Dom 04.05.2003
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MODA

Yo mimo al animé

El último grito de las pasarelas porteñas se llama cosplay. Cruza japonesa de Cantaniño con Titanes en el ring, se trata de un desfile de disfraces (con karaoke incluido) inspirado en las grandes figuras del animé, donde los cosplayers (de entre 12 y 30 años) pasean la ropa de sus héroes, cantan los hits de sus series preferidas y ensayan en público lo que aprendieron en sus clases particulares de japonés.

POR VICTORIA LESCANO
“La noche es para los ochentosos: acá empezamos a la una de la tarde”, advierte Akazukin Chacha –nombre de fantasía que alude a un niña aprendiz de bruja– cuando la interrogo sobre el horario de largada del próximo cosplay, que es el nombre con el que vienen haciéndose conocer estos concursos de disfraces y karaoke inspirados en figuras y grandes exitos del animé.
Unos días más tarde, ya aclarada la confusión, la función matiné del teatro Empire congrega a los asistentes a un certamen que cruza a “Cantaniño” con “Titanes en el ring”, aunque más se parece a un catálogo de figurines orientales que cobraron vida y emergieron de las pantallas de una sala de videojuegos.
El vestíbulo art déco reúne atuendos de colegialas remixados con marineritas, falsos samurais y espadas como accesorios de rigor. Los baños devienen en vestidor y peluquería express donde muchos de los cosplayers se pintan el pelo de amarillo o rosa con fórmulas de fijación efímera. Las reglas del desfile de disfraces prescriben que luego de una proyección de animé, sobre el escenario del teatro, los modelos, además de lucir sus atuendos de factura casera, deben desplegar coreografías y cantar en japonés a la criolla.
Natalia (13 años, estudiante de danzas clásica con cuerpo de pin up) llega desde barrio Naón, en los aledaños de Mataderos, vestida con pantalón blanco y celeste, con una pierna cubierta hasta los tobillos y la otra a modo de micro short, con el plus de orejitas de piel y guantes en rosa chicle. Es la personificación de Kizna Towryk, aspirante a piloto y mecánica de la escuela Goa, y sobre los secretos de su styling dice: “Le llevé a mi modista un libro con imágenes de frente y espalda. Lo más complicado fue hacer las botas: opté por forrar un par que tenía con la misma tela de los guantes. El pelo rosa del personaje es muy importante y, como me cuesta mucho conseguir el tono exacto de tintura, ahora me estoy haciendo una peluca con lana”.
Se sabe que Japón, con sus estilos espontáneos, desplazó a las capitales europeas en asuntos de vanguardia, y que los cazadores de tendencias –de los diseñadores de las firmas más célebres a los editores de Visionaire– eligen las calles trendies de Shibuya o Ginza como fuente de inspiración. Expirado el plazo de glamour de las chicas Ko-galls –geishas con pelo teñido de rubio y rostros ultrabronceados–, el último fenómeno de la moda freak de Tokio son los Shooto, o certámenes de luchadores. Se realizan todos los domingos, y los participantes difieren del physique du rôle de los campeones de catch o la temática animé. En cambio convocan a jóvenes muy bellos, con aspecto de modelos, que así como son los nuevos mannequins favoritos de las producciones de las revistas de moda, son los responsables de que la moda irrumpa ahora en las publicaciones especializadas en artes marciales.
Pero volviendo al vestíbulo del barrio de Congreso y sus looks impostados, Miguel, en su caracterización del demonio Mamoru Kusanagi, sí tiene el physique du rôle de un luchador, y su estética es la de Karadagian o la de los secuaces de Santo el Enmascarado de Plata: sobretodo rojo sobre un conjunto de pantalón de vestir gris con camisa negra, alas de silicona y semillas de un árbol mágico incrustadas en el pecho. De los diez disfraces que cuelgan de su guardarropas destaca a Albert Wesker (de Resident Evil), Tasuki (de Fushigi Yugi) y Daugi Kazama (de Rival Schools).
Vestida con trajecito de azafata rojo confeccionado por la madre de una amiga, con una peluca rubia adquirida en un cotillón y corset dorado con terminación en patas de cangrejo, Tamara, por su parte, destaca la hipotética misión de Aika, su heroína favorita: rescatar documentos en una Tokio devastada por un cataclismo. “Pero todavía no pude personificar la transformación”, se lamenta, “cuando Aika cambia de aspecto y aparece conpelo largo y azul y una bombacha muy chiquita”. Entre sus accesorios descuellan un collar hecho de placas radiográficas y tafeta y un arma de aluminio.
Mientras corta los tickets que le entregan los espectadores –esta vez el público no abunda: hay otro cosplay en San Telmo–, Akazukin, organizadora del Animé Fest, dice: “Empezamos con las proyecciones en el bar The Cavern y fuimos los primeros en pasar los 52 episodios de Fushigi Yuugi. Los cosplayers tienen entre 12 y 30 años y cantan los hits de apertura de sus series preferidas; viajan en grupos y con sus espadas katanas desde La Plata o Neuquén y estudian japonés en el Rojas o con profesoras particulares. Acá cuidamos y respetamos a los que participan, pero hay lugares donde dejan que el público los insulte y hasta les tire botellas”.
El listado de pasarelas de cosplays incluye también a Expocomic –el último Festival de Verano celebrado en el Jardín Japonés– y el Centro Fortunato Lacámera. Y en la pasarela del Empire, Diego –flequillo mod y unos largos mechones más afines al estilismo bailantero– exhibe uno de los trajes más cautivantes del fashion parade: una túnica roja que cosieron las manos expertas de una modista de Gregorio de Laferrère. Diego la acompaña con una espada con lazos de piel y collar negro para personificar a Rurouni Kenshin, de la serie Clamp, y confiesa que cada día, a lo largo de un mes, asistió a ese atelier para dar precisiones sobre el personaje y chequear la caída de su disfraz.
En sintonía con los juegos de coquetería y el erotismo naïf de las tramas animé, Marcela, de 22 años, optó por encarnar a Momiji Fujimiya y combina un top de uniforme de colegial –ésos que Occidente asocia con las chaquetas de marinerito– con un short brevísimo y una silueta de hipopótamo bordada en el trasero. Mientras una rara figura de alambre y cartapesta envuelve sus largas piernas, simbolizando los restos del brazo de un árbol del mal, Marcela lleva en los brazos un muñeco de trapo que representa al diabólico Kusanagi: “Momiji es entre dulce y atontada; lo característico de su personalidad es que siempre se le cae la pollera y se le ve la bombacha”.
Marcela recorre la lista de sus otras heroínas on stage: “A Shampoo, de la serie Ranma 1/2, la estrené en Fanatics. Como es originaria de la China, tiene un vestido típico con cuello mao, aunque muy cortito, y lleva el pelo azul; para adornarla me fabriqué dos esferas con una vara de cada lado. Pero de todos mis personajes es Lilica, de la serie Burnup, la que más muestra el físico y usa el lenguaje más subido. Viste traje de policía: falda negra corta con tajos y camisa ajustada. Lo más difícil de realizar es su peinado, una peluca con dos colitas muy curvas en tono rosa. Aunque hay gente allegada al grupo con conocimientos de costura, mi hobby es hacer las pelucas y los complementos, ya sean muñecos o calzado. Es mi mayor distracción, el mejor entretenimiento; lo prefiero a la disco, y consagro mi tiempo libre a los disfraces”.

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