TEATRO > CEREMONIA SECRETA DE MARCO DENEVI POR OSCAR BARNEY FINN
Fue popular como pocos: sus novelas se vendían de a cientos de miles, eran de lectura obligatoria en las escuelas y fueron llevadas al cine con enorme éxito en el mundo. Imposible olvidar Rosaura a las diez de Mario Soffici o la increíble versión de Ceremonia secreta de Joseph Losey con Liz Taylor y Mia Farrow. Marco Denevi –un escritor muy cercano por temas y densidad a Mujica Lainez y Ernesto Sabato– fue, sin embargo, olvidado y hoy su nombre no participa del canon literario argentino en ningún sentido. Por eso, esta puesta de Ceremonia secreta en el Margarita Xirgu es también una reivindicación de su obra y su figura.
› Por Juan Pablo Bertazza
Pese al estupendo desarrollo que alcanzó en los últimos años, no se le suele reconocer al ámbito teatral su incidencia en el canon literario. Como si se tratara de un mero agente externo a los libros, muy pocos parecen indagar en la lupa de ese lector invisible que decide representar tal obra de un autor, escrita en cierta época de la historia. Como si el teatro no fuera protagonista del juego literario, y cada una de sus decisiones respondieran más bien a algo automático, azaroso y despreciable. Así las cosas, no genera demasiadas consecuencias que Shakespeare, Arthur Miller o Florencio Sánchez sean revisitados sobre las tablas.
Entre muchas otras, ésa es una reflexión que despierta la nueva puesta de Ceremonia secreta que se estrenó la semana pasada. A cargo de Oscar Barney Finn y con las actuaciones protagónicas de Estela Medina y una sorprendente Soledad Fandiño, se trata de una adaptación muy fiel de la nouvelle más conocida de Marco Denevi.
Denevi nació en las puertas de la Capital, en la localidad de Sáenz Peña, al borde de la General Paz, el 12 de mayo de 1922, día en que su padre decidió plantar también un laurel, la planta del triunfo, que poco después alcanzaría monstruosas dimensiones. En 1948 ingresa en la Asesoría Letrada de la Caja Nacional de Ahorro Postal, donde se desempeñó como funcionario hasta el 30 de septiembre de 1968 a las ocho de la noche, momento exacto en que, ya convertido en un célebre escritor, abandonaba para siempre ese lugar, dispuesto a no ser nada más que un escritor. Como una estrella fugaz, Denevi no contó con antecedentes demasiado promisorios a la hora de adelantar su triunfo literario –un período de tiempo en el cual gozó de mucha fama y reconocimiento– y, de un tiempo a esta parte, da la impresión de que empieza a quedar relegado al olvido. Escritor extraño, sofisticado, culto y popular, que casi siempre trabajó géneros menores como el policial, es de esos autores que alcanzan el éxito con su primera novela: sucedió en 1955 con la entrañable Rosaura a las diez, ganadora del concurso organizado por la prestigiosa editorial Kraft mediante la decisión unánime de un jurado compuesto por un escritor con el que Denevi tiene más de una semejanza: Manuel Mujica Lainez. Rosaura a las diez fue llevada al teatro, al cine –en 1958, con dirección de Mario Soffici y la actuación descollante e inesperada de Juan Verdaguer (un fenómeno comparable, en su momento, a la actuación de Francella en El secreto de sus ojos)– y en diversas oportunidades a la televisión, en una de las cuales Carolina Papaleo encarnaba a la fantasmagórica mujer que se vinculaba epistolarmente con el inefable Camilo Canegato.
