ENTREVISTAS > STEFANIE RINGES, LA MUJER DE LIONS IN LOVE, DE VUELTA EN LA ARGENTINA
› Por Mariano Del Mazo
Se suele decir en el Club de los Sobrevivientes del Rock Argentino que aquel que se acuerda de la década del ‘80 es porque no la vivió. Stefanie Ringes se acuerda poco y motivos sobran. Pongamos un par, a modo de muestra: a los 16 años conoció a Daniel Melingo en la discoteca Fire, se enamoró perdidamente y perdidamente lo siguió en sus frenéticos ‘80 cuando el hoy tanguero lunfa dark casi no dormía para mantener sus tres trabajos: Los Twist, Los Abuelos de la Nada y la banda de Charly García. Un Melingo de mil vidas, que en los ratos libres repartía poemas de Baudelaire en discos como la citada Fire o Freedom o Rainbow. “Fue un flechazo. El tenía 27 y estaba guapísimo. Yo era una colegiala del Liceo francés”, dice ahora Stefanie, una Jane Birkin de 40 hablando de su Serge Gainsbourg porteño, en el patio de un hostel de Palermo, sitio babélico donde la cruza de idiomas y razas se proyecta a las bicicletas: hay inglesas, de cross y macristas.
El lugar le queda bien. Stefanie nació en un pueblo al sur de Amsterdam, vivió un año –a los 6– en Indonesia, volvió a Holanda y siempre siguiendo a su familia –un padre holandés ingeniero naval; una madre francesa pintora–, cuando estaba saliendo de la preadolescencia dejó el liderazgo de una precoz bandita punk llamada Ganja para aterrizar en la insuperable Buenos Aires de 1983. Acá conoció, dice, “a todos”. “Estuve hasta 1987, año en que nos fuimos con Daniel a España. Buenos Aires era una fiesta. Formamos Escuela Basilio con Melingo, con Pablo Guadalupe; en Madrid, la Escuela Basilio se transformó en Lions in Love. Nos dimos cuenta de que... ¡Madrid también era una fiesta!” Cuando ríe, asoma el fuego de una mirada que los años no lograron apaciguar: esa mirada habrá hecho estragos en el puente Madrid-Buenos Aires, ese instante transoceánico cultural en el que la Argentina de Alfonsín se espejó con un delay de unos siete u ocho años en el festín post-franquista. Hoy, Ringes no toma nada muy en serio: ni a ella, ni a aquella época. “Fue una movida intensa. Había creatividad, diversión, amistad y amor. También mucho sufrimiento... No es moco de pavo andar con el señor Melingo, con el señor Crook, y ser la única mujer.”
Lions in Love dejó dos discos estupendos, inhallables y adelantados a su época: flamenco, dub, trip-hop, funk, en una ensalada condimentada por el extraño talento que Daniel Melingo sabe desarrollar, sobre todo cuando se acovacha en un segundo plano. Stefanie era más que la cantante, la performer y la cara bonita: era la compositora junto a Melingo. Se pueden chequear en Internet temas imbatibles en su híbrido rubro como “Tanto, tanto”, “Mimos y plumas”, “Sad & Alone” para arrimarse a la dimensión artística de esa banda oscura y luminosa a la vez, que el viernes en Niceto tuvo su segundo reencuentro en un año.
Después de esa experiencia vital, Ringes quedó herida, para decirlo de algún modo, y se refugió en Formentera. “Estaba saturada de todo. Tenía demasiada información en mi cabeza. En Formentera me vacié. Arrastraba muchos años de actividad, de noche, de gente y conciertos. En un momento hice un viaje a la India. En Benarés, una ciudad sagrada a orillas del Ganges donde van a morir las personas porque dicen que así tenés los karmas resueltos, estudié música india un mes intensivo y al final, con mis últimos 6 euros, compré un micrófono de marca Shiva Sound. De ahí el nombre de uno de mis grupos.”
Hoy, Stefanie tiene una hija de 15, hace 12 que ancló en Barcelona y se queda en Buenos Aires hasta diciembre. Aquí, fiel a su diversidad temperamental –casi un ciclo de reencarnaciones en una sola vida que pide una, dos, cientos de Benarés–, pasó de los mantras a sus amigotes de Lions; motorizó su proyecto La Flamme –un aspecto más reposado, relacionado con la chanson y el nuevo folklore– y trata de reunir a los Shiva... Hay, dice, una energía especial por estos días: Stefanie es de las personas que le otorgó un significado cósmico al 11 del 11 del 11. El viernes lo inició con una ceremonia vocal que dio en una casona de la calle Díaz Vélez y que está relacionada con unos workshops que da por el mundo. “Son mantras dirigidos a la liberación de la voz. Tengo una teoría: cantar oxigena la sangre, nos hace resonar, vibrar, masajea el cerebro, estimula unas glándulas y esas glándulas sacan unas hormonas que dan felicidad.”
¿Así de simple?
–Así de simple. ¿No ves cómo estoy? Un dechado de felicidad.
Se ríe irónica y franca, agridulce, holando-argentina, con sus paletas para afuera, y se pueden adivinar las razones que llevaron a Daniel Melingo a embelesarse de uno de los tantos rostros de esta mujer que dice que no se acuerda de casi nada porque vivió casi todo.
Con La Flamme, Stefanie Ringes actuó anoche en el Café Vinilo. El miércoles se presenta a las 21 en el Garabombo Café Cultural de la ciudad de Córdoba; el jueves 1º de diciembre en La Oreja Negra (Uriarte 1271, Palermo) y el domingo 4 de diciembre en Rondó Bar de Mar del Plata.
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