PERSONAJES > LYKKE LI, LA PRINCESA NóMADA DEL RENACIMIENTO DEL POP SUECO
› Por Micaela Ortelli
Para los que no lo sabían, Suecia es el tercer mayor exportador de música después de Inglaterra y Estados Unidos. Para los que sólo conocen a ABBA, Ace Of Base, Roxette o The Cardigans por sus hits recuerden (o entérense): son suecos. Y dieron la vuelta al mundo. Pero el país nórdico es, además, uno de los predilectos de los melómanos 2.0, ansiosos internautas escurriéndose por los recodos de la blogosfera en busca de las últimas novedades. Entre éstas, suele aparecer alguna –y, en general, buena– de ese lado del mundo (no olvidemos el resto de Escandinavia, por favor). Muchos de estos proyectos nacidos post 2000 adquirieron, si no un nivel de popularidad semejante a los de sus compatriotas de décadas pasadas, sí una gran notoriedad a nivel mundial. Es el caso de Peter Björn And John (los de “Young Folks”, la canción del silbido contagioso), The Knife (y, actualmente, el de su mitad femenina, Fever Ray), Robyn o Miike Snow, por ejemplo.
Podríamos seguir nombrando imperdibles menos conocidos: jj, Mattias Alkberg (uno de los pocos que no cantan en inglés), la jovencísima Amanda Mair, y muchos más que –a falta de un colectivo mejor– meteríamos en la bolsa que se hace llamar “renacimiento del pop sueco”. Y si todavía no mencionamos a Lykke Li es para ser condescendientes: la exasperan las etiquetas, ese afán del periodismo por pretender describir lo indescriptible. Pero se resigna. Ella, la chica que todos quieren, la autora de varias de las canciones más frescas y encantadoras de las que se pueda hablar hoy en día, cree saber por qué se produce tanta música interesante en Suecia. No por los subsidios del Estado, ni por el fomento a la creatividad en la escuela, sino porque es un país aburrido, frío y oscuro donde no hay nada que hacer. Opinión discutible, sí, pero entendible viniendo de su parte.
La vida nómada de Lykke no empezó con las giras –después de lanzar su primer álbum, Youth Novel, en 2008–, sino mucho antes. Cuando tenía seis años (nació en el ’86), los padres –él, integrante de una banda de world music y ella, fotógrafa– decidieron dejar Estocolmo y mudarse a Portugal, donde construyeron una casita en una colina de Algarve. Suena divertido, sí: los tres hermanos corriendo desnudos por las soleadas praderas al mejor estilo happy hippies. Allí vivieron cinco años; después volvieron a Suecia y, durante el invierno, se escapaban a India, Nepal o Marruecos. Eso explica por qué dice no tener raíces en ningún país o no saber lo que es tener un verdadero hogar. Eso explicaría también la ambivalencia de su carácter y que transmite a sus canciones: la fortaleza, por un lado, y la melancolía, por otro. Ella las escribe todas, y trabaja en el estudio con Björn Yttling, de la ya mencionada Peter, Björn And John, que la ayuda a buscarles traducción musical a sus ideas. Así llegan a un sonido liviano y delicado, hecho de instrumentos exóticos (cítara, vibráfono, kazoo, theremín); pisadas, palmadas y hasta un megáfono; y una voz aniñada y sensual, acongojada por momentos, pero llena de vida.
Un poco siguiendo el modelo familiar, Lykke siempre supo que se dedicaría a alguna actividad artística; probó con la danza, pero eso la habría obligado a llevar una vida demasiado aburrida. Tomó algunas clases de canto de adolescente, pero no le sirvieron demasiado (asegura que aprendió más de música con un documental sobre Joe Strummer). Además, detesta su voz y no se considera una gran cantante: “Canto porque me gusta cantar, no porque me guste escucharme”, dice. Así y todo, después de escuchar su primer EP, Little Bit, las discográficas hicieron fila para editarle el disco. Ella no quiso saber nada –porque cuida sus canciones como una leona a sus crías– y creó un sello propio para asegurarse los derechos sobre su música. Después, acepta las reglas del juego, no sin dejar en claro cómo se siente al respecto: “Soy tu prostituta, conseguirás algo”, dice en “Get Some”, de su segundo álbum, Wounded Rhymes, que salió hace un año. Se tuvo que explicar, claro: no hay que tomarse literal lo de prostituta; tiene que ver con el juego de poder entre los sexos; está protestando contra la objetivación de la mujer y el lugar que se le da en la industria. Pero, en general, sus letras son provocadoras de un modo menos directo, más íntimo y sutil; como en “Little Bit”: “Creo que estoy un poquito enamorada de vos/ Pero sólo si vos estás un poquito enamorado de mí”. Aunque también puede ser deliberadamente melancólica: “En los momentos de mayor debilidad lloro/ Porque me gusta cómo le sientan las lágrimas a mis mejillas”, canta en “Let It Fall”.
Los videos siguen la misma lógica: la atención en los detalles y la demanda de atención. Es el caso, por ejemplo, del de “Sadness Is A Blessing” que, de alguna manera, muestra cómo la tristeza, lejos de ser desmovilizadora (Lykke se emborracha en un restaurante lujoso y se pone a bailar apasionadamente entre comensales de rostros gélidos), puede llenar de energía. Pero también que, a la larga, lo único que se puede hacer para sanar es hacerse cargo y dejarse abrazar. Lykke está convencida de que tiene un alma vieja en un cuerpo joven. Quizá por haber vivido demasiado, o por cuestionarse siempre tanto. Hoy hace lo que le gusta y es exitosa, pero con qué sentido si el trabajo es tan exigente que no le deja tiempo para nada. Si sigue sin saber qué responder cuando le preguntan dónde vive. Si de repente se convirtió en una esclava de la agenda y las opiniones de los demás. Si en pleno despegue de su carrera, su mayor deseo es tener una casa, poder cocinarse, no depender de nadie y volver a ser dueña de su tiempo.
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