Dom 25.05.2003
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PLáSTICA

El jardín abstracto

Herederos de Kandinsky, los objetos de Julia Masvernat vuelven a los principios básicos de la forma y exploran los mundos múltiples, el sentido lúdico y la libertad que acechan en la simplicidad.

Por Santiago Rial Ungaro

A través del vidrio, antes de entrar al espacio de la galería, se pueden observar casi todas las piezas de la exposición de Julia Masvernat. Da la impresión de que uno está por entrar en una burbuja: un lugar agradable, orgánico y confortable. Las obras son figuras básicas, líneas y planos que al multiplicarse generan volúmenes. Las figuras (la forma) y el fondo (el vacío) tienen el mismo nivel de importancia. Realizadas en madera (a veces pintadas, otras forradas de papel, otras cubiertas con fórmica), ninguna lleva título, y todas evitan incluso el redundante “Sin título” que tantas veces encontramos en las exposiciones abstractas. Tampoco tiene título la exposición, por lo que, libre de cualquier referencia, el equilibrio asimétrico de este conjunto de obras invita a la fantasía, al juego de interpretar o inventarles un sentido a estas formas abstractas.
El juego de Masvernat tiene tres niveles diferentes: el primero está dado por las piezas básicas de madera, unidades mínimas presentes en todas las piezas; el segundo, por cada pieza individual; el tercero, por el grupo de piezas. Y si en sus exposiciones anteriores las creaciones de Masvernat (1973) se caracterizaban por ser planas, en esta muestra han ido tomando volumen y se han expandido en el espacio. Hay algo preciso en todas las obras: su carácter orgánico. “Hay cierta lógica matemática de crecimiento en las piezas”, dice la artista: “Un amigo me señaló similitudes con estructuras biológicas. Pero para mí es algo intuitivo. El esqueleto y la piel son lo mismo; no hay algo oculto del proceso de la construcción: las huellas están a la vista: se ven los cortes y los trazos sobre las piezas”.
Juntos, los objetos conforman una suerte de burbuja, un espacio de ritmo y de armonía, dos cualidades que según Johan Huzinga son “los dones más nobles de la facultad de percepción estética con la que el hombre está agraciado”. La muestra propone un juego intuitivo, una especie de jardín abstracto donde el placer estético se conjuga con la libertad de interpretar piezas libradas a su propia existencia. Masvernat: “Hace poco alguien me preguntó qué quería decir, si podía explicar un poco la muestra. Y yo dije que eran objetos hechos de partículas de piezas que intentan generar la construcción de partes múltiples. Le dije algo así y quedó satisfecho. El arte es como un juego donde uno mismo pone las reglas, decide cómo se juega y decide cuándo termina el juego”.
Justamente para Huzinga, el autor de Homo Ludens, la primera característica del juego es la libertad; la segunda, que el juego no es la vida corriente, la vida propiamente dicha; jugar es “escaparse de ella a una esfera temporaria de actividad que posee su tendencia propia”. De ahí la libertad de considerar la muestra como un jardín, o de encontrar estructuras orgánicas, chocolatines, diseños de una inteligencia automática sensible, toboganes, cascadas de madera o ruinas de una posible ciberarquitectura. Las pequeñas variaciones de estas partículas pueden generar infinitas combinaciones. “Es un juego de elementos muy simple”, afirma Masvernat. “La idea es crear algo con la combinación del color, la materia y el volumen. Cosas tan sencillas que quizás alguien las vea y diga: `Ah, quizá yo también pueda hacer eso’.”
Lo cierto es que detrás de la construcción de estas piezas hay una serie de operaciones morfológicas bastante precisas: el punto que se mueve y se convierte en línea, la línea que al multiplicarse genera el plano y el plano que se multiplica generando la tridimensión. Masvernat (que en este momento lleva adelante en la red un proyecto multidisciplinario, www.terrazared.com.ar, donde sus creaciones se fusionan con música, textos y animaciones) se sonroja al pensar que con sus exploraciones de los formatos digitales sus obras son fieles al espíritu de Kandinsky. Por eso sostiene que debajo de esta muestra hay una “mirada digital”, lo que delata su pertenencia a una cultura visual contemporánea. Aunque no hubo intervención de tecnologías digitales en la producción de las piezas, Masvernat (que recibió el Primer Premio de Arte Digital Prodaltec 1997 yeste año el Subsidio a la Creación Multimedia de la Fundación Antorchas) cursó la carrera de diseño gráfico en la UBA y confiesa que en sus creaciones lo digital le inspira sensaciones físicas. Lo que nos lleva directamente a los escritos pedagógicos de Kandinsky, De lo espiritual en el arte y Punto y línea sobre el plano.
Kandinsky entendía que el modelo musical era la principal base programática para el desarrollo de la pintura abstracta. La idea de la música como referente de toda creación artística y del cuadro como representación visual de una representación musical sobrevuela este conjunto de creaciones. Masvernat, que supo incursionar en la música con el grupo “Velocidad velero”, sabe que el vacío es para la plástica lo que el silencio es a la música. Y la armonía y el ritmo de sus piezas se basan justamente en la economía de recursos. “No es indispensable realizar una superproducción para hacer una buena obra. Hay algo de moda en eso, y también cierto resentimiento tercermundista: esa idea de que somos un país pobre, y ‘fijate qué groso lo que hacemos: somos mucho mejores que los europeos, que tienen todo a su alcance’. Las obras que están en la escalera fueron hechas con material de descarte, pero los buenos recursos también valen.”
Como si el desarrollo de los objetos obedeciera a ciertas leyes internas, las obras de Masvernat se expandieron y fueron colonizando el espacio: de la plástica pasamos a la escultura, y de la escultura social hacia el urbanismo y la arquitectura. La burbuja, en vez de desvanecerse, crece. De Palermo a la red, y de la red Masvernat va directo a Lanús, donde dirige un taller en el Movimiento de Trabajadores Desocupados de la Coordinadora Aníbal Verón (piquetero muerto en Salta), de la que admira la estructura horizontal y la forma de trabajo. Allí, en Lanús, un barrio tan diferente a Palermo, Masvernat dirige un taller para niños. Los chicos tienen una bloquera –una máquina de hacer ladrillos de cemento–, y la artista quiere usarla para construir algo con ellos. “Son chicos con una vida bastante jodida: no comen todos los días. Pero sin embargo ese momento de placer y de juego es importante: les genera un estado que te predispone para la construcción de cosas. No tener eso es como vivir con un resfrío constante. A mí no me gusta esa idea de armar una burbuja, pero sí me gusta generar placer, un sentimiento de goce. No hay que vivir sufriendo; ya de por sí la realidad es bastante dura. Pero no por eso vamos a dejar de hacer esto. La idea sería integrarlo; no sólo criticar: también construir.”

Julia Masvernat en BMS Casablanca, Gorriti 5960, Palermo. De lunes a viernes de 13 a 19.

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