Quizás ayudado por esa extraña virtud de asignar nombres tan extraños y contundentes a sus personajes, Marco Denevi se hacía un lugar privilegiado en las letras argentinas: cinco años más tarde, con la publicación de Ceremonia secreta, ese lugar se afianzaba gracias a la obtención del premio Life en español, imponiéndose a 3149 autores latinoamericanos; entonces, el otrora abogado se convertía en lectura obligada y, al mismo tiempo, de placer en las escuelas. Con cierta profundidad y dramatismo que lo emparientan a Ernesto Sabato, con un estilo literario ciertamente gótico que marcó a la ciudad de Buenos Aires (ahí radica uno de sus puntos de unión con Mujica Lainez), y un manejo de los géneros menores que también lo acerca a Manuel Puig (es decir, el eslabón olvidado entre escritores prácticamente irreconciliables), Marco Denevi heredó en 1984 el sillón de José Hernández como miembro de la Academia Argentina de Letras y murió a los 76 años el 12 de diciembre de 1998. Desde entonces fue cayendo en el olvido, a tal punto que, desde hace algunos años, su nombre no participa bajo ningún aspecto de la discusión literaria.
Seguramente exista más de una razón para explicar semejante borradura: la falta de descendencia literaria, la no pertenencia a una generación (más allá de que se lo haya incrustado en la del ‘55), la mala fortuna –Denevi sufrió la desgracia de que Bernardo Neustadt siempre lo tomara como ejemplo literario para ilustrar la actualidad–, son algunas de las teorías que también suelen adjuntarse con la sospecha sotto voce sobre una presunta homosexualidad nunca declarada, que habría molestado más de la cuenta al establishment literario de ese entonces. Al respecto, vale la pena leer el relato “Hierba del cielo”, en el cual describe un incesto en clave homosexual, uno de los relatos más potentes que se escribieron en la literatura argentina.
En semejante contexto, la notable puesta de Ceremonia secreta no debería pasar desapercibida. En primer lugar porque se trata de la misma nouvelle que inspiró nada menos que una versión cinematográfica hollywoodense en 1968 –algo que muy pocos escritores argentinos pueden ostentar–, dirigida por el gran Joseph Losey y con un elenco excepcional formado por Elizabeth Taylor, Mia Farrow y Robert Mitchum. Una película tan extraña como interesante, que se aparta sobremanera de la nouvelle sobre todo en la segunda parte, al adulterar la trama original con la presencia de un perverso progenitor que le hace imposible la vida a Cecilia, y al agregar también un viaje entre las protagonistas que acerca en cierta forma el film a Lolita, la novela de Nabokov publicada en 1955. A pesar de que las actuaciones son dúctiles y brillantes, y el film muy valioso e interesante en su resultado, esa especie de traición en el argumento disgustó a Marco Denevi. Y, en cierta forma, le sacó el dulce gusto en la boca de contar con una adaptación de esa calidad.
Aunque sería exagerado cargar sobre sus hombros la función de intentar devolverle su lugar a Denevi, resulta evidente que, en algunas características, esta obra parece hacerse cargo de esta doble misión. Por un lado, restituir la fidelidad que le sacó la versión en celuloide; por el otro, aportar un granito de arena para que Denevi vuelva a entrar en el sistema, desde el afiche –en el cual se menciona el premio que obtuvo el escritor por la nouvelle– hasta las diferencias que la puesta plantea con respecto a la película. Como si al mismo tiempo que vuelve a mostrar esa ceremonia secreta en su naturaleza más esencial, la obra también hiciera referencia a esa otra ceremonia a partir de la cual se intenta volver a acercarle al público a un escritor; en este caso, un viejo conocido que, desde hace algún tiempo, resulta un perfecto extraño. Símbolos que evidencia la obra, frases que pueden leerse de más de una manera, por momentos la trama parece hablar también de la desaparición simbólica de Marco Denevi, del intento de restitución.
