HITOS > SOME GIRLS, DE LOS ROLLING STONES, CON DOCE OUTTAKES QUE MERECíAN SER DISCO DISCO
Una serie de discos flojos. Richards detenido en Canadá con cantidades bestiales de heroína. La mujer del primer ministro huyendo con la banda. Los Clash con un debut que retabulaba el rock. Los Pistols sacudiendo todo con el punk. Y Jagger que decide poner las cosas en su lugar. Some Girls no sólo es el disco más vendido de los Rolling Stones, sino una muestra gloriosa de su momento más productivo. Ahora, la edición de lujo con doce descartes de aquellas sesiones son casi un disco extra que podría haber sido.
› Por Mariana Enriquez
Este disco se escribió y se grabó con la soga al cuello, con el revólver en la sien, con el aliento en la nuca; con la sensación de que podía ser el último. Las cosas habían arrancado relativamente bien, sin embargo: era 1977, Ron Wood acababa de entrar a la banda y encajaba bien, las canciones que los Stones ensayaban eran impecables después de un período bastante flojo (discos como Goat’s Head Soup o It’s Only Rock’n’Roll) y habían logrado contratos por decenas de millones de dólares. Fue en este clima aburguesado que Mick Jagger decidió que era una buena idea trasladarse, para trabajar, a Toronto.
El prospecto de vida apacible de una banda (casi) madura se rompió por el flanco salvaje: Keith Richards. El no estaba bien, ni satisfecho, ni saludable. Todavía en duelo por la muerte de su hijo Tara e irremediablemente adicto, llegó a Toronto más tarde que el resto de la banda. Se alojó con su esposa Anita Pallenberg y su hijo Marlon, de 8 años, en un hotel. Se había mostrado díscolo y drogado en el aeropuerto, pero igual lo dejaron pasar. En el hotel fue diferente: tres días después de su llegada, la policía montada irrumpió en su habitación. No lograron despertarlo mientras hacían la requisa en compañía de Marlon, que andaba en triciclo.
Encontraron una cantidad de heroína suficiente para acusarlo de tráfico de drogas, lo que significaba que podía ir a la cárcel con cadena perpetua. Salió bajo fianza. Y una semana después, la banda debutó en vivo en Toronto. Entre el público, en primera fila, estaba la primera dama del Canadá, Margaret Trudeau, la joven esposa del primer ministro. Esa misma noche se fue al hotel con la banda. La prensa dijo que había tenido un romance con Mick Jagger, pero la verdad es que Maggie se hizo amante de Ronnie Wood. Su matrimonio con el primer ministro de Canadá estaba terminado y ella parecía muy contenta de que así fuera.
Mientras tanto, a Keith Richards se le devolvió el pasaporte con una nueva fianza, y se le permitió desintoxicarse en Estados Unidos (gracias a una invitación especial del presidente Jimmy Carter). Pero la acusación de tráfico seguía sobre su cabeza. Y la relación con su esposa Anita era algo más que desastrosa.
Los Rolling Stones entraron a grabar Some Girls en octubre de 1977 en ese estado de proscripción, decadencia y desastre inminente. Ese mismo mes se editó en Inglaterra Never Mind the Bollocks, el disco de los Sex Pistols que volvía popular al punk y amenazaba a los Stones con otro desastre más importante: volverlos irrelevantes, decadentes, viejos chotos. Ya en abril del ’77, The Clash había editado su extraordinario debut, un disco tan inteligente y joven que dejaba a los Stones hablando pavadas. Era un laberinto del que sólo podían salir por arriba: con un gran disco.
Aquí está de vuelta ese gran disco, el más vendedor de la historia del grupo, grabado en tiempos desesperantes, reeditado en deluxe, remasterizado, con notas del escriba stone Anthony DeCurtis y doce outtakes que ya eran conocidos por los fans vía los piratas pero, al fin, se escuchan con propiedad y cuentan con guitarras nuevas, algunos incluso con voz regrabada (casi cuarenta años después, Jagger no suena tan diferente). Para muchos, Some Girls es el último gran (¿buen?) disco de los Stones, y aunque se puede esgrimir esa otra maravilla de 1981, Tattoo you, para desmentir, la verdad es que muchas canciones de Tattoo you fueron concebidas durante las sesiones de Some Girls, las más productivas en la historia del grupo: tuvieron más de cuarenta canciones nuevas. Pero supieron elegir de entre esa catarata creativa. Repasemos.
