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Domingo, 2 de octubre de 2011

TEATRO > AGUSTíN ALEZZO HABLA DE SU ADAPTACIóN DE EL CíRCULO Y DE MUCHO MáS

La vuelta de la vida

Es uno de los grandes formadores de actores de la Argentina y durante décadas no hubo uno que no dijera haber estudiado con él. Dirigió más de ochenta obras, muchísimas memorables como el Ricardo III de Alcón, la Maria Callas de Norma Aleandro en Masterclass, una versión de Las brujas de Salem en los ’70 y hasta Yo soy mi propia mujer con Julio Chávez. Y ahora estrenó El círculo, la segunda obra del premiado norteamericano Donald Margulies que dirige, no sólo con alumnos suyos en escena, sino con una puesta que ha cambiado radicalmente la obra original. En esta entrevista habla de su larga vida dedicada al teatro, de sus críticas al Método de Strasberg, de la calidad de los teatros pequeños, de las redenciones que ofrece el arte por sobre la vida y de por qué su puesta de esta obra sobre la vuelta al origen le parece mejor que la original.

 Por Mercedes Halfon

A pesar de todos los años y todos los alumnos que han pasado, el teatro de Agustín Alezzo es pequeño y tiene aspecto de “a estrenar”. Es que se acaban de instalar en esa casa tipo chorizo reciclada, que aun con los apurones de la mudanza ya está en pleno uso de sus facultades. Clases y funciones se suceden, todo está recién pintado, pero ya hay algunas imágenes –eso que según dicen les da personalidad a los espacios– poblando las paredes. Fotos de Marlon Brando, Paul Newman y otros actores de ese Hollywood mítico, que combinaba actuación, investigación y glamour, historias difíciles de personajes comprometidos con el teatro hasta el fin. Así es el mundo de Agustín Alezzo. Y es algo que se ve tanto en las paredes de su teatro como en su propia casa.

Es allí donde, acodado en su bastón, da la entrevista. Un lugar cálido y sencillo, porque el tesoro, la pieza de lujo, es el cuidado jardín: hay diversos tipos de plantas, enredaderas y flores, vuelan pajaritos. Desde esa reserva verde proviene el silencio acolchado que se cuela por las habitaciones, reina en la sala, mientras Alezzo recuerda y reflexiona con su voz cavernosa, se mueve en su mecedora como un patriarca o un maestro zen. En la charla aparecerán nombres de directores y actores del gran cine americano de otros tiempos, y también del argentino –Alfredo Alcón, a quien dirigió en Ricardo III, o Norma Aleandro, a quien dirigió en las múltiples reposiciones de Masterclass, entre tantos otros hitos–, porque él es un hombre clave de esa historia que repasa. Por alguna razón nadie olvida haber visto a Aleandro haciendo a una María Callas quebrada o a Alcón haciendo al loco de Ricardo III en una versión que duraba tres horas que se pasaban volando. Dos piezas de mitad de los ’90 que calaron hondo en el imaginario teatral porteño. Piezas tatuadas en los ojos de quienes las vieron. Piezas y actores que Alezzo volvió inolvidables.

Hace pocas semanas estrenó, con dirección compartida con Nicolás Dominicci, El círculo, su versión de Un chico de Brooklyn de Donald Margulies. Es la cuarta vez que Alezzo codirige. Las dos últimas con discípulos y amigos; las dos primeras con su maestra y amiga Hedy Crilla. De ella, su formadora, una austríaca que difundió el método Stanislavski en la Argentina, dirá: “Era una mujer extraordinaria. Con Pepe Novoa, Augusto Fernandes y otros, buscábamos alguien que nos enseñara un tipo de trabajo diferente, y en eso la conocimos. Venía de trabajar con Max Reinhardt en Alemania, con Louis Jouvet en Francia, hasta que llegó Hitler y tuvo que irse. Cuando se radicó en Buenos Aires estaba en condiciones de empezar a investigar por su cuenta. Había leído los desarrollos de Stanislavski y entendía perfectamente de lo que se trataba. Eso hizo con nosotros en los años ’60. Un teatro que llevara al actor a estar vivo y transitar lo que le pasa al personaje, vivirlo en escena”.

