A principios del siglo pasado, el cine era chiche nuevo en Europa y su vástago más deseado, el sexo en movimiento, ya era furor. Pero también era ilegal. Y la industria para abastecer a aristócratas y burgueses florecía. ¿Es posible que la primera filmación de sexo explícito que se vio en esos salones clandestinos de proyección de la que se tenga registro haya sido filmada en la Argentina, con un sátiro espiando ninfas y cazando una para saciarse? El Satario fue durante años una hipótesis y un mito. El reciente descubrimiento de una productora podría hacerlo realidad. Esta es la historia.
› Por Natalia Moret
Tres minutos después de haberse inventado el cine, se inventaba uno de sus géneros más hiteros y rentables: el cine porno. ¿Dónde? En la Argentina. Sí, en la Argentina. Aparentemente. Porque si para algunos inventos locales (digamos, por ejemplo, el colectivo) las pruebas son categóricas, el asunto se enmaraña un poco cuando se trata de definir cuál es y quién se queda con la autoría de la primera película pornográfica de la historia. Primero, porque una gran parte de las películas de la época, hablamos de principios del siglo XX, se perdieron para siempre. O están en manos de coleccionistas celosos, inaccesibles. Y después, pero no menos importante, porque en sus comienzos la pornografía era ilegal y todos los que participaban del negocio, como sucede con cualquier negocio al costado de la ley, se esforzaban seriamente por no quedar pegados, haciendo todo lo posible para que nadie pudiera reconocerlos y mucho menos encontrarlos. Porque no te metían multas: te metían preso. Entonces, a lo Houdini, los implicados en el maravilloso mundo de la pornografía desarrollaban una serie de estrategias escapistas para circular con el menor riesgo posible por el circuito under: usar alias, revelar los rollos de películas en las bañaderas de sus casas, filmar de noche mientras el resto del mundo duerme, entre otras. Estrategias escapistas que tuvieron que mantenerse y reinventarse durante muchos años: el primer país del mundo en legalizar la pornografía fue Dinamarca, y lo hizo recién el 1º de junio de 1969 en el marco de Sex 69, una gran feria de sexo que convocó a más de 50 mil visitantes en Christianborg. Para ese momento el cine tenía ya casi 80 años, y se estima que eran más de 3 mil las películas pornográficas que se habían filmado, y mucho el dinero que esas películas habían reportado a sus productores. En ese entonces el consumo de stag movies, como se conocía a las películas cortas con sexo explícito, estaba destinado casi exclusivamente a hombres (stag, de hecho, podría ser traducido como “sólo para hombres”).
Pero no para cualquier hombre. Las stag movies estaban destinadas, casi exclusivamente, a hombres aristócratas y burgueses. Muchas de estas películas se hacían por encargo y se proyectaban en los smokers, salones poblados de chicas livianas de ropa para la clientela masculina. Salones oscuros, selectos y secretos, llamados así por el humo de los cigarros que terminaba de armar el ambiente sórdido y elegante. Los créditos, el idioma de las placas, la distribuidora, la productora: la mayoría de los datos en los films no eran más que pistas falsas para inexpertos. Muchas veces, incluso, los actores aparecían disfrazados, con máscaras o trajes, ocultando su identidad. Generalmente, los encubiertos eran los hombres. A las mujeres, que en la mayoría de los casos provenían de burdeles de mala muerte y que aceptaban este trabajo como una versión mucho más amena y mejor paga de la prostitución, es más común verlas a cara descubierta. El hecho de que los directores, los camarógrafos y los productores usaran seudónimos inverosímiles y chispeantes denota el gesto irreverente que desde el principio acompañó a la pornografía: acá sí que se coge, y es una fiesta. Les guste o no a los bien educados. E. Hardon (E. Sigue Duro), Will B. Hard (Guille Sé Duro), A. Wise Guy (Un Tipo Sabio), She Will (Ella Lo Hará), son sólo algunos ejemplos. Desde su nacimiento, la pornografía estuvo condenada a los márgenes, a la clandestinidad, allí donde las buenas morales imperantes no pudieran censurarla. Se acusa al porno de repulsivo e inmoral o, en el peor de los casos, de aburrido. Tal vez, como opina Gore Vidal, esa gente que acusa nunca encontró su porno, aquel porno frente al cual no pueda sino sentirse profundamente inquieto y perturbado. Porque el único peligro de mirar porno, dice, es que te haga querer mirar más porno. Que te haga, incluso, no querer hacer nada más que mirar porno. Ese temor a que nos guste demasiado, parece, es lo que se agita detrás de esta industria que no para de crecer desde que nació. ¿Y dónde nació? En la Argentina, sí. Aparentemente.
