CASOS > LAS FOTOS íNTIMAS DE LOS FAMOSOS
› Por Mariana Enriquez
A estas horas ya se sabe que un día después de que se hicieran públicas las fotos íntimas y eróticas de Gonzalo Valenzuela y Juana Viale, se estrenó en Chilevisión el programa Karma, protagonizado por el mismísimo Manguera –que, de manguera, poco; o, más bien, manguera de regar plantitas: derrumbe de un modesto mito– donde interpreta diferentes historias de sexo en capítulos unitarios. ¿Quiere decir esto que no hubo filtración sino vil estrategia? Difícilmente, sobre todo después de la muy pública desgracia de la pérdida del hijo de la pareja tras las fotos de Juana a los besos con el fugaz ex ministro Lousteau. Las fotos al desnudo caen en coincidencia con la aparición destemplada –sobre todo teniendo en cuenta la debacle de News of the World– de diarios tabloides en Argentina y la superpoblación de imágenes digitales osadas, algunas robadas, otras ofrecidas voluntariamente, de celebridades. No es la primera vez que pasa, pero la catarata es evidente: son los casos de la foto, supuestamente de cámara hurtada, en la que Silvina Escudero aparece muy hermosa, sin maquillaje, en primer plano y con un líquido viscoso símil semen bajo el cuello, goteando hacia los senos; la imagen de una embarazadísima y desnuda Karina Mazzoco, menos escandalosa claro está, y las demenciales imágenes de Graciela Alfano sin ropa sentada en el inodoro del baño de Ideas del Sur, en una performance que de tan bizarra podría ser leída como body art.
¿Qué muestran los famosos desnudos en fotos que, con frecuencia, se sacan ellos mismos? Una exagerada vuelta de tuerca de la exposición: en la vida pública se muestra muchísimo mientras rige la queja por la sobreexposición y la persecución, y luego en las fotos privadas, robadas, se dobla la apuesta y se muestra aún más, como si el strip-tease de carne y alma sólo pudiera terminar en una especie de desollamiento probablemente registrado por una cámara digital. La duplicidad es patente: si alguien sufre por estar expuesto, ¿se saca fotos en pelotas y las deja en la tarjeta de un teléfono móvil, uno de los dispositivos más proclives de ser afanado? ¿No tendría uno más cuidado y las dejaría en el disco rígido de casa o, si tiene ganas de llevarlas encima, las protegería con una contraseña difícil de descular? Es puro acto fallido: cada vez que una celebridad es robada, dentro del botín se encuentran fotos comprometedoras. Algo que no suele pasarle al resto de los robados del mundo.
La imagen digital, el video casero y la instantánea de paparazzi son la estética erótica de estos tiempos. El video de Paris Hilton y su novio Rick Solomon, con su sexo desganado y aburrido, estéril; el mito del video de JLo con uno de sus ex maridos que, supuestamente, estaría detenido en gateras por abogados –ni siquiera importa si existe: JLo sube puntos de popularidad sólo con el rumor–; Colin Farrel hasta las pestañas de cocaína con una conejita Playboy en una deprimente madrugada. Ya no rankea aquí Pamela Anderson cuyo muy satisfactorio video casero con Tommy Lee es demasiado claro para tiempos paranoicos: son una pareja jovial, algo tonta, él está extraordinariamente dotado, ella está hermosísima. No hay histeria, no hay dudas. En el porno gay, por ejemplo, uno de los subgéneros más requeridos es aquel que finge un encuentro capturado por una cámara de seguridad de un estacionamiento o de un palier de edificio; son actores, se sabe, pero lo que calienta es ver esa imagen estática, hiperrealista, tembleque, en ángulo desde un rincón de la pared.
Histeria también hay en las entrepiernas al aire de Lindsay Lohan que falta en el cine hace años pero dice presente ante las cámaras de los paparazzi todas las noches de Sunset Strip, en general sin ropa interior. Britney también dejó de usar ropa interior para las cámaras; por supuesto también lo hizo Paris Hilton, que es pura voracidad. Mostrar es ser visible; es la visibilidad que más rinde porque no sólo vende sino que constituye la materia prima de empresas superexitosas como TMZ, website de noticias y mojón cultural que impuso esta forma de ver a las celebridades que ya no huyen de los fotógrafos sino que se les abren de piernas, les tiran besos, les envían las fotos de sus fluidos y sexos de celular a celular. Y aunque no entreguen estas imágenes voluntariamente, aunque sinceramente hayan sido robadas, aunque de verdad las veamos sólo gracias a la traición, la mala fe o el precio de alguien, todos saben que vale más un video –de celular, otra vez– de Chachi Telesco teniendo sexo con su novio que ser secretaria de Gerardo o bailarina de Nico, plataformas pasadas de moda, se diría analógicas.
A esta altura, también, un juez prohibió la difusión de las fotos de la pareja Viale-Valenzuela que ya vio todo el mundo –en Poringa, el sitio erótico de Taringa!, en Twitter, en cientos de lugares– y el morbo crece hasta reventar porque, aseguran los que saben y los que no, que la bañadera en la que está desnuda Juana con celular en mano queda en el baño de la casa de su abuela Mirtha Legrand. Morbo totalmente comprensible el de la pareja (¿quién no retozó en la cama de los padres y se solazó en la irreverencia?) pero, la verdad, gracias al huracán Juana, la Señora está transitando los años más intensos de su vejez.
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