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Domingo, 9 de febrero de 2003

ARQUITECTURA

Cuentos de la selva

La jungla de Xilitla en México guarda los tesoros de Edward James, millonario, surrealista, mecenas y gran amigo de Salvador Dalí. Desencantado de la modernidad y siguiendo los derroteros ya clásicos de la vanguardia, buscó refugio y consuelo en la sierra mexicana, donde plantó los cimientos de una arquitectura tan desquiciada y única como inconclusa.

POR FLORENCIA PODESTA
Nacido en 1907, el arquitecto autodidacta Edward James es uno de los personajes de culto menor de nuestro siglo. El camino que llevó a este inglés excéntrico y millonario (nieto ilegítimo del rey Eduardo VII) a la jungla de Xilitla en México, donde plantó sus obras, es un camino que parece ser casi emblemático del pasado siglo XX: Edward James, posmoderno antes de que se definiera el concepto de posmodernidad, buscó en la esfera de la estética un fundamento verdadero para la existencia, descreído ya sin remedio de lo que el discurso ético y el conocimiento científico de la sociedad occidental habían producido en el lapso de su vida: dos guerras mundiales y dos posguerras.
A través de la niebla matinal, a un par de kilómetros de Xilitla en la zona de sierras de la Huasteca mexicana, el sol nace sobre el sueño de Edward James. La selva cubre todo con su vibración verde. El bambú gigante, las ceibas altísimas (árboles centenarios y sagrados para los mayas), enredaderas, lianas, orquídeas apenas revelan como por descuido las enormes estructuras dispuestas en laberinto: varios pares de columnas de 14 metros de altura coronadas con alas nos conducen a un arco triunfal, un eco de la falsa perspectiva de Borromini en el Palazzo Spada. Las cavidades rojas y grises de la bóveda comienzan a iluminarse con un saludo irónico a la tradición europea desde la sierra mexicana.
Muy cerca se encuentra lo que parece ser un portal. Una columna sobresale, crece como imitando a la Palma Real a su lado hasta llegar a un entrepiso coronado de escaleras caracol. Aquí nos topamos con la escenografía simbólica de los surrealistas, con el montaje hollywoodense del inconsciente: ventanas en el vacío, puertas a ninguna parte, escaleras en espiral que terminan en el aire. Un poco más adelante, entre la vegetación enmarañada, una puerta roja de hierro en forma oval, como una boca, como un túnel de un parque de diversiones. Una mujer que guía a un grupo con la identificación “Círculo gnóstico” dice que Edward James perteneció a la Sociedad Teosófica (lo que es cierto), y que toda su obra tiene un simbolismo esotérico asociado con la búsqueda de la verdad a través del conocimiento místico. Este portal en particular simboliza el pasaje del útero materno, en este caso de la gran Madre Tierra con su energía femenina. Junto al sendero siete serpientes incrustadas de mosaicos turquesa son los siete chakras que deben despertar.
Adelante vemos emerger de la selva flores gigantescas de piedra como cuellos de cisne, armónicas y a la vez incongruentes con el ambiente. Como en el art nouveau, las figuras de James imitan las formas de la vida con una ingenuidad que conmueve y a la vez son la antítesis de la vida en torno.
En cinco minutos pasamos de Borromini a Dalí y a Walt Disney, y ahora caminamos junto a las ojivas sin muros de una iglesia medieval inglesa, la pura abertura gótica sin vitrales. Arriba, la cúpula es la foresta verde.
Por todas partes se tiene la impresión de “inconcluso”, de trabajo abandonado a medio realizar. Los nombres de algunas estructuras/esculturas –”Casa de tres pisos que podrían ser cinco”, o “La casa destinada a ser un cine”– connotan cierta ironía desventurada sobre la propia creación.
De Edimburgo a Xilitla, James pasa por sus amigos Dalí, Magritte, Leonora Carrington, Kurt Weil y hasta Krishnamurti. Fue uno de los mecenas del arte más brillantes del siglo XX por su visión. En los años treinta se puso en contacto con los artistas de la vanguardia surrealista. Un día recibió las pinturas de un joven de nombre Salvador Dalí, quien parecía tener talento. Entonces lo tomó bajo su protección y apoyó económicamente al novato, en espera de que su obra fuera valorada. Después de una prolongada convivencia y amistad llena de anécdotas, un día Dalí le dijo a James: “Tú y yo nos movemos entre muchos pseudosurrealistas que lo único que producen son porquerías y que aparentan estar locos para justificar sutrabajo. En cambio tú, que realmente estás loco, tienes que aparentar que estás cuerdo.”.
A partir de entonces entró en contacto y amistad con los surrealistas más significativos de la época, como Max Ernst, la Carrington, Magritte (el hombre de espaldas doblemente retratado en La réproduction interdit es precisamente James). “Don Eduardo” –como le decían en México– acompañó a Picasso mientras pintaba el Guernica y, deseoso de apoyar la causa de la República española y de proteger el arte español, se entrevistó con Luis Buñuel y le propuso regalarle un bombardero a cambio de recibir en custodia algunas pinturas hasta que la guerra terminara.
