Domingo, 12 de septiembre de 2010 | Hoy
Por Horacio Gonzalez
Un bicentenario convoca a una cifra necesaria e ilusa: ni las naciones ni las bibliotecas pueden dejar de conmemorarlo, pero las naciones y las bibliotecas se parecen en algo: exceden, por lo remoto de su antes y lo incierto de su después, toda quimera que pretenda ponerle clavijas al tiempo. No obstante, no se hace más que pensar en poner sujetadores o contenciones al flujo de las cosas. El conocimiento no puede dejar de proceder así. Sin embargo, todo encuadre, episteme o a priori que se hace necesario en el espíritu de una civilización, no deja de ser un obstáculo inevitable a la materia histórica que rebosa todas las marcaciones. He aquí una de ellas: la Biblioteca Nacional es un hilo interno del despliegue de la Nación Argentina. No siempre desfallece cuando ésta decae o se agrieta. Siempre representa una forma anterior del tiempo que la nación en su conjunto cree haber superado.
Por eso, es posible decir que el pensamiento sobre un tiempo siempre previo, siempre antepuesto, es la característica de la Biblioteca Nacional. Aunque, al revés, su ansiedad modernizadora, el justo deseo que siempre la anima, es el exacto resultado de la sospecha de estar siempre situada en un momento preliminar, un momento que de inmediato reclama su polo contrario, esto es, la expectativa adelantada, su apuesta futura. Incierta circularidad, como la que Moreno describe en su artículo “Educación” de la Gazeta. En eso consiste el tiempo que excede, rebalsa, rebosa. Le pasa sobre todo a los textos, esas clavijas de la cultura sobre la materia amorfa de la vida. Todo lo que un texto nos puede querer decir, es lo que de él se nos escapa o sobra. En ese rebasar quiso recostarse lo que hemos escrito.
La historia de la Biblioteca Nacional la sustentamos en esa cuerda paralela con la que sigue a la misma historia nacional, y en el modo en que también la rebalsa. Este Bicentenario la encuentra con un proyecto y con viejas heridas, ceñida a aspectos generosos de la imaginación cultural pero también con acechanzas oscuras, que el mundo de la administración nacional produce como una segregación oculta, públicamente repudiada pero acaso consustancial a él. Un próximo capítulo más traslúcido de su existencia la debe ver desembarazada de estos atascos y es necesario seguir trabajando para ello, junto a una revisión de los tratos y procedimientos de la institución pública –tradicionalmente conspirativa–, para que reviva como un ente de realización cultural, laboral y humana. Recordando a Thamus, concluimos este libro deseando que las nuevas realidades tecnológicas se aparten de las fórmulas de dominación, conquista cultural y robotización de la experiencia humana, cumpliendo de otro modo la utopía del conocimiento emancipado, de la que también son portadoras. Así se irá readquiriendo el legado del gran pensamiento crítico que a veces se ausenta en las prácticas. De lo contrario, como pensaba Thamus, esas maravillas corren el riesgo de hacernos olvidar lo que sabíamos.
Estas líneas son parte del epílogo de Historia de la Biblioteca Nacional, el reciente libro de Horacio González, su director. La Biblioteca conmemora su propio bicentenario desde el viernes 10 de septiembre hasta el jueves 16 con diversas actividades: conciertos, recitales, feria de escritores y editores, lecturas de textos clásicos argentinos, cine y proyecciones, entretenimientos para chicos, entre otras.
La programación completa se puede consultar en la página de la Biblioteca bn.gov.ar
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