Dom 06.02.2011
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CINE > LOS COEN REVISITAN LA GRAN TRUE GRIT DE JOHN WAYNE

Como un Duke

Parecía difícil, tirando a imposible, que los hermanos Coen abordaran el western haciendo una remake de True Grit, aquella película de Henry Hathaway basada sobre la gran novela de Charles Portis que le valió a John Wayne su único Oscar, y que tenía además caras nuevas como Robert Duvall y Dennis Hopper. Pero con Jeff Bridges en el lugar de Wayne, lo que empieza cumpliendo se convierte en un western original. Acá, para celebrar, una recorrida triple: la original, la remake y la novela de un escritor enigmático.

› Por Alfredo Garcia

Los Coen no se privan de nada. Y como no dejan de filmar una película tras otra, finalmente se acercaron a uno de sus géneros favoritos –al menos lo fue siempre para ellos como espectadores–: el western.

A la hora de hacer remakes, los hermanos de Simplemente sangre no se andan con pequeñas: incluso cuando ya desde el vamos no tienen forma de no salir perdiendo, como cuando se atrevieron con The Ladykillers (El quinteto de la muerte), empresa absurda cuando no hay manera de contar con algún equivalente contemporáneo de actores de la talla de Alec Guinness o Peter Sellers.

En el caso de True Grit (Temple de acero) el asunto era casi igual de audaz, ya que estamos hablando del western que le dio el único Oscar de su carrera al mismísimo John Wayne. La apuesta de los Coen era realmente extraña, audaz y delirante, pero curiosamente con este western sobre una adolescente vengativa y un viejo vaquero borracho y decadente, el dúo de Fargo consiguió el mayor éxito de toda su carrera, proeza que se vuelve aún más gloriosa dado que el film en cuestión es un western, género que, si bien nunca muere, lamentablemente no es el más popular, masivo o apreciado por “el gran público”. Si bien un par de veces por década renace gracias a hits como Los imperdonables o Danza con lobos, lo cierto es que las viejas películas de vaqueros siempre están a punto de ser totalmente soslayadas por cineastas y productores.

El éxito comercial de la nueva Temple de acero –en Estados Unidos por ahora, habrá que ver qué pasa acá cuando se estrene el jueves que viene– es un extraño fenómeno difícil de explicar, igual que la generosa cantidad de nominaciones al Oscar en casi todos los rubros más importantes. Quizá la explicación más sencilla es que se trata de otro de esos misterios de los Coen, capaces de dedicarse de manera straight y renovadora a films de géneros tales como el cine de gangsters (como lo hicieron en Miller’s Crossing, conocida acá como De paseo a la muerte), el film noir moderno (Fargo) o la comedia lunática (Educando a Arizona), sin olvidar films únicos e inclasificables como Barton Fink, El gran Lebowski o Dónde estás hermano, aquella antológica variación sureña de La Odisea de Homero que, bien pensada, tal vez haya sido lo más cercano a un western que hayan rodado los Coen hasta antes de esta curiosa Temple de acero.

Para un purista del western clásico, la idea de un clásico de Henry Hathaway revisado por los Coen a primera vista puede resultar perturbadora. De todos modos, en el caso de True Grit hay un factor que vuelve el asunto un tanto más razonable y es el hecho de que, más allá del film con John Wayne, hay una novela que como punto de partida para un film se acerca bastante más al espíritu excéntrico de este dúo de cineastas totalmente personal e imprevisible.

La película de Hathaway era algo así como un último intento de Hollywood por mantener la estética del western clásico, idea un poco demodé para 1969, si se tiene en cuenta que la True Grit original se estrenó con pocas semanas de diferencia de un exponente revolucionario del género como La pandilla salvaje, de Sam Peckinpah. Sin embargo, el film original es una obra contundente con la que es difícil competir, empezando por la presencia dominante de John Wayne en una antológica interpretación del impresentable marshall Rooster Cogburn, a lo que hay que agregar un elenco imbatible con actores del nivel de Robert Duvall, Jeff Corey y Dennis Hopper, además de uno de esos scores inolvidables de Elmer Bernstein y una superclásica fotografía en exteriores del experto Lucien Ballard (director de fotografía de Kubrick, Peckinpah y Don Siegel).

Esta nueva versión empieza siendo más rara que realmente eficaz, pero poco a poco los Coen encuentran un extraño punto de equilibrio entre el humor negro de la historia y los personajes, el tono progresivamente más dark, siniestro y finamente casi pesadillesco del viaje en pos de una venganza obsesiva de esa adolescente implacable y el pistolero en decadencia que en esta nueva encarnación de Jeff Bridges se vuelve aun más desastroso y difícil de redimir que aquel bastante más simpático y pintoresco marshall personificado por Wayne.

Lo interesante de la Temple de acero modelo 2010 es cómo empieza siendo un típico chiste al estilo Coen y paulatinamente se va convirtiendo en un auténtico western tan original como respetuoso de los códigos del género. Finalmente, Jeff Bridges se da el gusto de enfrentar solo a cuatro tipos malos en un increíble duelo que justifica por sí sólo toda la película. Es el tipo de escena que todo fan del western querría ver en una película de vaqueros, y termina por dejar claro que los Coen son tan fans como el que más, al punto de dejar de lado sus toques más autorales para meterse de lleno y muy seriamente en su primera exploración del Far West.

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