ENTREVISTAS > NELLY OMAR CUMPLE 100 AñOS Y HABLA DE TODO
Fue parte de la aristocracia de la canción en los años ’20 y ’30, amante de Homero Manzi, es sospechada de ser la Malena del tango, Gardel visitaba su casa cuando era chica, cantó con Magaldi, fue proyectada por Corsini y debutó en disco con Canaro. Fue amiga de Evita antes de que conociera a Perón y compartió gloria y problemas con Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Tita Merello y Ada Falcón. Vivió la censura y el exilio. A su vuelta, bajo un poncho que disimulaba sus ropas humildes, desplegó con exquisitez su austeridad. Desde entonces, sus recitales son liturgias de argentinidad que llevan décadas. El sábado que viene, Nelly Omar cumple 100 años. Y aunque quiere pasar el día con el teléfono desenchufado, atendió un llamado de Radar para repasar su primer siglo y hablar de todos los grandes que ya no están.
› Por Mariano del Mazo
Algunas mañanas desayuna en los bares de la zona de la plaza de la Iglesia de Guadalupe, Palermo, lo que en los ’70 llamaban Plaza Freud; la mayoría de las tardes la pasa escuchando música clásica. Le duele una pierna, y se queja. “Ya estoy grande”, dice, y en ella la frase se escucha con un velo de picaresca o una ostentación. Dice que se siente triste, apenada, “deprimida” es la palabra utilizada. “Todos a mi alrededor se van muriendo, y de todos me acuerdo”, dice, y es un mix borgeano de Funes y El Inmortal. El sábado 10 esta piba cumple 100 años y, cual policía, dan ganas de pedirle documentos. Aunque lo sorprendente de Nelly Omar no es la edad. Lo sorprendente, lo inaudito, es cómo conserva su voz y cómo sigue cautivando su temperamento enérgico y filoso. A diferencia de otras glorias vivas del tango, Nelly mantiene la lozanía de su arte: su canto es un prodigio de la naturaleza, una auténtica epopeya vital alentada por ejercicios, una disciplina estricta y mucho descanso. El temperamento tampoco cambió: un volcán que cada tanto entra en erupción. “De la cabeza estoy perfecta, lo que tengo es una enorme tristeza. No sé, estoy deprimida, no me gustan las cosas que pasan en el país... No me gusta nada. En fin. A mi edad una se va quedando sola, con los recuerdos. ¿Usted se da cuenta la vida que tuve?”
Nelly Omar es integrante de la aristocracia de las cancionistas de los años ’20 y ’30, divas que tomaban al tango como el punto de llegada de un desarrollo artístico integral, como Ada Falcón, Azucena Maizani, Tita Merello, Libertad Lamarque, Rosita Quiroga, Mercedes Simone y más. Conoció a Carlos Gardel, cantó con Agustín Magaldi y fue proyectada por Ignacio Corsini. Debutó en la radio en 1932 y, tardíamente, en el disco en 1946 de la mano de Francisco Canaro y para Odeón con piezas como “Adiós, pampa mía”, “Canción desesperada”, “Rosas de otoño”, “Sentimiento gaucho”, “Sus ojos se cerraron”, “Desde el alma” y “Nobleza de arrabal”.
En 1938 un locutor del pueblo de Valentín Alsina le puso el apodo que aún perdura y que tiene dudoso gusto y precisión: “La Gardel con polleras”. La analogía con Carlitos, en todo caso, tiene que ver con el culto a “la canción nacional”, esto es, un arco amplio estilístico que excede el tango y que incluye la cifra, el valsecito, la milonga y otras expresiones camperas. Pero poco tiene que ver la austeridad criolla de Nelly con la catapulta hacia el estrellato internacional de Gardel, ni tampoco las formas interpretativas.
En los años ’40 ocurrieron dos acontecimientos clave en su vida: conoció a Homero Manzi y a Eva Perón. Con Homero tuvo un romance secreto que parece guionado por los autores de los folletines de época y, además, una fuerte identificación artística. Algunos aseguran que Nelly es la Malena del tango, pero los historiadores reniegan de la hipótesis y se inclinan hacia otras creaciones del poeta de Añatuya como “Ninguna”.
Con Eva tuvo una amistad y en su honor grabó la milonga “La descamisada”. Por su militancia fue proscripta después del golpe de 1955 y borrada de las radios y los escenarios. “Yo no hago política, nunca hice política –dice ahora–. Yo digo las cosas que siento y las que vivo y viví. Yo soy de Perón y de Evita porque los conocí. Conocí a Evita antes de que sea la señora de Perón. La conocí volando en Quilmes. Eramos ella, yo y dos aviadores que daban clases de aviación en Palomar. Fuimos a volar. Después ella empezó a hacer radioteatros. Teníamos una gran relación, pero yo jamás recibí nunca ni de ella ni de Perón.”
¿Cómo era Eva antes de ser Evita?
