Dom 01.04.2012
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TELEVISIóN > LAS CINTAS DE TOMáS ELOY MARTíNEZ Y PERóN EN PUERTA DE HIERRO

Perón vuelve

“En 1970, Tomás Eloy Martínez viajó a Madrid para entrevistar a Perón en el exilio. Las cuatro tardes que duró la entrevista dieron como resultado uno de los registros más íntimos que puedan existir del general. Martínez trabajó sobre esas grabaciones con una dedicación obsesiva que quedó registrada en numerosos artículos y en dos libros fundamentales: La novela de Perón y Santa Evita. Sin embargo, las grabaciones originales quedaron olvidadas en una caja durante treinta años. Hasta hoy...” Así empieza cada capítulo de La Argentina según Perón, la serie que emitirá Encuentro y que rescata –en manos de Blas Eloy Martínez, hijo de Tomás, cineasta y guionista– esas entrevistas míticas y las reviste de una asombrosa actualidad.

› Por Gabriel D. Lerman

No hay relato, ni siquiera aquel que se presenta con la vestimenta del testimonio puro y duro, que no traiga alguna posición manifiesta, explícita o no, de quien ha dicho aquí me pongo a contar, o de quien ha sido buscado para que lo haga. No hay historia sin discurso, sin construcción. No hay manera de escapar a la red genealógica que nos indica, se vean o no las costuras, de dónde viene tal o cual palabra, de dónde surge y a propósito de qué se hace presente tal personaje o tal argumento. Mucho se puede pensar y decir, entonces, acerca del flamante estreno, en la señal Encuentro del Ministerio de Educación de la Nación, de la miniserie La Argentina según Perón, basada en el reportaje en audio que le hizo el periodista y escritor Tomás Eloy Martínez (1934-2010), durante cuatro tardes madrileñas, en marzo de 1970, en la residencia de Puerta de Hierro, a Juan Domingo Perón (1895-1974).

El audio, el intercambio a secas recortado de la búsqueda literaria del entrevistador de entonces, potencia la originalidad del testimonio y lo actualiza. El Perón que habla es menos un fantasma que agita fuerzas contrapuestas que confluyen en la tragedia, y más el emblema de un modo de existencia de la política argentina. Es un Perón leído desde el presente con una aspiración superadora de las querellas de los ’70 y, acaso con los riesgos que esto implica, es un Perón despojado, pedagógico, astuto. Un Perón condensado que no pierde sus aristas polémicas pero que ofrece, a la vez, las características que lo aquilatan como líder histórico: conocimiento exhaustivo de su campo de acción, mirada estratégica, reflejos tácticos. En verdad, los encontronazos de subjetividades políticas, de las fracciones del peronismo, no se desdibujan pero se acomodan a un tipo de debate que invita a participar a las nuevas generaciones a través de núcleos reconocibles: el 17 de octubre, Evita, la CGT, su teoría de la conducción política. La idea de contradicción se desenvuelve de un modo que no llama al antiperonismo fácil ni se conforma con lecturas lineales sobre los ’40 o los ’70. Que Perón, en el capítulo de Evita, diga que ella “es un producto” inventado por él, no quita que ese enunciado aparezca contradicho por un grupo de militantes mujeres del Movimiento Evita que, hoy, se ríen del comentario y hablan sin problemas del machismo del General. Incluso hasta puede desprenderse en este capítulo algo siempre abierto sobre Evita, acaso por su muerte temprana, y es la idea de su potencia revolucionaria, que extiende los límites o el alcance del esquema de Perón. Es el único capítulo en el que la seguridad de Perón se desvanece y llega a desdecirse, en donde sus palabras no terminan de definirla, y se ve desbordado más allá de su fraseo.