En 1940 James, disgustado con Europa, decidió residir en California, donde frecuentaba los círculos Vedanta; allí hizo amistad con Aldous Huxley y con Krishnamurti. Entonces comenzó a viajar a México, donde conoció a Plutarco Gastellum, descendiente de indios yaqui y también él, como James, un arquitecto autodidacta. Juntos recorrieron gran parte del país. En uno de esos viajes, James llegó a Xilitla y quedó fascinado con el esplendor del paisaje y con Las Pozas, unas caídas naturales de agua que atraviesan la selva. Con la ayuda de su amigo compró el terreno.
Al principio instaló un jardín de orquídeas, pero fueron destruidas por una insólita nevada, cosa que James interpretó como una señal divina en contra de su proyecto. Un día él y un joven amigo se bañaban en las pozas color esmeralda, cuando de pronto el cielo se oscureció y vio descender por el cañadón una enorme nube de mariposas que impedía el paso de los rayos del sol. Las mariposas se posaron sobre el cuerpo del muchacho y luego volaron hacia el sol, eclipsándolo otra vez. James se fascinó con el espectáculo y lo interpretó como una señal definitiva de que debía permanecer en Las Pozas y construir allí algo mágico.
Así nacieron las treinta y seis estructuras, reconocidas en el mundo como muestra única de arquitectura surrealista integrada a la naturaleza. Espacios irracionales como la selva. El filósofo Gilles Deleuze, en Rizoma, observa que la avispa y la orquídea, aun perteneciendo a reinos diferentes, se asemejan porque evolucionaron “en paralelo” hacia una forma ideal común, que no es ni la orquídea ni la avispa; igual sucede con la selva y estas estructuras; los arcos volantes de las seudocatedrales no se distinguen de las raíces aéreas vivas; liquen anaranjado superpuesto a la pintura azul formando bellos dibujos. ¿O es al revés?
Las Pozas representaron para James una forma concreta de cuestionar y descalificar el orden de cosas existente. Mientras en todo el mundo occidental de posguerra triunfaba el funcionalismo, James erigía carísimas construcciones flagrantemente antifuncionales, como un potlach solitario, un desafío ante el frente monótono de la sociedad racionalizada. Sus esculturas son pesadas y a la vez frágiles; de cemento y piedra y a la vez estilizadas en formas tan delgadas que parece que van a quebrarse con el viento. Contra el monumentalismo moderno y el triunfalismo de Occidente, James creó una obra inconclusa, por siempre fragmentaria, que juega con el vacío, con perderse en la selva. Hizo de la inconclusión una ética, acaso involuntaria. Comenzaba una construcción y, sin terminarla, posponiendo eternamente su terminación, comenzaba a construir otra, que tampoco terminaba. La “Piscina en forma de ojo” nunca tuvo agua, ni fuego la chimenea. Este coqueteo con el fracaso puede entenderse como una rebelión contra la ética del éxito obligatorio que le imponía su sociedad.
¿Y qué pensaban los trabajadores mexicanos acerca de James y de su obra? Por años fue el mayor empleador en Xilitla, con setenta albañiles que buscaban verter en piedra y cemento las formas insensatas que imaginaba James. Obviamente lo consideraban un millonario loco, pero después de tratarlo un tiempo todos lo estimaban. Como las mariposas en la selva, James corría de una estructura inconclusa a la otra, llevando tras él a sus trabajadores. El carpintero José Aguilar se convirtió en un verdaderoartista en la elaboración de moldes en madera para reproducir en cemento los bocetos de James, algunos de los cuales eran materialmente imposibles de realizar. De hecho, hoy arquitectos de todo el mundo se sorprenden del ingenio que tuvieron los artesanos para concretar con éxito algunas de las figuras (por ejemplo, los altísimos –veinte metros– y delgadísimos –siete centímetros– bambúes de cemento).
Sí molestaba a los obreros que los trabajos nunca se concluyeran. Su amigo Plutarco describe una ocasión en la que James supervisaba el mezclado del cemento líquido con color. Primero pidió un poco de amarillo; el hombre vertió el color y mezcló con cuidado. James le ordenó agregar un poco de azul y en seguida la mezcla ya era verde. Luego un poco de rojo, “como una flecha”. Cuando la mezcla ya devenía naranja, James estaba feliz. Entonces pidió: “ahora agreguen negro”, y se hizo un gran silencio. El negro anularía todos los colores. Entonces James dijo a Plutarco: “¿Nunca viste un atardecer en la jungla, cuando la oscuridad finalmente desborda e inunda los trazos de los demás colores singulares?”. Una broma surrealista.

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