–Era una chica más bien callada, pero con temperamento. Temperamento que después desarrolló cuando conoció al general Perón. El influyó mucho en ella, y a su vez él encontró en esa mujer maravillosa –como decía Perón, “inconfundible, insuperable”–, todo lo que quería trasuntar a su pueblo. Estaban realmente enamorados. Se complementaban. Por eso cuando murió Evita todo cambió. Ella era su sostén. Siempre atrás de los grandes hombres hay mujeres inteligentes. Aunque no tengan una gran preparación... No se necesita tener una gran preparación para ser inteligente. ¡Conozco cada burro preparado!
Estuvo exiliada en Venezuela y Uruguay. La pena y la nostalgia la hicieron retornar: eligió el silencio al desarraigo. Recién en 1969 se dejó rescatar, grabó un disco y poco después la convocó el guitarrista José Canet para un legendario ciclo en la cantina El Rincón de los Artistas. Se empezaba a definir el mito: inauguró el poncho (“para ocultar mi vestuario humilde”) y galvanizó así un símbolo de resistencia y dignidad. Una interpretación severa y dulce a la vez, una técnica depurada, la ausencia de artificios –más cercana al sentimiento gaucho que a los alardes tanguísticos– y un repertorio original y exquisito (temas como “Tu vuelta”, “Amar y callar”, “Parece mentira”, “Mano blanca”) hicieron el resto.
Sus presentaciones suelen ser más que recitales: son celebraciones de argentinidad a la antigua, con baile, bandera y poncho. Ella con los brazos y las manos abiertos o los puños apretados en el pecho delante de claras líneas de guitarras y un público que la adora. Las guitarras remiten, sí, a las milongas, tangos, valses de Gardel y Corsini y, más atrás, al arte payadoril de fines del siglo XIX.
En los últimos años participó de ese rescate de glorias veteranas que capitaneó Gustavo Santaolalla, Café de los Maestros. Pero se enquistó con Santaolalla y se bajó del colectivo. Finalmente hubo capitulación y en 2007 salió publicado La criolla, el disco que le había producido el ex Arco Iris junto con Gustavo Mozzi y que hoy funciona como una soberbia exhibición de longevidad y calidad.
Este año, el del Centenario, hubo llamados telefónicos cruzados entre este periodista y la cantora casi semanales. Charlas de ascensor, pero un ascensor con el vértigo desconcertante de La Nelly: la política, el tiempo, la salud. “Estoy un poco resfriada, ¿qué tal si me llama el lunes a ver si hacemos la entrevista?” Y así por meses. Al final la entrevista ocurre, casual, amable y vehemente. Esta mujer, pisando los 100, es una adorable montaña rusa. Se la escucha alterada. “Es que es un infierno. Por el tema del cumpleaños me llaman de todos lados, de diarios, de radios... hasta de Montevideo me llamaron. Yo sé que me quieren, que la gente me quiere, pero tendrían que darse cuenta de mi edad. Esta semana que empieza desconecto todo, me escondo y no atiendo a nadie más.”
Originalmente tenía pensado hacer un Luna Park para festejar los 100 años... ¿Qué ocurrió?
–Lo levanté porque no siento que esté plena. No es el momento. Si no tengo plenitud, no puedo actuar. Lo que sí tengo ganas es de grabar un disco. Un disco con orquesta y con muchas cuerdas. A veces escucho lo que grabé con Alberto Di Paulo y me parece buenísimo. Quiero hacer un disco con tangos y cositas camperas que fueron quedando, que nunca grabé.
Los temas desfilan con una naturalidad desarmante, aunque se trate de su relación con nombres y apellidos esculpidos en el bronce de la cultura argentina: Carlos Gardel, Eva Perón, Homero Manzi, Azucena Maizani...
¿Qué se siente haber recorrido casi toda la historia del tango?
–Me siento muy feliz y agradezco a Dios. Aunque todos los que yo he conocido se han ido. Me ha tocado cantar con los grandes: hombres y también mujeres. Todos me han dejado recuerdos muy lindos. Las grandes cantoras, empezando por Rosita Quiroga: a ella fue a la primera que conocí porque yo había empezado en 1932 en Radio Splendid. Fui a dar una prueba después de haber hecho un festival benéfico para el Club Colegiales, entonces le dije a mi mamá si podía ir. Yo volaba, me gustaba volar, estudiaba aviación. Entonces mi mamá me dijo: “Eso es lo que tenés que hacer, cantar. Déjate de hinchar con ser aviadora”. Por eso me dio permiso y fui a la radio para dar la prueba. Me hicieron ir a las seis de la tarde, porque querían presentarme a los dueños, y a las ocho de la noche estaba debutando en la radio.
¿Usted había tenido algún tipo de estudio?
