Dom 11.05.2003
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PERSONAJES

La vida después de mi madre

Tras el batacazo mundial de Todo sobre mi madre, Cecilia Roth parece la única actriz capaz de convertirse en la nueva diva del cine argentino.
Pero sus planes van exactamente en la dirección opuesta: hasta ahora rechazó todas y cada una de las ofertas
que le hicieron desde Estados Unidos, y si bien acaba
de filmar con los hermanos Taviani y está a punto de
estrenar La hija del caníbal (de Antonio Serrano, el director más taquillero de México), su desvelo es que
la llame uno de los nuevos directores argentinos.

Por Mariano Kairuz

“No sé si te habrás dado cuenta de que parezco más Kathy Bates que Madonna”, dice la actriz más internacional del cine argentino. No es que de esa manera pretenda ofrecer la descripción definitiva de sí misma ni de su carrera sino que así se ve a sí misma en la película mexicana La hija del caníbal, que la tiene por protagonista y que se estrena en la Argentina el próximo 22 de mayo. También alude a un tema que viene dando vueltas en la entrevista desde hace un rato. Un tiempo atrás dijo que la idea de ser considerada una diva la hacía reír, pero, si se lo piensa un poco, tal vez hoy Cecilia Roth sea la única actriz argentina que pueda postularse para ocupar ese lugar en el cine argentino (Graciela Borges parece pertenecer, a esta altura de las cosas, a un universo completamente distinto). En cierto modo, parecería que le preocupa la posibilidad de que se instale el prejuicio del divismo en el público. Como si la estrella de cine no pudiera hacer otra cosa que devorarse a la actriz (especialmente en un país en el que la discusión vigente sobre cine e industria pasa por la idea de un nuevo cine de temática social). Como si asumirse como estrella significara atravesar un punto sin retorno. Sin embargo, es difícil imaginar a quién más, por ejemplo, podrían haber convocado para hacer de Sabrina Love unos años atrás. Además, hay algo que Cecilia Roth sabe sobre el poder de vampirización de la imagen cinematográfica, y que lo sabe desde los comienzos de su carrera, desde la “película maldita” del cine español, ese tratado sobre el cine-vampiro que fue Arrebato, de Iván Zulueta. Entonces, la chica Almodóvar que acaparó la película Almodóvar que se llevó el Oscar, y que hoy viene de filmar con los hermanos Taviani, rechaza propuestas para hacer cine en Estados Unidos y se pone en la piel de un personaje que, en un momento en que podría aspirar a ser Madonna en su propio terreno –la fortaleza de carácter, la voracidad sexual–, opta por parecerse, aunque más no sea un poco, aunque más no sea por momentos, a Kathy Bates.
“Yo creo que soy una actriz, no una estrella –dispara y reafirma–: no creo, sé que soy una actriz.” Acaba de llegar para la entrevista acompañada de maquillador y peinador, y contextualiza la respuesta. “Sé que estoy dentro de la industria, y que a veces por fuera pasa toda una situación económica que necesita de mí para la venta de las películas que estoy haciendo, que necesita rodearse de toda la infraestructura que se supone que rodea a una estrella. Hacer una nota con fotos en el Hotel Alvear es una dimensión ajena a mi cotidianidad. Lo único que me importa realmente es la experiencia que supone zambullirse en un proyecto. Soy una profesional de esto, y lo que pasa después me interesa menos. La industria cinematográfica mueve muchísimo dinero, entonces los personajes de esa industria siempre están rodeados de un halo económicamente sólido que lo sostiene. ¿Cómo vas a defraudar a la compañía que cree que eso es lo mejor que puede darte? No es que no los quiera defraudar: me da igual, pero prefiero hacer la nota en el Alvear que en mi casa.”
Tal vez resulte extraño encontrársela en La hija del caníbal. No es que se trate de una producción de bajo perfil sino más bien todo lo contrario, al menos dentro del mercado mexicano: es el segundo largometraje del director Antonio Serrano tras su debut con Sexo, pudor y lágrimas, que fuera promocionada como la película más taquillera de la historia del cine de su país. Basada en la novela de Rosa Montero publicada en 1997, la versión cinematográfica se traslada de España a territorio azteca y encuentra a Cecilia Roth en la piel de Lucía, quien en los primeros dos minutos de la película pierde a su marido en un aeropuerto. Luego se enterará de que ha sido secuestrado y de que el matrimonio dispone de una cuenta bancaria millonaria desconocida para ella y que su marido lleva prácticamente una doble vida. “La idea es un poco tratar de ver a esta mujer en un momento particular de su vida, de enfrentamiento con el aburrimiento, con el tedio, con la rutina, con el destino marcado. Cómo transitar para llegar hacia otro lugar. Hasta ese momento es una mujer muy sometida”, dice Roth. Lo que es seguro que no puede pasar desapercibido es esa voz en off que abre el relato y que suena familiar a pesar del perfecto acento mexicano. Cecilia Roth camina la línea casi invisible que la separa del bochorno absoluto, y nunca pierde el equilibrio: “Tengo buen oído –dice–; la idea de trabajar en un idioma, con un acento que no es el propio, es algo que tengo muy trabajado con España, por lo tanto me puedo despojar más rápidamente de mi argentino. Me parecía además un muy buen desafío: los yanquis lo hacen desde hace muchos años, los ingleses hacen acentos norteamericanos, los norteamericanos hacen acentos ingleses o canadienses o sudafricanos o de donde sea, y me parecía que los latinos, los hispanoparlantes, tenemos un grave prejuicio en este sentido, sin entender que eso es parte de un juego actoral. Lo trabajé muy a fondo, tuve un coach durante todo el rodaje. Y me ayudó mucho con el personaje, para meterme en la cabeza de una chica mexicana”. Además, dice, recibió el tranquilizador reconocimiento de los testeos de audiencia hechos en territorio mexicano antes del estreno de la película. “Una de las preguntas posteriores a la exhibición era: ‘¿Y el acento?’. Y la gente respondía: ‘¿Qué acento?’ ¿El del actor español (Carlos Alvarez Novoa); si era dificultoso entender lo que decía?’. Y como supongo que en México me han oído hablar en español y me han oído hablar en argentino, quizás tienen menos prejuicios.”
Algo más de veinte años atrás, unos pocos después de su aterrizaje en España –donde se instaló durante los inicios de la última dictadura argentina–, Cecilia Roth hacía una breve pero impactante aparición en Pepi, Lucy y Bom y otras chicas del montón, la primera película de Almodóvar estrenada comercialmente. Ahí era la protagonista de la campaña publicitaria de la marca de “bragas” Ponte, quien debía decir en increíble acento ibérico y en plena situación romántica: “Me han dado ganas de tirarme un pedo”. “En esa película estoy doblada –recuerda– de una manera diferente de lo que sucede ahora, con el que es uno de los pocos beneficios de la globalización para nosotros. La apertura hace que no sea extraño un acento no exactamente académico. En esa época, en España había muchísimo prejuicio con relación al acento (lo que sucede ahora en Italia, por ejemplo). Entonces a partir de Pepi..., a partir de esa época, decidí, así por cojones, que no me iban a doblar más. Lo logré, pero me costó muchísimo.”