¿Qué sería para usted estar vivo en un escenario?

–¿Le gusta Pacino? ¿Meryl Streep?

Sí.

–Bueno, a eso me refiero. O Julio Chávez, por ejemplo. El es producto de nuestro trabajo.

Usted también tomó clases con Lee Strasberg, el maestro del Actor’s Studio.

–Bueno, asistí a clases suyas aquí y en Estados Unidos, pero no tomé clases con él.

¿Qué impresión le causó?

–No fue tanto tiempo. Acá vino por un mes, y allá fui a su propio instituto y al Actor’s, y me entrevisté algunas veces. Era un hombre que conocía bien el trabajo, pero era un poco cruel. Severo con los alumnos, al punto de llevarlos a un extremo dificultoso. No me parece que sea la forma de enseñarle a nadie nada.

Para enseñar, usted tiene más en cuenta a la persona.

–Totalmente. De eso se trata la actuación. El actor trabaja con su persona, con lo que es, con lo que tiene para aportar al personaje. Podemos ver al mismo personaje hecho por distintos actores de forma muy diferente, por más que digan exactamente lo mismo y hagan exactamente lo mismo. Se puede ver treinta Hamlet y todos serán distintos, porque cada uno le aportará su visión de la existencia, de las relaciones humanas, su forma de vivir las emociones: el personaje no existe sin el actor y cada actor es un ser único.

SU PROPIO NIÑO DIOS

A pesar de que no sea lo más conocido de su trayectoria, Alezzo actuó durante más de quince años, e hizo coincidir ese oficio con el de la docencia y la dirección. Llegado un momento, a principios de los años ’70, abandonó la actuación sin remordimientos. Dice que nunca la extrañó: “Sin embargo, creo que el trabajo más interesante en el teatro es el del actor. Es el que está en escena, en contacto con el público, y ése es el gran placer. El director es un medio”. En ese medio se instaló el resto de su carrera, alternándolo con la pedagogía teatral. Las dos cosas las desarrolló al máximo: lleva dirigidas cerca de ochenta obras teatrales, en un arco que va de la politizada Las brujas de Salem de Arthur Miller –en plenos ’70, con Alcón, Alicia Bruzzo, Leonor Manso y Milagros de la Vega– hasta la polémica Yo soy mi propia mujer, con Chávez en pleno giro hacia la diversidad, en 2005. A su vez se convirtió en uno de los mayores formadores de actores de la Argentina. Todos, muchos, dicen haber pasado o pasaron por su estudio: Leonardo Sbaraglia, Paola Krum, Emilia Mazer, el propio Chávez. “Nunca tuve conflictos entre dirigir y enseñar. La docencia es más tranquila para mí, más puertas adentro; pero dirigí mucho, todo lo que quise.”

Ese deseo se desató desde sus primeros pasos en el teatro. Cuenta Alezzo que su madre –su padre murió cuando él era muy pequeño– se opuso fervientemente a que se dedicara a las tablas, razón por la cual el joven Agustín estuvo perdido algún tiempo, llegando incluso a anotarse en Abogacía y cursar a desgano durante tres años.

¿De dónde venía esta oposición de su madre?

–Nadie quiere que uno se dedique al teatro. Es la cosa menos segura del mundo. Mi madre quería que yo hiciera una carrera con mayúsculas. Y lo hice, pero en un momento dado no lo aguanté más. Estaba harto, era imposible. Empecé a estudiar enfrentándola a ella, pero bueno... yo ya trabajaba y podía subsistir. No dependía de ella económicamente.

