ENTREVISTAS > EMILIO DEL GUERCIO: ALMENDRA, MONTONEROS, LA PERLA Y DESPUéS
Amigo y compañero de colegio de Spinetta, uno de los cuatro Almendra, fundador de Aquelarre y de La Eléctrica Rioplatense, cuenta con el rarísimo hecho de haber sacado un único y excelente disco solista, hace casi treinta años (Pintada, 1983). Desde entonces, acumula canciones y toca con público sólo esporádicamente. Pero el conmovedor reencuentro arriba del escenario de Almendra en el Vélez de las Bandas Eternas y la muerte reciente de su gran amigo parecen haber cambiado las cosas. Mientras graba un programa de TV en el que rastrea el ADN de la música popular argentina y ensaya para homenajear en La Perla a Spinetta, ya imagina tapas del disco que planea grabar este año. En esta charla, habla de todo: desde el mito de Almendra montonera hasta el disco nuevo que quedó sin hacer.
› Por Mariano del Mazo
Son las nueve de la noche. Once es lo más parecido al fin del mundo. Acaba de aparecer el cadáver de Lucas Menghini, el número 51 del desastre del Sarmiento, y sobre Pueyrredón se desata una batalla entre la policía y manifestantes. En la plaza un pastor habla por un megáfono de apocalipsis y redención, y en diagonal, en la esquina de Rivadavia y Jujuy, blindada al mundo exterior –ese Mondo di Cromo–, La Perla del Once aparece como un refugio antiatómico. Detrás de esas paredes, ajeno al fin del mundo, un grupo de músicos está recordando a Luis Alberto Spinetta. La llaga está en carne viva y la evocación por momentos provoca desmoronamientos: el cenit emotivo llega cuando Emilio Del Guercio y Rodolfo García hacen a dos voces una delicada versión de “Hoy todo el hielo en la ciudad”. Cuando terminan, Emilio esconde virilmente las lágrimas y dice apenas: “Es bravo”.
“Es bravo”, repite una semana después en Palermo. Volturno es el sahumerio sabor café que inunda el departamento sobre la calle Juncal. Como embriagado por ese aroma (“Aroma del lugar”, escribió alguna vez), por esa sensación nostálgica y familiar, dice: “Con Luis nos conocíamos desde los 13 años. No sabía que su muerte me podía pegar tanto. Se te va un testigo. Las cosas de las que nos reíamos o que compartíamos cuando éramos chicos, aunque hubiesen pasado años, perduraban. Había códigos comunes y no era necesario hablar nada. Todo eso es lo que se fue, y lo que voy a extrañar. Para mí es una página que pegó la vuelta”.
Del Guercio es más alto de lo que parece y naturalmente distinguido: pese a ser un hijo de la clase media barrial de Belgrano, lo atraviesa un aire aristocrático. Tiene la amabilidad del dandy. Ahora está contando, con una mezcla de pudor y orgullo, la extraordinaria historia de amor que está viviendo. “Este departamento es de mi compañera, Cristina. Era mi novia de la época de Almendra, nos conocimos en Bellas Artes. Cada uno hizo su vida, formó sus parejas, con hijos, con todo. Nos reencontramos hace tres años, ¡y estamos enamoradísimos!” Al rato llega la dama. Cristina Bavo cuela detalles: “Me acuerdo que le mostré a mi mamá unas fotos de Emilio de una revista, y cuando le dije que salía con ése de la foto... se puso a llorar”. Del Guercio va a una Mac, abre un archivo titulado “CrisEmAll70” y se despliega una increíble foto en blanco y negro en la que se los ve a ellos dos, rodeados de un variopinto grupo de gente entre los que destacan Rodolfo García, Carlos Marcucci y Caloi. “Esta foto debe ser de la última etapa de Almendra”, dice. All 70.