El sexo siempre estuvo ahí: en el centro de todo. A lo largo del siglo XIX, como parte de la experimentación en la representación realista del mundo, comenzaron a circular en las cortes europeas pinturas y grabados que retrataban cuerpos desnudos. Muchas veces se trataba de obras anónimas. En 1827 se inventa la fotografía. Un rato después, una mujer ya posaba desnuda para la cámara. Pero lo que la imagen fotográfica tan sólo llegaba a sugerir se completa con el cine, capaz de registrar imagen en movimiento. El 28 de diciembre de 1895, August y Louise Lumière presentan el cinematógrafo en el Grand Café Boulevard des Capucines de París. Con el cinematógrafo había nacido el cine. Y con el cine, el cine porno. Casi inmediatamente se filma y presenta en sociedad El beso, con May Irvin y John Rice, un corto que mostraba a una pareja besándose en primer plano y que era adaptación de una escena sacada de una comedia teatral. No había desnudos, no había genitales, no había tetas. Ni que hablar de penetración, fellatios, cunnilingus, eyaculación y todo el combo de explicitud y lujuria que llegó para quedarse apenas un ratito después. El beso era un film casi ingenuo, casi romántico. Pero lo que en teatro no había horrorizado a nadie, en la pantalla causó un escándalo fabuloso. Quién sabe si influenciados por el novedoso mundo del psicoanálisis o solamente por su propio deseo, los Lumière entendieron rápidamente que ese escándalo manifestaba tan sólo una cosa: la gente, el público, quería más. Más de eso mismo que tanto los escandalizaba. El cinematógrafo, aquel invento tan útil para mostrar obreros saliendo de su trabajo, también podía ser usado para mostrar eso otro que todos hacían con mayor o menor frecuencia, dependiendo de cuán afortunado se fuera, y de lo que nadie se atrevía a hablar: sexo. Así es que unas semanas más tarde aparece el corto Le bain, dirigido por Louis Lumière y protagonizado por la actriz Louise Willy, que se desnudaba frente a cámara en un strip-tease bien sugerente. Todavía apenas se jugueteaba con la posibilidad del sexo explícito sin alcanzarlo, por lo que, técnicamente, no podríamos hablar de porno. De todas formas, Le bain provocó tanto escándalo y consternación entre los defensores de la moral burguesa que terminó por catapultar la incipiente pornografía a las profundidades de la clandestinidad. Pero en la clandestinidad se multiplicó. Los equipos que de día eran usados para filmar películas presentables en sociedad, de noche se usaban para seguir alimentando la maquinaria del sexo. En 1896 aparece Le coucher de la mariée, también protagonizada por Louise Willy. IMDB, la base de datos online más fuertemente consumida por los cinéfilos y que a veces, parece, puede equivocarse, indica que Le coucher... fue dirigida por George Méliès, el primer ilusionista del cine. El especialista del género Luke Ford, en su libro History of X: 100 Years of Sex in Film, señala que esta película fue dirigida por Eugene Pirou y Albert Kirchner, bajo el nombre de Léar, a pedido de los Lumière. En el film, como pasaba en Le bain, otra vez puede verse a Louise Willy sacándose la ropa. Aparentemente el corto original duraba siete minutos, de los cuales han podido rescatarse en la actualidad tan sólo dos. Los primeros dos minutos, en los que sólo llega a verse un provocativo pero todavía recatado jueguito previo. En los minutos perdidos del film podrían haberse encontrado escenas de sexo explícito. Tal vez. Pero hoy es imposible saberlo. Entonces, ¿cuál es la primera película verdaderamente porno de la que se tenga registro?
En 1908 se filmó en Francia A L’Ecu d’Or ou la Bonne Auberge, traducida como El buen albergue, protagonizada por un soldado que llega hambriento y cansado a una posada y que termina sacándose el hambre con la bella mucama que lo atiende. De esta película se tiene registro y puede precisarse su fecha exacta. Por eso varios historiadores y expertos dicen que, oficialmente, muchas veces éste es considerado el film porno más antiguo que existe en la actualidad. Pero, ¿qué pasa extraoficialmente? Los mismos expertos sostienen que existiría una película anterior a la francesa, llamada enigmáticamente El Satario (también conocida como El Sartorio), que sería una mala traducción de “El sátiro” y habría sido filmada en algún lugar de la ribera de Quilmes o la ribera paranaense en Rosario, circa 1907. Por nombrar sólo algunos de los expertos que abonan esta teoría casi mítica: Joseph Slade, Paco Gisbert, Linda Williams, Patricia Davis, Ariel Testori, Luke Ford y Dave Thompson. ¿Por qué entonces si tantos expertos están de acuerdo con su existencia hablamos de mito? Porque, más allá de las investigaciones, no habría copias disponibles de la película que sustenten la hipótesis. ¿Acaso ninguna copia? No. Todos los que saben del tema afirman que un coleccionista anónimo e inaccesible, que a veces aparece como español y otras como canadiense, tendría una en su poder. Y que podría haber otras por ahí. ¿Y de qué va la película? Seis ninfas juegan desnudas en un río. Desde los matorrales, una especie de demonio con cuernos y barba se excita espiándolas. El sátiro sale de su escondite y las corre, pero sólo llega a capturar a una de ellas. Después de la leve resistencia de la ninfa, ella y él tienen sexo demoníacamente divertido en varias posturas, hasta que terminan en un 69 perfecto. El sátiro se escapa cuando aparecen las otras ninfas a rescatar a su amiga.