Así como Rosaura a las diez constituyó una original vuelta de tuerca del género policial, algunos críticos leyeron en Ceremonia secreta una especie de cuento de hadas pervertido, algo que la película ponía especialmente en relieve gracias a la química notable entre Liz Taylor y la adolescente Mia Farrow, sobre todo en algunas escenas en que las protagonistas se bañan juntas e incluso juguetean ambiguamente en la cama. En la obra, esa dirección lésbica es totalmente abandonada, incorporando el autismo que sufre Cecilia, el notable personaje de Soledad Fandiño. Leonidas Arrufat, una vieja solterona, es perseguida en el cementerio por una joven enferma psiquiátrica que, al parecer, la confunde con su madre muerta, a tal punto que se convence de que se trata de ella. Tras asustarse en un principio, Leonidas va incorporando gradualmente ese rol, primero con la ayuda de un nutritivo desayuno que le prepara la chica y luego al ver en ella demasiada fragilidad y, acaso, al identificarla a su vez con su hija muerta. Luego del encuentro en el cementerio, la joven se la lleva a su casa, una especie de mansión gótica ubicada en la esquina de Bartolomé Mitre y Suipacha, donde la joven vivía con su madre antes de que muriera de cáncer. En esta extraña atmósfera, Leonidas Arrufat se irá percatando de la singular historia de su protegida, quien tiene en su haber nada menos que 4 millones de pesos en una cuenta bancaria. Y acá radica justamente una diferencia importante: tanto en el libro como en la película eran las fotos lo que más impresionaba a la señora, fotos de una mujer tan anticuada como ella y bastante parecida, fotos de la madre de Cecilia. En una de las mejores escenas de la obra, estas fotos son cambiadas por una infinidad de retratos, pinturas de tamaños tan irregulares como inmensos que llenan y pervierten el fondo del escenario. En esa licencia no puede verse más que la referencia a aquel retrato obsesivo y apócrifo que confeccionara Camilo Canegato sobre su amada Rosaura, es decir, una clara mención al trabajo que más famoso hizo a Marco Denevi.
El otro rasgo y el otro riesgo de la obra –si entendemos el riesgo como un apartarse del original– tiene que ver con la omnipresencia en el decorado, desde la primera escena, de la estatua de San Miguel Arcángel, a quien le reza siempre la señora, un monumento tanático que sirve de escenario al cementerio del inicio. Esa estatua permanece durante toda la obra imponente y visible al costado del escenario, como un adelanto de la resolución del enigma, como una premisa de la venganza, como un dato revelador. Pero si hablamos de las virtudes de esta obra, hay que destacar la descollante actuación de Soledad Fandiño en el rol de Cecilia. Profesional, hipnótica e incómoda, a más de un desprevenido le va a costar ubicar a la rubia angelical de Superm 2002 y actriz, por ejemplo, de Ricos y mocosos o Por amor a vos, enfundada en una peluca alucinante y con el rostro tan desencajado como plagado de ojeras. Una actriz joven e irrelevante, según los prejuicios, que muestra su perfecta idoneidad para ser la cara principal de este proyecto. Juventud y frescura en medio de un experimentado elenco, en el cual además de Estela Medina figuran Susana Lanteri, Ana María Casó y Florencia Limonoff, entre otros. El interrogante es si esta acertada elección también tiene que ver con un intento de recuperar, rejuvenecer y volver atractiva, otra vez, la figura de Marco Denevi.
“Nadie es llamado gratuitamente por el destino. Si ella había sido incluida en la ceremonia era para que, en un determinado momento, pasase de acólito a celebrante y oficiase el último acto ritual, aquel con el que la ceremonia culminaría. Comprendió que ese momento había llegado. Cecilia le había impuesto las manos, y ella ya estaba consagrada para el rito atroz”, escribe Denevi poco antes de que Leonidas plasme su venganza mortal contra Belena, la prima hermana de Cecilia.
Uno de los secretos del éxito que, en su momento, cosechó Ceremonia secreta tiene que ver con haber construido una alegoría enorme en torno del intercambio identitario, la circulación perversa de nombres, parentescos y rostros, algo que también era clave en Rosaura a las diez, cuando Camilo Canegato, en lugar de declararse a su amor imposible, inventaba una amante tortuosa; tema que encuentra hoy ecos insospechados, relacionados con la memoria y la historia reciente. Pero, además, la fuerza de esta nueva puesta de Ceremonia secreta radica en volver a poner en escena a un escritor que no figuraba en los planes de nadie. Esa otra ceremonia secreta que significa levantar una voz de protesta frente a las decisiones del canon literario.
Ceremonia secreta puede verse en el teatro Margarita Xirgu (Chacabuco 875), viernes y sábado a las 20, y domingo a las 19.
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