Cantante originalísimo, bajista dúctil, compositor soberbio, Del Guercio ostenta el extraño récord de haber sacado un único y excelente disco solista hace casi treinta años. Pintada salió en 1983 y desde entonces viene amagando con grabar. Tiene canciones como para un disco triple. Pero por algún motivo que intentará descifrar en esta entrevista las canciones “nuevas” van envejeciendo en una cinta sin fin. Aquel Pintada fue brillante, una suerte de coda de La Eléctrica Rioplatense, banda que formó después de Aquelarre y que no dejó registro. Aires folklóricos, algún reggae, temas notables como “Aroma del lugar”, “Para darme”, “Trabajo de pintor” y “Polen”, la colaboración poética en un par de letras de Sandra Russo (su pareja por aquellos años) y músicos como Luis Borda, Raúl Barboza, Chango Farías Gómez y Rubén Rada, entre otros, configuran un disco por muchos motivos insuperable. Esa proyección hacia el folklore iba a contrapelo de las nuevas tendencias que –comercial y estéticamente– estaban poniendo al rock argentino post Malvinas patas para arriba. Salvo excepciones, los que tallaron en los años ‘70 trataban de adaptarse con mayor o menor fortuna: de Miguel Abuelo a Miguel Cantilo, pasando por la etapa más genial de Charly García. Spinetta estaba en los años de Mondo di Cromo, Bajo Belgrano y Madre en años luz e iba hacia el rotundo power tecno de Privé. Las antípodas de Emilio. “Durante mucho tiempo estuvimos distanciados por cuestiones de gustos musicales...” Lo dice como quien asume que eran, finalmente, pavadas. Minucias de dos grandes tercos.
¿Competían con Luis en la época de Almendra?
–Supongo que sí, pero no de un modo manifiesto. Seguramente habremos competido de una manera amable y civilizada. Nunca furiosamente. Teníamos una relación familiar prácticamente, y nos mandábamos al demonio como hermanos. Además, éramos cuatro. Almendra era una especie de caldo creativo y la canción que caía ahí, caía en la olla de los cuatro. Ese lenguaje es un lenguaje que le pertenece a Almendra. Ojo: quiero ser muy respetuoso porque hace tan poquito que Luis se fue y tal vez suena un poco medio fuerte, pero sería injusto para mis compañeros que no se reconociera ese laburo grupal y artesanal. Por supuesto que el que más proponía era Luis, pero el lenguaje era de los cuatro.
¿Por qué duró tan poco Almendra?
–Yo creo que podría haber durado más. Pero éramos muy chicos y vivíamos con mucha intensidad. Yo me acuerdo claramente que, salvo cuando dormíamos, estábamos todo el tiempo juntos. Dibujábamos, discutíamos música, la cabeza estaba en un estado de ebullición constante. Había una energía tremenda. Fue corto el período, es cierto. Eramos cuatro pibes de barrio, muy amigos, en el caso de Luis y mío hasta compañeros de colegio... Y bueno, cuando Almendra se hizo conocida se empezaron a mover de lugar nuestros vínculos, nos empezamos a ver como personajes. Fue muy raro: Luis dejó de ser Luis y era Spinetta, yo era Del Guercio. Conocíamos a demasiada gente. Entramos a ser actores de una época. Pero nunca nos peleamos seriamente. Lo que ocurrió fue natural: no compartíamos las mismas ideas que sí compartíamos de chicos. Es complicado perpetuar un vínculo fortalecido en la adolescencia.
¿Cómo viviste cada uno de los regresos de Almendra?
–El primero, hasta Almendra en Obras y la gira posterior, fue bárbaro. Después grabamos El valle interior, y ahí fue un poco más complicado. Existieron tensiones. El tercer regreso quedó trunco. En realidad ocurrió en el Vélez de 2009, y fue divino. Fue hermoso encontrarnos con otros compañeros de ruta, con Cutaia, con el Negro Black, con Machi, con Pomo. Son personas entrañables para nosotros. Pensá que somos una especie de ex combatientes, guerreros de una historia que nos costó una bola de energía. Pero lo que te quería decir es que la idea era hacer una gira con Almendra.
¿Y qué pasó?
–Nos juntamos en su momento en la casa de Rodolfo para cerrar una oferta de hacer un concierto en un Parque Eólico cerca de Comodoro Rivadavia. Y ahí el productor le propuso a Luis festejar los cuarenta años con la música en lo que después fue el recital de las Bandas Eternas de Vélez. Entonces la cuestión mutó. Primero íbamos a tocar en el concierto de Luis unos temas... y después haríamos algo mucho más grande en el Sur. Ya habíamos sacado cuatro o cinco canciones nuevas, tres de Luis y dos mías. Algunas no tenían letra todavía. En ese momento Edelmiro estaba viviendo en Merlo, en San Luis, y medio que se ofendió porque zapábamos igual. Pero nunca ensayamos con otro guitarrista. Eso hubiera sido alta infidelidad.
