Domingo, 22 de agosto de 2010 | Hoy
CINE > SE ESTRENA ACá LA PELíCULA GAY QUE NO SE ESTRENA EN ESTADOS UNIDOS
Sí, actúa Jim Carrey, pero no es otra de sus insufribles películas de morisquetas e histrionismo. Está basada en una historia real increíble, llena de estafas, fugas, muertes simuladas, cárceles y un amor gay obsesivo e incondicional. Aunque arrasó en los festivales, la industria del entretenimiento norteamericana no se anima a estrenar comercialmente I Love you Phillip Morris, una comedia negra pero real donde dos grandes estrellas (Carrey y Ewan McGregor) se prodigan caricias, besos y fellatios. Mientras tanto, llega a los cines argentinos.
Por Violeta Gorodischer
En el verano de 1996, los diarios estadounidenses caían rendidos ante Steven Russell, el hombre que se transformó en asesor financiero de la North American Medical Management, inventando su propio currículum. De ahí a falsear datos de los resúmenes y abrir una cuenta de inversión paralela no hubo más que un paso. Cinco meses más tarde, Russell reembolsaba 800 mil dólares que gastó en Rolex y Mercedes para él y su novio, Phillip Morris, antes de ser atrapado por la policía. Después siguió la fuga: el tipo accedió a una línea telefónica externa al sistema penitenciario, llamó a la fiscalía, se hizo pasar por abogado y redujo su fianza de 900 mil dólares a 45 mil. Cuando la mentira fue descubierta, él y Morris ya manejaban rumbo a Florida.
Unos días después de que entrara por segunda vez a la cárcel, el periodista Steve McVicker, del Houston Chronicle, intentó contactarlo. Había seguido atentamente las noticias y sabía que había mucho más detrás de aquel hombre camaleónico. Probó una, dos, tres veces. No tuvo respuesta. Condenado a la pena de 45 años y recién trasladado a Texas, Russell estaba demasiado ocupado planeando los pasos a seguir. Hacerse golpear por otro interno, pasar una noche en la enfermería y robar una credencial no fue tan difícil. Lo que más le costó fue conseguir marcadores verdes, volcar los cartuchos de tinta en el inodoro y teñir su propio uniforme carcelario durante una noche entera. Al día siguiente salía de la cárcel vestido de médico y por la puerta grande. Esa vez, la libertad le duró diez días. Fue arrestado en Biloxi, Mississippi, y trasladado una vez más a Texas. La noche más helada del enero de 1997, McVicker pudo sentir que tocaba el cofre al final del arco iris: como premio a su persistencia, Steven Russell accedía a ser entrevistado.
Desde ese día, el periodista jugó a ser Truman Capote y comenzó una relación personal con el preso fugitivo. Visitas semanales, regalos, confidencias mutuas y una suerte de fascinación explícita fueron las estrategias que usó para conseguir varios datos más. Así se enteró de que Russell era adoptado y que se había metido en la policía para tener acceso a los archivos de seguridad y rastrear a su madre biológica. Que había sido organista en una Iglesia Evangélica. Que se había casado con la secretaria de su jefe y tenían una hija juntos. En el último tiempo había calmado el deseo que le despertaban los hombres yendo a buscarlos a los baños públicos de los parques. Que todo, todo, todo, lo había hecho para reencontrarse con su amado Phillip Morris, le juró Russell, y describió con lujo de detalles a ese chico angelical, casi cristalino, que había conocido en la biblioteca de la cárcel la primera vez que fue preso, por estafa de seguros. Lo que lo desvelaba, lo enloquecía, era que Phillip ya estuviera afuera y no pudieran estar juntos como antes.
El periodista tomaba nota y se conmovía viendo cómo el otro se volvía cada semana más flaco, pálido, demacrado. Depresión, pensó entonces, condiciones insalubres. Cómo imaginar que el más extremo de los planes se estaba gestando ahí, justo frente a sus ojos.
Dejar de comer, tomar laxantes, provocarse vómitos, coimear a los enfermeros y cambiar los resultados de un análisis de sangre. Todo eso hizo Steven Russell para que lo tomaran por portador de HIV y lo internaran en la enfermería de la cárcel. Con una sobredosis de pastillas que lo llevó a un coma de casi cuatro días, los médicos se convencieron de que tenía las horas contadas y lo trasladaron a una clínica privada en San Antonio. Desde ahí, el hombre telefoneó a las autoridades carcelarias y fraguó su propia muerte. Una vez más, Russell era un hombre libre. Y seguramente así hubiera seguido, de no haber estado tan enamorado de Phillip Morris. Las visitas frecuentes y el rastreo de llamadas lo delataron antes de lo previsto. En mayo de 1998, el teléfono de McVicker sonó con insistencia: “¿No es una obra maestra lo que hice?”, preguntó Russell del otro lado de la línea. “Me agarraron porque tuvieron suerte.” Tras confirmar que su entrevistado había sido condenado a 144 años de cárcel (con una única hora por día para ducharse y salir al patio), McVicker se sentó a la mesa, reunió el material que había juntado y comenzó a escribir I Love you Phillip Morris, finalmente publicado en 2003 por el sello Miramax. Pero aun antes de que el libro estuviera listo, el productor Andrew Lazar (Jinetes del espacio, Confesiones de una mente peligrosa) lo llamó para decirle que tenía serias intenciones de filmar una película basada en esa historia. Tan serias, de hecho, que había comprado los derechos con su propia plata y ya tenía a dos guionistas interesados en el proyecto. McVicker sonrió cuando escuchó que se trataba de la dupla Glenn Ficarra-John Requa, mentores de la incorrectísima Un Santa no tan Santo. Un cross directo a la mandíbula del american dream.
