer track de Contra, segundo trabajo de Vampire Weekend.
Y Vampire Weekend es una banda de New York que, por estos días, es algo así como el sabor de moda. En realidad –no es poco mérito– Vampire Weekend lo viene siendo desde principios del 2008. Cuando lanzaron su muy celebrado debut –simplemente titulado Vampire Weekend, ensayado rápido, grabado más rápido todavía, autogestionado sin buscar los consuelos y las consolas de un productor de moda– y se convirtieron en el primer grupo en toda la historia de la revista Spin en engalanar su portada antes de llegar a las disquerías. De ahí a dejar de tocar “nada más que para amigos” y a darse una vuelta por todos los late-shows de la televisión USA, colocar una de sus canciones en la cuarta posición entre las 100 mejores de ese año de Rolling Stone, vender mucho en UK con sus reminiscencias de ska-londinense, agotar localidades de conciertos fuera del circuito indie y dentro del mapa de los teatros bien grandes, ser entrevistados por The New York Times, triunfar en el festival de Glastonbury donde pusieron a bailar a 40.000 personas y –nada es perfecto– ser definidos por alguien como “la banda más blanca de estos tiempos”. Por el camino, justo mientras escribo esto, Vampire Weekend y Contra alcanzan el primer puesto de ventas en Estados Unidos. Una de las contadas doce veces en que –según la empresa SoundScam– un lanzamiento independiente llega, desde 1991, a lo más alto. Lo que tiene su, sí, contra...
La danza de los vampiros
...Porque, claro, hay gente a la que Vampire Weekend no le cae nada bien. No soportan que estos cuatro chicos correctos y prolijos (los muy jóvenes Ezra Koening, Rostam Batmanglinj, Chris Baio y Christopher Thompson) flirteen musicalmente con la negritud con cierto aire de turistas-de-luxe, que se hayan conocido cuando eran aplicados alumnos en Columbia, que hayan pactado jamás fotografiarse con camisetas (siempre con camisas) y que declaren que “tratamos de ir siempre duchados”. Otros los acusan de, además, vampirizar lo que antes hicieron el primer The Police en el frenético e inaugural Outlandos d’Amour, el David Byrne intermedio (con Johnny Marr en Naked), el Belle and Sebastian de siempre, el ya mencionado y anteúltimo Paul Simon que en realidad fue el que empezó con todo esto ya circa “Why Don’t You Write Me” y “Me and Julio Down by the Schoolyard” y “Mother and Child Reunión”, y el percusivo y ululante Peter Gabriel de hace tanto tiempo.
Ahora, World Beat revisitado para la Era de Obama y letras sofisticadas y occidentales sobre saltarines aires afro-caribeños (“Upper West Side Soweto”, según su propia definición) en ocasiones interrumpidos (también se han declarado fans confesos de Vivaldi) por ráfagas de cuerdas clásicas y (verlo en el reciente videoclip de “Cousins”) un cierto desenfreno histérico y avant-garde cercano a las poses espasmódicas de They Might Be Giants. Pero agregando, claro, una pizca personal y original que los convierte en algo así como en el perfecto soundtrack para un hipotético próximo film de Whit “Metropolitan” Stillman: canciones para preppies o pijos o conchetos o como vayan a llamarse los miembros de esa selecta tribu el próximo semestre y quienes, en el medio de la noche, se despiertan con ganas de irse de fiesta con Patrick American Psycho Bateman.
