Domingo, 4 de marzo de 2012 | Hoy
CINE > ROMAN POLANSKI FILMA UN DIOS SALVAJE, DE YASMINA REZA
El público argentino conoce la obra porque en 2010 se estrenó en Corrientes, dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Florencia Peña, María Onetto, Gabriel Goity y Fernán Mirás. A la autora, ni hablar: es quien escribió Art. Pero para los cinéfilos la sorpresa es que sea amiga de Roman Polanski y que él la haya invitado a adaptar juntos la obra para filmarla. Con dos matrimonios reunidos para limar asperezas tras el enfrentamiento entre sus hijos que terminó con dos dientes menos para uno de ellos, encerrados en un living durante 80 minutos que transcurren en tiempo real, el rey del infierno de interiores desnuda capa por capa la buena educación de la gente educada. Acá, el director y la dramaturga cuentan cómo fue ese trabajo conjunto.
Por Yasmina Reza
La obra está basada en un suceso real. Escuché la historia del “diente roto” de la madre del amigo de uno de mis hijos. Me contó la historia completa y la concluyó diciendo: “Y, ¿podés creerlo? Los padres ni siquiera se dignaron a llamarnos”. Inmediatamente se me ocurrió que ahí había un material que valía la pena trabajar. Imaginé un encuentro entre estos dos matrimonios de padres de niños que se habían golpeado. Definí sus personalidades, y luego hice la peor elección de mi vida: ¡decidí escribir el encuentro entre estos personajes en tiempo real!
Roman Polanski vio todas mis obras y siguió mi trabajo, pero hasta ahora nunca habíamos hablado de hacer algo juntos. Y yo nunca había aceptado trabajar en la adaptación para cine de ninguna de mis obras. Me habían hecho muchas ofertas, pero nunca había dicho que sí. No por una cuestión de principios sino porque nunca me habían propuesto algo artísticamente interesante. No es mi objetivo que se hagan películas con mis obras. Pero dos años atrás nos encontrábamos de vacaciones con Roman, y él, que había visto la obra el mes anterior en París, donde yo misma la dirigía, me preguntó: “¿Ya vendiste los derechos para una película?”. Le dije que no, y me dijo que estaba muy interesado, así que acepté. Para mí era muy obvio que él podría ser la persona más apropiada para hacerlo. Es un genio a la hora de narrar historias con tensión dramática ambientadas en espacios confinados, y realmente me gusta su sentido del humor. Además me ofreció que escribiéramos el guión juntos.
Román y yo nos habíamos conocido a fines de los ’80, cuando él me pidió que tradujera una puesta teatral de La metamorfosis de Kafka. Me han preguntado si he tenido escrúpulos a la hora de trabajar con él, por su conocida historia y su causa penal. No, no tengo escrúpulos. Nos llevamos muy bien escribiendo juntos... Somos idénticos: no discutimos “el significado”, discutimos el instinto. El teatro para mí es un espejo, un reflejo filoso de la sociedad. Hay algunas tesis universitarias por ahí que dicen que soy una moralista. No sé si lo soy o no, pero creo que los más grandes dramaturgos de la historia son moralistas. Los críticos tienen una tendencia a adjudicarles una dimensión sociológica a mis obras; para mí eso es emocionante, pero no es lo que me empuja a escribir. Me motiva escribir sobre gente con educación pero que, bajo su apariencia civilizada, termina teniendo un ataque de nervios. Es cuando te contenés hasta que ya no podés más, hasta que tu instinto se apodera de vos. Es psicológico. No me interesa cómo fueron los personajes cuando eran chicos, porque mi escritura es totalmente instintiva. Trabajo como un pintor: cuando un pintor hace un retrato de alguien, no le interesa su infancia, pinta lo que ve. No hay explicación porque no significa nada. En eso Roman y yo nos pusimos perfectamente de acuerdo.
Trabajamos juntos en una pequeña oficina de su chalet suizo. Escribió el guión muy rápido, pero eso fue lo único en lo que nos concentramos. Ambos tenemos experiencia como actores, y cuando teníamos un desacuerdo acerca de algo, interpretábamos los papeles para convencernos mutuamente. Amé esos momentos. No hubo muchos borradores del guión. Pronto obtuvimos una versión que nos satisfizo a ambos. Luego, por supuesto, hubo algunos ajustes, agregamos elementos que luego no llegaron al film tales como algunos diálogos telefónicos, y también hicimos algunos retoques a la traducción, ya que el guión fue escrito en francés. Aunque hubo unos cuantos cambios, Roman quiso mantener el principio de que todo ocurriera en tiempo real, y eso nos obligó a mantener un marco de trabajo estricto.
Hubo, sí, algunos cambios de la obra al guión para el cine. El final de la obra es mucho más sombrío, más triste, más desesperado. Pero Roman no quería ese final: “Quiero encontrar algo que sea más brutal y en cierto sentido más optimista”, me dijo. “Bueno, tal vez no más optimista, pero más abierto.”
Un dios salvaje es la única de mis obras en las que accedí a que se cambiara la locación de la historia. ¡Y sólo para la versión norteamericana! En mi opinión, los personajes están condicionados, en cuerpo y alma, por su lugar de origen. Pero James Gandolfini, que estaba preparándose para hacer el papel de Michael en Broadway, quería ver si podíamos intentar una versión neoyorquina. Como me gusta mucho este actor, acepté intentar trasponerla a Brooklyn, un lugar que tiene un espíritu similar a París. El resultado fue positivo y no traicionaba la obra. De hecho, casi no hubo cambios más allá de los nombres de los lugares y unas pocas indicaciones. A su vez, Roman quiso filmar con actores angloparlantes, y como yo ya había tenido esa experiencia en Brooklyn, no lo objeté. Dicho lo cual, no puse la misma resistencia a los cambios, ya que los films son inherentemente adaptaciones.
Después visité el set de rodaje un par de veces, pero para divertirme. Ya no cumplía ninguna función en la película. Una o dos veces, tal vez, le di a Roman un par de anotaciones con pequeñas modificaciones del diálogo, pero nada más. Roman había ensayado con los actores el guión completo, como una obra teatral. El momento más conmovedor fue cuando me llevaron de paseo por el magnífico set del diseñador artístico Dean Tavoularis. No había cámaras y Roman me tomó de la mano para mostrarme cómo los personajes se moverían por el lugar.
La película es el resultado de su trabajo, y también del reparto extraordinario. Estuvieron todos tan bien en sus papeles, que me sentí confiada y excitada. Y luego entendí qué es lo que la película le agrega a la obra: el primer plano. Realmente podés estar cerca de las caras, cerca de los ojos, de la voz. Podés verlos muy de cerca, y meterte profundamente en ellos, y en su intimidad.
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