Al ser un libro de Miramax Books, el sentido común indicaba que el primer llamado para conseguir financiamiento debía hacerse, precisamente, a Miramax. Pero las cosas no fueron tan fáciles. “Lo planteamos por teléfono como un escape de prisión gay y se quedaron muy callados”, dice hoy Ficarra. Y Requa agrega: “Cuando salimos de esa reunión, dije: ‘Vamos a tener que escribir este guión gratis’”. Eso sin contar con que Gus van Sant, que iba a dirigir todo, se bajó a último momento sin explicar nada a nadie. Ficarra y Requa tomaron aire y asumieron entonces el desafío de sumar a la co-escritura del guión, su debut como directores.
Bautizada con el mismo nombre que el libro, la película tiene a dos pesos pesados de Hollywood en los papeles principales. Mientras un Jim Carrey algo avejentado y bastante contenido interpreta a Steven Russell, Ewan McGregor encarna la suavidad de Phillip Morris. Empezando por el publicitario nombre de este último, los hechos reales son tan maravillosamente inverosímiles, que el guión no necesitó nuevos elementos ficcionales. Es más: el productor y los directores se esforzaron por generar un efecto de realidad desde el vestuario y las locaciones, impecables por donde se las mire. La mayor parte de la película se filmó en y alrededor de las cárceles de Texas (el acceso sin precedentes para usarlas como escenarios fue gracias a los trabajos de reconstrucción que se estaban haciendo después del Katrina) y el trabajo del vestuarista David Robinson fue la frutilla que coronó tanto esfuerzo. Consciente de que él y Steven Russell tenían la misma edad y habían estado en Key West para la misma época, Robinson llevó una colección de fotos personales y las tomó como referencias exactas para lookear a Carrey. “Era mi forma de decirles: así es cómo se veía un gay en Key West en el ‘84”, explicó. Además, el mismísimo Phillip Morris los asistió como consultor e incluso aceptó hacer un cameo, junto con McVicker.
En cuanto al contenido, los directores mostraron los hechos tal y como ocurrieron, filtrados por un tono de comedia y con todo el arsenal de incorrección política que tuvieron al alcance. Para empezar, no recurrieron a la elipsis: desde el principio hay sexo, fellatios y besos en primer plano de dos de los actores más taquilleros de la industria. Más adelante, las deficiencias del sistema carcelario estadounidense resaltan sobre la voz de Nina Simone, el sida se transforma en una broma pesada, y las peleas y abusos entre internos son el telón de fondo de esta historia de amor. Y hacia allí, hacia la historia de amor, señalan quienes lamentan el retraso del estreno en Estados Unidos. Mientras tanto, países como Taiwan, Grecia, Francia, Suiza, España, y próximamente la Argentina, no sólo disfrutan de I Love you Phillip Morris sino que ya cubrieron los 15 millones de dólares que costó su producción.
Su primera proyección fue en el Festival de Sundance 2009, donde se llevó las mejores críticas. Después participó en la Quincena de Realizadores de Cannes, también con el visto bueno del público especializado. Sin embargo, la película sigue sin ser estrenada en el país que la vio nacer. “Tuvimos la suerte de que nos presentaran a Luc Besson, que fue el productor ejecutivo, al principio del proceso”, declaró hace poco Lazar. “Las historias de relaciones sexuales no parecen poner tan nerviosos a los europeos como a los norteamericanos.” El tema es que lejos de ser un estigma o un secreto, pero lejos también de ser una bandera o insignia, ser gay es sólo una casualidad en la vida de estos dos hombres. Nada más. Y eso parece inquietar la moral de un país que le dio un Oscar a Secreto en la montaña, pero que desempolva pruritos con la homosexualidad vivida libremente y sin culpa.
Por otra parte, el motor que hace avanzar la historia son los constantes escapes que cruzan al género comedia con el de estafadores, en la línea de Atrápame si puedes o Ambiciones prohibidas. Sumando a eso algunos giros dramáticos (la muerte del ex novio de Russell, el ataque grupal a un preso con problemas mentales) la película se ubica en un híbrido genérico, difícil de encasillar para el esquematismo hollywoodense. ¿Conclusión? La distribuidora norteamericana sigue sin autorizar el estreno y la batalla legal que lleva con los productores ya convirtió a I Love you Phillip Morris en una película de culto. Lo último que se supo fue que ante la sugerencia de censurar algunas escenas los directores se negaron y que, mientras la comunidad blogger tilda a la distribuidora de homofóbica, la película ya puede verse en los vuelos internacionales. Aparentemente, se proyectaría en los circuitos de cine arte durante el mes de octubre.
De este lado del mapa, mientras tanto, nos preparamos para su estreno vernáculo. Eso sí: cabe preguntarse por qué cambiaron el título original por el insípido Una pareja despareja. El tufillo a comedia conservadora que desprende, ¿será un truco para que los espectadores piensen en el clásico macho alfa que finge ser gay y al final se revela hétero? Esperemos que no. Hablaría muy mal de nuestras distribuidoras.
Una pareja despareja (I Love you Phillip Morris) se estrena en cines el 26 de agosto.
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