Dom 04.09.2011
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ENTREVISTAS > MARUJA BUSTAMANTE, LA REVELACIóN TODO TERRENO DEL TEATRO

La casa en la que habito

Difícil pensar en una cara nueva de la escena teatral porteña que haya irrumpido con un sello tan propio como Maruja Bustamante. Escribe, dirige y hace puestas en escena. Sus universos son poéticos, contundentes y autóctonos, contienen historias sobre los pecados capitales, el amor de las grandes mujeres argentinas, a Shakespeare y al mundo gay. Tiene dos obras en cartel y una serie lésbica de la que fue parte online. En esta entrevista habla de todo lo que hizo, de cómo aprendió tan rápido, de los prejuicios que la aburren, de cómo crea sus mundos y de cómo la acompañaron y la inspiraron las casas en las que vivió.

› Por Mercedes Halfon

Entre el 2010 y lo que va del 2011, Maruja Bustamante participó en siete obras. Dos como actriz, cuatro como directora, y una como dramaturga y directora. La cifra apabullaría a cualquiera, pero no a ella, que cuando las enumera se ríe como quien cuenta ex novios, dice: “Estoy mal de la cabeza”, se olvida de algunas, de pronto las recuerda y vuelve a empezar. Hay algo hiperbólico en su forma de trabajar en el teatro. Cada uno de los proyectos tiene una historia única que se va hilando con los demás como cuentas muy diversas, algunas de plástico flúo, otras tan discretas que parecen de barro y otras que son piedras de mucho valor, preciosas. Maruja Bustamante acaba de estrenar Olor a pobre, sigue con funciones de Paraná Porá, que escribió y dirigió, y recién termina de hacer Fugu, de la que hizo la puesta en escena “por encargo”. Además, está escribiendo otros dos espectáculos, pero todo ese accionar no es una catarata que desborda y salpica. Todo lo cuenta como lo hace: pausadamente, con un impulso como una revolución suave.

MIS COSAS FAVORITAS

Tanta energía no es casual: Maruja Bustamante se formó con Helena Tritek, un bastión del ala femenina del teatro porteño. Ella dice: “Empecé a estudiar con Helena a los diecisiete años; en realidad había querido ir a los dieciséis pero no me dejó porque decía que era muy chica para ir con adultos. Al año volví y le dije ‘ya casi cumplo 18’ y ahí sí. Ella fue muy generosa conmigo, me tuvo al lado literalmente, hablándome al oído, llevándome a ver teatro y señalándome detalles de la puesta, impulsándome a escribir y a dirigir. Y fue muy generosa en decirme en un momento andate, no me asistas más. Fue doloroso, también. Ya tenía veintidós años y empecé a hacer mis cosas”.

Esas cosas podrían resumirse en estudiar narrativa, poesía, dramaturgia y actuación. Elementos que aparecen en distinta medida en el cóctel Bustamante. Porque si hay algo difícil de hacer con ella es encasillarla en algún lugar. Lo suyo es más bien la fusión. Por un lado podría ubicársela en lo que a grandes rasgos es la escena queer de Buenos Aires, a partir de su labor como actriz y directora en la ya mítica serie lésbica online Plan V, suerte de Montaña rusa gay que apareció allá por el 2009, hizo dos temporadas y aún se puede ver en Internet. También fue puestista de Nena, no robarás, la particular versión del pecado capital que escribió Dani Umpi para el ciclo Decálogo del C. C. Rojas. Y además participó como actriz en sucesivas obras de José María Muscari, entre ellas Catch, donde reflexionaba a los gritos sobre su condición de mujer diferente a partir de su cuerpo y hacía un desnudo que, según cuenta, fue de lo más duro que le tocó hacer: “Yo creo que es inevitable que me encasillen como actriz, por eso tengo que estar muy a gusto con las personas. Me gusta actuar, me da alegría, me encanta jugar a ponerme ropas diferentes. Tengo un perfil más de ruda que de doncella, pero si quiero sé que puedo ser doncella. Si al fin y al cabo yo, como buena libriana, siempre me creí una princesa y una vedette”.

Es cierto. El universo de Maruja excede y a veces nada tienen que ver con el color y la intensidad gay. Sus trabajos como Adela está cazando patos, Hacer sapito (sobre poemas de Verónica Viola Fisher) y Paraná Porá tienen lugar en espacios poéticos, autóctonos, melancólicos. Personales. Y si bien hay quien la emparenta con el mencionado Muscari, o con su discípula Mariela Asencio, es complicado relacionarla con una parte o una generación teatral en particular. Maruja escapa a lo previsible de la época. En una ciudad donde hay más actores que taxis, donde la dramaturgia del actor se expandió como una termita sobre las tablas, ella hace caso omiso a esa tendencia y profundiza en otro lado, precisamente el más olvidado por la escena actual: el aspecto visual. No hay una obra de Maruja Bustamante que no tenga una puesta contundente, hermosa y totalmente distinta a la anterior. “Yo parto de una imagen. Una obra con cuatro sillas y una mesa, no la puedo hacer, necesito otra cosa. Me gusta la plástica, aunque soy malísima para dibujar, me divierte desde pensar la imagen hasta ponerme a pintar un banquito para la obra. Con los actores me cuesta más: es que soy paranoica, creo que todos me odian, me deprimo... Con lo inanimado me va mejor”, se ríe.

