Domingo, 19 de diciembre de 2010 | Hoy
SUCESOS > LOS HECHOS EN EL PARQUE INDOAMERICANO Y EL IMAGINARIO ARGENTINO
Las imágenes del conflicto en el Parque Indoamericano parecen remover en el inconsciente colectivo los tópicos más claros y recurrentes de la Argentina: los de civilización y barbarie. Con La vuelta del malón, el cuadro de Della Valle como imagen que lo condensa todo, el artista Daniel Santoro ofrece una lúcida reflexión sobre el retorno de esos fantasmas reprimidos sobre la ciudad en los últimos días.
Por Daniel Santoro
Unos indios corren a caballo por la Pampa en un amanecer lluvioso. Cumplen su ritual de saqueos, crímenes y robos. Es una imagen fundante de nuestro imaginario la que nos muestra La vuelta del malón, el cuadro que Angel Della Valle pintó en 1892. Con crudo realismo a la italiana, nos revela la vieja fractura que recorre nuestra estructura identitaria. “Civilización y barbarie”, de eso se trata. Allí van con la blanca cautiva, apenas madura para el inevitable mestizaje. Saquearon una iglesia y blanden los objetos de culto como armas. Allá van con cabezas humanas y maletines de cuero. Todo lo que amamos, en fuga hacia la oscuridad de la pampa, llevado por esos salvajes escapados a los Remington del general Roca, nuestro demiurgo creador de desiertos. Es curioso, pero en ese espacio desierto ahora se expande el conurbano bonaerense. En el cuadro no hay conurbano, pero sí hay inseguridad, tal vez sea la de este cuadro la primera grave denuncia de inseguridad en el territorio. Parecen cosas del pasado, pero contra zanjas o puentes levantados, estos malones vuelven periódicamente desde la oscuridad de la barbarie.
Ya desde el título el cuadro nos plantea una duda. ¿La vuelta se refiere a que ese malón vuelve de cumplir sus tareas, o que podrían volver otros malones en el tiempo y en un número indeterminado de veces? Me gusta pensar en esta última interpretación. Podríamos comparar a nuestra vuelta del malón con la Ronda nocturna, pintada por Rembrandt en 1642. Este cuadro cala hondo en el imaginario holandés, es una imagen tan pregnante como la de nuestra vuelta del malón. La “ronda nocturna” trata sobre el control del territorio: en el cuadro, un conjunto de guardias armados se apresta para una inspección por los alrededores de la ciudad, nada podría escapar a su control; por las miradas y las actitudes vemos cómo todos se acechan y se conocen, los holandeses tienen el control real de su gente y su territorio, incluidas las mareas. En cambio nuestra imagen vernácula nos informa del descontrol total del territorio y de sus extraños habitantes, es una pampa librada a su suerte. Nos vemos involucrados en ese cuadro como testigos desamparados, víctimas de todos los delitos ominosos que un humano pueda sufrir, incluyendo asesinatos, secuestro de personas, hasta robos, saqueos y arrebatos. Acaban de saquear e incendiar alguna iglesia, sin duda, por la continuidad en las tareas, se trata de proto-peronistas. (Un detalle: en el costado derecho hay un indio que lleva en su regazo un maletín de cuero nuevo. Hoy diríamos que se trata de un “motochorro”.)
Todos los crímenes posibles en una sola gran imagen que muestra a estos feroces aborígenes venidos desde los confines del territorio.
Nadie como el peronismo sabe correr haciendo equilibrio sobre la línea sarmientina de fractura. Como una interfase, el peronismo es agente civilizador y a la vez mensajero de la barbarie. El jinete a caballo deviene centauro, según lo veamos, el centauro es un caballo que deviene humano, o un humano devenido caballo. El centauro es una peligrosa bestia, pero entre ellos también está Quirón, el centauro sabio, el tutor de Aquiles. Esa consigna nemética reclama un sistema que lo convierta en un verdadero motor, como el yin-yang oriental, una dínamo cultural productora de barroco.
Es fácil y engañoso concebir la pampa como un desierto. La distancia de la mirada favorece el equívoco. En cambio no es tan fácil concebir así a la selva. Esa impenetrable pared vegetal nos impone una prudente negociación. Por más “cangaceiros” que se aventuren, por más genocidios que se perpetren, finalmente se deberá negociar. Eso es el inicio de la producción barroca. Creo que es por eso que civilización y barbarie no opera como consigna de la misma manera en Latinoamérica a como lo hace en la Argentina. En Latinoamérica funciona como sistema, y para nosotros es un juego de oposiciones.
Macunaima es para Brasil un personaje heroico, en cierto modo equivalente a nuestro Martín Fierro. Macunaima nace viejo y negro en la selva, después de algunas alternativas se dirige a la gran ciudad y se vuelve rubio y joven. El es la negociación misma, su cuerpo es civilización y barbarie, lleva en él la marca del territorio. Se define como el héroe sin carácter, es pura hibridación. En cambio nuestro Martín Fierro, con su intensa personalidad karmática, vive mal enquistado con todo su entorno, ya sean milicos, patrones, indios o negros. Con todos pelea, y después de muchos combates, al final se volverá mansamente “ortiba”.
Nos enorgullecemos con el hecho de que Le Corbusier nos haya elegido para realizar su único templo racionalista en Latinoamérica (la casa Curuchet de La Plata). Es un motivo más para que nuestro mundo de la cultura se sienta orgulloso de un merecimiento que nos aleja de Latinoamérica y nos acerca a los viejos ideales de civilización. Nadie se atrevería a ponerle una voz propia a esa prístina construcción fruto de la pura razón. Ninguna apropiación es posible, ningún azulejo lusitano, ninguna banana en el techo, como las operaciones que sí realizó el herético Niemeyer sobre su herencia racionalista.
La Argentina carece de producción barroca, como carece de una mirada apropiadora de su vernáculo. Cualquier acercamiento al oscuro y sucio mundo latinoamericano es un destino que cree no merecer. Siempre antepone la mirada erudita tributaria de una homologación externa, que es garante de su ya legendaria elegancia. La mirada erudita sanciona los excesos en los que la mirada ingenua y apropiadora suele incurrir, la mirada erudita desagrega y purifica, es difícil establecer un balance entre ambas formas de ver.
La foto publicada en el diario La Nación del viernes 10 de diciembre del corriente año, que se reproduce en esta nota, tiene una inquietante continuidad visual con la vuelta del malón. Todos los elementos que la componen podrían traspolarse al siglo XIX, como en un daguerrotipo. Vemos a los “malones” que traspasaron el perímetro de la ciudad e instalaron sus “tolderías”. Son malones que vuelven en forma aluvional, vienen con las cabezas bien negras a gozar en medio de nuestras ciudades. Se filtran por las fronteras “porosas” y agitan todos nuestros fantasmas freudianamente, como en una vuelta de lo reprimido. El título sobre esta foto del diario dice: “Un campamento donde el precio de la tierra se discute en guaraní”. Es un nuevo delito de los muchos que se están cometiendo en tiempo real en esta visión de la devastación.
Luego de la solución política del conflicto, llegó lo que podríamos llamar la “hora de la purificación”. Muñidos de blanquísimos trajes y escafandras herméticas, blandiendo artefactos con tecnología del siglo XXI, aparecieron decenas de empleados municipales; aparecieron para acabar con la contaminación, producto de la sucia barbarie decimonónica y establecieron un preventivo perímetro sanitario.
La ciudad está a salvo. Nuevamente Latinoamérica quedó lejos.
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