“Miss you”, el gran hit, es una canción hecha de champagne y cocaína, música disco que suena mucho más a bajón que a fiesta interminable (y tiene una línea de bajo pasmosa, un Bill Wyman en estado de gracia, además de Mick Jagger casi rapeando... ¡en 1977!). “When the Whip Comes Down” podría ser un rocanrol más convencional si no hablara y sonara como los clubes sexuales de los ’70, antes del sida. El amor de los Stones por los clásicos está patente en “Just my Imagination (Running with me)”, soul de Whitfield y Strong y su gusto por la provocación en “Some Girls”, canción pegajosa, lamida, zumbona, que dice “algunas chicas me dan hijos / que nunca les pedí”. Y ese lado A cierra con “Lies”, nada más y nada menos que un rock punk a los gritos y las corridas.
El lado B empieza con una de las canciones más hermosas de los Stones: “Faraway Eyes”, country paródico con un recitado burlón de Jagger que estalla en un estribillo de belleza deslumbrante, tristísimo, al estilo de Flying Burrito Brothers. (Lo bien que les queda el country a los Stones es alucinante: ¿¡por qué nunca grabaron un disco de género, un Nashville Sessions!?) Después de la autorreferencia enojada de “Respectable” –donde mencionan presidentes y heroína entre riffs a la Chuck Berry– llega el momento Richards del disco, que es altísimo: “Before they Make me Run”, cantada por Keith –que todavía tenía voz de niño de coro–, es una despedida sin sentimentalismo, de las adicciones, de la vida bandida, un adiós rockero: “Voy a caminar antes de que me obliguen a correr”. Y luego, “Beast of Burden”, una de las diez mejores canciones de los Stones, el último ruego a Anita, otra despedida encubierta por el despecho, con riff memorable, funk y homenaje a Motown: “Nunca seré tu bestia de carga / Mi espalda está rota, me duelen los pies / Sólo quiero que me hagas el amor...”. Y el final es “Shattered”: canción de inspiración punk, cercana al punk arty de Nueva York de los Heartbreakers o incluso de Richard Hell. Hoy, los Stones niegan su gusto por el punk: es una mentira tramposa, las canciones están grabadas.
Los outtakes podrían y deberían haber sido un disco editado. Habría sido un disco fabuloso. El más entrañable es “Claudine”, un rock clásico basado en Claudine Longet, cantante pop francesa que mató a su marido en 1977. Es la primera vez que esta canción, gran favorita de los fans, sale en un disco oficial (en su momento se la consideró muy controversial porque narra el crimen en detalle, como una murder ballad). “No Spare Parts”, hermoso country rutero, por fin cuenta con la voz de Jagger que merecía. “Do you Think I Really Care” es otro hallazgo country, pero con Nueva York como escenario: un clásico stone con piano, pedal steel y ansiedad erótica. Hay blues, claro, desde “Petrol Blues” –que podría haber sido incluido en Exile on Main Street, tiene ese espíritu de sótano húmedo– hasta “So Young”, canción degenerada sobre una chica demasiado joven (“Dios me ayude”, ruge Mick). Hay un apasionado cover de “You Win Again” de Hank Williams y una versión más rockera de “Tallahassee Lassie”, clásico de fines de los ’50 (con palmas de... ¡John Fogerty!). Pero el mejor de estos outtakes es “We Had it All”, con Richards en la voz –ya la voz rota, melancólica–, cover de una canción de Troy Seals y Donnie Fritts grabada alguna vez por Waylon Jennings. Es probablemente otra despedida a Anita, pero también funciona como cierre de la última etapa genial de los Stones, de sus últimos años de oscura gloria: “Vos y yo lo teníamos todo / Sé que no podremos revivir esos tiempos / Así que dejo que estos sueños me lleven de vuelta al lugar donde estábamos / Y me quedaré ahí contigo el mayor tiempo que pueda / Era tan bueno / Era tan bueno cuando yo era tu hombre”.
Sí. Era tan bueno.
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