QUÉ VES CUANDO TE VES
Respecto de su personaje mexicano, entonces, se limita a decir que “no me choca, no me molesta”.
¿Y en general? Hay actores que dicen no poder verse en la pantalla, otros que lo toleran como parte del trabajo y otros a quienes incluso les gusta. ¿Y vos?
–Depende de la película, depende del momento. Yo creo que la película para el actor no es sólo una película, es una experiencia de vida, hay una película paralela a la que el espectador ve en la pantalla. Entonces tengo la sensación de que para mí, cuando la película paralela es amable y me recuerda buenos momentos, buenas experiencias, buenos encuentros, me es más fácil verla. Por ahí me cuesta verla inmediatamente después de un trabajo. En la medida en que va pasando el tiempo me es más fácil y puedo ver con cierta tranquilidad no solamente mi trabajo sino la película en su totalidad.
¿Te volviste a ver en tus primeras películas, en Arrebato, por ejemplo?
–Sí. Hubo varios reestrenos en España; allá es un clásico, una película de culto. De alguna manera, abrió los ochenta. Yo tengo la impresión de que tanto estética como narrativamente es una película que abre una puerta en el cine español.
¿Qué sentiste al verte ahí?
–Y... me veo chiquita, me da ternura. Veo lo verde que estaba actoralmente y la buena intención que tenía puesta en mi trabajo. La pasión con la que me zambullía en una historia muy densa, y también momentos en los cuales me digo: “¡Ahí, ahí te falta saber, te falta saber de la vida!”. Tenía veinte, diecinueve años... Por lo demás, me pasan muchas cosas a lo largo de una película. Momentos en los que me olvido de que soy yo, me engancho con la película, momentos en los que digo: “Ay, qué fea estoy”. Momentos en los que digo: “Pero, ¿cómo he dicho esto de esta manera?”. Me pasa de todo. No he llegado al insulto, pero me han pasado muchas cosas. Lo que está bueno es que creo que la actuación tiene que ver con la revelación de algo muy interno de cada uno de nosotros. Es revelarse a uno mismo y revelarle a alguien que te está mirando algo muy profundo de tu alma. Creo que hay momentos de eso
en todas las películas que hice.

