FOTOGRAFíA > EL ENSAYO DE GERARDO DELL’ORO EN EL CC HAROLDO CONTI
Gerardo Dell’Oro tenía diez años cuando su hermana Patricia fue secuestrada junto a su marido durante la última dictadura. Las fotos tomadas y guardadas por su padre, también fotógrafo, registran la vida familiar hasta entonces, con la triste excepción de una imagen que nunca llegó a sacar: la de Patricia junto a su hija Mariana de Marco, que tenía 25 días cuando secuestraron a sus padres. A partir de esa imagen inexistente, Dell’Oro comenzó la construcción de un ensayo visual conmovedor que recién pudo completar con el inesperado testimonio sobre Patricia que ofreció Julio López poco antes de su desaparición, quien tenía guardada en la memoria la imagen que faltaba.
› Por Violeta Gorodischer
En todas las familias hay una cámara. De la Revolución Industrial en adelante, el rito consiste en registrar el paso del tiempo, cómo crecen los hijos, en qué momento dejamos de ser los mismos para empezar a ser otros. El álbum de fotos vendría a ser el espacio de la narración en imágenes: ahí donde los clanes arman un relato de sí mismos que perdura en el tiempo y permite reconstruir la historia. Gerardo Dell’Oro lo sabe, siempre lo supo, y por eso quiso dar forma a su propio libro de autor, a partir de fotos dispersas en los rincones de la casa paterna.
Armó la primera secuencia en blanco y negro, partiendo del retrato de una chica muy linda, puro pelo lacio y ojazos celestes. Es su hermana Patricia, la que desapareció cuando él tenía diez. Se la ve de chiquita, el flequillo a lo Betty Boop y la seriedad asustada de la Primera Comunión. Después es una adolescente sentada con todas sus amigas en un banco de plaza. También está sola, posando su belleza lánguida. Y con un vestido blanco, lista para dar el sí. En otra foto, un hombre de bigotes la abraza. Es Ambrosio de Marco, su marido. Se los llevaron juntos. El click los congela en ese instante de verano, las mangas cortas y el sol radiante. Detrás de ellos, la pared blanca de una casa y una enredadera que llega hasta el techo. También hay un nene que observa todo desde el interior de un grupo reunido al borde de la pileta. Es el propio Gerardo, captado por la lente de su padre fotógrafo. La misma lente que rescató los gestos de Patricia y Ambrosio ante la enredadera. ¿Sabrían ellos lo que estaba pasando? ¿Lo que vendría después? Cuando estas fotos fueron suficientes, otro álbum entró en escena. O tal vez fuera el mismo, retomado varios años después por aquel nene ya grande y transformado él también en fotógrafo. Gerardo quiso hacer un ensayo sobre Mariana, la hija de Patricia, que tenía apenas 25 días cuando se llevaron a la madre. Casi como un homenaje, trató de encontrar en ella las huellas de su propia hermana. El recorte de esas miradas intensas. Los dibujos que hacía Patricia, tatuados en el hombro de Mariana. Un presente luminoso que trajo un marido y una panza y una beba llamada Francisca. “Cuando me preguntaban de qué se trataba mi ensayo no sabía bien qué contestar. A veces decía que era un trabajo sobre mi sobrina, y otras que era sobre mi hermana”, explica Dell’Oro, como si no hubiera sabido qué hacer con la elipsis del relato. La grieta, más bien, porque aunque se cansaron de buscarlo, ni él ni su padre pudieron encontrar un registro de Mariana y Patricia juntas. Un vacío inquietante que tal vez, en el cruce entre álbum y álbum, podría llenarse de significado.
En el medio, los matices del contexto social cambiaron el rumbo inicial del proyecto, enriqueciéndolo en múltiples niveles. Es que mientras Gerardo cerraba el libro, comenzaron los Juicios por la Verdad en la ciudad de La Plata. “Apareció un testigo”, le dijeron entonces. Su nombre era Jorge Julio López y había estado detenido junto a Patricia y Ambrosio en el Centro Clandestino de Arana. Un remolino interno agitó las aguas del río familiar. Gerardo salió el mismo día del reconocimiento judicial a fotografiar los árboles de la zona. De lejos, sombríos y casi borrosos, reflejan su estado de ánimo en esos días. También escuchó las palabras de su padre ante el Tribunal Oral Federal de La Plata (“¿Dónde están los restos? Ellos se llevaron la vida y los cuerpos, pero los restos me pertenecen a mí, a mi esposa, a mis hijos, a mis nietos y también a mi bisnieta”); habló del tema con su sobrina; buscó todos los dibujos y grabados y pinturas de Patricia para mirarlos una y otra vez. Finalmente, llegó el día en que López habló ante el Tribunal, durante el juicio a Miguel Etchecolatz. “Fue revelador”, dice hoy Dell’Oro. No sólo porque ése era el primer testimonio de lo que realmente había pasado con Patricia (cuándo la mataron, cómo) sino porque, por primera vez, la memoria de otro daba forma a la foto inexistente para ellos. El padre, el hermano y la hija oyeron a López cuando repetía lo que Patricia misma les hubiera querido decir: “¿Vos sos López? Si vas a mi casa acordate de decirles a mi nena y a mis padres, avisales dónde estuve”. Mientras se la llevaban, imploró para que no le quitaran la posibilidad de ser madre. “Llévenme a una cárcel pero no me maten, quiero criar a mi hija”, contó López que gritaba Patricia. Gerardo se quedó en shock. “Yo quería terminar con las fantasías dolorosas de tortura: en mi ecuación, cuanto antes la hubieran matado, mejor. De alguna manera, lo que esperaba era un relato horroroso pero pacificador. Escuchar esa frase fue inesperado. Patricia siempre había sido ‘la hija desaparecida’ de la familia. No habíamos pensado en ella y su maternidad.” De pronto, los tres comprendieron que ahí estaba el núcleo de lo que habían buscado durante tanto tiempo.
Las cosas parecían encaminarse, hasta que ocurrió lo que ya todos sabemos: dos días antes de la condena a Etchecolatz, Julio López desaparecía. “Lo que sería la consumación de una reparación, quedó marcado con la perversidad de la desaparición de López”, dice Gerardo. Luego vino la sentencia y el vacío del día después. Otra vez la falta de rastros, de culpas, otra vez el tufo rancio de la impotencia. Fue entonces, con los álbumes, los dibujos, las pinturas, las palabras y el dolor, cuando Gerardo Dell’Oro decidió ampliar el libro y montar una muestra que excediera lo puramente fotográfico. Ignorando el mandato ortodoxo (“una imagen debe sostenerse a sí misma”), él quiso exhibir todo eso junto. Y más: también los dibujos y el testimonio de López bajo su propio retrato, como un cierre simbólico y siniestro. Es el testigo que repone con palabras la imagen que falta; es el hombre que desaparece dos días antes de la condena a su represor. Una circularidad perversa de la historia que sólo el arte sublima, ahora que la Justicia es la única ausente.
Imágenes de la Memoria puede visitarse en el Centro Cultural Haroldo Conti, ex ESMA (Av. del Libertador 8151) hasta el 12 de junio.
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