CINE
A la deriva
Se estrena en video Insólito destino, nueva tentativa de Madonna de abrirse paso en el mundo del cine y salir viva. Dirigida por su marido Guy Ritchie, esta remake del clásico setentista de Lina Wertmüller corta por lo sano y elige, no sin jovialidad, ir derecho al muere. Buena ocasión para repasar el accidentado prontuario cinematográfico de la chica material.
por Mariana Enriquez
¿Será que Madonna tiró la toalla? ¿Se habrá convencido, al fin, de que no le va bien en el cine? Siempre quiso ser una actriz reconocida; siempre soñó con que la Academia la reivindique con un Oscar. Pero no hizo más que dar pasos en falso. Es francamente asombroso que una mujer tan astuta no pare de tomar decisiones equivocadas en el terreno del cine. Y es sorprendente lo mucho que demoró en dejar de tomarse en serio su carrera de actriz; como si para sentirse plena hubiera tenido que convertirse en una mujer imbatible en todos los rubros. Ahora, por fin, parece resignada. Y desafía: “¿Mis películas son malas? ¿Así que actuando soy pésima? No: ustedes no saben todo lo pésima que puedo ser”.
De ese espíritu está hecho el último film que protagonizó, Insólito destino, que dirigió su marido Guy Ritchie y que acaba de estrenarse en la Argentina directamente en video. Porque Insólito destino es un chiste –uno bastante malo–, en el que la diva se toma el pelo y se entrega sin temores al ridículo.
La película es una remake de Travolti da un insolito destino nell’ azzurro mare d’agosto (1974), de la directora italiana Lina Wertmüller. Vía Guy Ritchie, aquella mezcla de erotismo y lucha de clases con pretensiones simbólicas de los años ‘70 se ha convertido ahora en una parodia de vaya a saber qué. Madonna es Amber, la esposa de un poderosísimo empresario farmacéutico que está de crucero privado por las islas griegas, exige un gimnasio personal a bordo y se deshidrata pedaleando, malísima e infeliz, en una bicicleta fija. La insoportable Amber maltrata sistemáticamente a la tripulación local, con toda la arrogancia que le confiere su fortuna. Hasta que una serie de circunstancias absurdas la dejan a la deriva en una lancha junto a Giusseppe, el esbelto tripulante pescador (Adriano Giannini, bello hijo de Gian Carlo, protagonista del film original), y juntos llegan a una isla desierta. Allí, Giusseppe se venga de las humillaciones de Amber reduciéndola a la esclavitud: le impide dormir en una cabaña improvisada, le niega pescado, la obliga a lavarle la ropa, la patea, la cachetea, la persigue. Hasta que la millonaria baja la guardia y se enamora. ¿Estarán Madonna y Guy exorcizando los demonios de la pareja, purgando en el celuloide las rencillas y la competencia entre una diva y un director de segunda línea? Ojalá. Pero Insólito destino no permite hilar tan fino. Hay que tomarla como lo que es: una película desafiante y algo tonta, en la que el matrimonio millonario, más que cualquier otra cosa, parece querer divertirse un poco.
Toda la estética seventies es un regalo para Ritchie. El director se entrega a un retro furioso que invade hasta la banda sonora, donde suenan Zorba el griego y algún mambo. Madonna, rubia histérica, chilla y exhibe su cuerpo regio, tan trabajado que es casi masculino. Su actuación espanta. Adriano Giannini es el típico galán-spaghetti de piel dorada e inglés penoso. Da la impresión de que Ritchie intenta perfeccionar el eurotrash y hacer una sincera película clase B, pero en Insólito destino hay demasiada ironía para creer en la ingenuidad de alguno de los involucrados. El film no es más que otro vehículo para Madonna, ahora reinventada en inglesa sarcástica. Después de todo, su papel es el de una norteamericana millonaria que se deja seducir por la vieja y brutal Europa.
De cualquier modo, si Insólito destino (Swept Away en el original) es más interesante que los habituales desastres cinematográficos de Madonna, es quizá porque es un desastre intencional. Hasta dónde podrá llevar Madonna su personaje burlón es un interrogante que ella, como de costumbre, sabrá resolver. Lo que queda claro es que echó unas buenas paladas de tierra sobre su carrera cinematográfica. La película ni siquiera se estrenó en Gran Bretaña, y en USA nadie le prestó la menor atención. La pobre debe estar agotada. A esta altura hizo todo lo que pudo. Veamos. En 1985 le fue muy bien con Buscando desesperadamente a Susan. Estaba perfecta haciendo de sí misma: una chica callejera y algo punk que en la primera escena despertaba en la cama con el icono punk Richard Hell. Pero enseguida se le dio por hacer una película de época con su entonces marido Sean Penn, bajo la dirección de George Harrison. El resultado fue Shanghai Surprise (1986), merecidamente olvidada. Entonces quiso afinar la puntería hacia la comedia, se inspiró en las rubias ingenuotas de Marilyn y Carole Lombard y le salió la nada simpática Who’s That Girl (1987). Varios años después, Ciccone se enamoró de Warren Beatty y actuó para él en Dick Tracy. El personaje –Breathless Mahoney– tendría que haberle calzado a la perfección; no fue así: se la veía rígida, demasiado ansiosa por deslumbrar. En 1991, por fin, encontró su camino... otra vez haciendo de sí misma. Sin duda su mejor interpretación es la Madonna de A la cama con Madonna de Alek Keshishian, un documental falso y brillante por donde se lo mire. Pero la trataron de exhibicionista, ella acusó recibo y bajó el perfil.
En 1992 hizo la muy menor Sombras y niebla, de y con Woody Allen, donde apenas se la ve, y coronó la temporada con un golpe de timón, tratando de acomodar en algún proyecto cinematográfico su personaje de pop star hipersexual (era la época del libro Sex y del álbum Erótica). Entonces rodó la pasmosa El cuerpo del delito. Allí, rubia y fatal, con las cejas depiladas, la acusaban de matar a su esposo después de una intensa sesión sadomasoquista. Sólo se la recuerda tirándole cera de velas en el pecho a Willem Dafoe. Ni siquiera era excitante. No le fue mejor en Dangerous Game de Abel Ferrara, quizá la peor película de un director interesante. Y en 1996 logró rodar su atesorada Evita (Alan Parker) y por fin le dieron un Globo de Oro. En el 2000, con la complicidad de su amigo Rupert Everett, intentó el género de la comedia queer y ni siquiera rozó el nivel de un mal episodio de Will & Grace.
Todas esas películas fueron fallidas, fracasos cabales. Insólito destino no, porque el film apuesta a ser malísimo. Y lo logra. Sólo que al mismo tiempo se intuye una segunda intención burlona: Madonna y consorte hacen lo que quieren porque pueden pagarlo, y ese cinismo, paradójicamente, es honesto. Quizá lo que la pareja debería hacer para consagrarse sea un documental sobre su propia vida doméstica. Un A la cocina con Guy y Madonna. Seguramente sería genial.