ENTREVISTAS > LIDIA BORDA HABLA DE SU HOMENAJE A MANZI
Considerada una de las mejores cantantes femeninas de tango, Lidia Borda ha sabido aportarle a la canción porteña dosis iguales de tradición y originalidad. Ahora, con Caminos de barro y pampa, da un paso más recuperando las canciones menos conocidas (y muchas de ellas folklóricas) de Homero Manzi. Y en esta entrevista desanda el camino de arrabal y empedrado que la llevó de ser espectadora de Luis Cardei en la librería Gandhi al lugar indiscutido que ocupa hoy.
› Por Mercedes Halfon
“Lo que más me gusta de salir de gira es volver”, dice Lidia Borda. No podía ser de otro modo para una de las voces más significativas que ha dado el tango en las últimas décadas. “Cuando vuelvo a Buenos Aires la veo tan linda, tan linda, que no me quiero ir, ni loca viviría en otra parte del mundo”, asegura, y es claro, lo que más le gusta a Lidia Borda es volver, ese verbo tan resonante para los tangueros, como para cualquier hijo de vecino de Buenos Aires. Lidia Borda es sobre todo una porteña militante de lo que ella denomina “tanguidad” y vendría a ser ese no sé qué grisáceo y barrial que se filtra por las calles empedradas, en los días de invierno, en las zonas cercanas al puerto o los pequeños cafés donde se lee el diario y se come medialunas. Por fidelidad a esa tanguidad, Borda vive en Parque Patricios, y tiene grabado como primer recuerdo relacionado con la música el ir en bicicleta recorriendo las calles de su barrio, y cantando, cantando, descubrir su voz, darse cuenta de que eso es lo que más le divierte en la vida.
“De chica escuché bastante música, tuve una cultura amplia dentro de la música popular por mi mamá. Mucho escuchar la radio. Y así te van quedando los tangos. A Manzi, por ejemplo, antes de saber quién era, yo ya lo estaba cantando.” La mención viene al caso. Borda acaba de sacar Manzi, caminos de barro y pampa, donde retoma el cancionero más atípico del conocido poeta y letrista Homero Manzi, con la misma libertad con que antes había hecho lo propio con las canciones donde Tata Cedrón musicaliza poemas de Vallejo, Gelman y otros grandes, en ese disco único que fue Ramito de Cedrón.
EL COLOR DEL TANGO
Lidia Borda explica el itinerario de sus discos con palabras como “textura” o “paleta”. La razón deriva de que ella comenzó su camino artístico estudiando Bellas Artes. De allí le quedó cierto vocabulario y una delicadeza de matices conmovedora: “En un momento me di cuenta de que quería cantar, aunque esa búsqueda me hizo percibir que lo mío venía por el lado expresivo”.
¿Y nunca retomaste la plástica?
–No, es algo que me quedó pendiente. Me sucede que además de mi carrera tengo una vida doméstica, una familia y tengo la necesidad de ocuparme de eso. De todas maneras creo que lo visual me ha servido. Hay elementos que son muy concretos de lo visual, que se pueden aplicar a otras ramas del arte; en ese sentido, no me he separado tanto. Imágenes disparadoras, o trabajar los planos en el sonido, o pensar en un claroscuro en la interpretación de un tema. Cosas por el estilo. Aunque haya algo muy técnico en esto, cuando interpreto no pienso tan analíticamente. Hay una elaboración más sutil o más plástica. Para mí, primero que nada, el canto está ligado a algo instintivo.
¿Y cómo fuiste encontrando tu estilo interpretativo dentro de eso instintivo?
–En un primer momento la relación que yo establecí con el tango fue de investigación, de descubrimiento y de mucha sorpresa. Pero me pasó que cuando recién empecé a armar un repertorio me di cuenta de que uno podía elegir una serie de temas que te podían gustar y después no entender por qué los habías elegido o qué podías hacer con ellos. Digamos, no poder hacerlos propios. Entonces creo que toda mi búsqueda tuvo que ver con cómo apropiarme del género, cómo sumergirme y hacer un trabajo personal.
Y eso fuiste trabajándolo disco a disco.
–Creo que sí. El primer disco fue una forma de vincularme con los primeros intérpretes, los primeros autores, las primeras cantantes. Necesitaba entender un poco la génesis del género. Era una pregunta que yo me hacía, por qué los tangos se cantaban así, en este código interpretativo. Para averiguarlo necesité volver un poco en el tiempo y entender ese espíritu inicial.
Antes de que se convirtiera en algo estandarizado.
–Antes de que se estandarizara la forma de cantar. Yo no quería entrar ahí. Ahí fue cuando empecé a ir para atrás en el tiempo.
UN HOMBRE Y UNA EPOCA
Borda cuenta que uno de los encuentros que la marcaron a fuego fue el que tuvo con Luis Cardei. De la mano de este cantante enorme, de apariencia modesta y voz exquisita, Borda se encontró con su propia posibilidad de abordar el canto sin tener que ponerse pantalones por encima de la pollera. “Yo tengo una voz aguda, y cuando empecé a cantar tangos parecía que lo único que se podía hacer era cantar con voz rasposa –se ríe–. Entonces mi voz no servía. La sensación era que tenías que tener calle y ser un poco reventado para cantar tango. La verdad es que yo fui bastante callejera pero no podía demostrarlo, porque mi voz era aguda. Ojo, después me empezó a gustar mi voz, me empecé a amigar con eso. Son cosas que forman parte de la vida, la aceptación de lo que uno es y lo que no es. A partir del descubrimiento de mi propia voz, empecé a trabajar en un registro y repertorio personal. Pero es algo fuerte aprender a tolerar la propia voz. Es algo mucho más amplio y profundo que lo que parece a simple vista.”