LA NOVELA LATINOAMERICANA

¿Quién era Tomás Eloy Martínez en 1970, cuando consigue que Perón lo reciba en Madrid? Tenía 36 años, era licenciado en Literatura española y latinoamericana por la Universidad Nacional de Tucumán y, por entonces, cursaba una Maestría en Literatura en la Universidad de París VII. Hasta el año anterior había sido, durante siete años claves, jefe de redacción del semanario Primera plana, un intento excluyente de periodismo moderno, al estilo de Time y Le Monde, en Argentina, fundado por Jacobo Timerman y por donde pasaron periodistas notables de la época. Mientras estudiaba en París, Eloy Martínez trabajaba como corresponsal para la editorial Abril. “En marzo de 1970 –escribe ya ficcionalmente en su obra La novela de Perón– llamé al General desde París y le pedí una entrevista. Me sorprendió que aceptara. Desconfié (...) La noche antes de partir caminé sin rumbo por los laberintos del Barrio Latino. Cuando pasé frente a la catedral de Nôtre Dame, oí gritos, vi correr a unas monjas despavoridas, tropecé con un cordón de policías frenéticos. Un viejo acababa de suicidarse lanzándose desde lo alto de las torres. Al caer había aplastado a una pareja en luna de miel. El mal presagio me lastimó los sueños. Tuve pesadillas. Me brotaron unas manchas rojas en la espalda, como a Perón.” Las cuatro tardes que pasará con Perón en Madrid cambiarán su vida y serán la base de sus dos novelas más conocidas, la de Perón y Santa Evita. En un texto crítico, Claudia Román y Silvio Santamarina señalan que, tanto Eloy Martínez como Osvaldo Soriano se recortan de otras representaciones del peronismo al pergeñarlas bajo el prisma del absurdo y la derrota. En el caso de Soriano se revela la candidez de sus peronistas, su entrañable perfil de perdedores, el modo de tramitar una historia irresuelta, una identidad postergada. En TEM, en cambio, el absurdo y la derrota se ligan al intento de inscribir a los personajes mayores del peronismo, Perón y Evita, en el marco del boom latinoamericano, que entonces iluminan Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Augusto Roa Bastos. Cien años de soledad, La muerte de Artemio Cruz, Conversación en La Catedral, El trueno entre las hojas, son libros de entonces que se han publicado en Buenos Aires, en su carácter de meca editorial de habla hispana, y él, como jefe de redacción de Primera plana, ha seguido de cerca lanzamientos, campañas y giras literarias en una industria que incorpora aceleradamente técnicas de marketing, tiradas masivas, interdependencia con los medios de comunicación. En una nota de 1998, Tomás Eloy Martínez evoca el clima que se palpaba en la Buenos Aires de los ‘60 donde se edita Cien años de soledad: “El autor era un desconocido. Llegó a Ezeiza en un avión demorado, a las tres de la madrugada, y sólo dos personas lo estábamos esperando: Francisco Porrúa y yo. Al marcharse, diez días más tarde, la multitud que lo acompañaba era tan caudalosa que Porrúa y yo lo perdimos de vista”. Ese Eloy Martínez, amigo de García Márquez y de Porrúa, editor de Sudamericana, es quien se acerca a Perón. El recurso es el gran reportaje del nuevo periodismo, pero su preocupación es la literatura, es el fantástico político como aplicación argentina del realismo mágico, y será, mucho después, el melodrama popular en el caso de Evita. Sabe qué busca, pero lo que encuentra es la hondura de un Facundo, el mismo drama, dirá Borges, que Sarmiento.

CUARENTA AÑOS DESPUES

El tiempo pasa, y una de las formas que la Historia tiene de enlazar hechos, situaciones y personas es a través de los lazos de sangre. La Argentina de hoy parece debatir en sordina, y con perversiones al acecho de todo tipo, el profundo sentido del concepto de herencia, tanto en lo que hace al pasado político de larga data como al reciente, y sobre todo de cara al futuro. Tomás Eloy Martínez falleció el 31 de enero de 2010, prácticamente a la misma edad que tenía Perón cuando lo entrevistó en Madrid, sin ver los festejos por el Bicentenario, sin conocer la muerte temprana de Néstor Kirchner, otro de los acontecimientos bisagra de la Argentina. Uno de sus hijos, junto a Cecilia Priego, Maxi Dbois e Iván Tokman, entre otros, ha dado en muy poco tiempo una vuelta de tuerca sobre la obra del padre.

Pero el giro que el paso generacional impone al material de audio de 1970 es de una actualidad absoluta. Cual investigador de la obra familiar, Blas auspicia un nuevo recorte. En vez de indagar en las pretensiones literarias de aquel joven escritor de los ’70, le saca jugo a la voz de Perón como testimonio. Las voces de Perón y su entrevistador suenan a conversación íntima, y son acompañadas por otras voces que, en formato documental, comentan, desgranan, analizan cada enunciado de Perón sentados frente a cámara. Mientras, se suceden los momentos reveladores con imágenes y palabras de discursos, actos, anuncios, propagandas y noticieros históricos. Diálogo íntimo, testimonio, documentalismo, nuevo giro biográfico, vigencia del peronismo, revalorización de Evita y del carácter social y reformista del proyecto justicialista, son todos temas y recursos que parecen presentados para ser, esta vez, no ya el proyecto literario sino el material de archivo de la larga herencia del peronismo.

Los capítulos están hilvanados por el comentario a cada paso del historiador Ernesto Salas, quien ofrece verdaderas perlas y condensaciones, por pensadores políticos como Horacio González, y una larga y cuidadosa lista de intervenciones escogidas, que anclan la interpretación presente desde los hilos y las lentes que permiten leer a Perón como líder de la transformación social, aún en sus límites y externalidades. Las presencias de Eduardo Luis Duhalde, Eduardo Jozami, Horacio Verbitsky o Alejandro Horowicz insisten en la idea de recuperar un Perón que, anclado en una fecha previa al jardín de senderos que se bifurcan, permiten imaginarlo como jefe de un laborismo argentino, patriarca de un Estado de Bienestar que busca la administración del conflicto social desde una estricta tercera posición. En este sentido, el documental no peca de inocente ni pierde pisada en la posibilidad de incidir sobre nuevos rumbos nacionales y nuevos protagonistas. A la vez, el largo ciclo inaugurado con la muerte del líder, que en la obra del padre se desplegaba de un modo omnipresente y asfixiante, acaso insuperable, da toda la impresión hoy de haber fenecido, de haber dado lugar a otra etapa histórica en la que no es el líder varón quien enviuda sino al revés.

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