MADRE HAY UNA SOLA
La hija del caníbal presenta algunas recurrencias que se dan entre los personajes que Cecilia Roth viene interpretando en el cine en los últimos años, de Martín (Hache) a esta parte. Como ocurre en Una noche con Sabrina Love y en Vidas privadas, Lucía tiene sexo con un hombre bastante menor que ella. “¡Ah, eso me encanta!”, exclama y se ríe. “Y... les debo gustar a los directores, pienso, ¿qué sé yo? Y también es un personaje típico, la mujer de cuarenta con un chico de veinte, es un tópico, es un lugar común de la sexualidad tanto de la mujer como del adolescente. Esto pasó en La hija..., en Sabrina, en Vidas privadas, pero cada uno de esos muchachos y cada uno de los vínculos que une a mis personajes con esos chicos es muy diferente. Son situaciones muy diferentes. Si no, no los hubiera hecho; no siento que me llamen para que haga lo mismo...”
Pero hay una conexión: una cosa medio maternal en Sabrina Love, incesto en Vidas privadas y en La hija del caníbal le decís al personaje de Adrián (el veinteañero Kuno Becker), antes de acostarte con él, “podría ser tu madre”. Además, sos madre en Todo sobre mi madre y en Kamchatka...
–Sí, son madres bastante perversas las mías (se ríe)... Debe tener que ver con una edad. También con la falta de imaginación de los autores (de ninguna manera hablo de los que trabajaron conmigo). Pero tiene que ver con “ah, tiene tantos años, es madre”. Creo que por fortuna las madres que he hecho son verdaderamente atípicas y que su problemática no pasa solamente por el hecho de ser madres sino por un conflicto personal. Pero supongo que tiene que ver con el momento en que pasás la barrera de los cuarenta.
En la conferencia de prensa sobre Kamchatka hiciste un chiste sobre tu edad. ¿Es un tema que te preocupe?
–Mi criterio con relación a las elecciones de lo que quiero hacer es uno que no pasa más que por el olfato y de decir aquí sí hay una situación de riesgo, aquí hay algo que yo le puedo dar a la película y que la película me puede dar a mí, y aquí hay algo que no hice todavía y aquí hay un grupo de gente que me atrae para trabajar, para vivir, para pasar por la experiencia intensa que es un rodaje. Pero si soy vieja, joven, linda o fea me da exactamente lo mismo, yo soy una actriz.

