Sábado, 24 de diciembre de 2011 | Hoy
Por Marcela Sinclair
Desde que tengo uso de memoria dije que de grande iba a ser arquitecta. Vocación despertada, sin dudas, por los hermosos tableros de dibujo de mi tía Elena, con su parafernalia de Rotring, marcadores, escuadras, plantillas y rollos de calco. Para no mencionar la silla de altura regulable, giratoria y con rueditas. En aquellos tiempos A.CAD, mi abuelo también ejercía de arquitecto y mis padres ya habían abandonado a dúo la facultad de Ingeniería, luego de enamorarse en sus claustros. En cuanto a mi formación, después de unas vueltas por el pabellón 3 y otros escenarios, me resolví por la pintura. Años más tarde, mi práctica como artista encontró el modo de ligarse a la arquitectura por vías que sólo ella conoce.
Con este prontuario, ¿cómo no hacerme fan de Gordon Matta Clark apenas conocerlo? La primera cita, casual, fue en la mesa ratona de un amigo. Allí vi Conical Intersect, un cono de aire atravesando en diagonal dos casas del siglo XVII en París. Pisos, techos y paredes calados por orificios curvos que dejaban a la vista ladrillos, cemento, suelo y cielo. Esa fue mi favorita, seguida de cerca por Splitting (una casa cortada al medio, como en un capítulo de la Pantera Rosa). Después conocí Tree Dance (performance que haría las delicias del barón rampante). Y más tarde Food (restaurante de artistas). Soy fan de todo su trabajo: una obra polimorfa en la que performance, escultura, crítica y urbanismo se entremezclan aportando, como él quería, más problemas que soluciones.
Puesta a elegir uno de sus trabajos, me quedo con Reality Properties: Fake Estates. El artista compró en subasta pública, con plata prestada y por valores entre los 25 y 75 dólares cada una, 15 parcelas de tierra vacantes. Terrenos baldíos pertenecientes a la ciudad de Nueva York: huecos en el tejido urbano, errores de planificación, porciones de tierra sobrante entre tres edificios o bordeando un callejón, de proporciones absurdas, que tienen sin embargo un valor económico.
Cuando digo que la obra es la acción de la compra de los terrenos, estoy haciendo un recorte yo también. La obra que el Guggenheim adquirió y exhibe regularmente comprende la documentación del solar, una fotografía del sitio y un collage con fotos fragmentarias del espacio. E incluiría también la porción de suelo en sí, si no hubiera retornado a la ciudad por falta de pago de impuestos.
Hay una relación de escala que me fascina en este proyecto que ni siquiera se llamó arte en su primer momento (otro de sus atractivos). Una maniobra a la David con Goliat, que con un pequeño gesto (o gasto, en este caso) aplica la ley de la palanca: por un puñado de dólares, el artista, cual héroe de spaghetti western, exhibe fallas en un sistema tan sólido como el inmobiliario. Fake Estates expone el absurdo de la relación entre el valor económico y el valor de uso de la tierra colándose por una rendija. Un vacío, ready-made esta vez, que le sirve para meter púa en el sistema que distribuye el espacio habitable: todo lo que se puede hacer con esa tierra inaccesible es comprarla o venderla.
En Vacío y Plenitud, el tao de la pintura china, Françoise Cheng explica que la pintura no debe ser copia de lo creado sino emulación del gesto creador: el junco de tinta al lado del junco real, la obra como un organismo vivo que participa de la naturaleza. Para que esto suceda, dice poéticamente, debe haber en la pintura espacios para que circule el aliento vital. Más literal en el caso de los edificios perforados, en Fake Estates esa operación de abrir huecos se traslada al sistema de planeamiento urbano y el mercado inmobiliario. Esas aberraciones catastrales, espacios residuales e inútiles, son el lugar de apertura disponible para el movimiento y la invención, propiedades naturales del arte.
El problema con los impuestos ya es tema para toda otra nota.
Gordon Matta Clark (Nueva York, 1943-1978). Fue un artista estadounidense, de ascendencia chilena, que exploró diferentes modos de intervención arquitectónica. Se le reconoce principalmente por sus “building cuts” o “cortes de edificios”. Los padres de Gordon Matta Clark eran artistas: la pintora estadounidense Anne Clark y el pintor surrealista chileno Roberto Matta. En 1962 partió de Nueva York a Francia a estudiar Literatura Francesa en la Universidad de Paris-Sorbonne, donde tuvo oportunidad de conocer a los filósofos descontructivistas, a Guy Debord y a los situacionistas, quienes desarrollaron el concepto de “desvío” y la reutilización de elementos artísticos preexistentes en un nuevo conjunto. Estos conceptos más tarde formarían parte de su trabajo artístico-arquitectónico. De regreso en los EE.UU., Matta Clark estudió arquitectura en la Universidad Cornell, en Ithaca, Nueva York, entre los años 1963 y 1968. Nunca llegó a ejercer como arquitecto, puesto que él se consideraba más un anarquitecto, un deconstructor. Matta Clark usó distintos tipos de formato para documentar sus trabajos, incluyendo filmación, video, y fotografía. Sus trabajos incluyeron actuaciones, reciclaje de piezas y trabajos sobre el espacio. Así mismo usó diversos juegos de palabras como medio de reconceptualizar los roles y relaciones preconcebidos y condicionados socialmente (desde las personas a la arquitectura). A comienzos de la década de los ‘70, como parte del grupo Anarchitecture, Matta Clark se interesó en la idea de entropía, las brechas metamórficas y los espacios residuales/ambiguos. Fake Estates fue un proyecto comprometido con el tema de la propiedad de la tierra y el mito del sueño americano vinculado con la propiedad.
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