DESPEDIDAS > ADIóS A JEAN GIRAUD, ALIAS MOEBIUS
Hijo de la Europa del ’68, en la Argentina se lo empezó a conocer de oídas a fines de los ’70 y recién en los ’80 su fabuloso universo estalló en las páginas de Fierro. Mientras, su trabajo ya se había filtrado en el cine y se lo podía detectar en películas como Alien, Tron e incluso La guerra de las galaxias. Místico fascinado con los secretos del inconsciente y el otro mundo de los sueños, Jean Giraud es lo más cercano al dibujante total, cuyo mundo está contenido en cada trazo y excede libros, tramas, guiones y hasta películas. La semana pasada, después de luchar varios años contra el cáncer, el mítico Moebius dejó para siempre los tableros de este mundo.
Una familia normal que sube a su auto para tomarse unas vacaciones muy especiales, un desgraciado que sufre una erección permanente, un hombre enigmático que cabalga una extraña ave blanca sobre mundos desconocidos y un garaje hermético que no es garaje ni hermético. Ante la cámara del documental televisivo alemán Moebius Redux, que no ha dejado de reproducirse en Internet desde el sábado pasado, Jean Giraud enumera las cuatro obras que, asegura, no dejó de temblar mientras las estaba dibujando, pensando todo el tiempo: Esto es. Son las obras con las que se permitió pasar de Gir a Moebius, de Pilote a Metal Hurlant, de formar parte de la industria de la historieta francesa a reinventarla, de dibujar sus historietas a ser dibujado por ellas.
Las siete escasas páginas de La deviation, las veintidós de El cachondo loco, los cuatro capítulos mudos y de apenas media docena de páginas de Arzach y ese centenar de páginas libres que forman El garaje hermético, una suerte de deslumbrante diario íntimo en clave dibujado durante tres años, a razón de dos páginas por mes. Apenas una gota en el mar de las planchas y planchas de historietas que dibujó Jean Henri Gaston Giraud, entre su nacimiento en 1938 y su muerte el sábado pasado, dos meses antes de cumplir 74 años. Sin embargo, cuando las breves historias de Arzach –un misterioso personaje que no sólo no habla, sino que en cada una de sus breves historietas cambia la ortografía de su nombre– se compilaron en un álbum, Giraud explicó en una reveladora entrevista realizada el año pasado para el periódico Los Angeles Times que terminó siendo dentro de su obra como el monolito de la película 2001, Odisea del Espacio.
Artista en permanente mutación, venerado por sus pares como un referente y copiado hasta el hartazgo, al punto de que prácticamente se puede ver su trazo en todos los ámbitos de la cultura popular con aliento a ciencia ficción, Giraud fue Gir para su obra dentro de los cánones de la industria del comic franco-belga. Su obra cumbre con esa firma es la extraordinaria saga de Blueberry, con guiones de Jean-Michel Charlier y con su héroe dibujado a imagen y semejanza de Jean Paul Belmondo. Como sucede con Hugo Pratt y su Sargento Kirk, durante los comienzos de Blueberry se puede ver la evolución de Giraud como dibujante página tras página, desde las rudimentarias primeras historias de comienzos de los ’60, hasta su dominio total del dibujo y la narrativa al pisar los ’70, el año en que decide dar un salto hacia lo desconocido. Si bien la producción de la serie fue bastante discontinua a través de las cuatro décadas de su existencia, Gir –con y sin Charlier, que falleció en 1989– completó 28 volúmenes con sus aventuras, y su mera existencia hubiese alcanzado para asegurarle un lugar en la historia de la historieta. Europea, al menos.
Pero, así como algunos artistas inventan un lugar para sí mismos haciendo lo mismo una y otra vez hasta que el mundo los descubre y reconoce, Gir/Moebius siempre fue un creador en permanente movimiento. Apenas entró en la industria, Giraud se inventó un seudónimo para poder entrar y salir de ella. Allá a comienzos de los ’60, firmó como Moebius una serie de oscuras tiras al estilo de la primera revista norteamericana Mad, que salieron en la revista francesa Hara Kiri. Pero cuando el inconsciente estalló en su dibujo, y se sumergió en el mundo paralelo de los sueños y la ciencia ficción que apunta hacia el universo interior antes que el exterior, esa vieja firma pasó a ser la contraseña para un mundo nuevo. Junto a colegas como Druillet y Dionnet, se emancipó de lo que llamó “la mentira de Hergé” dentro de la escuela franco-belga, que bajo la excusa de estar dirigiéndose a los niños borró todo rasgo de sexualidad en sus productos, y a partir de entonces todo fue posible bajo el nombre de Metal Hurlant, una revista que se tradujo al mundo anglosajón como Heavy Metal.