Así, Vampire Weekend –34 minutos, 18 segundos de duración– traía en su portada los techos encandelabrados de una casa tomada por los hijos aprovechando que papi y mami estaban en el chalet de Martha’s Vineyard. Y los títulos y las estrofas de las canciones lo decían todo con cierto espasmo de cabezas parlantes: “Mansard Roof” (con ese verso donde se oye que “Los argentinos se vinieron abajo derrotados”), “Oxford Coma” (¿A quién carajo le importa una coma de Oxford? / Yo también he visto esos dramas / Y son crueles / Así que si hay otro modo / De deletrear la palabra / Por mí está perfecto, por mí), “Cape Cod Kwassa Kwassa” (“Cuando eras joven / Louis Vuitton / Con tu madre / En un prado de arena... / ¿Te levantarás a ver el amanecer / Con los colores de Benetton? / ¿Está tendida tu cama? / ¿Te sacaste el sweater? / ¿Querrías? ¿Cómo sé que te gustaría?... Esto se siente tan poco natural / También Peter Gabriel”), “Campus” (“Entonces te veo / Caminas cruzando el campus / Cruel profesor / Estudiando novelas”), “One (Blake’s Got a New Face)” (“El desayuno inglés / Sabe a Darjeeling / Oh tus pesares de college te han dejado tan desañiñado con tu buzo / ¡Horror absoluto!). Himnos íntimos de la tierra de gracia de los niños ricos sin demasiada tristeza. Canciones polaroid, líneas-diapo, estribillos telegrama y Vampire Weekend podrían haberse llamado The Dick Divers o algo así. Pero no: optaron por el título de una home-movie draculina que filmaron durante un sábado y un domingo en Cape Cod. Los cuatro –aumentados por un puñado de músicos en el estudio– son vampiros en fin de semana y, lejos de todo crepúsculo norteño o del sur de True Blood, estos chupasangres East Coast, parece, están aquí para quedarse y divertirse divirtiendo por más que más de uno los considere la versión arty y cool de los Jonas Brothers.
Los graduados
Lo que nos lleva al recién aparecido Contra –36 minutos 41 segundos, otra vez producido por Rostam Batmanglij, el sónico-sofisticado de la pandilla– y a la sorpresa y el talento con que Vampire Weekend ha sorteado y superado el complicado escollo de un opus 2 luego de un estreno tan celebrado.
Y la fiesta y las gracias continúan. Pero, ahora, con un aire de madurez melancólica que recuerda, en intenciones, a ese gran trabajo sobre el fin de la juventud y el comienzo de lo que viene después llámese como se llame: Still Crazy After All These Years de, otra vez, San Paul Simon. Las nuevas canciones de Vampire Weekend parecen recuperar a los “personajes” de hace un par de años, pero al final de las vacaciones (California y Saint Thomas son casi un espejismo aquí) y en el adiós de las primeras relaciones más o menos serias. Así, oyendo Contra, parecería que alguien dejó una ventana abierta, entra una corriente de aire frío, y ahí está, en la portada, esa rubia enfundada en remera by Ralph Lauren con cara de “me descubriste haciendo eso cuando pensaba que no me veías”. Y las canciones reflejan ese ánimo en la que se detectan y advierten grietas en la porcelana y se confiesan crímenes y pecados. Aquí vienen: “White Sky” (“Te sentaste en un muro del parque / Haciendo todas las preguntas correctas / ‘¿Por qué los caballos se convierten en taxis de carrera durante el invierno?’” ), “Taxi Cab” (“Tú no eres una víctima / Pero tampoco lo soy yo / Nostálgico por la basura / Desesperado por tiempo / Podría echarle la culpa al peinado de tu madre / O al color de la ropa de tu padre / Pero sé que nunca jugué limpio / Y tú siempre estuviste bien”), “Diplomat Son” (Era hijo de un diplomático / Y era el ’81 / Esa noche me fumé un joint / Con mi mejor amigo / Terminamos en la cama / Y al despertarme él se había ido”), “Giving up the Gun” (“Cuando yo tenía 17 / Tenía muñecas de acero / Y me sentía pleno / Y ahora mi cuerpo se desvanece / Tras una charada de bronce / Y estoy obsoleto”). Pero lo mejor de todo llega al final. En “I Think Ur A Contra”, con una melodía lenta y suave y fúnebre, Vampire Weekend se acerca más a los territorios de otros formidables snobs neoyorquinos –Stephin Merrit y The Magnetic Fields– y, ver recuadro, Ezra Koening firma una gran letra que lo ubica entre los grandes con una de las más asombrosas a la vez que sensibles break-up songs jamás escritas. Queda claro que Koening –quien empezó con el rap– sabe usar y manipular y mezclar las palabras y aquí se siente la triste dulzura de aquel que recuerda tanto a aquel otro que le cantó y les canta a los sonidos del silencio y a un puente sobre aguas turbulentas. Pero, atención, también cantando a la alegría de poseer a una chica llamada Cecilia entre las sábanas y a otra que se llama a sí misma “el trampolín humano” teniendo siempre muy presente que puede haber cincuenta maneras de dejar a tu amante y que son exactamente las mismas cincuenta maneras en que tu amante puede dejarte. Y que por suerte –afilando los colmillos y sangrando al mismo tiempo, guste o no– alguien siempre va a poder componer y tocar una canción sobre todo eso.
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