Esa fidelidad con sus ideas estéticas es quizá su marca personal, su búsqueda más radicalizada. Es por eso que Maruja es una realizadora única, que hace todas obras diferentes. Que va de lo gay militante en algunos espectáculos, a la quietud y el lirismo extremo en otros, sin perder frescura. Y sin perder el tiempo.

EL AGUA Y EL AMOR

Sus últimas obras no lo desmienten. Adela está cazando patos (2008) era una versión personalísima, casi irreconocible, de Hamlet, en la que el príncipe era una chica vestida de negro que salía a cazar. El clima era una ciénaga en el norte argentino, donde la familia se recomponía cruelmente luego de la muerte del padre, y la chica veía su futuro tan negro que no le quedaba otra que volverse punk. En el medio se entrecruzaban leyendas de duendes de la siesta y escenas en un pelotero gigante con los colores de Argentina que oficiaba de pileta de natación. Ella recuerda: “Estaba muy sola en el momento en que escribía Adela, algo me hizo recluirme detrás de la escritura. El mundo me parecía más hostil de lo que es hoy para mí, mi casa era húmeda y lejos, y mi gata Teresa se fue a vivir a la esquina con una vecina mala que le decía Catita. Pensaba mucho en lo fácil que algunas personas matan y tienen cero respeto por las elecciones y el cuerpo de los otros. Estaba muy hundida en eso, iba del taller de Kartun a mi casa y de mi casa al taller de Kartun. Mi casa era en Villa Urquiza, en el pasaje Talaver esquina Achega, de ahí el apellido de la familia en la obra. Tuve esa primera imagen de la chica clase media alta con escopeta y su hermano flaco y lánguido con un trago color naranja noventero, les puse de nombre Adela y Ulises y ahí empezó todo”.

Paraná Porá (del 2010, sigue en cartel) también sucede en un espacio fluvial, aunque el agua está ausente. La Gringa y la Polaca, dos mujeres viudas de un mismo hombre, una de ellas embarazada, recorren una Argentina inundada, caníbal, en un tiempo futurista y retro a la vez, que recuerda muchas cosas: El año del desierto de Pedro Mairal, las fotos de Marcos López, La carretera de Cormac McCarthy, entre otras evocaciones posibles. Según Maruja todo comenzó así: “Hice un taller de narrativa y poesía con Gaby Vex en el 2004. Quería escribir teatro, pero no quería que mi teatro fuera muy del diálogo costumbrista. Quería complejizarlo, necesitaba escuchar a otros que crearan otros mundos más descriptivos, imaginativos, no tanto la estructura dramática convencional. En ese contexto empecé a escribir en prosa poética los monólogos de la Gringa y la Polaca. Estaba, otra vez, un poco inspirada por una casa en la que vivía, que estaba totalmente destruida, las paredes descascaradas que se venían abajo, era medio Mad Max y yo le había puesto de nombre Paraná Porá. Porá en guaraní quiere decir querido, añorado, pero sin acento, Pora, quiere decir fantasma. Yo jugaba con esas dos cosas. El texto quedó ahí. Después hice Adela, el tiempo pasó pero esos monólogos siempre me quedaban dando vueltas”. Años más tarde, Maruja se ganó una beca y pudo ponerse a escribir el texto final. La humedad en la que vivía cuando lo escribió es casi palpable en la puesta. Ella reflexiona: “Creo que también me vino esa preocupación del fin del mundo. Se habla tanto del fin del mundo y a veces con Gael Policano Rossi, mi amigo y asistente artístico en todo, pensamos: ¿Por qué nacimos para cuando venía el fin del mundo, no es injusto?”. Pero más allá del contexto desolado, la clave de Paraná Porá son las dos damas que lo habitan: “Quería hacer un Martín Fierro de las mujeres. Me gustan esas figuras como la difunta Correa, Manuela Pedraza, Anahí, Juana Azurduy..., a veces me dicen que la obra es machista y yo me digo a mí misma: no pensaste en eso, Maruja, sólo mostraste a estas minas que quisieron a un hombre tanto, que casi desaparecieron de amor. Otras veces hacen lecturas lésbicas porque son dos mujeres y una es más machona que la otra, y yo pienso: qué necesidad siempre de ponerle nombre a todo”. Y cierra: “Hay algo que siempre tengo en la mente cuando escribo o dirijo y es cómo se dan las relaciones humanas, la sexualidad, la intimidad. Lo que se dice versus lo que se hace a solas. Lo que sucede y lo que no. El amor en su más amplio aspecto. El amor familiar, el amor no correspondido, el mal amor. La obse. Creo que en las relaciones micro de poder están las semillas de las macro”.

