PERSONAJES > EL ANTIGUO ENCANTO DE MAGGIE GYLLENHAAL
› Por Mariano Kairuz
En los años inmediatamente posteriores a su revelación a través de La secretaria –en la que se zambullía en una relación sexual sadomaso con su jefe, interpretado por James Spader– los tipos que eligen a las chicas para las grandes producciones hollywoodenses le dijeron a Maggie Gyllenhaal cosas tales como que no era linda o sexy según los estándares del film de estudio, y hasta que no era “suficientemente significativa en un sentido monetario” (sic). No es que con los años se haya vengado de los grandes productores, pero un par de temporadas atrás coprotagonizó una de las películas más comercialmente exitosas de todos los tiempos, El caballero de la noche, donde ocupó perfectamente su lugar, y convenció a los críticos de que había sido un reemplazo inmejorable de la inanimada Katie Holmes, cuyo personaje retomaba. También es cierto que ese personaje –la novia del encapuchado psicótico de Ciudad Gótica– terminaba la película carbonizado, por lo cual es poco probable que haya Batman 3 para ella, pero al menos sí quedó demostrado que la chica que diez años atrás fue recibida con ligereza como la reina-del-indie-que-no-debería-salir-del-indie, la estrella naciente locuaz y políticamente activa, la hija de una familia de artistas de la industria de una fama más o menos marginal, estaba perfectamente dispuesta a hacer películas que no “tuvieran necesariamente la misma visión del mundo que yo” y que pudieran ser vistas, para variar, por mucha gente alrededor del globo.
Además, recuerden, agentes de casting, que en 2007 Maggie reemplazó como modelo de la marca inglesa de ropa interior y perfumes Agent Provocateur a nada menos que Kate Moss. Podrán seguir discutiendo qué tipo de belleza es la que la inviste, pero que tiene onda, tiene onda.
El tema en todo caso es que su cara es una muy poco común para una estrella de Hollywood. Tiene los mismos ojos tristes, algo caídos hacia afuera, de su hermano menor Jake (que se consagró en el círculo más o menos indie con Donnie Darko y Secreto en la montaña, y ahora filma producciones millonarias para Disney como El príncipe de Persia). Su cara es redonda (o en forma de corazón, según se la suele describir en un esfuerzo por definir su contorno), y contiene una boca pequeña y unos cachetes que tienden a dejarse llevar por la gravedad. Además, sus elecciones de vestuario y de peinado la hacen verse como una actriz de los ‘20, de los ‘30, o a lo sumo de los ‘50. Su estilo e imagen fue comparado con los de las estrellas de Griffith o de Chaplin, con Mary Pickford, con Clara Bow; alguna vez con Carole Lombard y, en un salto a la modernidad –cuando le toca algún personaje de carácter– con Barbara Stanwyck. Será de otra época, pero, de nuevo, onda no le falta.
Maggie (Nueva York, 1977) pertenece a cierta realeza no muy conocida del cine norteamericano: su padre es un director que ha filmado algunos buenos títulos poco recordados, y proviene de un largo linaje de la nobleza sueca; su madre es una guionista nominada al Oscar; ambos tienen un interés activo y fuertes lazos en la política norteamericana y han estado estrechamente ligados a los Clinton. Sin embargo, a pesar de que su padre los hizo debutar a él y a su hermano en sus películas, hizo un camino más o menos complicado, se supone que por elección. Es probable que nadie la recuerde demasiado de su participación como la esposa de uno de los dos policías atrapados en los escombros en Las torres gemelas, de Oliver Stone, actuación que, por otro lado, fue interpretada como una suerte de enmienda tras haber provocado varias respuestas indignadas con su opinión de que “habría que reflexionar sobre la responsabilidad que tuvieron los EE.UU. en los ataques del 11-S”.
En esos primeros años de estrellato, tendía a elegir personajes “dañados”, de acuerdo a una sensibilidad indie-Sundance progre y biempensante, que con los años empezó a equilibrar. Tocó ese extremo indie en Sherrybaby, donde se entregó sin vanidad al retrato de una mujer que acaba de salir de la cárcel. Pero ahora sabemos también que puede encandilarnos con personajes agridulces como la panadera anarquista que enamoraba a Will Ferrel en Más extraño que la ficción, y que puede hacer Batman igual de bien. Y que puede prenderle fuego a la pantalla junto a Jeff Bridges como lo hicieron en su escena de cama en Crazy Heart, con casi nada, con una naturalidad abrumadora, un par de gestos y movimientos mínimos (apenas una mano de él metida en el pantalón de ella proveyendo la sensación justa de intimidad) y que sólo podemos lamentar todas las películas que se perdieron de su intemporal gracia por la miopía de tanto productor y agente de casting que no entiende nada.
A Maggie Gyllenhaal puede vérsela por estos días en Nanny McPhee y el Big Bang, la secuela de la película infantil con Ema Thompson, que acaba de salir en dvd sin pasar por los cines. También en La sonrisa de la Mona Lisa (Mike Newell, 2003), el martes 4 de enero a las 14 y el lunes 10 a las 10, por Fox. Y en la producción independiente Sherrybaby (Laurie Collyer, 2006), que la tiene como protagonista absoluta y que nunca se estrenó en cines ni en dvd en Argentina, el domingo 16 a las 22, con repeticiones el jueves 20 a las 22 y el viernes 28 a las 22, por I.Sat.
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