VISITAS > EL CONTRABAJISTA RENAUD GARCíA-FONS EN ARGENTINA
Es uno de los mejores contrabajistas del mundo, y también uno de los más eclécticos: con raíces clásicas y flamencas, ha tocado y grabado con músicos de todo el mundo y de todos los géneros. De paso por Argentina y Uruguay, Radar lo entrevistó en Rosario para hablar de esa música que parece atravesarlo todo y que dejó boquiabierto al público local.
› Por Diego Fischerman
Perpignan es una ciudad del sudeste de Francia. Forma parte de la región del Languedoc y hasta tiene un nombre en catalán, Perpinyá. Allí llegaron, en 1938 y sin saber nada una de la otra, dos familias con hijos pequeños. Ambas huían de los bombardeos de los Heinkel sobre las zonas civiles de Cataluña. Mucho después, los niños ya crecidos se conocieron y se casaron. Y uno de los hijos, nacido en París, escuchaba en su casa un disco con un coro haciendo canciones de los repubicanos. No era lo único que oía, También estaban Los Beatles, un álbum con obras de Bach para órgano, el flamenco y Atahualpa Yupanqui. “No hablábamos en español”, dice, en perfecto español, Renaud García-Fons. “Mi padre era pintor. Era un medio artístico e intelectual y no estaba bien visto no integrarse. Eramos perfectos franceses, salvo por la música que se escuchaba, que incluía algunas cosas que los franceses no oían. Y Sketches of Spain, de Miles Davis, que era un disco muy importante para nuestra casa. El español lo aprendí en la escuela. Y hablando.”
También aprendió más adelante el arte del flamenco, y quizás haya tenido que ver el hecho de que, antes de ser uno de los mejores contrabajistas del mundo, haya sido guitarrista. “Recuerdo que se escuchaba flamenco en casa pero lo que yo tocaba cuando empecé a estudiar guitarra, de niño, era música de Sor, y esas cosas que tocan los guitarristas, y rock, que comencé a descubrir gracias a mi hermano mayor.” García-Fons camina junto al Paraná. Está por comenzar la prueba de sonido para su actuación dentro de un pequeño ciclo internacional que se realiza en Rosario con algunos de los músicos que llegaron a Buenos Aires para el festival de jazz de esa ciudad. Dos días antes había estado la Mingus Dynasty y esa noche el contrabajista fue el número de fondo de una jornada que incluyó también al trío del pianista suizo Marc Perrenoud. Su primera aventura latinoamericana llegaba al final. García-Fons había tocado con argentinos e incluso había estado de gira y grabado discos junto a Silvana De Luigi, una cantante de tango nacida en Buenos Aires y radicada en París. Pero nunca hasta ahora había estado aquí. Su presentación en el Festival, junto a su grupo La Línea del Sur, dejó boquiabierto al público que llenó el Samsung Studio (una sala nueva donde había estado, hace tiempo, Michelangelo) en Buenos Aires. Después tuvieron una malhadada experiencia en Córdoba, gracias a “una organización espantosa”, y una frustración en Montevideo, adonde fueron muy bien tratados pero el concierto, que iba a ser en el magnífico Teatro Solís, no puedo realizarse por una huelga de trabajadores municipales. Y después de Rosario fue Mar del Plata.
García-Fons, junto al río, habla pausadamente, con extremada gentileza y con un acento francés apenas perceptible. En su I-Phone -–algo así como un tablero de mando al que recurre con frecuencia y para infinidad de menesteres-– busca cuando hay alguna palabra francesa cuyo equivalente español desconoce. “No recuerdo cómo se dice ‘recherche’”, dice en un momento de la charla. “Ah, claro, búsqueda, investigación.” Allí, en el I-Phone, guarda también música. Las listas, en orden alfabético, muestran los siguientes nombres: Atahualpa, Bach, Chanson, Chopin. Y, más abajo. Hendrix.