Sin pensarlo, Alezzo se está acercando a los temas de El círculo. La pieza retrata la vida de un escritor que a raíz de su consagración retorna a su Brooklyn natal para presentar un libro y ver a su padre agonizante. A partir de entonces debe enfrentarse con una serie de conflictos con su pasado, sus raíces y su crianza. Ese fangal del que huyó para hacer su propia vida y que a la vez le dio la preciosa cantera de temas para su literatura. Paralelamente, el éxito de su novela autobiográfica Un chico de Brooklyn desata un huracán en su entorno, que va de sus amigos del barrio hasta su mujer, también escritora. Todo llega a la apoteosis cuando debe viajar a Hollywood para cotejar la versión fílmica de su novela, protagonizada por un actor de moda haciendo de él mismo (el escritor) en el momento que decidió partir.

Donald Margulies, autor del texto original, debió saber de qué se trataba eso porque Cena con amigos, la obra teatral con la que saltó a la fama y por la que ganó un Pulitzer en 2000, fue llevada al cine al año siguiente. Fue protagonizada por un elenco también glamoroso, aunque menos pretencioso que al que alude en El círculo: fueron Dennis Quaid, Andie MacDowell, Greg Kinnear y Toni Colette. Un chico de Brooklyn –título original de El círculo– se sumó a ese reconocimiento, con una gran convocatoria de público en Broadway y también en la Comèdie del Champs Elysées de París. Alezzo había dirigido Cena con amigos en 2009 y debió quedarse con ganas de más, porque decidió reincidir en el autor. En ambas oportunidades, el texto le llegó por Cecilia Chiarandini, una de las actrices de su estudio, que al ser traductora del inglés es una gran traficante de bellas obras teatrales (“Soy asiduo lector de textos que se están produciendo en otros lados”).

Hay que decir que entre la obra original y la puesta de Alezzo lo que sobran son las diferencias. El círculo es, ante todo, un paisaje mental. Sobre un escenario completamente negro –paredes, techo, suelo– y poblado con muebles y objetos color hueso, los actores se mueven como fantasmas. El protagonista del relato se encuentra con ellos como voces que representan no sólo personas sino partes de su conciencia: su ex mujer como los miedos al fracaso literario, sus amigos de la infancia como el pasado simplón con el que debió romper, su padre como el principio y el fin de todos sus males. La estructura circular de la pieza, que empieza y termina con el escritor revisando las pertenencias de su padre que acaba de morir, y que es la clave de la trama tan agobiante como profundamente humana, fue una ocurrencia de Alezzo: “La obra está escrita de una manera muy realista y eso necesita un teatro con escenografías realistas que salgan y entren. Lo que hice fue cambiar el orden: empecé y terminé por la misma escena. Eso me permitió de entrada tener diseminados cantidad de libros, cajas y cosas del padre del protagonista, por la mudanza que deberán hacer. Unificó el espacio y dio la idea de ficción circular. Pero debí cambiar mucho la estructura de la obra. Y me gusta más como quedó, me gustaría que la viera el autor. De hecho, como estructura me parece mejor esto que lo que escribió él”.

El origen que no puede borrarse, pero que tampoco implica un destino prefijado e inalterable, es el núcleo duro de la obra. En su recorrido por los hechos que le tocan atravesar al protagonista, El círculo plantea que la única forma de irse de la tierra natal es el quiebre, la pelea. Sin embargo, eso no puede durar para siempre. Algo que nos trae de vuelta a la vida de Agustín Alezzo.

¿Y con su madre pudo tener una reconciliación como la del protagonista de la obra, a quien el padre le dice: “Si yo no hubiera sido así, tal vez vos no te hubieras querido rebelar y escribir”?

–Bueno, ella vino a ver mis obras, le gustaban, pero eso nunca pasó. Eso es la ficción (sonríe). Es una buena resolución para una obra de teatro.

DESDE EL JARDIN

Alezzo ha dicho repetidas veces, y es sabido, que no es muy afecto al costado más mundano del teatro. Por eso mismo lo cautiva la docencia, que no lo exige irse demasiado lejos de sus dominios. “Jouvet decía que un elenco teatral es una familia en la intimidad. Yo lo comparto. Un grupo de gente que se reúne para hacer una tarea en la intimidad. Después lo muestra, pero la cocina es pequeña. Y el director siempre está en bambalinas.”

