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Domingo, 22 de abril de 2012

Homenaje a un elefante asesinado por un rey

 Por Pablo Paredes M.

I

No existe el idioma de los elefantes porque hay cosas que no se hablan.

Los paquidermos no son tan raros como parecen en los zoológicos.

Antes había elefantes en Sudamérica; antes del hambre, habían muchas cosas en el fondo del bosque.

Yo me acuerdo un poco, no tanto porque era muy niño y de otro color.

II

Para matar a un elefante hay que dispararle por el ojo porque su piel es muy gruesa.

Entonces, para matar a un elefante hay que mirarlo a los ojos, reflejarse en esa babita africana.

El elefante no comprende la muerte porque todo en él es memoria y la muerte está en el futuro, como una banderita de ningún país.

III

Los reyes matan elefantes, venados e indios.

Te podrían matar a ti por ser tan venado o por ser tan india, no sé.

Te escribo para decirte que te cuides porque los reyes católicos salieron con un rifle otra vez.

IV

Una vez vi un elefante pasar corriendo por mi calle; nadie lo vio porque en invierno nadie ve nada.

Tampoco vieron a la niña manca que galopaba en él hablando con una lengua de fuego africana.

Tampoco vieron la estrella de Belén, baila que baila, apuntando a todos lados.

Ni vieron cuando se elevó y antes de perderse golpeó la cúpula de la basílica del Parque Almagro.

V

Te escribo porque los reyes andan matando elefantes, y aunque tú eres menudita y tu piel es de otro color, pienso que un balazo te haría llorar mucho y no sería bueno que se nos inundara el territorio otra vez.

VI

Te escribo porque sé que desprecias la cacerías de los reyes tanto como yo, pues sabes que hemos sido presas tantas veces, porque hay algo ibérico en nuestras caras que nos duele tanto como lo indio y lo negro, porque una vez jugamos a los elefantes e hicimos trompas con las manos y yo sé que ahora todo lo graban y lo ven luego en las oficinas.

VII

Te escribo a ti también, rey de España, te condeno a crucificar a un elefante.

Para que veas que no soy un salvaje, dejaré que primero lo mates de lejos a escopetazos y dejaré también que tu corte te ayude en eso, pero a la cruz lo subirás tú solo.

Quiero que tus caderas conozcan el peso de la muerte.

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