ARTE > LA PROVOCATIVA MINERVA CUEVAS EN BUENOS AIRES
Minerva Cuevas es una artista mexicana que en sus performances, acciones, videos y muestras se mueve entre el arte político, la provocación y la agitación cultural: creadora de una corporación invisible llamada Mejor Vida Corp. –por la que sigue recibiendo mails y que regala códigos de barra con descuentos y “semillas mágicas”–, de videos donde un Ronald McDonald sangriento declara los derechos de los trabajadores, o manipuladora del logos varios, desde sus comienzos ha hecho de lo global, el espacio público y los variados soportes que permite la comunicación motivo, causa y efecto de buena parte de su obra. De paso por Buenos Aires, habló con Radar de su poética y perturbadora obra.
› Por Natali Schejtman
Todavía recibe un mail o dos por día. Pasó el boom, pero nunca se extinguió y entonces todos los días hay alguien que pide su credencial estudiantil o las semillas mágicas de hortalizas sorpresa, los productos estrella de Mejor Vida Corp, una de las primeras obras de Minerva Cuevas y a la vez la que más perdura en el tiempo. Lo que había empezado en el año 1998 como una especie de mar de conceptos fue tomando forma, y no una cualquiera, sino la forma de una corporación, que llegó a tener su oficina en el piso 14 de la Torre Latinoamericana, en pleno DF, y toda la imaginería de empresa, sus productos tangibles e intangibles y un nombre que bien podría figurar en un libro de Michel Houellebecq. Además de las semillas y las credenciales de estudiantes, Mejor Vida Corp. ofrecía gas lacrimógeno, tarjetas de lotería, códigos de barra para descuentos en el supermercado, boletos de subte o servicios de limpieza. Y Minerva Cuevas era y es Mejor Vida Corp. Lo era cuando estaba en esa oficinita, a veces okupándola para dormir también y otras para atender cuando era visitada con extrañeza por los profesionales “serios” del vetusto edificio. Y lo es ahora cuando entre exposiciones, viajes y gestaciones de proyectos, va a depositarle a algún no cliente (es todo gratis) la bolsita de semillas mágicas al lugar en el que ella suele dejar esos souvenirs de MJV: un cajero automático. “La obra tiene más de diez años y la gente le sigue enviando solicitudes sin necesidad de que yo lo active. Se volvió autónoma y probablemente terminará cuando la gente termine de pedir cosas”, explica Minerva, de visita a la Argentina invitada por el Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas Contemporáneas (Lipac) a cargo de Alicia Herrero en el Rojas. Pensemos en el contexto en que esta falsa corporación emergía: en México Distrito Federal, bajo los efectos todavía devastadores de la crisis de 1994-1995. Si esa memoria generacional del derrumbe podría ser útil a la hora de interpretar una firma empresarial con oficina pero dedicada a dar servicios gratuitos de bien público, la impronta caótica sobrevolaría los primeros años de la carrera de Minerva en sus distintas obras.
Ella incluso todavía se acuerda de una acción embrionaria cuando iba, con unos 18 años, por el subte mexicano cargada de elementos destinados a ser descontextualizados: “Antes de comenzar la escuela de artes plásticas yo había hecho ya algunos ejercicios de carácter público, cosas que yo no sabía que se llamaban performance, nomás por crear una situación. Era muy básico el material: unas mantas, el cráneo de un venado... Siempre me interesó trabajar en el área del centro histórico de la ciudad de México, por la variedad de público, la masa, el río de gente que mezcla oficinistas, turistas, gente que vive en la zona, vendedores ambulantes... Me parecía muy rica esa mezcla para hacer acciones públicas. Simplemente era el afán de hacer cosas, no tenía claro para nada que ésa era una forma de arte”.
