Domingo, 7 de agosto de 2011 | Hoy
PERSONAJES > JORGELINA ARUZZI DESPUéS DE SU GRAN PAPEL EN EL HOMBRE DE TU VIDA, EL DOMINGO PASADO
Por Juan Pablo Bertazza
Así como los encuestadores pusieron de moda el término “voto cruzado”, haciendo referencia a que buena parte de los electores de Macri podrían votar a la Presidenta, dos eventos televisivos opuestos pueden compartir parte del público. El golpe de Ricardo Fort a Flavio Mendoza en Showmatch tuvo similar rating –alrededor de 26 puntos– que la tercera entrega de El hombre de tu vida, sin lugar a dudas el capítulo más logrado en lo que va de la serie de Juan José Campanella, con el agregado de que fue trend topic en Twitter y recibió una felicitación por parte del Inadi por su magistral trato sobre la discapacidad. Ambos momentos televisivos tuvieron en común, parafraseando uno de los grandes slogans de Gran Hermano, mostrar la vida misma. Sin embargo, está la vida misma que vemos y muchos quieren que veamos todos los días y la vida misma que no es tan accesible a los ojos, esa vida misma que incluso muchos se encargan de ocultar. Apenas Yanina ingresa al bar donde la esperaba Hugo Bermúdez, lo primero que hace el personaje de Francella es dar vuelta la cara para no verla. Esa es la antesala de un gran momento televisivo, el momento en que en la tele pueden verse esas cosas de la vida misma que no queremos ver. Una clienta de la agencia amorosa muy particular: una pediatra con discapacidad neurológica que tiene mucho para contar detrás de sus tics, detrás de sus estoicos sueños que sólo quiere vivir con dignidad fue el gran atractivo de la entrega del último domingo que, al mismo tiempo, volvió a presentar en sociedad a una actriz en serio que después de varios secundarios y algunos pocos protagónicos, está golpeando, acaso, las puertas del éxito masivo. Una mujer que transitó ese camino apasionante que va del trabajo silencioso a la ovación de un público que la aplaudió de pie desde su televisor, una actuación magistral que obligó a muchos a preguntar cuál era el nombre de esa actriz.
Jorgelina Aruzzi empezó a tomar clases de teatro a los 16 años. Dueña de una verdadera carrera anfibia entre el teatro off y la pantalla chica, es de esas actrices cuyo currículum podría formularse con un cuadro sinóptico: cada uno de sus trabajos, por más disímiles que sean, está imbricado con el siguiente por el arte de la recomendación. En lo que respecta a la tele, empezó precisamente en Videomatch, donde hacía “cámaras ocultas en las que estaba muy oculta”, explica esta mujer que hace reír por partida doble, con lo que dice pero también con su risa contagiosa. Ahí la conoció a Eugenia Guerty, con quien después haría la obra Pasado carnal, a la que fue a ver Jorge Guinzburg, quien la convocó para trabajar en Chabonas (2000) junto a Mariana Briski, Florencia Peña y la misma Eugenia Guerty, entre otras, una especie de Cha cha cha femenino que, pese a su fugacidad, se convirtió en programa de culto. Luego vino una semiconsagración con la sitcom Amor mío, junto a Romina Yan y Damián de Santo, trabajo que además le depararía su primer protagónico en Chiquititas sin fin (2006): “Es algo impactante, un programa con masividad mundial, todavía hay gente que me escribe de Brasil, Israel, o Italia. Recibí mucha ayuda de Romina, ella siempre me decía que era más fácil hacer Vulnerables que Chiquititas, y era cierto, porque ese laburo te hacía transpirar la camiseta”. Esa especie de dominó en la carrera artística de Aruzzi también se puede trasladar incluso a su vida personal, ya que uno de los trabajos que ella más valora en su carrera, La madre impalpable, que le valió el premio ACE 2008 como mejor actriz de teatro alternativo, predijo en cierta forma su maternidad. En esta obra, Aruzzi se reía de la sobreprotección, tabúes y contradicciones en la educación de una madre con su hijo: “Fue un antes y un después en mi carrera, porque inmediatamente después fui madre de Ambar. La obra estuvo dos años en cartel, un montón, porque encima lo hice sola”, dice esta actriz de humor innato que reniega, sin embargo, del mote de actriz cómica. Luego seguiría su carrera con otra obra teatral, Amor, dolor y qué me pongo, junto a Cecilia Roth y Leonor Manso, con dirección y adaptación de Mercedes Morán, donde encuentra, a su vez, la génesis del momento estupendo que vive actualmente, tras su memorable participación en El hombre de tu vida: “Campanella vino a ver junto a su mujer la obra y hace unos meses me convocaron porque había un personaje que querían hacer. Me mostraron el video de Pablo Costa, uno de los guionistas del programa que padece de esa discapacidad neurológica y es un verdadero ejemplo: le inyectaban botox en los músculos para que no se moviera tanto; es como que mandás una orden y el cuerpo responde haciendo otra cosa, una especie de tormenta eléctrica. El personaje tuvo mucho humor porque Pablo lo tiene, en una de nuestras charlas él mismo me contó que, por ejemplo, para descomprimir el clima de sus clases en la universidad les dijo a sus alumnos: ‘Yo sé que en la facultad hay muchos rumores sobre lo que tengo, les voy a ser franco: me chocó un camión Scania’. Pero quisimos que, además de lo humorístico, el personaje también tuviera verdad. Creo que a la gente le gustó porque es un personaje que, además de destilar amor, hace reflexionar sobre la fragilidad del cuerpo, que a veces ignoramos porque cada uno va montado en el caballito de su realidad. Antes de que se emitiera pensaba que me había salido mal. La tele es bipolar, todo el tiempo vas y venís; y mis características como actriz tienen más que ver con el tiempo que con el impacto repentino. Una va tejiendo una bufanda larga que, en algún momento, empieza a tomar forma”.
Como le sucedió a lo largo de toda su carrera, su excelente papel de Yanina seguramente le esté abriendo, en este mismo momento, nuevas puertas y espectadores a esta actriz que todavía no hizo cine (“me encantan Lucrecia Martel y Ana Katz”, dice), y tal vez en esos pequeños milagros retrospectivos se encuentre la poética recompensa al trabajo a largo plazo, la seriedad y el talento artístico: el de saber mostrar cosas de la vida misma que muchos no pueden ver.
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