Esa modalidad de no ser muy afecto a la vida social, ¿no lo ha alejado de lugares?

–Yo acá (señala su casa) vivo tranquilo. El trabajo del teatro no es un trabajo que hace que uno se relacione con muchísima gente. Los equipos son chicos, generalmente. No es lo mismo que el cine, que requiere equipos inmensos, es todo un loquero... pobres, yo los compadezco. Y ni hablar de la TV, es otro medio.

Hay un prejuicio que dice que la gente de teatro es muy sociable, vanidosa...

–Y alguna lo es (se ríe). Depende qué teatro también.

En el teatro oficial, por ejemplo, no ha dirigido mucho.

–Sí. Yo he hecho solamente seis obras en el Teatro San Martín, a través de treinta o cuarenta años. Kive Staiff no me llamó nunca para trabajar. Jamás. Y del Cervantes tampoco. Recién ahora, por primera vez, me acaban de convocar para un espectáculo y estamos viendo qué armar. Me hubiera gustado, desde ya, estar más en el San Martín.

¿Y va al teatro? ¿Le interesa lo que se produce actualmente?

–Me parece que las cosas más interesantes ocurren en teatros chicos. Los teatros comerciales grandes hacen títulos buenos, pero algunos mal hechos, me parece a mí. No basta con hacer buenos títulos, hay que hacerlos bien. Es verdad que a veces en los teatros chicos se hacen cosas sin mucho sentido, pero eso ocurrió siempre. Hay un desarrollo teatral interesante en Buenos Aires, hay muchos actores y experiencias. El último espectáculo que vi y me encantó fue Estado de ira, de Ricardo Bartís. Y muchos directores más: Eva Halac, Inés Saavedra, Julio Chávez, Claudio Tolcachir, pero no se puede ver todo, es imposible. Todos trabajan los fines de semana.

Tampoco le debe ser fácil movilizarse tanto.

–No, claro. Además siempre hay que subir y bajar escaleras. Pero leo y veo muchas películas. Ayer, por ejemplo, me topé con una maravillosa que ya había visto dos veces antes, Desde ahora y para siempre, de John Huston. Está basada en el cuento “Los muertos” de Joyce, de Dublineses. Y él la hizo en silla de ruedas (señala su mecedora). Fue su última película. Es increíble que la haya hecho así, sin poderse levantar. Me acuerdo de la impresión que me causó la primera vez que la vi, en el año ’90 más o menos; no sospechaba con lo que me iba a encontrar. Y anoche la vi por tercera vez y me sigue pareciendo de una sensibilidad extraordinaria. ¡Cómo está hecha! La historia no es lo central, porque no pasa mucho. Pero es la mirada que Huston y Joyce tienen sobre esos personajes y ese mundo, esa noche de Navidad. Son casi todos actores irlandeses. Y hay una mujer, interpretada por Anjelica Huston, que de pronto esa noche rememora al amor de su vida, un chico que murió siendo adolescente, al que nunca pudo olvidar. Y se lo confiesa al marido, cosa que lo lleva a él a pensar que convivió toda su vida con esa mujer que siempre amó a otro. Y ya son grandes y se van a morir y todo va a pasar.

Sin quererlo, Alezzo vuelve a acercarse a los temas de El círculo: cierto desencanto intrínseco a la vida, que sólo la ficción redime. Así como en la obra principio y final se repiten pero con diferencias, en la vida de Alezzo una etapa se cierra y otra recomienza. El año que viene dirigirá por primera vez en el Teatro Cervantes, y retomará un clásico de clásicos: Masterclass, con Norma Aleandro en el Maipo. Porque en cada órbita del círculo, el final es un nuevo principio.

El círculo
Teatro El Duende (Aráoz 1469)
Viernes a las 21.30, sábado a las 19 y a las 21.30, domingo a las 17.
Reservas: 4831-1538.

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