Una vez obtenido cierto reconocimiento público con MVC, Minerva Cuevas arremetió con otros proyectos de alto impacto. Por ejemplo, cuando participó en la llamativa muestra colectiva del Palais de Tokyo Hardcore (Hacia un nuevo activismo en el arte) en el 2003: llevó un mural/gigantografía que, al estilo Guerrilla Girls On Tour, tenía como base un envase de la marca Del Monte de un puré de tomate con una alteración gráfica en la que se leía Pure Murder, con los tomates frondosos más cerca de una salsa gore (denunciando a la empresa por sus acciones en Centroamérica). También, llamó la atención con un video donde un actor interpretaba a un Ronald McDonald panzón, desagradable y con colmillos (con cierto aire al tenebroso guasón que Heath Ledger interpretaría años después), parado a la salida de uno de los locales que llevan su nombre, mordiendo desenfrenadamente hamburguesas y declarando los derechos de los trabajadores, frente a unos comensales extrañados. Lo global (lo internacional), el espacio público y los variados soportes que permite la era de la comunicación y altercomunicación masiva fueron entonces motivo, causa y efecto de buena parte de su obra, relacionada con los exponentes de su generación, algunos de ellos nucleados alrededor de La Panadería, la galería de arte y de agitación cultural fundada por Yoshúa Okón y Miguel Calderón a mitad de la década de los ‘90. Allí, Cuevas llegó a hacer transmisiones de MVC: Radio México, otro soporte para su obra, como cuenta Vania Macías cuando reconstruye esa época –entre la crisis, el levantamiento zapatista y los intercambios culturales con el exterior–, en el catálogo de la muestra La era de la discrepancia: arte y cultura visual en México 1968-1997 (también exhibida hace dos años en el Malba).
La utilización estratégica –palabra que ella repite más de una vez– de recursos de alto impacto, como los logos, es otra de las constantes de su obra. Lo hizo con la botella y la etiqueta del agua Evian, firma que sustituyó por la palabra Egalité en diversos formatos: en botellitas como parte de una instalación o en pósters repartidos por ella misma. En este caso, el cuestionamiento podría estar apuntando a un recurso natural y universal que, como otros, replica, mercado mediante, la lógica de las capas sociales y restringe el acceso a quienes no pueden pagar una etiqueta.
Cuevas menciona que una de las partes principales de los proyectos es la investigación que ella hace sobre los temas, investigación que luego tendrá una resolución formal para la cual puede valerse tanto de un microscopio como de un video. La investigación (lo previo), la acción (el durante) y la reacción (el después) suelen ser tres patas que tiene en cuenta en sus proyectos, sobre todo en los que involucran el registro de algo que sucede lejos y en soledad, como la vez que cruzó la frontera entre Estados Unidos y México con la ayuda de unas rocas que sobresalían del agua divisoria, el Río Bravo, y mientras pintaba esas mismas rocas.
El agua es claramente un elemento con significaciones múltiples y ella ya aprovechó unas cuantas. Mientras visitaba el Lipac y asesoraba a sus alumnos estaba elaborando un proyecto que va a presentar en una galería de Miami durante diciembre, del que pocas semanas antes podía decir que se trataría de un homenaje al cineasta Jean Vigo (director de la gran L’Atalante) y que mezclaría en un video escenas filmadas bajo el agua con el furibundo abanico de métodos de tortura creados a partir del líquido elemento.
Como corresponde, a Cuevas no le convencen las categorizaciones de arte político y otras que de allí se desprenden. Ella explica su carrera de un modo más claro e ingenuo: “Hubo un período de tiempo en el que empecé a hacer instalación, trabajar mucho con video, y al mismo tiempo siempre he tenido una posición política definida. En algún momento parecía muy lógico relacionar ambas cosas. Cuando llegué a ese punto las cosas fluían mucho más fácilmente en relación al trabajo. Para mi es una constante el procesar información como parte de la vida cotidiana. Cualquier cosa que lea en el periódico se va a mi banco de información, en ese sentido nunca se parte de cero, también en relación a una postura política. Ya vienes con una carga y te conviertes en este filtro político. Creo que son problemáticas las categorías que se han generado en torno a los proyectos que trabajan con lo social. Por eso yo digo: es muy claro que tengo una posición política, se ve reflejado en mi trabajo, pero se ve reflejado en cualquier cosa que yo haga”.