MILITANCIA DE LAS EMOCIONES

En este recorrido por sus piezas más sonadas llegamos a Olor a pobre. El texto es de Agösto, un actor y performer, suerte de personaje mediático uruguayo, que ganó una beca para cruzar el charco y escribir bajo la premonitoria consigna “El fin de Europa”. Años más tarde, con el texto terminado, le preguntó a Maruja si se animaba a hacer una puesta en Buenos Aires. La obra retrata a un grupo de artistas europeos que está ensayando un espectáculo que consideran “de vanguardia”. Durante el proceso se suma un peruano que viaja por Europa tocando la quena. Pero a pesar de la actitud de integración y no discriminación de todos, hay consenso en el grupo que desde la llegada del peruano se siente un olor muy intenso que ya no pueden continuar soportando. Todo en un tono de comedia ácida, corrosiva, con momentos hilarantes.

Maruja se sumó al proyecto con una rotunda propuesta visual: una escenografía sintética y net, y vestuarios híper coloridos que concentran aires de las princesas de Disney y el carnaval arequipeño.

La obra ironiza sobre la etnocéntrica mirada europea de lo americano (“ay, ustedes los latinos, siempre tan ardientes, ¡pero ese olor!”) a la vez que sobre la necesidad sudaca de consagrarse “allá”. Ella dice: “Está el latino viendo si puede rascar algo y la andaluza que es tan fanática del proyecto, que no le importa si se muere un peruano, se olvida de los ideales del proyecto. Hay gente así, y yo tenía ganas de reírme de esas cosas”. Por otra parte también aparecen las tensiones entre ambos continentes desde el punto de vista de la industria cultural. Si bien la obra se hace con un dinero de la fundación española Iberescena, esa relación de dependencia tan naturalizada en el teatro argentino está cuestionada en el espectáculo: “Me propuse que Olor a pobre estuviera hecha como los personajes dicen que es lo que están haciendo ellos, es decir, un espectáculo de vanguardia, con video, cámara en vivo, coreografías, etc., que ellos creen los llevará de gira a Europa. Queríamos burlarnos un poco, porque en Buenos Aires se desesperan mucho por hacer esas giras. Y es lindo viajar, pero la verdad es que está bueno reflexionar un poco”.

Más acá de todas las ironías, el final de Olor a pobre deja un gusto amargo en la boca. El tema de los excluidos está ahí, de la misma forma que lo está en su trabajo en el universo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y trans). Ella describe su accionar así: “Me propusieron dirigir Plan V y consideré que estaba bien hacer eso. Hace poco vinieron del Centro Cultural de España para una campaña fotográfica que se llamó ¿Somos iguales? y me dijeron: ‘Maruja, ¿te vestís toda glam y ponés cara de orto, y escribimos vaca abajo?’, pensé que había que hacerlo y me saqué la foto. En general es como una actitud de servicio, no voy a negarlo. Creo que yo me siento una minoría, viví siempre un poco marginada, por eso me conmueven esos temas. Pienso en esas personas, me causan gracia también. Lo mío siempre pasa por ahí, no es sutil, es más de las emociones fuertes”.

En su tour de force de los últimos dos años tuvo lugar una obra pequeña, casi inadvertida, pero que resume buena parte de esto que ella intenta describir. Es Hacer sapito, una versión teatral del poemario que Viola Fisher publicó en 1995. Ese poemario, oscuro, minimalista, grotesco, familiar, dice, recorta detalles bellos y dolorosos acerca de una mujer. Un personaje muy Maruja: “Cuando era pequeña mi abuela/ la Negra me dijo:/ a las visitas les escondo/ tus fotos porque/ me da vergüenza/ la nieta gorda y/ fea que tengo/ Yo me sentí como un elefante/ frente a una rata/ y le entregué la canastita con comida/ que hubiese envenenado/ Cuando miro fotos de mi infancia/ comprendo/ todas las mías tienen luz/ pero Negrita/ sin flash salieron/ tus fotos de lobo”.

Hay que acercarse al mundo de Maruja Bustamante y conocerlo.


Olor a pobre, jueves a las 22.30.
En El Extranjero
(Valentín Gómez 3378). Entrada: $40.

Paraná Porá, viernes a las 21.
En el Teatro SHA (Sarmiento 2255). Entrada: $50.

Para ver Plan V: http://planvlaserie.blogspot.com

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