En esta pacificación la acompañaron cantantes históricos, menos conocidos y más personales, como Ignacio Corsini o Mercedes Simone. Y por supuesto Luis Cardei. “La primera vez que lo vi en vivo fue muy emocionante. Me llevó mi hermano y quedé impactada. Luis apelaba a recuerdos, anécdotas muy sencillas, era muy intuitivo, muy inteligente, y debajo de esa aparente simplicidad uno veía que no había nada azaroso. El tocaba los jueves y empezamos a ir a verlo todas las semanas.”
¿Qué recuerdos tenés de esa época?
–Fue un momento muy lindo, yo agradezco haber vivido esos años, él tocó en la Gandhi mucho tiempo, gracias a Elvio Vitali que lo convocó. Y se generaban unas tertulias increíbles, unas ceremonias te diría, cada jueves. Estaba siempre lleno, y casi siempre iban las mismas personas. Era una ceremonia de la cultura, de la noche, de lo tanguero, muy sincera; pasaba algo de verdad. Fue una época interesante para el tango y a mí me parece que esa época tenía esa mística que venía de los protagonistas, de sus propias vidas. Personas como Elvio, Luisito, Cacho Vázquez. Yo, por ejemplo, ahora veo que en Carta Abierta hay mucha de la gente que estaba en la Gandhi en esa época, como por ejemplo Nicolás Casullo, uno de los fundadores de la Carta Abierta, que era uno de los que te encontrabas escuchando a Luis Cardei, ahí o en el Club del Vino. Fue un momento para pensar, festivamente, la cultura del tango.
TAL VEZ SERA SU VOZ
Después de un disco dedicado a registrar aquellos orígenes del género y otro volviendo al clasicismo de los años ’40, en el 2008, de la mano de Ramito de Cedrón, un CD de versiones del Tata, Lidia Borda arribó a una popularidad merecida. En algún momento alguien se iba a dar cuenta de que detrás de esa voz etérea y poderosa, emotiva y coqueta, había también una cantante con ideas y sensibilidad para extender con delicadeza las fronteras del tango. “Si uno piensa que tango es un contrabajo, un bandoneón, un violín y un piano, y cantar los temas de siempre, y ponerse un moño... bueno, entonces sí es un universo muy limitado. Y si bien se pueden romper esos límites, a veces me da la sensación de que a través de la palabra ‘respeto’ se impide cruzar esas líneas. Y no creo que haya falta de respeto en asumir compromisos estéticos. De todas maneras, tampoco creo que mi canto sea para nada revolucionario, creo que soy hasta bastante clásica en la manera de cantar, al contrario, me gustaría a veces romper más.”
¿Y con este disco, por ejemplo?
–Quería romper con esa cosa clásica que había alrededor de la obra de Homero Manzi. Me atrajo su obra tan prolífica en tan pocos años, murió a los 43. Y yo venía dando vueltas hacía un tiempo la idea de hacer un disco sobre él, pero había que ver qué disco hacer, porque es un autor muy popular.
No querías hacer un Grandes éxitos de Manzi...
–La verdad que no. El otro día escuchaba la versión de “Sur” que hace Edmundo Rivero y me parecía que ésa era la voz que tenía que tener ese tema, ésa era la versión. Rivero tiene un peso en la voz, una consistencia, que cuando dice “sur”, es algo definitivo. O sea, decir la palabra “sur” sola, yo creo que nadie puede hacerlo mejor que Rivero. Tiene todo su peso, todo su significado cuando él la menciona. Y yo prefería quedarme con esas versiones en la cabeza y hacer otra cosa.
¿Qué te interesó de la obra desconocida de Manzi?
–Ese tránsito entre el campo y la ciudad que él hizo de muy joven y nunca abandonó. Investigando un poco en su obra y las canciones folklóricas que escribió, descubrí algo muy atractivo en esas canciones.
Hay un porcentaje más alto de folklore que de tango, a diferencia de tus discos anteriores...
–Y es más campero, tiene varios valses y varios temas folklóricos. Yo me siento muy identificada con eso. Ahora, por ejemplo, vivo en Parque Patricios, y me gusta mucho. O sea me gusta Buenos Aires, pero ya no podría vivir en Callao y Corrientes como lo hice casi diez años. Y tampoco podría irme a vivir al interior. Parque Patricios conserva una cadencia justa y serena. Creo que cuando vivió Manzi, el límite entre campo y ciudad era mucho más impreciso. Y él, en su poesía, también lo es, esa mixtura entre campo y ciudad está presente incluso en los tangos. El fue un luchador, un tipo comprometido y activo, pero también tenía una mirada contemplativa, una faceta calma, que creo que trae del campo. Me identifiqué mucho con todo esto pero también necesité encontrar una mirada reactualizada sobre sus canciones, sobre todo desde el punto de vista de los arreglos, que hizo mi hermano Luis Borda. Porque su obra clásica, ya te digo, estaba súper bien versionada ya. Yo me dije, o busco otra cosa o prefiero no hacerlo. Y salió el disco.
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