› Por Mariana De Marco
Hace quince años que conozco a Julio López, aunque jamás lo haya mirado a los ojos. Las ganas de no cruzarnos fueron mutuas; le habían dicho que me parecía mucho a mi mamá y no quiso verme. Y yo no quise enfrentarlo. Hoy siento que las piezas de la historia se unen gracias a él; que todo tiene un sentido, que fue él el mensajero de un deseo y de un recuerdo; el mensajero de tanto amor dentro del horror más enorme. Particularmente, mi historia empieza a tomar forma después de haberlo escuchado. Le debo, le debemos, mucho. La justicia que comienza a asomar, para López, para mis papás, para los treinta mil que no están, mucho le debe. No puedo evitar sentirme en deuda; dan ganas de salir corriendo a buscar hasta abajo de las piedras hasta encontrar a Julio López.
(2006)
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