Aquellas historias, que se leyeron en castellano por primera vez gracias a la revista española Totem y acá a través de la primera Fierro, son las que explotaron en el imaginario de cualquier dibujante o artista gráfico cercano a la ciencia ficción. Su primer vínculo con Alejandro Jodorowsky, para una fallida adaptación de Dune, lo puso en la mira de la industria cinematográfica, y junto con Gigier fue uno de los responsables del arte de Alien, y de allí pasó a Tron, Blade Runner, y siguen las firmas. “Se pueden ver sus influencias en el cine de ciencia ficción actual por todos lados, son tan profundas que resulta imposible alejarse de ellas”, declaró recientemente Ridley Scott. Hasta el mismísimo George Lucas ha reconocido sus influencias para La Guerra de las Galaxias, en las que el diseño de las armaduras de los estilizados guerreros del imperio –por hablar de apenas una referencia– es llamativamente moebiusiano. Con Jodorowsky creó la última de sus obras magnas, El incal, que según el chileno contiene todo lo que crearon juntos para Dune, y se llevaron consigo cuando su versión de la adaptación no se concretó.
Más de una vez Giraud aseguró que los años que pasó en México durante su adolescencia, siguiendo a su madre en segundas nupcias con un mexicano, funcionaron como un viaje iniciático por el desierto, ese horizonte lejano que no falta nunca en sus historietas. “Toda la magia y el vuelo de sus historias más reveladoras no vienen de Francia, sino de México”, asegura Jodorowsky en Moebius Redux. Devenido en línea clara y mística para la última época de su carrera, en el que su saga más importante –la de El Mundo de Edena– parte de un álbum a pedido de una empresa automovilística francesa, Moebius en el último tiempo había retornado a la historieta, a pesar de que los problemas de su vista lo alejaban mucho tiempo del tablero.
Primero con una reveladora saga con un dibujo apenas esbozado, en el que discute con sus creaciones, Inside Moebius, que confesó haber comenzado como un diario cuando abandonó la marihuana a pedido de su esposa Isabelle. También había retomado El garaje hermético e incluso Arzach, que dejó con un continuará pendiente, ya que de los tres volúmenes prometidos sólo editó uno. A fines del 2010, una enorme muestra de su obra organizada en París por la Fundación Cartier para el Arte Contemporáneo terminó funcionando como magna despedida. Luego de presentar la muestra, Moebius pasó por Los Angeles –ciudad a la que se mudó durante los ’80, cuando se vinculó más estrechamente con Hollywood, pero sin llegar jamás a plasmar su obra más personal en la pantalla–, donde le confesó al periodista Geoff Boucher, de Los Angeles Times, que se negaba a aceptar que lo pusiesen en un pedestal. “Cuando dicen que soy un artista legendario es como si fuese una leyenda. De pronto soy un unicornio”, se reía. Desde el sábado pasado, el mundo se ha quedado con un mito menos. Hay un unicornio menos dibujando entre nosotros.
Por Neil Gaiman
Esta fue la tapa del primer Metal Hurlant que vi. Tenía 14 años y estaba en intercambio estudiantil en París, y esta hermosa revista llena de historietas me abría la cabeza con respecto a lo que las historietas podían ser, y el arte de Jean Giraud, a.k.a. Moebius, ayudaba a que fuese tan poderosa y perfecta. Dibujaba diferentes historias en diferentes estilos, y todo era hermoso. Compré un ejemplar. Sólo tenía dinero para uno, pero era suficiente.
No podía alcanzar a saber realmente de qué trataban sus historias, pero me imaginé que era porque mi francés no estaba a la altura.
Leí la revista una y otra vez, y envidié a los franceses porque tenían todo lo que yo soñaba en historietas: literarios, visionarios y hermosamente dibujados, para adultos. Sólo deseé que mi francés fuese mejor, para poder comprender las historias (que sabía que serían extraordinarias).
Quise hacer historietas como ésas cuando fuese grande.
Las leí finalmente cuando estaba en mis veinte años, traducidas, y descubrí que las historias no eran realmente tan brillantes. Más bien parecían una mezcla entre un arte improvisado sobre la marcha y el absurdo de Ionesco. No importó. El daño ya había sido hecho.
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