Domingo, 12 de diciembre de 2010 | Hoy
CINE > LA CUEVA DE CHAUVET, EN 3D Y POR HERZOG
En pleno auge del 3D en las salas de cine del mundo, el director alemán Werner Herzog volvió a realizar una de esas ideas demenciales, fantásticas y de un lirismo crudo, pero conmovedor: consiguió el permiso del Estado francés, cobró apenas un euro de honorarios, aceptó todas las limitaciones técnicas que le impusieron y descendió a la cueva de Chauvet, donde se encuentran las pinturas más antiguas de las que se tiene registro, para filmar un documental en 3D. El resultado es un viaje único, en el que Herzog fusiona el relato místico y la divulgación científica. Radar lo vio en el Festival de Documentales de Nueva York y asistió a la charla posterior. Y, a la espera de un lugar entre tanto 3D de pochoclo, cuenta un poco cómo es esa epifanía sostenida.
Por Luciano Piazza
Hace 32 mil años, un hombre caminó por un valle en el sur de Francia, se internó hasta lo más profundo de una grieta entre las rocas, iluminado por una antorcha, tal vez poniendo en peligro su vida, llegó hasta una pared con una curvatura ideal para dar sensación de movimiento, y pintó cuatro maravillosos caballos con carbonilla. Un par de instantes geológicos más tarde se encuentra la cueva intacta con la colección de pinturas rupestres más antiguas conocidas hasta la actualidad. Entre otros interrogantes que se abren dentro del campo de la arqueoantropología, llega Werner Herzog con una pregunta tan fundamental como –tal vez– imposible de responder: “¿Cuáles eran sus sueños?”. Así como el director alemán logra fijar la imagen de un barco arrastrado montaña arriba en el Amazonas, o el paisaje acuático de la Antártida, entra a la cueva de Chauvet en busca de lo que tal vez sea la primera representación de la forma humana en la Historia.
The Cave of Forgotten Dreams (La cueva de los sueños olvidados) fue concebida cuando Herzog leyó un artículo en el New York Times sobre la cueva de Chauvet, en Ardèche, Francia, descubierta en 1994 y que permanece cerrada al público. Solamente está autorizado a ingresar un grupo multidisciplinario de científicos, a través de quienes hemos conocido las fotos de las pinturas rupestres más antiguas del mundo. Se especula que las obras más antiguas de la cueva han sido creadas alrededor de 32 mil años atrás. Afortunadamente Frédéric Mitterrand, actual ministro de Cultura de Francia, es un fervoroso admirador de los documentales de Herzog, y estaba muy dispuesto a escuchar su propuesta. Para no herir ninguna susceptibilidad nacionalista, Herzog propuso que la película fuera propiedad de Francia y que él simplemente cobraría un euro en carácter de honorarios. Así fue que el gobierno francés le concedió la autorización a un documentalista alemán para ser el único que filme uno de sus tesoros arqueológicos más preciados. Le otorgaron un permiso que más bien parece una serie de obstrucciones: cinco días de acceso a la cueva, cuatro personas como máximo podían permanecer hasta cinco horas por jornada, sin poder utilizar luces que generen temperatura, ni tocar las paredes, ni nada que encontraran, y sólo podían transitar por el andamiaje montado por los científicos. Con todas estas condiciones, Herzog sólo se preocupó porque era imperativo utilizar 3D para percibir el relieve de las rocas.
Antes de empezar a trabajar junto a los científicos, antes de encontrar a su personaje favorito, incluso antes de empezar a narrar, Herzog sacia la ansiedad del espectador con una imagen de la cueva de una belleza que supera cualquier expectativa. Esa escena inaugural con la inconfundible música de Ernst Reijseger, el mismo que les puso música a las imágenes submarinas en la Antártida en The Wild Blue Yonder, logra detener el tiempo y anticiparnos un viaje para intentar comunicarnos con los últimos habitantes de Chauvet.
Una vez que la huella de la cueva queda impregnada en la retina, Herzog comienza una narración a medio camino entre un relato místico y el rigor de la divulgación científica. Las imágenes de las pinturas se intercalan con los testimonios de los científicos. Y, como es de esperar, no le lleva mucho tiempo a Herzog para encontrar a un arqueólogo que era malabarista en un circo, a otro que era el presidente de la Asociación de Perfumistas de Francia y se dedica a reconstruir los olores de la cueva; y finalmente el arqueólogo experimental que usa reproducciones de las ropas de los hombres del paleolítico, y toca una flauta reproducción de época a través de la cual se imagina cuáles serían los sonidos que unía a un grupo de personas adentro de la cueva.