Atahualpa Yupanqui estaba entre las músicas de su infancia y sigue estando ahora. “Es uno de los músicos que más admiro y que más me gustan”, explica. “¿Por qué? Tengo miedo a las palabras y me produce resquemor usar la palabra ‘autenticidad’. Pero es que hay allí algo auténtico. Algo que tiene que ver con la verdad y que es mucho más importante que la técnica, que si tocaba de tal o cual manera. En su manera de cantar y tocar hay verdad.” En la música de este contrabajista que muchos identifican con el flamenco pero que, remarca, “incluye al flamenco pero también a muchas otras músicas”, prima la mezcla. Y se trata de la mezcla más inverosímil. De una que posiblemente sólo puede funcionar en sus manos y en la que el rock (la idea del riff, cierta aproximación casi corporal al instrumento y a la música, los cortes) es una pieza vital. “No escuchaba demasiado a los contrabajistas. Sí conocía, y de hecho toqué durante un tiempo, el be-bop. Y obviamente músicos como Scott La Faro, en el trío de Bill Evans, fueron importantes para mí. Pero me interesaban otras cosas. La primera vez que escuché al sarod, por ejemplo, me deslumbró.” Esa especie de sitar grave (en realidad un instrumento bastante nuevo en la tradición india, ya que su historia se remonta a apenas unos doscientos años atrás) e intérpretes como Ali Akbar Khan, fueron determinantes para García-Fons. Y también el hecho de que su maestro no haya sido un músico de jazz ni, tampoco, un ortodoxo. “No recuerdo exactamente cómo fue que tuve un contrabajo en mis manos por primera vez pero sí me acuerdo exactamente la sensación que tuve. La guitarra no me conformaba del todo. Me sentía un poco perdido, sin rumbo. Y al tocar el contrabajo, al sentir la vibración de las cuerdas en mis dedos y percibir ese sonido supe que había encontrado mi instrumento. Les dije a mis padres que quería tocar contrabajo y se pusieron a buscar cómo alquilar uno. Y justo esa semana, en la inauguración de la exposición de un pintor, mi padre conoció a François Rabbath y le habló de mí. Lo conocí, y me dijo que lo mejor que podía hacer era estudiar en el conservatorio y que él me vería cada tanto y me daría algunas clases. Eso hice. Y él fue mi maestro.” Rabbath, nacido en Siria, solía tocar con Paco Ibáñez (junto a él vino varias veces a la Argentina) y sus conciertos, donde mostraba un control sobre el instrumento altamente inusual, no se parecían a nada conocido. Es posible que esa haya sido otra de sus enseñanzas.
“Toqué en la orquesta de contrabajos de Francia y también con Kenny Clarke y varios músicos de jazz. Fui parte de una big band pero la primera vez que, en un solo de ‘Caravan’, hice un solo que me parecía que iba con el tema, que se iba del jazz y jugaba un poco con los elementos orientales del tema, mis compañeros no me saludaron más. Había cometido un crimen, parece.” García-Fons tiene sus reservas con el mundo del jazz pero, también, con el de aquello que el mercado denomina “música del mundo”, que es donde a veces se tiende a colocarlo a falta de una categoría mejor. “Es una clasificación donde caben demasiadas cosas. Alcanza con hacer un drum’n’bass y ponerle encima una melodía medio folklórica para que se diga que es música del mundo. Lo que hacemos nosotros está muy lejos de eso”, afirma. También mantiene cierta distancia con la idea del virtuosismo, más allá de que en la música que hace resulta un ingrediente fundamental (y no sólo por él sino, también, por sus compañeros de grupo, el acordeonista David Venitucci, el guitarrista Kiko Ruiz y el percusionista Pascal Rollando). “El virtusismo es un pasaporte. Y como no me gustan mucho las fronteras tampoco me gustan los pasaportes. Pero, a veces, son necesarios. Siento que no es el virtuosismo con lo que se conecta el que escucha, sino con algo más profundo. El virtuosismo puede, a lo sumo, ser un vehículo.” Además de sus discos propios, entre los que se destacan Alboreá, Navigatore y el ultimo La línea del Sur, García-Fons ha participado de proyectos con músicos de Grecia, Argelia, Túnez, Vietnam y Turquía, entre otros, e intérpretes de instrumentos como tär persa, sarod y zarb. “Es posible que parte de mi estilo tenga que ver con las historias familiares. Pero también es generacional. Casi diría que hago música típica de alguien nacido en 1962, con discos en su casa, con un hermano mayor que escuchaba rock, con el jazz rock empezando a dar vueltas y con la apertura de puertas que había significado la música de los Beatles. Y Hendrix. Y Miles Davis. Y todas esas músicas del mundo, en el sentido más amplio posible que se le pueda dar a ese concepto, con las que fascinarse.”
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