Dom 11.07.2010
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VISITAS > PETRONA MARTíNEZ, LA DAMA DEL BULLERENGUE EN BA

Doña Petrona

Su tradición es la de su bisabuela, su abuela y su madre. Cantó toda su vida a la orilla del río colombiano donde lavaba la ropa. Hasta que un día la descubrieron ahí mismo y se convirtió en una figura única de eso llamado perversamente “world music”. Cuando ganó el Grammy, no sabía lo que esa palabra significaba. Por más que ahora la llamen reina del bullerengue, Petrona Martínez sigue cantando al ritmo de tambores, gaitas y maracas con “todos mis muertos queridos”. Y en poco más de una semana llega a cantar a Buenos Aires.

› Por Mariano del Mazo

Esta señora de 71 años que pasó la vida rodeada de patos, gallinas, cerdos y siete hijos está diciendo que no pudo estudiar “de tan pobre que era”. Pero también está diciendo que lo que la salvó es su inteligencia, que es “la inteligencia de la naturaleza”. “Porque yo sé ser pobre; supe vivir con lo poco que tuve. Y entre ese poquito está mi canto.”

Esta señora que se escucha por teléfono con un pequeño delay se llama Petrona Martínez y es uno de los últimos hallazgos de eso que perversamente se llama world music. Ese “no género” cuya dinámica incluye un sistema como de piedras y lajas levantadas en los canteros del Tercer Mundo, para revelar ecosistemas artísticos novedosos a oídos urbanos; finalmente, pura tradición. El mecanismo funciona y logra el milagro de convertir lo rústico en sofisticado. Entonces, si alguna vez Cesaria Evora nos mostró sus pies descalzos y sus mornas y coladeras, ahora Petrona exhibe un repertorio de palabras extrañas como bullerengue, puya, chalupa, porro, mapalé, chandé, son palenquero y otros ritmos del extraordinario folklore colombiano, ese folklore que se despliega entre el Caribe y el Pacífico, entre los valles y la sabana, entre Los Andes y la zona cafetal, entre América y Africa.

Doña Petrona es integrante de una tradición familiar que honra la música del Caribe, en los bordes rurales de Cartagena de Indias. La base es el bullerengue, un baile cantado que cala los huesos a través de la reiteración obsesiva de frases sobre la vida cotidiana, acompañado por un fondo de tambores afro. Sincretismo que se escucha como un loop; en ese loop Petrona parece insuperable. “Lo heredé de mi bisabuela Carmen Silva, de mi abuela Orfelina Martínez, de mi tía Tomasita... Todas ellas cantaban en las fiestas patronales, especialmente en la de San Cayetano. Y también en las plazas, en las calles. Tengo esta música en los genes. Por eso no sé cómo me sale: simplemente me pongo a cantar cuando lavo, cuando camino, cuando viajo. Así surge todo”, dice, por teléfono, con un tono áspero y dulce a la vez.

Todo su relato está atravesado por una sencillez apabullante. No le pregunten por Mercedes Sosa (“la conozco de nombre”) o por Buenos Aires: no sabe, no contesta, cambia de tema. Dice que las matronas son las que manejan la vida laboral en su pago y que es partidaria de hacer las cosas “sin pensar en las consecuencias”. “Nací en San Cayetano, Bolívar; hace 25 años me mudé a una hora de ahí, a Malagana. La ciudad más cerca que tenemos es Cartagena. Me han ofrecido vivir ahí, y también en España, y en los Estados Unidos. Pero no. Me gusta mi gente, mi campo, mis animales.”

Bastante después de los desvelos de Peter Gabriel, Paul Simon, David Byrne y compañía por “esa otra música pop” que en su desarrollo mercantil engloba desde Chango Spasiuk hasta Paquita la del Barrio, alguien descubrió a Petrona cantando a la orilla del río donde lavaba ropa o donde extraía arena. Las versiones se contradicen. De cualquier modo, la historia parece escapada de una tapa del sello Putumayo: un relato que de tan estereotipado suena pueril. Pero dicen que así fue. La tradición oral del canto se interrumpió y fue registrada en estudios, ecualizada, atrapada. Petrona comenzó a grabar y sacar discos que reproducían el espíritu rural y silvestre de los cantos y la religiosidad de los tambores. El disco Le bullerengue, editado en Francia, la puso en el centro de la escena europea y junto con su compatriota y también cantante Totó La Momposina empezó a demostrar –“a fuerza de tambor alegre, tambora, gaitas, maracas”, dice– que hay vida más allá de Shakira, Juanes y Vives, que hay vida incluso más allá de la cumbia.

Petrona acomodó sus faldas en el sitio privilegiado de agreste matrona costeña que se dejaba conocer por el mundo y, en su ascenso, empezaron a ser más o menos divulgadas voces como las de Martina Camargo, Etelvina Maldonado y Estefanía Caicedo. Además, claro, de la de La Momposina, quizá la más popular. Pero el vértigo llegó en 2002, cuando su disco Bonito que canta fue nominado al Grammy. “No es que no le di importancia: no sabía lo que significaba la palabra Grammy. Ahora lo sé. Como decía mi abuela: a la casa viene lo que conviene. Me cambió la vida.”

¿Por qué?

–En esencia nada cambió... Pero, sabes, la pobreza no es bonita. Hay que saber sobrellevarla... Yo no pude estudiar, y aprendí a leer y a firmar de grande. En cambio mis hijos pudieron estudiar, excepto uno, pero porque él no quiso. Con el dinero que empecé a ganar en esa época ayudé a mis cinco hijas hembras, y pude agrandar mi casa. No tengo dinero en el banco, lo he dado todo. Sólo tengo algo en un bolsito guardado para que cuando muera puedan pagar mi entierro con orquesta y todo. Que todos canten. Pero falta para eso, mi vida sigue. Si la suerte me acompaña voy a estar en Canadá, en Brasil, en tu país...

¿Le gusta andar viajando?

–Un poquitico. Después ya extraño mi patio. A mí ya me parecía lejos Barranquilla... Imagínate.

Debutará en la Argentina en La Trastienda, el jueves 22 de este mes. “Iré con mi grupo, que incluye dos coristas, tambores, gaitas y bombardino. Espero que les guste. Nada me da más placer que la gente entusiasmada por nuestros cantos. Cuando hay armonía, energía. Para mí la música funciona como un terapia, como una necesidad, y supongo que es así con todo el mundo.”

Las fotos y los clips la muestran con la piel curtida y una elegancia natural, esa elegancia que mostraba Mercedes Sosa al bailar o Violeta Parra frente al telar. Del otro lado de la línea se siguen escuchando risotadas que aún con rebote suenan francas. La matrona, “la señora cantora”, parece feliz. No le pregunten por García Márquez (“sí, lo conozco de nombre”) o por Shakira: no sabe, no contesta, cambia de tema. Nada parece importarle demasiado. “Soy apenas una negra cimarrona: campesina y pobre. No me importa que en Europa me vean como algo exótico. Yo hago en todos lados lo mismo: cantar como si estuviera en mi patio. Nunca estoy sola: en mi canto está mi bisabuela, mi abuela, mi tía, todos mis muertos queridos. Por eso no tengo vanidad. Cuando yo no esté, el canto va a seguir más allá de mí: en mis hijos, en los jóvenes, en el arroyo. Esto no se acaba en una gira o en un Grammy.”


Petrona Martínez se presenta el jueves 22 de julio en La Trastienda (Balcarce 460).

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