Cuando terminó la proyección de The Cave of Forgotten Dreams en la apertura del Festival de Documentales de Nueva York, Thom Powers, el director artístico del festival, empezó la conversación con el director dando un dato curioso: “Más personas caminaron por la Luna que las que pisaron esta cueva”. Más allá de que la frase le da un hermoso halo místico a la cámara dentro de la cueva, es extraño pensar que poca gente transitó una cueva que está repleta de pinturas en sus paredes y que en su piso se pueden encontrar hasta mil restos de cráneos. Precisamente el hecho de que tengamos una versión muy confusa respecto del paso del tiempo del Hombre en la Historia, es una de las preocupaciones centrales del documental. La versión del tiempo que nos hace sentir miniaturas está contenida en dos rinocerontes combatiendo entre sí: el primer rinoceronte fue pintado 5 mil años antes que el segundo. Apenas nos alcanza la imaginación para aventurar lo que ocurrió 5 mil años antes en el mismo lugar en el que estamos sentados. Esas fotos en 3D parecían estáticas hasta que nos llega el breve comentario de la arqueóloga, y desde entonces no es posible verlas sino como un viaje en el tiempo a través de la rugosidad de la piedra. Con una entonación que no es difícil imaginar, Herzog lanza la sentencia que resuena a lo largo de todo el documental: “Nosotros estamos encerrados en la Historia, y ellos no”.
Una de las escenas que logra capturar una intuición “del abismo del tiempo” es cuando una arqueóloga explica que algunas pinturas se ven intervenidas por garras de osos, y los análisis determinan que se intercala la pintura del hombre y las marcas de los osos sucesivamente por miles de años en un mismo sector de la pared. Las interrogantes se multiplican en torno a la vida de los artistas. “¿Qué leían ahí? ¿Con qué profundidad veían a estos animales? ¿Veían a sus espíritus? ¿Era su entretenimiento, su televisión?” Herzog, con cierto placer por la indeterminación, le gusta repetir casi como un mantra: “No lo sé, no tenemos ni idea”.
Como si fuera un relato construido por Herzog, en el fondo de la kilométrica cueva, en un lugar casi inaccesible para las cámaras, se encuentra lo que tal vez sea una de las primeras representaciones de la forma humana: la figura de un chamán o hechicero, mitad hombre y mitad bisonte, muge mientras parece abrazar a una mujer, representada sólo por unas piernas (con sus caderas) y el triángulo de vello púbico. La Venus de Chauvet está ubicada en la “Cámara del fondo”, un lugar inaccesible por la fragilidad de los objetos que existen entre el sendero de los científicos y la ubicación de la estalactita en la cual está pintada. Es frecuente en su cine que Herzog tenga que silenciar o no mostrar escenas. Quien haya visto Land of Dark and Silence posiblemente no se pueda olvidar de la escena inaugural en la que dos mujeres ciegas y sordas van a volar por primera vez en su vida. Un hombre está sentado entre ellas y les transmite a través de sus manos lo que está viendo por la ventanilla de la avioneta. El espectador queda afuera de la conversación en la que las mujeres transmiten la emoción de la sensación de volar. La omisión más famosa es la de Grizzly Man, en la que Herzog silencia lo que acaba de atestiguar con el audio que queda registrado cuando el oso ataca a Tim y a su novia. Aunque no sea posible comparar directamente las omisiones, nos podemos imaginar un hilo negro que recorre sus películas, pasando por la cueva debajo de la catarata en Guayanas y llegando hasta la Venus de Chauvet.
Una de las confusiones recurrentes respecto de su figura es que suelen interpelarlo como filósofo. Si bien debe ser una de las confusiones más agradables a las que está sometido, considerando que muchas veces creen que es un cazador de locos, responde con mucha naturalidad, y parece no estar cansado de aclarar su oficio: “No soy un pensador formal, no estoy trabajando en el pensamiento abstracto. Pienso a través de escenas, a través de imágenes de diálogos”. Luego aclara que siempre ha trabajado y aprendido de la experiencia, desde una concentración de impresiones y percepciones que ocurren más allá del oficio. El resguardo de esa experiencia en el relato de su primer ingreso a la cueva sirve para ilustrar la idea. Se jacta y se alegra de no haber llevado siquiera una cámara de fotos: “Esos momentos de gran intensidad y de nuevas percepciones nunca los voy a grabar, ni me gustaría registrarlos con la cámara. Porque cuando filmás algo se vuelve desechable, lo podés dejar en el sala de proyección, lo podés grabar en un DVD y mandarlo lejos de vos. Por eso hay ciertos momentos en que uno está solo con lo que experimenta. Y prefiero mantener esos momentos bien distinguidos y libres, por más que trabaje como realizador de cine”.
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