Cuando es invitada a un lugar a hacer una intervención, suele investigar sobre distintos aspectos de su coyuntura y piensa lo que va a hacer muy en función de eso, como una reacción a ese nuevo contexto, que también incluye la galería que albergará su obra. Su trabajo con herramientas de la publicidad y la comunicación visual también pudo verse en lo que “pensó para” Eslovenia, cuando elaboró una serie de carteles bien espectaculares en un momento en el cual el país estaba a punto de entrar en la Unión Europea y en la OTAN.
A lo largo de estos años de viajar e intervenir, Cuevas acumula anécdotas relacionales de los lugares en los que trabaja, puertas afuera o adentro de una galería, retomando en esta disyuntiva un punto siempre presente que ella desdramatiza: “Yo no hago una diferenciación tan clara, para mí los espacios de museo y galería también son espacios públicos. Tienen público dedicado, lo cual es un privilegio que debe analizarse como tal. Una oportunidad bien clara para mostrar algo a gente que va muy lista a ver, a someterse a una experiencia y conocer qué es lo que se exhibe. Yo creo que eso también es una circunstancia muy deseable. A veces se tiende a sobrevalorar el espacio público, creyendo que poniendo algo afuera del museo va a tener más visibilidad por la gente que se encuentra en el espacio público, pero en realidad puede fácilmente perderse por el caos urbano o no ser efectivo. Es bien difícil aproximarse a la gente. No me refiero a acercárseles físicamente, sino a su atención o a lo que los puede entretener lo suficiente. Al museo van con este afán de prestar atención”.
Esta perspectiva es bastante consecuente con su obra. Minerva Cuevas tiene una especie de poesía de laboratorio. Ella se centra en un tema e indaga algo puntual, lo cambia de lugar y trata de que por medio de lo chiquito se vislumbre una situación mucho mayor. Es como una mezcla de artista contemporánea, performer y gestora cultural, ¿o cómo se explica si no la obra que realizó en Suecia, cuando decidió repartir postales para que la gente pudiera mandar gratuitamente? “Allí –recuerda la artista- me sorprendía que el servicio postal no fuera un servicio público muy presente. Está totalmente relegado a una esquinita en el mercado. Después de hacer mi instalación, supe que era algo que la población sentía como pérdida social. Entonces mi primera idea fue hacer una oficina de correos dentro del museo, y después evolucionó. En medio de la instalación había un buzón donde la gente podía depositar las postales y se enviaban gratuitamente”, dice ella, recordando el entusiasmo que se generó alrededor.
A Minerva Cuevas, como a tantos otros, también le cabe una división entre obras más poéticas y ensayísticas, y otras que se anclan en un discurso más efectista (aunque no siempre tan perturbador). Un ejemplo de la primera es una climática (literalmente) performance que consistió en dormir una noche a la intemperie en un parque nacional de Canadá, arriesgándose a los animales de la zona (como el venado que apareció) y a los -4 grados de temperatura, y registrándolo todo para luego mostrarlo como parte de su muestra, “No impresionada por la civilización” (en el Banff Centre).
Eso puede verse como una especie de forzada desconfortización sin demasiado sentido, pero cierra cuando la artista habla de uno de los objetivos de sus acciones: “Para nada creo que el fin es que lo vea la mayor cantidad de gente ni cambiar la percepción, sino crear estos pequeños ejercicios intelectuales. La obra en realidad siempre tiende a ser una provocación con más o menos contenido en torno a temas muy específicos”. Entre estos “ejercicios” tan orgánicos como el dormir, el beber o el comer, Minerva Cuevas escribe un contundente subtítulo más en el agraciado capítulo del arte y la (mejor) vida.
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