Pero, ¿por qué vendrían los europeos a filmar a Buenos Aires? Cuando la censura en Francia se puso más severa hacia 1905, dice el especialista español Paco Gisbert, muchas de las producciones pornográficas empezaron a trasladarse a tierras alejadas del viejo mundo, como México. Y como la Argentina, que, según Gisbert, fue uno de los primeros centros de producción de películas pornográficas, allá por 1904 o incluso antes. “En un artículo aparecido en la edición norteamericana de Playboy sobre los orígenes del cine clandestino –señala el español–, Arthur Knight y Hollis Alpert explican que las películas con una completa y explícita actividad sexual eran enviadas por barco desde la Argentina a compradores privados, la mayoría en Francia e Inglaterra, pero también en sitios tan lejanos como Rusia y los Balcanes. De hecho, el escritor Louis Sheaffer cuenta en O’Neill: Son and Playwright, la biografía de Eugene O’Neill, que el dramaturgo viajó a Buenos Aires en aquella década y que frecuentaba, con bastante asiduidad, las salas de proyección de cine pornográfico en Barracas.” Otro detalle a tener en cuenta es que las mujeres argentinas no sólo podían pasar bastante fácilmente por europeas, como señala Ariel Testori, sino que además cobraban como argentinas. Negocio redondo. ¿Y por qué las fechas sobre su producción están en disputa? Joseph Slade, director de Estudios y Artes Audiovisuales de la Universidad de Ohio y uno de los que cree que la película podría haber sido filmada un poco más tarde que 1907, explica que debido a la calidad de su producción algunos historiadores intuyen que la fecha se acerca más a los años ‘20. “Algunos que opinan que fue producida en México han llegado incluso a atribuírsela a Sergei Eisenstein –explica Slade–, y hay una leyenda persistente que sostiene que El Satario fue filmada, probablemente, como una parodia al Atardecer del fauno, el ballet que escandalizó a la audiencia parisina en su première en el Theâtre du Chatelet, en mayo de 1912. Ese mismo año, el ballet hizo una gira por Sudamérica, y se cree que el film podría haber sido producto de aquel evento.” Si fuera así, El Satario podría haber sido filmada en Rosario o Buenos Aires en 1912. “Aunque –continúa Slade– el periodista y escritor alemán Kurt Tucholsky relata que llegó a ver, en Berlín y en los primeros años del siglo XX, una película cuya descripción se asemeja notoriamente a El Satario, junto con otras que, se sabía, habían sido filmadas en Rosario.”
Actualmente, la productora argentina Bastianafilms está preproduciendo Satario, un documental que trata justamente sobre la búsqueda, como si del Santo Grial se tratara, de alguna copia del film de 1907. “Nos entrevistamos con todos los historiadores, directores y especialistas a los que pudimos llegar, porque todavía seguimos buscando financiación y no pudimos hacer toda la investigación que podríamos haber hecho –explica Joana D’Alessio, de Bastianafilms–, pero uno de estos especialistas nos contactó con un inglés, que nos contactó con un español, que nos contactó con un canadiense...” ¿Y, la encontraron? D’Alessio sonríe. “Parece que sí. Una empresa canadiense que ya cerró había armado, en los ‘90, unos compilados de stag movies de principios de siglo. En uno de esos compilados, que nos costó un trabajo de locos conseguir, aparece una película llamada El Satario, pero fechada en 1920 y en México. Es loco, porque en la película pasa exactamente lo que describen todos los que la vieron o que dicen conocer a alguien que la vio. Las seis ninfas, los matorrales, el sátiro...” ¿Y entonces? “No sé, pero consultamos con algunos expertos. Gisbert opina que puede ser el típico error de edición de un recopilador de stags.” Por 1920, México era un centro de producción importante de material pornográfico, en especial de películas zoofílicas, y tal vez el recopilador pensó que el “monstruo” que sale en El Satario, medio animalesco, era una especie de parodia de esos films y lo ubicó en los ‘20 y en México, el país que más producía porno en ese entonces en América latina. En ese caso, la copia de El Satario encontrada por los productores del documental podría ser la misma de la que hablan los expertos en el tema. En ese caso, tal vez, los argentinos seríamos los creadores de la película pornográfica más antigua de la que se tenga registro.
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