–Mi único estudio, mis únicas clases, eran los discos de Carlos Gardel. Mi papá fue amigo de Gardel. Venía a mi pueblo, Guaminí, y se pasaban todo el día hablando de carreras y todo eso, y llevaba los discos. Mi papá ponía los discos y yo los escuchaba. Una vez vino al pueblo con José Razzano, a actuar. Después del recital vinieron a casa. Yo era una nena, tendría unos siete años. Los espiaba desde atrás de una puerta: Gardel tenía la cara redondita, estaba peinado con raya al medio. Bueno, me fui impregnando de esa música y además de todos los grandes tenores. Mi padre, como buen italiano, escuchaba mucha ópera. Había venido a los 12 años, se llamaba Marcos Vattuone, después se nacionalizó argentino. Y bueno, después fui poniendo la monedita en la tienda La Piedad para escuchar a Ignacio Corsini en “La pulpera de Santa Lucía”. Yo era una criatura. Después lo conocí a Corsini, en 1932, en ese festival del Teatro Argos. El administrador lo llevó y le dijo que tenía que escuchar a una chica que cantaba muy lindo. Esa chica era yo. Me escuchó cantar, sin micrófono (porque en esa época se cantaba sin micrófono) y me dijo: “Pero m’hijita, usted ha hecho un agujero en la pared”. Me dio unos consejos y al final terminamos amigos. Amigos, amigos, amigos de verdad, de alma, hasta que falleció.
¿Había competencia entre Corsini, Magaldi y Gardel?
–No, no había competencia entre ellos, absolutamente. Era cosa de la prensa. Yo al principio tenía muchas actuaciones con Magaldi. El me subía de la mano al escenario, me anunciaba y decía: “Les voy a presentar a una futura cantante de tango”. La gente lo aplaudía. Magaldi era un gran ídolo. Y a mí me emocionaba todo el repertorio que él cantaba.
Ahora a la distancia, entre cancionistas como Libertad Lamarque, Azucena Maizani, Ada Falcón, Tita Merello y tantas más, ¿cuál destaca como la mejor?
–Para mí la mejor era Azucena Maizani. Pero había que verla en el teatro, no sólo escucharla en las grabaciones. En las grabaciones no se lució nunca, pero en el teatro era fabulosa. No quiero desmerecer a Libertad Lamarque, que siempre la tuve en primera línea, y además nos ayudó a todas nosotras. Siempre la valoré, fui amiga de Libertad, siempre la iba a visitar. De Tita Merello también tengo un recuerdo inolvidable: fue la que primero me ayudó cuando yo estaba silenciada, cuando no podía trabajar. Me consiguió un trabajo en Montevideo. De Ada Falcón también sólo tengo lindos recuerdos: en ese caso, yo la ayudé a ella cuando estaba en Radio Argentina.
¿Cómo decide el repertorio? ¿Se siente más rural que urbana?
–Siempre canté las dos cosas. En la época que yo llamo gardeliana cantaba tango arrabalero, tangos lunfardos y todo eso. Un día me planté y me dije: “¿Por qué tengo que cantar cosas de Gardel?”. No porque lo desmerezca, al contrario, soy la admiradora número uno, pero quise hacer mi propio repertorio. Y lo conseguí porque tuve la suerte de tener de guitarristas a Roberto Grela y a José Canet. Ellos me apuntalaron muchísimo. No hay que olvidarse de que con Grela grabé “El farol de los gauchos”. Y con Canet recorríamos las editoriales, elegíamos las piezas y ensayábamos. Cuando Canet se me fue de este mundo, recién ahí algunos se dieron cuenta del músico extraordinario que he tenido. Todas sus obras fueron éxitos. Así que yo estaba en muy buenas manos.
Bueno, también grabó mucha obra de Homero Manzi...
–Es que Homero era un gran autor, tenía una inteligencia extraordinaria y un enorme amor al país y a todo lo nuestro. Un día viene con dos letras: “Sur” y “El último organito”. A “Sur” le puso música Troilo, y yo se la canté. Con “El último organito” me preguntó si me animaba a ponerle música. Yo estudiaba piano, así que le dije que sí y compuse la música. Soy fanática de Carriego, y la letra me motivó mucho. Grande fue mi sorpresa cuando salió firmada con letra de Homero y música de su hijo Acho. Hace un tiempo Acho me llamó para ver si necesitaba algo y yo, que no me la mando a guardar, le dije: “Sí, que me devuelvas el tango que me robaron tu padre y vos”. Claro, no fue culpa de él, que era un muchachito. Yo creo que Homero, como tantos padres, quería que su hijo se quedara con algo, algo destacado e importante. Homero era una gran persona... Pero por favor no ponga nada de nuestra relación sentimental.
¿Cómo le gustaría que la recordaran?
–Como lo que soy: una cantora nacional. Pero básicamente como una buena persona. Tengo fama de brava, pero creo ser una mujer noble, buena y generosa. Trato de no pelearme con nadie, y si me peleo trato de olvidar.
¿Cómo va a esperar el sábado 10?
–Todos mis hermanos murieron, tengo unas sobrinas, pero no ando con ganas de verlas. Me gustaría tener un hombre al lado, pero la verdad es que no tengo a nadie, más allá del amor del pueblo. Así que... los 100 años los voy a esperar tranquila, sola, con el teléfono desconectado y si es posible durmiendo.
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