› Por Raúl Pope
Moebius. No es el nombre de un hombre, es el de una cosa: un fenómeno matemático, una paradoja, una imposibilidad. El nombre conjura imágenes de Escher y sus hormigas rojas marchando, navegando una tira de papel de un solo lado durante toda la eternidad. Y eso sólo con Moebius el artista. A la distancia, puede parecer como una imposibilidad inabordable, casi como si no fuese un hombre, sino una fuerza artística sin edad y que no se puede detener. Una presencia incandescente y generosa, un espíritu viviente que habita en algún lugar entre las interminables curvas y líneas y colores que han goteado debajo de una mano firme y paciente, siempre nuevos y únicos, siempre imponiéndose, no importa cuántos años hayan pasado.
Jean “Gir” Giraud era el otro lado de Moebius, un hombre al que le gustaba reír y comer y hablar y escuchar música, un callado extrovertido al que genuinamente le gustaba estar rodeado de gente, que amaba París y Jimi Hendrix y Miyazaki, que celebraba la buena vida y una buena broma, especialmente si era de doble sentido o de algún rico juego de palabras. No creo haber visto a alguien literalmente dar audiencia hasta que estuve cerca de Jean/Gir/Moebius y sus fans. En realidad, daba audiencia ante cualquiera que nos encontrábamos, porque era y es uno de los más amados ciudadanos de Francia actualmente. Uno podía entrar en un café parisino al azar y descubriría un dibujo o un póster suyo detrás de la barra, en un lugar de honor. Prácticamente todo el mundo con el que uno se cruza, aún sin que tenga ningún lazo con las historietas o el cine, tiene una historia con Moebius para contar, o al menos conoce su nombre.
Discúlpenme si esto suena como un cliché, pero su muerte es un shock para mí. La idea de él literalmente muriendo nunca se me cruzó por la cabeza. Siempre pareció tan juvenil y cómodo dentro de su piel. Sé que mientras fue envejeciendo, su salud lo obligó a dejar de dibujar durante un tiempo. No quería entregarse ni a la cirugía o la medicina tradicional para tratar sus problemas, prefiriendo métodos de curación holísticos más suaves. En sus últimos años, pasaba por períodos en los que apenas si podía hacer bocetos temblorosos. Los que, aún siendo crudos, seguían siendo bellos y llenos de fuerza.
Creo que nunca conocí a una persona más tranquila que Jean. Irradiaba una poderosa energía espiritual. Era casi imposible pensar en él como un hombre mayor, porque de alguna extraña manera, no era mayor. Tenía una cualidad que raramente he visto en adultos, una especie de fascinación infantil con, bueno, prácticamente todo. Lo mantenía eternamente joven y curioso y poderoso.
Diría que será extrañado, pero su trabajo sigue viviendo, y su espíritu con él.
Su ceremonia de despedida se realizó este jueves en la Basílica de St. Clotilde, en París. En la invitación, la familia comunicó que el violeta y el blanco serían los colores dominantes. Lo que es apropiado: violeta para un rey, blanco para un sabio.
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