DE ACÁ EN MÁS
La cuestión sería, entonces, en qué aspectos se le abre el panorama a una actriz cuando alcanzó un punto tan alto en su carrera, en términos de reconocimiento, como significó, en especial, Todo sobre mi madre, y en cuáles puede llegar a cerrársele. En Kamchatka, su nombre, junto al de Ricardo Darín y bajo la dirección de Marcelo Piñeyro, parecía integrar el combo definitivo de la “industria” del cine argentino, si la hay. ¿Qué viene después? “A pesar de que me siento muy privilegiada y agradecida, de que se me abrieron muchísimas puertas a partir de Martín (Hache) en España y de Todo sobre mi madre internacionalmente, le he dicho que no a todos los proyectos que me han llegado de Estados Unidos. Porque, sostengo, me sigo aproximando al trabajo de la misma manera. Creo que tengo la fortuna de poder elegir entre un espectro más grande, un abanico de cosas más amplio, pero no me mareo para nada. Por ahí hay cosas que mi agente me dice: ‘Esto tendrías que hacerlo’, y yo le digo no. No hemos hecho nada en Estados Unidos, con lo cual siempre está esa cosa de que tenés que aprovechar el momento, y yo no tengo que aprovechar ningún momento, yo los momentos no los aprovecho, los vivo. Si siento que no hay nada de experiencia de vida en lo que se me ofrece, que no hay nada que me atraiga más allá de que es un proyecto en Estados Unidos.” Cuenta también que acaba de terminar una película con los hermanos Taviani en Italia, y que, si bien “fue una experiencia maravillosa, una cosa que nunca soñé que me fuera a pasar”, insiste en que “no hay un lugar al que quiera llegar, no hay una estrategia. Hay gente que trabaja conmigo, y hay gente que está interesada en que me sigan pasando estas cosas; no es un interés, supongo, puramente afectivo: yo siento que soy parte de una industria y de aquí en más será mi capacidad para seguir enamorándome de lo que hago, lo que me va a dar alegría o no, todo lo demás no depende de mí”. La búsqueda, insiste, sigue siendo la misma de siempre, la misma de sus comienzos. “No es algo que me pase ahora, yo creo que tengo el mismo criterio de selección que tenía a los diecinueve, veinte años. Posiblemente el espectro es más amplio ahora, puedo elegir entre más proyectos, pero de la misma manera en que a los diecinueve decía esto no o esto sí, lo digo ahora. Me aproximo a las cosas de la misma manera.”
¿Rechazaste muchos ofrecimientos en esa etapa inicial?
–Sí, no te creas, porque era la época del “destape” en España, era una chica de veinte años y había muchas películas sobre Lolitas, y no hice ninguna.
Pero ahora, al menos acá, estás trabajando casi exclusivamente con directores instalados como Aristarain o Piñeyro.
–Te digo que por otro lado sí hay algo que me encantaría que me sucediera y que no sé por qué no me sucede: trabajar con gente joven y con proyectos alternativos, que en la Argentina hay muchísimo, desde Trapero hasta Lerman pasando por Caetano y Lucrecia Martel. Y digo: “Ay, qué putada que no me llamen”.
¿Por qué creés que no te convocan?
–Estamos todos llenos de prejuicios. No quiero decir que los prejuicios sean de ellos conmigo o míos con relación a ellos sino de todo lo que se supone que tiene que ver con eso que hablábamos antes acerca de ser una estrella. ¡Minga! ¿Qué se supone, que yo cobro mucho, entonces no me va a interesar? ¿O que hago una película en Francia sólo porque es una película en Francia? Es falso total. Cuando me interesa un proyecto me da igual si viene de la China o de Bolivia. Quizás lo que no hay es ese puente de encuentro, pero a mí me encantaría. De la misma manera que selecciono proyectos industriales –que tampoco lo son porque, salvo esta película italiana que sí tenía un presupuesto de 20 millones de euros y que creo que es la película más cara que he hecho, todos han sido proyectos hispanoamericanos–; de la misma manera en que selecciono dentro de esos proyectos, también seleccionaría en base a los mismos criterios si aparece un proyecto alternativo de presupuesto bajísimo. No porque sea un presupuesto bajísimo de un nuevo director diría que sí, pero tampoco diría que no si me gusta. Lo que falta es el puente de encuentro. Pero tal vez, entre Almodóvar, Aristarain, los Taviani y la indiferencia ante las propuestas norteamericanas, todavía haya algo que despierte en Roth un anhelo y una sensación de cuenta pendiente. ¿Habrá algún personaje en la pantalla que le haya hecho pensar: Ése: ése me gustaría hacer? “Hay muchos –dice finalmente–, pero Las horas me gusta muchísimo. Me gustaría hacer cualquier personaje de Las horas.”

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