Aunque gira en torno a su eje, busca motivos y se dispersa, Emilio Del Guercio no llega a dar motivos claros de por qué no saca discos y por qué casi no toca. En todo caso, las causas son múltiples. Al respecto, jura: “Este año me meto en un estudio. Tengo un montón de temas nuevos”. En tanto, el viernes 23 va a dar un concierto extraordinario (en el cabal sentido del término) en La Perla conminado por Rodolfo García, programador artístico del lugar.
¿De dónde viene tanta reticencia a mostrar tu música? ¿Es miedo?
–No, no creo que sea miedo...
¿Pensás que no vas a estar a la altura de lo que fuiste? ¿Que no vas a llegar a ciertas notas?
–No. Al contrario, siento que a esta edad tengo más elementos expresivos que cuando era chico. Lo que pasa es que hace muchos años dejé de sentir que tenía una carrera, esa dinámica de sacar un disco y presentarlo... Pero me encanta tocar y toco todos los días en mi casa y compongo. Me salí de ese carril. A su vez, siempre me gustó hacer otras cosas... y las hago. El tiempo no me alcanza para todo. Pero voy a grabar. Ahora estoy haciendo un disco a pedido de la Universidad de Lanús con un cancionero relacionado con las Islas Malvinas, con un montón de artistas. Yo soy el productor y el director musical. La gente de la Universidad de Lanús es muy seria, pero es un laburo que calculaba hacerlo en tres o cuatro meses, y ya va casi un año... Anoche pensaba: “Puta, estoy dedicando un tiempo enorme a esto y no tengo tiempo para encarar mi disco... ¿Por qué será?”.
¿Llegaste a alguna conclusión?
–No. No tengo una respuesta clara, pero lo que te puedo decir es que advertí hace tiempo que a mí me gusta más estar en una banda que ser solista. Lo mío es básicamente cantar y componer, pero en grupo. Una vez le propuse a Claudio Méndez hacer un grupo, y me dijo: No, ¿estás loco? Vos sos Emilio Del Guercio. ¿Y qué tiene que ver? Yo estaba pensando en rehacer La Eléctrica Rioplatense. Lo que me pasa a mí creo que les pasa a muchos artistas: ¿viste que cuando sos chico pasás horas jugando con algo? Eso es lo que vivencio, es un momento de plena concentración, de vibración intensa con una cosa que te interesa desarrollar. Ese juego implica que no hay tiempo. Eso me importa más que sacar discos.
“Hace tiempo fui perdiendo la razón / lentamente, sin pensar y sin dolor /Y en un barco que partió / fui llegando a este lugar tan extraño. Hace mucho que no puedo recordar / Las palabras y los gestos como son / Y no sé por qué reír / Y no sé cómo llorar cuando quiero”, canta en “Canción de amor y de locura”, único tema inédito que hizo en el homenaje a Spinetta en La Perla. Dice que en el recital del 23 va a combinar temas nuevos con “cosas de Almendra, Aquelarre, la Eléctrica y Pintada”. “No me gusta abrumar a la gente con muchos temas nuevos. Para mí el vivo es una celebración.” Concede algunos títulos barajados para el disco que jura que va a grabar este año y se juega por Ciudad oculta. “También pienso las tapas. Pensé en hojas de ceibo, en la cola de un colectivo en el que uno de los pasajeros es un extraterrestre... Cosas así.” Se reconoce obsesivo. Esa obsesión, cuenta, la tiene ahora canalizada en el programa de televisión Cómo hice, que ya va por su tercera temporada por Encuentro y que realiza con su propia productora. Se trata del relevamiento de canciones argentinas emblemáticas, en un arco que va de “Balada para un loco” a “No soy de aquí ni soy de allá”, de “Merceditas” a “Muchacha ojos de papel”. “La idea del programa tiene mucho que ver conmigo. Puedo integrar dos universos que siempre me interesaron: el visual y el musical. Yo hacía las tapas de los discos y tocaba, pero lo vivía como cosas separadas. Ahora me da mucho placer poder integrarlas.”
