TEATRO
Tomar la palabra
Mongópolis es la última obra de Ramba Zamba, un grupo alemán integrado por intérpretes con síndrome de Down. Definido como un “policial cómico de ciencia-ficción”, el espectáculo discute con irreverencia la problemática de la discapacidad mental y alerta sobre el ominoso porvenir que despunta con el auge de los downhunters, como se llama en la jerga médica a los encargados de detectar y eliminar niños “imperfectos”.
por Ariel Magnus (desde Berlín)
“¿Cuánto es 7 por 5 borrado?”, le pregunta el chico petiso, feo, anormal, a la chica alta, linda, normal. “No sé. ¿35?”, sonríe la chica, incómoda. “No”, le dice el chico, y repite la pregunta con toda seriedad. La chica busca ayuda entre sus amigos, que fuman un último cigarrillo antes de entrar al teatro, acaso preguntándose si eso no será parte de la obra. Unos pasos más allá, mientras el chico con síndrome de Down repite incansable su enigma matemático, una dama de tapado le dice a una mujer de jean: “Sin investigación científica, yo ya estaría muerta tres veces”. “Depende de qué tipo de investigación estemos hablando”, objeta la de jean. “Claro –muestra los dientes la dama, simpática–, pero eso ya sería una pregunta política.” “No”, sonríe la joven: “Es una pregunta ética”. En eso la chica linda tiene una idea. “Siete”, dice, y el chico feo se le tira al cuello y le da un beso de felicitación. Un timbre alivia la atmósfera: está por empezar Mongópolis, el “policial cómico de ciencia ficción” que trata de (y está interpretado por) personas con síndrome de Down.
Ser o no ser (imperfecto)
“Oferta excepcional: esta noche usted puede cambiar a sus hijos no queridos o malogrados. Lugar: la sala de espera de Dios.” Mientras se reparten los volantes con la sugerencia, los actores van entrando en pareja, saludan al público y preguntan si “acá es lo del cambio”. Alguno del público responde, otros sonríen, los más miran asustados. Aparece Dios y aparece el Dr. Diablo; los padres hacen un pacto con el segundo, la escena se disuelve y al ritmo de la música electrónica entran mujeres embarazadas que se acuestan y paren objetos deformes que sus maridos van descartando sin piedad. “Odio los chicos discapacitados”, grita de pronto una chica discapacitada, y la gente se reacomoda en su silla. A partir de este vertiginoso comienzo, la obra no dejará de interpelar al espectador. En Mongópolis, la ciudad de los perfectos, ha ocurrido o está por ocurrir el más consumado de los crímenes: el hombre perfecto. Y todos somos sospechosos. “¿Tiene usted una coartada?”, pregunta el comisario XXL, después de la pausa, a cada uno de los miembros del público. Todos niegan con una sonrisa. Sólo el matemático de la entrada dice que sí.
La proliferación de figuras alegóricas, lo elaborado de la historia y la difícil dicción de los actores exigen un máximo de atención, y aun así es posible perder el hilo. Los actores olvidan la letra, y la directora debe dar indicaciones en el medio de una escena; alguien que debería aparecer no aparece; otro se ríe en medio de un monólogo serio; hay dificultades motrices que le quitan ritmo a la acción. Poco importa. Aunque busca (y logra) ser mucho más que una muestra de taller para padres encantados con sus hijos, Mongópolis no anhela la perfección, y está bien que así sea. Como explica el programa, los “avances” de la ciencia han permitido descubrir en las células germinales a personas con trisomía 21 (síndrome de Down) u otras desviaciones genéticas, por lo que ya luego del diagnóstico prenatal, un alto porcentaje de estos “descubiertos” son abortados, lo que también suele ocurrir como consecuencia de los diagnósticos que se llevan a cabo in vitro antes de implantar los embriones. Downhunters se denomina en la jerga médica a los encargados de detectar y eliminar los niños con posibilidades de nacer enfermos o discapacitados.
Mongópolis es, pues, el lugar donde toman la palabra aquellas personas que desde el punto de vista de la ciencia pronto deberían dejar de existir. Si se piensa que algunos de ellos no saben leer, fueron rescatados de manicomios o viven bajo el influjo indeseado de los psicofármacos, el resultado es poco menos que extraordinario. Apoyados por una escenografía osada, por vestuarios exuberantes y, ante todo, por la indisimulada alegría con que se hacen dueños del escenario, los mongopolisianos demuestran que la imperfección debería ser mucho más que un derecho o una mera concesión.
¿Sos loco?
“Ramba Zamba: discapacitados y su teatro completamente loco.” Así se autodenomina, con total incorrección política, la agrupación que pone en escena Mongópolis. El elenco forma parte de la asociación Reloj de Sol, un taller de artes para discapacitados fundado en 1991 por Gisela Höhne, que se vio obligada a abandonar su carrera de actriz luego de dar a luz un chico con síndrome de Down. También su esposo, el director de teatro Klaus Erforth, dejó todo y decidió utilizar sus conocimientos para que su hijo Moritz y los chicos con sus mismos problemas pudieran desarrollarse profesionalmente como actores. Ahora Moritz, que tiene ya 27 años, es la estrella de Ramba Zamba y ha obtenido incluso protagónicos fuera de la agrupación. (Por estos días se lo puede ver en el legendario Berliner Ensemble de Bertolt Brecht, haciendo de Boris en Una fiesta para Boris, de Thomas Bernhard.) Antes de Mongópolis, el grupo llevó a escena una decena de obras, entre las que destacan las reelaboraciones de clásicos como Woyzeck(en), Sueño de una noche de invierno, Medea: una competencia mortal y Orfeo sin eco. El renombre de la agrupación, tanto dentro como fuera de Alemania, atestigua que el sacrificio de Höhne y Erforth no fue en vano, y que los Moritz de este mundo no necesitan que los manipulen genéticamente. Necesitan que los tomen en serio.
La diferencia entre Mongópolis y los trabajos anteriores del grupo es que en esta obra de madurez, el elenco de Ramba Zamba se enfrenta cara a cara consigo mismo, y no sólo arriba del escenario. A cada ensayo público (el estreno oficial tendrá lugar en unos meses, en la sala que el grupo tiene en la Cervecería Cultural, en el barrio de Preuzlauer Berg, al norte de Berlín) le sigue una mesa redonda en la que actores y público son llamados a intercambiar opiniones sobre bioética, hombres perfectos y síndrome de Down. Como la campaña 1000 preguntas, que desde hace un tiempo viene recolectando y publicitando preguntas sobre el tema por toda Alemania, estas reuniones informales constituyen un marco para exponer dudas o para multiplicarlas. Porque los que más hablan son los actores mismos, y lo hacen sin pelos en la lengua.
“Yo, si sé que voy a tener un hijo mogólico, abortaría”, dice la misma chica que en la obra declara odiar a los discapacitados. “¿Por qué?”, la estudia Gisela Höhne. “Porque si sos mogólico la sociedad te rechaza.” Uno de sus compañeros le pide que no diga tonterías; otros asienten en silencio. “¿Qué es un diagnóstico de preimplantación?”, pregunta el Dr. Diablo, y Gisela observa que ya lo explicó muchas veces, pero que se olvidan. “¿Existe Mongópolis?”, interrumpe el que hace unos minutos hacía de Dios. En la otra punta, Moritz se ha puesto a llorar desconsoladamente. “Llora porque sabe que muchos como él son abortados”, explica su padre al público.