¿Cuántas canciones hicieron en Cómo hice?
–No sé exactamente, pero tenemos unos 200 títulos de los cuales ya empezamos la investigación periodística de unos cuantos. La idea surgió porque después de tanto tiempo de tocar con Almendra y Aquelarre y de alejarme de algún modo del escenario, me resultaba fantástico cómo la gente me seguía demostrando su afecto por un lado, pero por otro lado me contaba historias de vida asociadas a las canciones. No es que no lo supiera antes, pero tomé una conciencia más profunda de la importancia de una canción. ¿Viste que el artista tiene la cuestión de la melodía, los acordes...? En realidad la música es más que eso. Es una especie de testigo de la emoción del pueblo. Un ejemplo claro son los Beatles. En muchas de sus canciones la clave está en la manera de ser ejecutadas y producidas, o ciertos pasajes, o ciertos elementos letrísticos que son los que atrapan la emoción de la gente. Igual qué es y cómo se hace una buena canción sigue siendo un secreto.
¿Encontrás algún tipo de factor común en las grandes canciones argentinas?
–Es difícil. Nosotros encaramos canciones que han decantado, que ya están independizadas de la difusión de una compañía discográfica y que pertenecen a la cultura. La idea básica del programa es acercarse a ese ADN emocional del pueblo argentino. Yo todavía no puedo detectar qué tipo de temáticas, o de palabras, funcionan como elemento en común. Tal vez la nostalgia sea uno.
Con su productora, Emilio Del Guercio comenzó a realizar un documental sobre la increíble historia del hijo mexicano de Enrique Santos Discépolo, Enrique Luis Discépolo Díaz de León. Muestra unas copias de las cartas pasionales y desoladas que el poeta intercambiaba con la actriz y periodista Raquel Díaz de León. Enrique, que actualmente tiene 63 años, nunca fue reconocido por la Justicia argentina y jamás vio un centavo de los millones y millones de la herencia en derechos de autor de Discepolín. “Me encontré con él y también con su madre, doña Raquel, que es muy mayor. La historia me la tiró el periodista Fernando Cerolini, que es uno de los productores del proyecto. Estamos avanzando. Es muy complicado conseguir la guita para llevarlo a cabo. Pero la idea es buena, y como dice un amigo español, las ideas brillantes son fugaces y hay que saber cogerlas.”
Va, toma café, se saca los lentes, se mueve con parsimonia. Tiene algo de Buda, un Buda delgado, reconcentrado, que no tiene ningún inconveniente en regresar a un tema que le quedó dando vueltas y que no pudo desarrollar. Y ahora el tema es la canción popular, su misterio. “Qué cosa, ¿no?”
¿Por dónde pensás que pasa ese misterio?
–Schöenberg habla de las pequeñas unidades compositivas, incluso más pequeñas que un compás. Yo creo que en todas las personas existen claves emocionales que están ligadas directamente a los sonidos. Creo que todas las personas deben tener tres, cuatro, cinco notas como máximo, grabadas en su interioridad. ¿Viste cuando escuchás cierta música y sentís que te está emocionando, te empezás a ahogar en el pecho, en la zona donde está el corazón? No es romántico, es algo físico. Cada uno tiene una especie de llave, una llave de la emocionalidad, unos intervalos. El misterio de la canción ocurre cuando esos elementos producen un impacto interno. Esos logotipos que encontraban los Beatles con la guitarra de Harrison, tres notas y chau. O esos bongó que usaban en algunos temas. O el rasguido de guitarra de “Taxman”..., ese rasguido de la guitarra es parte fundamental de la composición.
¿Qué canción te provoca a vos ese impacto interno?
–“Julia”, de John Lennon. Me desarma...
Después de la muerte de Spinetta, ¿hubo alguna canción de él que empezaste a valorar de otra manera?
–“Muchacha”. Me produce una cosa extrañísima que no me producía antes. Siempre me gustó, pero yo estaba muy acostumbrado a escucharla en la radio, en un taxi, en todos lados. Ahora escucho la voz de Luis y es como que viene desde otro lugar. No sé qué me pasa cuando la escucho. Te juro que no sé.
Emilio Del Guercio se presenta el viernes 23 de marzo en La Perla, Rivadavia y Jujuy,a las 21.30. Reservas al 5218-7747.
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